Es habitual ver viejas enciclopedias abandonadas junto al contenedor azul, ¿se trata de basura y de su eufemismo reciclable? ¿Cómo sin cambiar su esencia cambia el estado, de delicia a suciedad, de un pesto genovés que salta del plato a nuestra blusa? Estas son algunas de las preguntas que plantea Óscar Calavia (Logroño, 1959) en su libro Basura. Ensayo sobre la civilización del desecho (Pepitas de calabaza, 2020) para desentrañar la naturaleza y las implicaciones de los desperdicios. Y lo dice así desde el principio: «Tirar algo o guardarlo define una memoria o un carácter».

Entre otros acontecimientos e iluminaciones, el libro nació por una anécdota: en el Carnaval de Río de 1989, Joãosinho Trinta –un bailarín procedente de uno de los estados más desfavorecidos de Brasil que consiguió un empleo como carnavalesco de la Escola de Samba Salgueiro– llevó al paroxismo aquel año la utilización del brillo, las lentejuelas y las plumas de marabú. A pesar de lo hermoso de ese desfile, no fue su escuela la que ganó, sino otra que había utilizado para la ocasión materiales de vertedero: bolsas negras, trozos de poliestireno, envases plásticos con los que su creador quería «mostrar la opulencia de los restos». Trinta dijo que «al pueblo le gusta el lujo: es a los intelectuales a los que les gusta la miseria». Y lo más curioso, como señala el autor, es que la palabra que designa la basura en portugués es lixo, a una vocal de diferencia de luxo, su supuesto contrario.

La presencia de Brasil y también la de un sólido bagaje etnológico de los pueblos de América es continua, algo que da cuenta de la formación y dedicación de Calavia –historiador y etnólogo–, así como de las casi tres décadas que pasó en Brasil, donde fue profesor de Antropología de la Universidad Federal de Santa Catarina.

En Basura se muestra un persistente interés en afinar conceptos como el de sociedad de consumo y sociedad consumista, siendo la nuestra la segunda, que nada tiene que ver con la práctica de consumir realmente lo producido. Es, como Calavia precisa, la misma diferencia que hay «entre la moral y el moralismo, la paz y el pacifismo (…), ese contraste entre la realidad y la pretensión». Las borracheras tupinambá o las fiestas sacrificiales mexicanas liberaban al ser humano del excedente, de los peligros de la abundancia y la acumulación. Nosotros, en cambio, pertenecientes a la Edad de la Basura, la tenemos a ella. Porque vivimos un consumismo que es, por definición, «una avidez, una inquietud impotente que se calma con apropiaciones reiteradas y obsesivas; hay que tirar mucho para hacer espacio a las nuevas adquisiciones, cuyo valor se cifra en que son nuevas». En todo caso, no hay aquí una crítica al capitalismo, y el libro «no es un sermón. Es un ajuste de cuentas –el único a mi alcance– con los promotores del vertedero, un libelo sin pretensiones teóricas».

 

Oscar Calavia

 

Como es de esperar, se definen en este ensayo los límites para acotar el campo de los desperdicios, la basura, la suciedad o la inmundicia de nuestro tiempo. Y en el capítulo «Basura estructurante», Calavia muestra cómo «basta añadir basura a cualquier término y mirar alrededor en busca de un nuevo segmento de realidad que responda a ese binomio». Así lo hace repasando el trabajo basura (con sus contratos basura), la telebasura, la comida basura, la comunicación basura e incluso el dinero basura (otro nombre para el capital especulativo o financiero). También se encuentra una nutrida variedad de temas puestos al servicio de la idea principal, algo que le aporta color y rigor al ensayo.

Aquella memoria o carácter del principio quedan bien definidos cuando se trata el tema de las personas que padecen síndrome de Diógenes, un mal que por necesidad debía aparecer en estas páginas pero que se dilata demasiado no por número sino por una de sus consecuencias: el ritmo de la exposición languidece demorándose en lo mismo. Y es que hay una intención desenfadada en el tono de Calavia y en la exposición de su tesis que, aunque al principio hace la lectura más amena, en varias ocasiones llega al límite del chascarrillo. Esto, sumado a un sarcasmo que cae en lo que se adivina como un conjunto de pequeñas batallas personales del autor un tanto desligadas del ensayo, hace que su propuesta pierda fuerza en ciertos pasajes. Pero se agradece la sencillez para conducir y reconducir el contenido en los ámbitos de calado y también de actualidad.

La propuesta final de Calavia no deja de ser sorprendente: «Podría haber un desastre mucho mayor, pero es seguro que a Gaia [la Tierra] no le importaría mucho seguir sus actividades solo con artrópodos o bacterias. Ella sí que se reinventa. Así que este libro se puede cerrar con una mota de optimismo: ni caso a los agoreros, el planeta está a salvo». Cuesta creerlo si se tienen en cuenta los datos que el autor ha recopilado y puesto a disposición del lector en páginas anteriores, pero es un final amable para tanta lucidez, y a nadie le amarga un pronóstico dulce aunque prescindan de su especie.

 

https://cutt.ly/5xhNsyb