La pausa del tiempo. Patty Suau

 

 

Primero lo primero: luego de haber escrito doce libros en 2019, ¿qué se siente tomarse un año y medio para escribir un libro de poemas?

Fue un proceso mucho más sereno. El 2019 lo viví de manera frenética. Al despertar, sabía que tenía un plazo de 24 horas para escribir un poema, corregirlo y publicarlo con el hashtag; a medida que avanzaba el mes debía pensar un concepto que agrupara los textos de forma lógica, participar de la producción de las tapas, pensar un título. Fue demencial pero a la vez un desafío que disfruté. De hecho me costó desacelerar, volver al ritmo de los quehaceres cotidianos. Durante buena parte de 2020 me sentía que no estaba siendo productivo, que estaba perdiendo el tiempo. En realidad no lo hacía, de hecho publiqué un libro de cuentos y ensayos breves (N. de E.: el libro se llama Flores al glosario), pero tenía demasiado cerca la intensidad de trabajo del proyecto anterior y eso hacía que se distorsionara mi manera de desarrollarme en el tiempo presente.

Durante el proceso creativo de este nuevo libro sentí un elemento con el que no estaba familiarizado: el aire. Había aire entre texto y texto, entre corrección y corrección, bocanadas de aire cada vez que me sentaba a trabajar y el resultado no era el esperado. La intención era publicarlo en este año, pero no tenía el apremio de la fecha límite.

¿Algo de ese “aire” está implícito en La pausa de los siglos?

Sí, los textos respiran. Lo tácito está en el verso, en sus figuras, en sus imágenes, en lo que trasmiten. Pero también soy explícito cuando hablo de “la pausa”. De una “pausa”. Una pausa implica interrumpir lo que estamos haciendo. Estos textos surgieron con la intención de ser textos de esta época, es decir, atravesados por la pandemia, por la cuarentena, por el encierro. Fueron premeditados. El aire proviene de la interrupción necesaria y obligada de la vida tal y como la conocíamos. Estábamos en un torbellino de ocupaciones y responsabilidades, en muchos casos insalubres, nocivos para la paz mental. Una pandemia nunca será una irrupción positiva a la realidad, pero es posible abrazar el cambio que produjo.

Hablás de ser o no ser productivo, ¿cuánto hay para agradecerle o culparle al sistema que nos exige productividad ciento por ciento?

El sistema no solo exige productividad, también ser multitareas. Son dos engranajes de la misma maquinaria. Y está la culpa, la procrastinación. Como hemos internalizado que hay que hacer cosas todo el tiempo y ser muchas personas a la vez, cuando no podemos cumplir con esa expectativa aparece la frustración. Yo soy de padecer la ansiedad. Me cuesta disfrutar del instante. No me anclo en el pasado, pero vivo en una planificación permanente, sometido a los tiempos de la agenda que tiene una sola hoja para el día de hoy y cientas para los días que se vienen. Me sobrecargo.

 

Lucas Damián Cortiana

 

Así que ya estás pensando en el siguiente paso…

Sí, es inevitable. Una persona que escribe todos los días, que tiene una rutina de trabajo, acumula textos, borradores, ideas. Hay un proceso de segregación de los textos, de definir si algo sirve y para qué. Conectar con el alma del texto. En ese sentido, mi carpeta de “Borradores” contiene más words que la de trabajos terminados y publicados. Y como soy de pensar con perspectiva de obra, como una sola obra integral, pretendo que la continuación sea orgánica, que sea posible rastrear la evolución y la conexión con el resto de la producción.

En un poema de La pausa de los siglos escribís: “la imaginación se exilia a un país lógico/ y la luna vaga regresa a sus racionales cielos”. ¿Temés quedarte vacío, sin nada que decir?

Sí y no. Creo que la imaginación es infinita, pero temo no ser capaz de traducir esas visiones. Temo no satisfacer al hombre que habita en mí y que imagina universos. En el prólogo de mi anterior libro parafraseo a Barthes; él habla de un imaginario hecho de imágenes que se detiene en el umbral de la vida productiva. Yo agrego que la literatura tiene como fin coleccionar esas imágenes y alimentar el imaginario propio para que prevalezca el misterio, para que siempre haya sorpresa. Hace poco leí una frase de Louis Armstrong: “Los músicos no se retiran, paran cuando ya no hay música en ellos”. De alguna manera nos alerta de que es posible cierto agotamiento, no tanto un fatigarse el cuerpo, sino un consumirse los recursos de la creatividad.

¿Cómo intentás prolongar ese misterio?

No hay subterfugios; solo nos queda la curiosidad. En mi caso, trato de leer tanto como me sea posible. No importa qué, a donde me lleve la curiosidad. Trato de viajar tanto como pueda, no importa a dónde, es un combustible para la vida. En ese sentido, perderse en las páginas de un libro o extraviarse en un camino de una ciudad desconocida, tiene el mismo efecto. Leer por primera vez   “la rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos” estremece tanto como respirar el aire silencioso de un bosque de eucaliptos en las Blue Mountains. Se trata de ir. Ir con los sentidos abiertos. Quiero pensar que nunca dejé de ser el chico inquieto que retaban las maestras del jardín.

Anduviste bastante, estuviste en varios continentes, ¿qué te dio viajar?

Perspectiva de mundo. Un catálogo de anécdotas. Ver la propia transformación de uno mismo entre viaje y viaje. La búsqueda en sentido macro, es inalterable, pero son las pequeñas experiencias las que proponen las alternativas para llegar al objetivo y van modificando la mirada.

Hasta hace poco me pasaba algo con los viajes y los libros por igual: no quería repetirlos. Pensaba que había muchos lugares y muchos libros, así que, ¿por qué volver a los ya conocidos? Ahora releo cuantas veces quiero los versos de Trilce o de En la masmédula. Y aunque lo leí cien veces, no puedo creer la belleza, la soledad y la nostalgia, cada vez que llego a la parte del umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y al caballo que salva las ruinas de un anfiteatro, en el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” de Borges. Hablamos con Camila de volver a la playa de un pequeño pueblo a dos horas de Sidney, llamado Woy Woy, que visitamos hace tres años; a veces sueño con un viejo hotel en Ámsterdam donde nos alojamos; o volver a La Habana para escuchar el tributo que le rinde a Compay Segundo cada músico que toca en las calles. En los libros y en los viajes no dañan leer y releer, mirar y admirar.

¿Qué tipo de viaje es La pausa de los siglos?

El primer poema tiene un verso que me gusta mucho: “estarse a solas mientras la noche ayuda a montar la imaginación”. Es extraño, porque cuando escribí ese verso, la expresión “montar la imaginación” estaba intentando expresar “armar la imaginación” o “instalar la imaginación”, como quien monta una obra de teatro o arma las piezas de una máquina. Sin embargo, no reparé en la primera acepción de “montar”: “subirse a lomos de un animal”. El conocimiento de que exista esa opción, cambia todo el significado. La imaginación, entonces, puede ser una bestia que cabalgar. Siguiendo esa línea, en otro poema digo “el continuo ir y venir por el mundo desde el dormitorio infinito”. Sin ser uno de esos libros de aventuras que uno leía en la infancia, a la luz de un velador, La pausa de los siglos puede ser un viaje por el mundo desde el dormitorio infinito.