El pasado marzo, al hablar en esta página de la biografía de Loris Zanatta sobre Fidel Castro https://cutt.ly/zsGPrr8 habíamos mencionado cómo el título del libro: Fidel Castro, el último rey católico https://cutt.ly/DsGOJ4w se refería a una paradoja que en la realidad – para el autor – solo era aparente. Es decir, el hecho de que el dictador cubano se llamara comunista, pero en realidad recurría a un tipo de cultura antiliberal que tenía sus raíces en la época de la colonia española, y en el ideal de una sociedad organizada sin antagonismos internos propugnado por la Contrarreforma.

Mientras tanto, el libro ha sido traducido al español por Edhasa. La publicación se ha retrasado debido a la pandemia, pero debería tener lugar el próximo diciembre. Mientras tanto, sin embargo, Loris Zanatta quizo profundizar el discurso con otro libro, que acaba de salir en italiano, y del cual también se anuncia una traducción al español. El título es Il populismo gesuita Perón, Fidel, Bergoglio https://cutt.ly/ysGPcme. Sin embargo, en realidad hay un amplio espacio en el texto para un cuarto protagonista, que se coloca justo entre Fidel y Bergoglio: Hugo Chávez.

La controvertida definición de que “el Papa Bergoglio es comunista” de hecho ya circula, pero ponerla en esa forma es solo una simplificación polémica de bajo nivel. En realidad, no solo el análisis de Zanatta es de mayor profundidad, sino que de alguna manera explica lo contrario. En sentido estricto, “comunista” se llamó a sí mismo Fidel Castro, pero después de haber “robado” de alguna manera la etiqueta de los comunistas históricos cubanos. Perón se describió a sí mismo como “justicialista”, Chávez habló de “bolivarianismo” y “socialismo del siglo XXI”, otros usaron definiciones más o menos anfibias como “Teología de la liberación” o “Comunismo de derechas”, Francisco habló de “humanismo orgánico”.  Pero al final, insiste Zanatta, todo procede de la misma fuente: esa idea de construir un tipo de sociedad orgánica y colectivista como la que los jesuitas habían creado en sus Misiones en Paraguay.

 

 

Profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia, Loris Zanatta escribió varios temas que luego se han fusionado en este ensayo y que van de la historia de América Latina al peronismo y Evita Perón, pasando por el populismo y la historia de la iglesia en Argentina en la fase de formación de Bergoglio https://cutt.ly/MsGPSg7, hasta justamente a la biografia de Fidel Castro https://cutt.ly/XsGPZR6.

De Fidel había recordado que su aversión a los valores y prácticas del liberalismo anglosajón y protestante era un rasgo común a muchos líderes latinoamericanos. Fidel Castro había injertado tal legado en el tronco del nacionalismo cubano de José Martí, y había traducido sus principios adaptándolos a la doctrina marxista. Entre los pilares de esta concepción de la política, el primero es la fusión entre política y religión, la tarea del estado es convertir a los ciudadanos a la única fe verdadera a través de una catequesis generalizada.

El segundo pilar es la impermeabilidad al pluralismo. La nación y las personas son organismos vivos, cuyo estado natural es la unanimidad y la armonía. Incluyen todos y asignan funciones a todos, pero la disidencia y el conflicto son patologías que los debilitan. Por lo tanto deben ser erradicados.

El tercer pilar es el corporativismo. La sociedad castrista, como la sociedad de la colonia cristiana, está formada por cuerpos, las organizaciones de masas en las que se ubica a cada cubano. El individuo solo tiene los derechos que le confiere pertenecer a un cuerpo; de lo contrario queda excluido. El individuo está sujeto a lo colectivo, sobre el cual observa, el garante de la ortodoxia y la unidad de la fe, la Iglesia, es decir, la fiesta; y sobre él el rey, el propio Castro,  con poderes temporales y espirituales.

Por esta razón, Zanatta argumenta, a pesar de los numerosos enfrentamientos contingentes, que la Iglesia siempre tuvo un ojo para ese dictador comunista que, sin embargo, había estudiado con los jesuitas. Incluso se vio con Juan Pablo II, que se había enfrentado al comunismo en su Polonia natal. Todo esto se ve más que nunca con el Papa Francisco, quien a su vez es latinoamericano y jesuita.

Pero lo mismo podría decirse para Perón, solo reemplazando la figura de Martí con la de José de San Martín, y la definición de comunismo con la de justicialismo. Y para Chávez, reemplazando las figuras de Martí y San Martín con la de Simán Bolívar, y las definiciones de comunismo y justicialismo primero con la de bolivarianismo, y luego con la del “socialismo del siglo XXI”.

 

 

 

“Es el hilo jesuita, custodio de una poderosa cosmovisión que impregna el universo moral y material de América Latina”, señala Zanatta. “Su piedra angular es la utopía cristiana, el sueño del Reino de Dios en la tierra, impermeable a la corrupción del mundo y de la historia: el cristianismo colonial es su modelo. Estado cristiano donde la unidad política y la unidad espiritual, sujeto y fiel, se fundieron”.

Sobre las Misiones Jesuitas en Paraguay en 1986, Roland Joffé hizo una famosa película con Robert De Niro, Jeremy Irons y un muy joven Liam Neeson  y con un tema musical igualmente famoso de Ennio Morricone https://cutt.ly/NsGP3Bq.  Es un espectáculo grande y suntuoso, que propone problemas filosóficos no triviales sobre la violencia y la no violencia, y que en ese momento también se presentó como una clara metáfora sobre la Teología de la Liberación en América Latina. De hecho, sin embargo, la historia está llena de licencias históricas y poéticas: a partir de la batalla final en las canoas, que en realidad no tuvo lugar en 1750 sino en 1641, y no había visto la derrota sino la victoria de los guaraníes, liderados por los misioneros. Con armas de fuego: porque incluso la de los guaraníes semidesnudos y armados solo con flechas después de un siglo y medio de gobierno misionero es una licencia histórico-poética.

En realidad, las Misiones no habían sido construidas en antagonismo al poder español en América, sino complementarias de él. De hecho, la colonia española se había formado en territorios donde había densas poblaciones de “indios mansos” campesinos, ya acostumbrados a vivir en sociedades jerárquicas. La captura del soberano indígena hacía relativamente fácil poner a esas compañías bajo control, y luego había recursos minerales y agrícolas que hacían posible amortizar los costos del control directo.

En cambio, las Misiones se dirigieron a zonas más marginales donde había una población de “indios bravos” más difíciles de someter, porque estaban acostumbrados a esquemas más democráticos en los que un líder capturado por los invasores perdía prestigio y era reemplazado. Además, había menos recursos allí, y esto hacía que el control directo fuera más costoso. De hecho, con los guerreros Mapuche en Chile, la corona española finalmente concluyó un acuerdo de paz igualitario. Sin embargo, en otras áreas donde había un interés estratégico en proteger los flancos del imperio con zonas de amortiguamiento, los misioneros franciscanos y jesuitas lograron establecerse como chamanes que llevabán un conocimiento cultural superior: desde la escritura hasta la música, pasando por la medicina o el uso de hierro.

Finalmente, el equilibrio saltó y las Misiones se liquidaron de manera traumática. Pero durante un siglo y medio funcionó un esquema en el que todos ganabán algo. De hecho, la corona española obtuvo seguridad en las fronteras, los misioneros tuvieron la oportunidad de desarrollar sus propias utopías y construir una base de poder, los indios obtuvieron ventajas materiales y vieron una parte importante de su identidad y cultura preservada y protegida.

Sin embargo, como Zanatta recuerda y como el espectador de Mission también puede ver, los padres jesuitas defendieron a los guaraníes de formas más violentas de sumisión y los introducierón a la civilización occidental y cristiana en formas que respetaban su cultura, pero en un siglo y medio prácticamente no ordenaron a un solo sacerdote indígena, ni promovieron formas de autogobierno. Precisamente, según el sistema peronista-castrista-chavista, el “rebaño” no debía convertirse en el protagonista, sino que debía permanecer siempre bajo las órdenes del “pastor” o “pastores” solo capaz de proveer para su bien.

 

 

“No todos los populismos latinos son jesuitas, ni todos los jesuitas son populistas”, advierte Zanatta. «En todos los ‘populismos jesuitas’, sin embargo, la impronta jesuita es evidente. Para todos, luchar contra la riqueza, una fuente de corrupción, es más importante que erradicar la ‘santa pobreza’, una garantía de moralidad”. Por supuesto, “el papa Francisco no es político, sino religioso. No gobierna un estado, sino una iglesia. Su magisterio es moral y pastoral, no implica un régimen político específico, modelo económico u orden social “. “Su ‘populismo jesuita’, por lo tanto, no aparece en el estado sólido de la materia sino en el estado gaseoso del espíritu”. Pero “sólidos” son a menudo los efectos. “Como suele repetir, no pretende ‘ ocupar espacios’ sino ‘iniciar procesos’. Como tal, será más esquivo y matizado, pero más profundo e incisivo. Más que en las encíclicas y en los discursos preparados para los aniversarios oficiales, se buscará su rastro en los hechos y gestos, en las palabras ocasionales y en las plateas favorecidas. A veces en silencio. Él mismo nos advierte en este sentido: ‘Piensa claro, pero habla oscuro, dice una de sus instrucciones”.

Pero cuando dice que “el tiempo es superior al espacio, la unidad al conflicto, la realidad a la idea, todo a la parte”, cuando insta a “mirar la realidad en su organicidad, no de manera fragmentada” porque “todo es conectado”, la denuncia del liberalismo disruptivo es clara. “La identificación con el cristianismo peronista y la ‘cultura’ del pueblo protegieron a Bergoglio de la resaca marxista de muchos sacerdotes y teólogos argentinos y latinoamericanos”. Pero en el sentido de que, según él, no había necesidad de recurrir a Marx para condenar la “cultura colonial” de las clases medias o identificar la democracia con la “justicia social” y no con la forma de organizar poderes, ejercer la representación o proteger los derechos. Para Bergoglio, según Zanatta, la “globalización liberal ‘provoca’ fragmentación’, ‘pérdida de identidad’, ‘ruptura silenciosa de los lazos de integración y comunión social’, mientras que el pluralismo debe entenderse como “pluralidad en el mundo de pueblos y ‘culturas’ homogéneas dentro de ellos, porque ‘el Señor nos pide que somos uno’”.

“Cuando dirigió la Universidad de Salvador, recuerdan que en Buenos Aires, él era lapidario: acepto maestros de todas las corrientes, peronistas o comunistas, no importaba, siempre y cuando no fuesen ‘liberales‘». Hoy se siente atraído por la ecología, pero a condición de que sea holística y no liberal. Entonces elogia la “democracia participativa” de Evo Morales en Bolivia y estigmatiza “la tentación de la democracia formal” en el vecino Paraguay. Guarda silencio sobre Hong Kong y deja que un alto prelado argentino diga que China aplica “la doctrina social de la Iglesia”. Los inmigrantes lo conmueven: “si Occidente ha perdido su fe, nada es mejor que una introducción sólida de personas no contaminadas impregnadas de valores religiosos para sanarlos. Así son los migrantes: la fuerza más poderosa para reconquistar el mundo secular, la herramienta de las ‘periferias’ para convertir el centro’”. Pero “no todos los migrantes despiertan la misma preocupación en el Papa. Raras y tibias son sus palabras sobre la inmensa diáspora venezolana, y también los silencios sobre los cubanos que murieron durante la huídas de la isla. En tales casos, son clases medias que se han arruinadas, personas que abandonan la comunidad en busca de suerte”.