Foto de Greg Soussan
El 17 de junio de 1971, hace ahora cincuenta años, el entonces presidente de los Estados Unidos Richard Nixon afirmó que las drogas eran el “enemigo público número uno” y ordenó una guerra total, tanto dentro como fuera de Norteamérica para acabar con el “enemigo”. Una terminología militar que se concretó en enormes recursos para combatir el tráfico y consumo (se calcula que se han invertido más de 51.000 millones de dólares desde entonces), endurecer el código penal, y crear una agencia específica para luchar en contra, la Drug Enforcement Administration (DEA).
Un informe del Consorcio Internacional sobre Políticas de Drogas (IDPC), una coalición mundial de 170 organizaciones no gubernamentales que trabajan en problemas de las políticas de drogas, publicado en el 2018, insistió en el fracaso de la estrategia mundial cuando las Naciones Unidas pretendían erradicar el mercado ilegal de drogas para el próximo año. Se calcula que diez millones de personas han muerto por el consumo directo de estupefacientes. El 30% de la población reclusa en el mundo lo está por delitos relacionados con los estupefacientes. Las drogas han alimentado al crimen organizado y la corrupción, ocasionado decenas de miles de homicidios y crisis de salud pública.
Para entender que ha ocurrido en estos últimos años podemos leer La fiesta se acabó. Por qué siempre perderemos la guerra contra las drogas sintéticas del periodista Ben Westhoff , traducción de Juan Trejo (Temas de Hoy, 2021).
Frente a las drogas “clásicas” que proceden de una planta, como la heroína y la cocaína, se han venido desarrollando en estos últimos años nuevas drogas sintéticas elaboradas en laboratorios. Cuando estas son ilegalizadas, los químicos cambian alguna molécula, y devuelven el producto modificado al mercado, o se sigue fabricando de manera ilegal, como es el caso del Fentanilo.

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Este analgésico, que se encuentra en el epicentro de crisis de los opiáceos que se ha desarrollado en Estados Unidos, Canadá y algunos países de Europa del este y sudeste asiático, tuvo a su favor a las grandes empresas farmacéuticas que alentaron su consumo para cualquier tipo de molestia con una publicidad engañosa. Decían que el fentanilo, treinta veces más potente que la heroína, no causaba adicción.
Las grandes empresas farmacéuticas como Allergan, Teva y las cadenas de farmacias CVS y Walgreens animaron a los médicos a recetar pastillas y parches de fentanilo. El consumo legal fue frenado mediante un estricto control de las recetas y las grandes farmacéuticas, demandadas por Gobiernos locales y particulares, han llegado a acuerdos extrajudiciales para abonar cuantiosas indemnizaciones. Sólo las farmacéuticas Teva y Allergan y las cadenas de farmacias CVS y Walgreens deberán pagar un total 17.300 millones de dólares (16.082 millones de euros) en compensaciones según un acuerdo alcanzado el pasado 9 de junio.
La mayor parte del fentanilo que se vende en Estados Unidos entra desde México que es donde se procesan los elementos químicos que se sintetizan en China, y donde se cortan con productos impuros. Los cárteles mexicanos embolsan la droga y la envían al otro lado de la frontera. Cuando no pudieron conseguirlo mediante recetas, muchos adictos se dirigieron hacia el mercado ilegal en busca de su droga. Al ser más fuerte el Fentanilo que la heroína, resulta difícil calcular la dosis necesaria en el mercado ilegal, adulteraciones aparte, por lo que muchos adictos han muerto por sobredosis.
Los laboratorios no solo ofrecen fentanilo sino también variedades (llamado análogos) y otras nuevas sustancias psicoactivas (conocidas como NPS), como variaciones del éxtasis, drogas lisérgicas y cannabinoides sintéticos. Estos son compuestos químicos artificiales rociados en restos de plantas para poder fumarlos, o se venden como líquidos para vaporizarse como incienso.

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Todas estas drogas se ofrecen en la dark web, el internet profundo, y que es el supermercado esencial de las drogas en el siglo XXI. En un mundo donde todo se encuentra monitorizado, la dark web permite a los consumidores y traficantes llevar a cabo transacciones de forma anónima y rápida.
Muchos de estos traficantes de la dark web dicen no estar a favor de las drogas adictivas y defienden un uso seguro y responsable de las mismas. Otros potencian el efecto de lo que venden con otras sustancias o el fentanilo, que es barato. En su inmensa mayoría reciben estas nuevas sustancias de China a través de intermediarios. Y los que los fabrican consiguen los precursores químicos directamente desde China.
En muchas páginas de laboratorios químicos chinos que se anuncian en la web normal hay intermediarios que saben inglés y se ofrecen a presentarles al proveedor o incluso visitar los laboratorios. Como es lógico, el fabricante se atiende a la legislación china, mas lenta que la occidental. Cuando un producto es prohibido dejan de fabricarlo o crean un análogo y vuelta a empezar de nuevo. Y, como en todo el mundo, también hay laboratorios que siguen fabricando productos ilegales.
Como apunta Ben Westhoff en su libro, arreglar el problema resulta extremadamente complicado, ya que esta es una historia que va más allá de las drogas. “Es un tema político sobre el choque de las dos mayores superpotencias. Es una historia económica sobre el engaño de gigantescas compañías farmacéuticas. Es una historia sobre cómo la ciencia universitaria (los químicos que las fabrican) puede salir terriblemente malparada. Es una historia tecnológica. Una historia sobre el genio del marketing. Es una historia psicológica y filosófica sobre el cuerpo humano en conflicto con la mente humana.”

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El resultado final es que una guerra contra las drogas a la vieja usanza. Si ni siquiera pudo acabar con las “antiguas”, menos lo puede hacer con las nuevas drogas sintéticas.
En este nuevo escenario neurofarmacológico, son cada vez más los países que legalizan el consumo y la venta en pequeña escala de las drogas menos perjudiciales como la marihuana. Y en cuanto a otras drogas se fomentan políticas de reducción de riesgos, como puede ser análisis gratuitos de la sustancia, facilitar jeringuillas esterilizadas y espacios para inyectarse con médicos o enfermeros para prevenir sobredosis e incluso, para toxicómanos irredentos facilitarles la droga que deben inyectarse en estos locales habilitados.
Este tipo de políticas, aplicadas en Europa occidental, ha logrado disminuir la delincuencia asociada a las drogas y los muertos por sobredosis. En España, organizaciones como Energy control o Baluard en Barcelona han sido fundamentales en la política de reducción de riesgos.

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La reducción de los riesgos es la única respuesta posible de momento. Como explica Westhof, no basta con dar cursos en la escuela para no drogarse, como tampoco se puede encuadrar a todos los adictos en el sistema de salud o que se le dispense drogas atendidos por médicos. Pero tampoco se puede detener a todo consumidor o legalizar cualquier sustancia y facilitar su consumo que, de entrada y sin entrar en otras consideraciones, causarían una serie crisis en los sistemas de salud.
En la política de reducción de riesgos Estados Unidos está por detrás de Europa y esa es una de las causas de que haya un número tan elevado de muertos por sobredosis (medio millón en la crisis de los opiáceos). Y aunque se estabilizan a los pacientes internados y se les ofrece un tratamiento de desintoxicación de entre 3 y 6 días, luego se les da de alta. Como no hay seguimiento médico ni asistencias, la mayoría vuelven a reincidir salvo internarse en un centro privado que no está al alcance de cualquiera.
Poco a poco, hay pequeños resquicios de lucidez sobre un asunto que existe desde que el hombre pisa la tierra y que nunca se pudo resolver con medidas represivas, por muy duras que estas sean.