Foto de Ronald Grant
La interpretación de Sean Connery (1930-2020) como el agente secreto James Bond supuso un revitalizante para el cine inglés, además de hacer creer a un país en decadencia que era una potencia de primer orden. Pero mientras Bond convertía a Connery en el primer actor que cobraba más de un millón de dólares por película, el hombre siempre despreció las fantasías de un público que deseaba verle siempre como el agente 007.
Entretenida, documentada, e irónica, la biografía del fallecido Sean Connery de Christopher Bray es la vida de una estrella o lo que le puede suceder a un hombre cuando las imágenes que crea se apoderan de su vida. Y es un análisis de lo que significa estar impresionado por una estrella, un homenaje crítico a un icono secular que acaba de morir y ha dado forma a tantos sueños. En esta biografía hábilmente elaborada, Christopher Bray destierra las suposiciones y los rumores de biografías anteriores con habilidad aunque al haber sido publicada en el 2011 no entra en asuntos de su vida personal aireados en los últimos años sobre declaraciones que hizo justificando el maltrato a la mujer y que en los últimos años dijo que se habían sacado de su contexto.
Además de sus buenas actuaciones como agente secreto en siete películas de Bond, incluyendo Dr. No, From Russia With Love y Goldfinger, Sean Connery ganó un Oscar por Los Intocables y apareció en Indiana Jones and the Last Crusade, Highlander y The Rock. También protagonizó El hombre que pudo reinar, Asesinato en el Orient Express y Zardoz.
En cualquier caso, tienes que ser un buen biógrafo para resumir la vida de Sean Connery en menos de cuatrocientas páginas. Lo mas curioso fue que el espía inglés más famoso de la historia del cine era un nacionalista escocés que dijo: «No soy inglés, nunca lo he sido y nunca quiero serlo». Pero Sean Connery no era James Bond aunque interpretó ese papel siete veces. Pero le valió para forjar su imagen de hombre viril y seductor ofreciéndole sus cejas con acento circunflejo, su torso depilado y su majestuosa voz profunda.

La mujer de Connery, Micheline Roquebrune y él en el festival de cine de Bahamas, en 2009
Hijo de un camionero y una señora de la limpieza, Thomas «Sean» Connery nació el 25 de agosto de 1930 en Edimburgo. Dejó la escuela a la edad de quince años, se alistó en la Marina Británica y cuando se licenció tenía dos tatuajes: «Papá y Mamá» y «Escocia para siempre». Trabajó como albañil, repartidor, socorrista e incluso barnizador de ataúdes. Al mismo tiempo, cultivó sus dos pasiones: el teatro y el fútbol.
Jugador de fútbol de un talento indiscutible, Sean Connery fue alguien a tener en cuenta en el fútbol escocés. Jugó en la segunda división escocesa. Durante un partido contra un equipo local de Manchester, el joven Connery también llamó la atención del entrenador del Manchester United, que le ofreció un contrato de 25 libras por semana. Lo rechazó. «Quería aceptarlo porque me encantaba el fútbol -dijo-, pero me di cuenta de que un gran futbolista sólo podía ser lo suficientemente bueno hasta los 30 años, y yo ya tenía 23». Entonces decidió convertirse en actor.
Al principio tuvo que conformarse con pequeñas apariciones en series de televisión y obras de teatro. Finalmente en 1955 ganó unos minutos en Geordie y Terence Young, de Frank Launder, al que volvería a ver en Good Kisses from Russia, su segunda película como James Bond (1963). Consiguió su primer papel en la BBC en 1957 con l película para televisión Réquiem por Pesado, la historia de un prometedor boxeador. En 1961, Sean Connery se presentó a un concurso organizado por el London Express para encontrar al actor que interpretaría a James Bond, el agente creado por el escritor y ex espía Ian Flemming. Entre los seiscientos candidatos que se presentaban estaba David Niven, James Mason y Gary Grant. Pese al gran disgusto del propio Flemming, que al verlo dijo que «buscábamos al comandante Bond, no a un doble que ha crecido demasiado», Connery ganó el papel.
Sean Connery renunció a Bond en 1971 y su lugar fue ocupado por Roger Moore. Regresó por dinero en 1983 con la película Nunca digas jamás. En 1965, el escocés fue el intérprete de The Hill of the Lost Men de Sidney Lumet, que cuenta la historia del motín de unos soldados británicos internados en un campo militar disciplinario en Libia.

El hombre que pudo reinar. Connery con Michael Caine
En 1972, junto a Sidney Lumet trabajó en The Offense, donde interpretó a un investigador que persigue un violador de niñas. Tres años después, Connery filmará su obra maestra: El hombre que pudo reinar. Basada en un relato corto de Kipling, John Huston ofrece una tragicomedia épica que cuenta la historia de dos aventureros en la conquista de Kafiristán, un pequeño país cerca de Afganistán.
Sean Connery y Michael Caine ofrecen uno de los más hermosos dúos del séptimo arte. Un año después, el escocés probará un tándem completamente diferente en La Rosa y la Flecha de Richard Lester con la siempre magnífica Audrey Hepburn. Él es un Robin Hood envejecido que regresa de las Cruzadas. Ella Lady Marianne convertida en monja. La pareja ofrece una tierna interpretación que es a la vez divertida y melancólica.
A Connery le vemos cómodo en el William de Baskerville en El nombre de la Rosa (1986) de Jean-Jacques Annaud o como el Capitán Marko Ramius en A la caza de octubre rojo (1990) de John McTiernan. Sean Connery es también un magnífico actor secundario. ¿Quién no ha llorado cuando Jim Malone es ejecutado mientras resuena el Vesti La Giubba en Los Intocables (su único Oscar)? Tampoco podemos imaginarnos a Highlander (1986) sin Juan Sánchez Villa. Y si La última cruzada (1989) es la mejor obra de la serie de Indiana Jones, es porque actúa Sean Connery.
Desde que se retiró en el 2003 siempre cabía la esperanza secreta de que volviera. Porque merecía dejar el escenario de una manera diferente, pero sobre todo porque los gigantes del séptimo arte cada vez escasean más. Con la desaparición de Sean Connery se va la imagen de un actor caballeroso, viril y galante.