Reparto de ayuda humanitaria en Sudán del Sur

 

Todas las expectativas que manejamos desde que miramos el mundo en la cuna son susceptibles de ser convenientemente ajustadas, moderadas o defenestradas y no es algo que llevemos demasiado bien en general. Lógico, ¿no?

El titulo suena a Guerra y Paz de Tolstoi y no debe de ser casualidad que mi cabeza haya hecho esa jugada.

La rabia es un sucedáneo de la guerra, o un embrión o un primo hermano muy cercano, pero no solo es cuestión de cantidad, también influye la cualidad de lo que nos frustra nos ofende o nos agrede. En algunos casos la rabia lleva a explosiones de agresividad sin control, a lo bestia, sin miramientos, ni medida.

Es un sentimiento personal, un desajuste provocado por una sensación de injusticia, una debilidad del alma decía Séneca, una de tantas. Cuando una y otra vez se repite la misma carencia, la misma exclusión, la misma insatisfacción, nos vamos poniendo algo enajenados, a veces se acude a terapia, y con grandes malabarismos mentales y emocionales puede que seamos capaces de racionalizar o asumir ese vacío lleno de rencor. Tendremos que darle vueltas y vueltas, una y otra vez como a la bechamel para deshacer los grumos indigestos, hasta que se consiga una crema suave y homogénea que al final formará parte de nuestro ser sin atragantarnos. Como en la deliciosa crema, los tropezones se habrán desleído y serán parte de un todo sabroso y armónico que nos permitirá degustar la paz igual de rica que las croquetas de jamón bien hechas.

 

 

Todos pasamos por algunas faenas de la vida diaria que, por fortuna, tienen la dimensión de lo manejable, aunque, para nosotros, lo cotidiano a veces también nos resulte descomunal, pero me refiero aquí a cuando sus impactos no llegan a tener la magnitud e importancia de ser devastadores.

Siguiendo el rastro de esa asociación que me llevó hasta Tolstoi: Rabia y Paz, Guerra y Paz, Rabia y Guerra: algunas de las seis variaciones de los tres conceptos tomados de dos en dos, me quedo enganchada en la última, pensando que hay un sentimiento superior a la rabia y que tiene otra cualidad, porque la magnitud y la categoría están teñidas de crueldad y violencia. Eso ya no es rabia es la ira y el dolor retorcido que se quedan adheridos y enquistados en el tuétano de nuestros huesos cuando vemos dejar morir de hambre a una multitud mientras camiones de víveres se pudren a las puertas, como sucede en Gaza que está en boca de todos o en Sudán del que casi nadie habla, por un puro acto de poder, por una voracidad enajenada donde las personas pasan a ser cosas, objetos inanimados desalmados y desde luego desarmados,  para a continuación poder ser exterminados. Sin compasión.

La sangre se hiela, se congela, cristaliza y te da punzadas cuando ves centenares de personas uniformadas de blanco, con el pelo rapado al cero, enjauladas, y deshumanizadas, como si fueran el fondo de un decorado para el cartel de una película distópica que anuncia el terror de una despiadada cacería humana. Sin compasión.

El aliento se corta cuando lees que el gobierno de la República Democrática del Congo ha sacado a concurso 67 millones de hectáreas de selva tropical virgen —la segunda más grande del mundo después del Amazonas— para la explotación de petróleo y gas. Sin compasión.

 

Vegetación exuberante en las orillas del río Dja en la selva congoleña. Foto de Antoine Penda

 

Un golpe de espanto te atraviesa cuando ves como una bala borra del mapa a un individuo que argumentaba sus ideas, solo con la palabra, sobre la defensa del uso de las armas. Salto mortal paradójico de la vida que culmina con la captura del asesino, al que manda casi seguro al cadalso, denunciado por su mismísimo padre.  Sin compasión.

Y como no nos es posible aguantar la mirada, cobarde e impotente, busco cambiar de panorama girando la cabeza hacia otro lado que no me mate de pena y de enajenación.

Entonces nos prendamos, en la Plaza de Las Delicias, de una niña saltarina, sencillamente vestida, cruzando la plaza delante de un cachorro negro, despeluchado y cojo que la sigue renqueteantemente feliz mientras se cortejan el uno al otro entre sonrisas y ladridos, correteando su alegría atravesando la plaza. Una autentica Delicia. Con compasión.

Escuchamos a un místico apoyarse en el arte para transmitir la esperanza y el consuelo como apoyo para pasar por este valle de lágrimas por el que transitamos, con el taikun de Taneda Santoka “mi cuenco de mendigar admite hojas marchitas” y la imagen de Cristina Almodóvar. Con compasión.

 

 

Miro divertida y conmovida la foto que me manda una amiga con el siguiente lema: “Collage autorretrato que acabo de hacer en casa de mi madre después de prepararle su medicación, una vez más” Con compasión. 

 

Foto de Ana Mampaso, 2025

 

Disfruto de la luz de Sorolla, porque ya no es la luz de la playa es de Sorolla, la robó, acompañada de la feliz algarabía de los críos sorteando olas, que también han contaminado el rítmico sonido del mar con griteríos de alegre excitación. Con Pasión.

Veo divertida, una vez más, a la sempiterna pareja de adolescentes que están todos los veranos en todas las playas del mundo para comerse a besos descubriendo el amor y el sexo. Con pasión.

Respiro las bocanadas de aire nuevo tras una buena “pateada” por el monte mientras comparto con una niña dulce y traviesa el placer de regodearse en la naturaleza y descubrir una Praia Pequena de color esmeralda y agua helada. Con pasión.

Es curioso este juego de palabras: Compasión Vs Con Pasión, esta pareja vital y hermosa que nos permite deleitar un plato de croquetas antes de que nos vuele o nos vuelen la cabeza.

Que Dios, el Espíritu Santo, y toda la Cohorte Celestial nos protejan.

Y que Eleos, Diosa de la compasión y Caliope Musa de la poesía nos inspiren.

 

La musa Caliope. Museo del Prado