Robert Mapplethorpe. Jacinto, 1987
Hablar de Robert Mapplethorpe (Nueva York 1946 – New England 1989) es hablar de la belleza llevada al límite. Su arte tiene la elegancia que se encuentra con el peligro, donde el cuerpo se convierte tanto en escultura como en herida. Su visión no se conformaba con la moderación. Lo quería todo: cada textura, cada tensión, cada destello de piel capturado con la luz exacta que lo haría eterno.

Pájaro de Paraíso, 1979
Mapplethorpe dijo una vez que quería que sus fotografías fueran «tan perfectas como las esculturas de Miguel Ángel». Pero la perfección que perseguía era la perfección de la carne, del riesgo, del deseo mantenido lo suficiente como para convertirse en mito. Sus sujetos —ya sea la curva de la espalda de un hombre, la boca abierta de una cala o el destello de una cadena de plata— quedan atrapados en una extraña quietud, una especie de pausa divina entre el éxtasis y el control. Son imágenes de anhelo purificadas por la forma.

Autorretrato 1980 Robert Mapplethorpe. National Galleries of Scotland
Llamarlo excesivo no es un juicio, sino una descripción de su hambre. Quería demasiada belleza, demasiada verdad, demasiada libertad. Quería ver qué pasaba cuando se despojaba al cuerpo de la vergüenza y se revelaba como arquitectura. Su estudio era una capilla del control —medidores de luz, fondos, simetría, silencio— y dentro de ese templo del orden, invitaba al caos. Los cuerpos que fotografiaba no estaban simplemente desnudos, estaban revelados. Su poder era el valor de la exposición.

Lindsay Key 1985 Robert Mapplethorpe 1946-1989
Su exceso comenzaba con el cuerpo, pero no terminaba ahí. Recorría cada fibra de su visión: la forma en que exigía claridad, la forma en que sus copias brillaban como el acero, la forma en que buscaba la precisión como si fuera un acto moral. Hay algo monástico en su disciplina, algo obsesivo y puro. Incluso cuando fotografiaba una simple flor, la abordaba como si fuera una ofrenda. El tallo del tulipán se convertía en una línea de tensión; el pétalo, en un suspiro de carne. Sus flores no son inocentes: se inclinan, se abren, se rinden. Tienen el mismo pulso que sus retratos, la misma violencia susurrada.

Brian Ridley and Lyle Heeter 1979 Robert Mapplethorpe National Galleries of Scotland
Contemplar la obra de Mapplethorpe es ver la contradicción convertida en belleza. Encontró elegancia en lo prohibido y santidad en lo que otros llamaban profano. Los hombres de su serie S&M —atados, enmascarados, luminosos bajo la luz del estudio— no se presentan como víctimas o espectáculos, sino como iconos. Su vulnerabilidad es fuerza; su exposición, dignidad. En un mundo aterrorizado por sus propios deseos, el exceso de Mapplethorpe fue una revelación. Insistió en que lo que la sociedad oculta puede ser precisamente lo que revela sus verdades más profundas.

Doris Saatchi 1983 Robert Mapplethorpe The National Galleries of Scotland

Iggy Pop 1981 Robert Mapplethorpe The National Galleries of Scotland

Francesco Clemente 1982 Robert Mapplethorpe The National Galleries of Scotland

Louise Bourgeois 1982, Robert Mapplethorpe The National Galleries of Scotland

William Burroughs 1980 Robert Mapplethorpe The National Galleries of Scotland

Marianne Faithfull 1976, Robert Mapplethorpe the National Galleries of Scotland

Patti Smith 1976 Robert Mapplethorpe The National Galleries of Scotland

Truman Capote 1981 Robert Mapplethorpe Tthe National Galleries of Scotland

Self Portrait 1988 Robert Mapplethorpe 1946-1989 Tate and National Galleries of Scotland

							
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			
			