Hay dos escritoras en España, adscritas a la poesía y a cierta narrativa que desde luego no bebe en la polifonía propia de la novela, cuyo destino parece ser reinventar la vida y que tiende a diluir los géneros, poesía, narrativa, ensayo… en favor de un texto con vocación de abarcar todos, Chantal Maillard y Menchu Gutiérrez. Son dos registros muy distintos, como corresponde a la fuerte personalidad de las autoras, pero hay algo en común que está presente en cada uno de los textos que escriben y es la relación constante que establecen entre su yo y el mundo, otorgando una predilección especial a la fenomenología de las cosas, en un buscado extatismo que las acercaría a la especial sensibilidad oriental. No en vano el último libro de Chantal Maillard, Las venas del dragón, se conforma como un esclarecedor ensayo sobre el budismo.

De Menchu Gutiérrez (Madrid,1957) reseñé en su momento dos narraciones-ensayos suyos, Decir la nieve y Siete pasos más tarde, el primero sobre la blancura y lo que asociamos al cristal de agua; el segundo, sobre los modos de medir el tiempo. Ahora, con esta última, galardonada con el Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro de este año, La ventana inolvidable, que se presenta como un texto que trata de establecer la relación que tenemos con ese agujero que se permite la mirada para contemplar la ilusión del otro lado, la ventana, completamos cierta fenomenología de la misma. Como Alicia en A través del espejo, objeto con que la ventana mantiene unas relaciones estrechas, los personajes de una sola inicial del libro de Gutiérrez, mantienen una especial relación con las ventanas, no porque vean más y mejor que los otros a través de ellas sino porque atienden hasta la obsesión esa relación, lo que les hace especialmente sensibles.

Desde luego no todas las ventanas son objeto de cierto valor, las hay incluso  remisas y, como no, antipáticas: “ Existe otro alféizar interior, de belleza detestable, embaucadora, el escaparate del comercio, concebido desde su origen para captar la atención del paseante” pero en principio lo que mueve a la narradora al interés por la ventana es que, en el fondo, trata de los modos de rodear el tiempo, con ese afán de saber que está ahí y que su formulación es inasible, como le sucedía a San Agustín:   “Cuando mi familia vendió la antigua casa en que transcurrió mi infancia, antes de que fuese abandonada para ser finalmente demolida, pedí a mi madre que guardara para mí una de las rejas de las ventanas geminadas de la torre. No creo que se tratase de un fetiche, pienso más bien que la pequeña estructura de hierro era en esencia una máquina del tiempo».

 

Menchu Gutierrez. Foto Esteban Cobo

 

Una máquina del tiempo con múltiples funciones, como aislarnos de esa intromisión detestable, el ruido: “Entonces, M. saca a Séneca de la biblioteca, como si marcara un número de teléfono con muchas cifras, y busca la epístola a Lucilio en la que el filósofo exhorta a su pupilo a superar el efecto negativo que los ruidos y voces pueden ejercer sobre la concentración y el estudio”  

A veces las ventanas abiertas son sólo eso, ventanas abiertas de donde salen sonidos, sobre todo a mitad de una noche de verano: “Pero yo no me resisto a participar en el juego prohibido de poner las palabras que faltan, como piezas de un puzzle sonoro que alguien quisiera guardar bajo llave” Esas palabras que faltan se resuelven en lo narrativo, del que el libro está lleno y cuyos protagonistas se conocen por su letra inicial: “ A M. le gusta crear metáforas y le disgusta destruirlas, pero las metáforas del cuerpo de la casa comienzan a multiplicarse peligrosamente cuando, además de ojos, de oídos y de narices, empieza a ver las ventanas como radiografías del organismo de la casa”… “El patio del colegio de S. estaba casi enfrente de su casa. Por poco que aguzara la vista , desde la ventana del salón, su madre podía verlo  correr o deambular con él con otros niños”… “Recuerdo también la ventana que se   abría en el comedor de la casa de R.”… las pantallas, evidentemente, también son ventanas, como la pantalla del ordenador donde se está escribiendo esta reseña o la pantalla del ordenador donde se ha escrito el libro objeto de la misma, el libro de Menchu Gutiérrez… el final del libro corresponde a apagar la pantalla del ordenador: “ D. apaga el ordenador y ve cómo se va haciendo de noche en la ventana de la pantalla por la que hace solo un momento entraba en el espacio de la felicidad”… “Pliego la pantalla del ordenador sobre el teclado y miro por la ventana”

La ventana, evidentemente, sigue su curso una vez acabado el libro, un libro hermoso, lleno de hallazgos que se descubren a través de las mismas, generadoras de mundos… narrativa, fenomenología, canto, se unen así para ofrecer de qué modo peculiar se descubre el mundo.

 

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