La muerte de Dolores O’Riordan el pasado 15 de enero, cantante de la agrupación irlandesa The Cranberries, conmovió al mundo de la música y del entretenimiento. A sus 46 años, dejó un halo de amor eterno en sus canciones y un recuerdo imborrable, así como un vacío triste y el dolor de las muertes platónicas. Desde aquí, nuestro tributo.
SUGESTIÓN
a Dolores O’Riordan
Hay un malabarismo de lluvia en las nubes.
Dios sella un pacto funámbulo en la atmósfera
aunque nadie escuche la canción de la tormenta
cuando canta.
El amor que juramenta perdones
es el que amenaza inmisericorde;
alabastro translúcido que brilla blancura
de carbón y pena.
¿Cómo regresan las pequeñas cosas vivas
al fondo intangible de los cuerpos?
Así se confunde su voz en el coro
con el órgano de Ballybricken, en la iglesia.
Lo arrojado al pozo del alma
no es objeto perdido;
se queda allí, rojo y desnudo como lágrima
de fuego y aire.
Muere el instinto (alguna vez debía morir),
aunque los animales siguen alimentando
a sus crías, porque las corazonadas
son talento del hombre.
Luego cavilan si aquello profundo
es tan profundo como el amor.
¿Y si está cerca, no roza?
¿Y si acaricia, no lava?
El ejercicio del dolor en la melodía.
Ella tiene la piel llagada de odas de resurrección.
Dice al oído y allí está su arrullo,
una influencia que nubla el cielo
y aprisiona con la incertidumbre del silencio.
Si estás dispuesta a dormir, llama.