Cuando el cirujano plástico colombiano Edwin Arrieta llegó al hotel de Kho Phangan, en Tailandia, tras un largo viaje (Santiago de Chile-Madrid-Dubai-Bangkok-isla de Kho Samui, y en barco a Kho Phangan) para un encuentro amoroso de apenas veinticuatro horas con Daniel Sancho y vio la inscripción que su amado había dejado en la pizarra de recepción (Daniel & un corazón+emoticón con una sonrisa) no podía imaginar cómo iba a terminar la fiesta sorpresa que le había prometido y preparado Daniel. El médico fue asesinado y su cadáver descuartizado en diecisiete trozos. La preparación de la fiesta consistió en elegir un hotel dotado de una cámara frigorífica grande, comprar trescientas bolsas de plástico de diferentes tamaños y varios cuchillos, uno de ellos de filo de sierra.

Edwin y Daniel compartían algo más que el sexo, ambos gustaban de la buena vida, pero si Edwin podía permitírsela a costa de su trabajo, Daniel, al que nunca faltó de nada gracias a su familia, llevaba una trayectoria de disfrute existencial aunque carecía de unos ingresos que pudieran permitírselo. Edwin estaba enamorado y financiaba generosamente a Daniel mientras hacía planes con él y aspiraba a una vida en Barcelona con su pareja, joven y atractiva, y en un ambiente donde su definición publica como gay no significaba un estigma.

 

Daniel Sancho disfrutaba de una celebridad vicaria, la de ser nieto e hijo de actores. El actor español Sancho Gracia era su abuelo y Rodolfo Sancho su padre. La madre, Silvia Bronchalo, también fue actriz. En cambio, la fama por derecho propio de Sancho ha sido por el asesinato de Arrieta.

Un sórdido crimen que se convirtió en un suceso mediático no tanto por el hecho en sí mismo como por el glamour que los medios de comunicación encontraron en un suceso donde se cruzaban un romance gay, un criminal atractivo y sexualmente ambivalente y un escenario exótico. Un buen asunto para tertulias mediáticas “rosas” y productoras de series de televisión que encontraron en el caso un filón potencial. Y también el dinero, porque tras el crimen se movió más dinero, tanto para pagar a unos abogados para los que también cuenta la imagen que pueden obtener haciéndose cargo de la defensa de un caso altamente mediatizado. Además los parientes de la víctima y el asesino necesitan dinero ya sea para financiar los gastos de la defensa y la acusación, como los viajes y las eventuales “coimas” que surgen en torno a asuntos de esta naturaleza.

 

Foto de Thierry Ledoux

 

El escritor Joaquín Campos, curtido por sus años de experiencia asiática, buen conocedor de la particular idiosincrasia local, cubrió hace años en Tailandia otro caso de asesinato con descuartizamiento final y protagonizado por un español (nacionalidad que para los tailandeses empieza a ser vista como propensa al desguace de seres humanos). Entonces comenzó a investigar el asunto. Este libro es el fruto de ese trabajo. Una investigación minuciosa que deja pistas sugerentes y va más allá del crimen mismo describiendo los movimientos y estrategias de los diferentes actores, desde la justicia tailandesa, las defensas, las familias y hasta los medios interesados.

Conozco a Joaquín Campos como escritor, novelista y poeta, pero no su faceta de escritor de  true crime,  un género literario de no-ficción en el que el autor examina un crimen real y detalla las acciones de los implicados. Joaquín Campos no subordina lo que escribe a otra razón que la de sus conclusiones personales. Campos escribe para sus lectores y eso no siempre es del gusto de todos. Cuando un “abogado estrella” consigue que sea eliminado de la lista de colaboradores de un medio de prensa por sus opiniones dice mucho de este escritor y más del medio y del abogado.

Otro laurel para su corona.

 

 

Joaquín Campos