Escena de la serie «Ripley». Foto de Philippe Antonello
La novela negra se ha definido durante mucho tiempo por el convencionalismo. Se comete un crimen, se busca el culpable y se hace justicia. Junto a esta estructura tradicional, existe otra tendencia que podríamos definir como novela negra «no criminal». Estas novelas utilizan el crimen no para resolver misterios o defender certezas morales, sino para ahondar en la psicología humana, las cuestiones existenciales y las estructuras de la vida cotidiana. Escritores como Patricia Highsmith y Georges Simenon representaron dos figuras clave de este subgénero, y crearon obras en las que la atención se desvía a menudo del crimen en sí y se centra en las turbias complejidades del comportamiento humano.
A medida que la novela negra evolucionaba, reflejó también las cambiantes actitudes sociales sobre la moralidad, el género y hasta cierto punto el propio concepto del mal. También abrazó la dinámica de género al representar a mujeres criminales. Al leer a escritores como Highsmith y Simenon, y muchos contemporáneos nuestros, podemos empezar a responder a estas preguntas y trazar la evolución de la novela negra hacia nuevos territorios que invitan a la reflexión.
Las novelas de Patricia Highsmith son célebres por su tono oscuro e introspectivo y su complejidad psicológica. Lo que hace que la obra de Highsmith sea tan convincente -y lo que la sitúa en el ámbito de la novela negra «no criminal»- es su negativa a comprometerse con las nociones tradicionales de moralidad. Las historias de Highsmith rara vez se ocupan de la justicia, la caza de un criminal o la resolución moral de un crimen. En su lugar, se centra en la vida interior de sus personajes, cuyos deseos, miedos y defectos a menudo los llevan a cometer transgresiones.

Si leemos El talento de Mr. Ripley, veremos como Tom Ripley es un joven que se abre camino con diversos asesinatos hacia una vida de lujo. Lo sorprendente es que la narración nunca juzga a Ripley. Highsmith ni lo condena ni moraliza sus acciones. Al contrario, invita a comprenderle con su retorcido sentido de la lógica y la supervivencia. Entonces desaparece el concepto binario del bien y el mal, y nos ofrece un retrato complejo de un hombre cuyos crímenes son producto de la envidia, la ambición y un anhelo desesperado de ser aceptado.
Este enfoque en el «por qué» del crimen, más que en el «quién» o el «cómo», es lo que define el punto de vista de Highsmith. Para ella, el crimen no es un suceso que haya que resolver, sino una lente a través de la cual explorar la psicología humana y los trasfondos más oscuros de la sociedad. En su mundo, la justicia es irrelevante; lo que importa es la disonancia que perdura mucho después de que se haya cometido el crimen.
La melancolía de Georges Simenon
Georges Simenon, más conocido por su serie del inspector de policía Maigret, ocupa también un espacio liminal en el canon de la novela negra. Aunque las novelas de Maigret siguen las convenciones del género policíaco, a menudo se desvían de sus estructuras convencionales. Simenon se interesa menos por la mecánica de la resolución de crímenes y más por el mundo emocional y social de sus personajes. Sus novelas están impregnadas de un profundo sentido de la melancolía y de una aguda visión para los detalles de la vida humana.

A diferencia de las novelas de Highsmith, que se adentran en la ambigüedad moral, la obra de Simenon se caracteriza a menudo por una empatía silenciosa. En sus historias del inspector de policía Maigret no es una figura heroica que triunfa sobre el mal, sino un paciente observador de la fragilidad humana. La atención se centra menos en la resolución del crimen y más en las vidas de aquellos a los que afecta: las víctimas, los autores y los espectadores. La escritura de Simenon capta los pequeños detalles reveladores de la existencia cotidiana: el frío húmedo de una calle parisina, la tensión en la postura de un sospechoso, la silenciosa desesperación de un matrimonio fracasado.
En las novelas que no tratan de los casos a los que se enfrenta Maigret llevan este enfoque aún más lejos, despojándose de los adornos del género detectivesco para crear retratos profundamente psicológicos de gente corriente en circunstancias extraordinarias. En novelas como El hombre que veía pasar los trenes o La nieve estaba sucia, el crimen se convierte en un pretexto para explorar asuntos existenciales: la alienación, la identidad o la silenciosa brutalidad de las relaciones humanas. Al igual que Highsmith, Simenon utiliza el crimen como herramienta para examinar la condición humana, pero su tono suele ser más compasivo y sus personajes más trágicos que siniestros.
La ausencia de mujeres
Uno de los aspectos más intrigantes de la obra de Highsmith es la ausencia casi total de mujeres criminales. Sus protagonistas son casi siempre hombres, movidos por poderosos deseos y dispuestos a transgredir las normas sociales. Esto plantea una pregunta interesante: ¿por qué hay tan pocas mujeres criminales en las novelas de Highsmith? ¿Y qué nos dice esto sobre el género y la novela negra en general?

El hecho de que Highsmith se centre en hombres criminales puede reflejar su propia ambivalencia hacia los roles de género tradicionales. En su vida personal, la escritora norteamericana era una persona compleja, cuyas relaciones e identidad a menudo desafiaban las expectativas sociales. Sus protagonistas masculinos, con su terrible ambición y amoralidad, pueden verse como proyecciones de sus vivencias. En una sociedad que a menudo consideraba los deseos de las mujeres como secundarios o transgresores, los personajes femeninos de Highsmith rara vez encarnan el empuje arrollador que impulsa a los criminales del sexo contrario.
No es ajeno a todo ello el contexto histórico en el que escribió Highsmith. La novela policíaca de mediados del siglo XX estaba marcada por las normas de género, y las mujeres solían quedar relegadas a los papeles de víctimas, mujeres fatales o esposas obedientes. Es posible que la indiferencia de Highsmith por la moral tradicional fuese debido a su desinterés por desafiar estas normas. Para ella, eran los hombres los que encarnaban ese tipo de ambiciones y desafiaban la ley.
En cambio, la novela negra moderna ha visto un aumento considerable de mujeres criminales que desafían los arquetipos tradicionales. Se ha alcanzado la “igualdad de género” con personajes femeninos complejos, ambiciosos y moralmente ambiguos como sus homólogos masculinos. Mujeres que manipulan las expectativas sociales de feminidad para orquestar una venganza retorcida y brillante. Ya no son víctimas ni mujeres fatales que desafían las suposiciones de los lectores sobre la moralidad y el género, y que tampoco se definen por sus relaciones con los hombres, sino por sus propios deseos y capacidad de acción.
Esta evolución reflejas los cambios sociales ocurridos en las últimas décadas. Las criminales de hoy día, sean mujeres o hombres, suelen ser personajes multidimensionales, cuyas acciones se deben a una combinación de ambición personal, traumas y presiones sociales.
El concepto del mal
Sin embargo, junto a esa igualdad de género, se ha reforzado una tendencia tradicional del mal para que el lector pueda identificarse de una manera más fácil con los protagonistas de la ficción. No se ha cambiado tanto en la comprensión del mal a pesar de encontrarnos en un mundo cada vez más ambiguo.
En la obra de Highsmith y Simenon hay un rechazo de las nociones tradicionales del mal. El mal no es una fuerza externa que hay que vencer, sino una parte intrínseca de la experiencia humana. Esta perspectiva no es tan frecuente en la novela negra moderna, donde prevalece una moralidad en blanco y negro, de buenos y malos, que se aleja de una comprensión más matizada del comportamiento humano.
En la novela negra tradicional, el mal suele personificarse en la figura del villano -un Moriarty, un Hannibal Lecter- cuya derrota restablece el orden moral. En las obras de Highsmith y Simenon la línea que separa al villano del héroe es difusa. Personajes como Tom Ripley o Kees Popinga (El hombre que veía pasar los trenes) de Simenon no son monstruos, sino figuras profundamente humanas y llenas de defectos. Sus crímenes no son actos de pura maldad, sino el resultado de la desesperación, la envidia o la desesperación existencial.
Este cambio refleja un intento de entender la delincuencia como producto de factores estructurales y psicológicos, más que de fallos morales individuales. Patricia Highsmith y Georges Simenon allanaron el camino hacia este punto de vista más introspectivo y centrado en los personajes. A medida que el género vaya evolucionando, reflejará cada vez más las complejidades de un mundo que no es tan blanco o negro.
