José Bretón
Libros cancelados
Tras la autocancelación por parte de Anagrama del libro sobre José Bretón, por el que han corrido tantos ríos de tinta que uno se pregunta por qué no la difusión de la obra y sí de las mil opiniones al respecto, las siete mil noticias y los seiscientos mil tuits, debemos recordar otros proyectos literarios que no vieron la luz o por asuntos legales o por quejíos profundos del pueblo fuenteovejuno. Por ejemplo, y gracias al integrismo, Los versos satánicos de Salman Rushdie siguen sin poder publicarse en la práctica totalidad de los países musulmanes cuando en Occidente se ha atacado a alguno de sus traductores y editores, y cuando al propio autor lo dejaron en la UCI y sin uno de sus ojos durante una ponencia. ¿Y las razones de algunos a esa persecución? Pues que ese libro trata de forma satírica el Islam y Mahoma. Pero otros libros también sufrieron el acoso sin adentrarse en asuntos religiosos. Por ejemplo, El Diario de Anna Frank , niña judía perseguida por el nazismo, fue censurado por su propio padre que trató de eliminar historias que tenían que ver con el sexo además de descripciones sobre la madre de Anna que no gustaron a su padre. El Mein Kampf de Adolf Hitler, que en su día y hasta la llegada al poder del sanguinario líder alemán fue un absoluto éxito de ventas, fue prohibido por su dueño, el gobierno del Estado de Baviera, hasta que con la extinción de los derechos, en 2019, volvió a publicarse con un sorprendente éxito de ventas. Incluso La Colmena, de nuestro Nobel de Literatura Camilo José Cela, tuvo inicialmente que publicarse en Argentina ante las reticencias del franquismo, que tras estudiarlo demostró que sus páginas estaban repletas de sexo explícito. Incluso la obra maestra Lolita de Vladimir Nabokov tuvo serios problemas para ser publicada. Y aunque entre sus páginas la excelsa prosa persista, además de la crítica a la sociedad autocomplaciente y la falsa moral, el hecho de que la novela trate la atracción de un señor adulto con su hijastra de doce años, provocó muchas dificultades para el que el libro pudiera ser impreso y distribuido. Hemos evitado hoy hablar de todos aquellos libros que los gobiernos, esencialmente dictatoriales, censuraron. Porque eso merecería otra sección.

Ana Frank, Ámsterdam, mayo de 1937. © Anne Frank Fonds, Basel
Las segundas partes: secuelas
Arte complejo aquel de repetir, en mayor o menor medida, lo que se demostró un éxito en primera instancia. En el cine es más habitual. E incluso llegan a alcanzar quintas y sextas partes, que se convierten en sagas, como lo fueron Torrente o Rocky. Pero en literatura, que también las hay, son menos las opciones donde el autor decidió que aquel proyecto inicial que tuvo salida comercial merecía un hermano gemelo; un acto de continuidad. En la actualidad, nos topamos con las mastodónticas –y notables– novelas de Juan Manuel de Prada amparadas bajo el título Mil ojos esconde la noche, que en su primer tomo se hace llamar La ciudad sin luz , cuando la segunda, que acaba de ver la luz, se titula Cárcel de tinieblas. Incluso el glorioso y universal Don Quijote de La Mancha, en sus orígenes, fueron dos libros separados que hoy son sólo uno. En 1605 se publicó El ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha cuando exactamente una década después le llegó el turno a El ingenioso caballero Don Quijote de La Mancha. Pero existen más dilogías. Por ejemplo, mi favorita, firmada por el genio pensador Carl Gustav Jung sobre la obra más emblemática de Friedrich Nietzsche y que lleva por título El Zaratustra de Nietzsche, volumen I y II. Sea como fuere, en literatura no es tan habitual que los autores cumplan sus sueños en dos volúmenes.

Carl Gustav Jung en su estudio
Literatura china
China, nación milenaria que opta a dominar el mundo tras siglos de poder estadounidense, y aunque con evidente censura, también ha dado a la historia de la literatura obras de renombre. Diríamos, como ocurre en la inmensa mayoría de Asia, y sobre todo en el Asia Oriental, que la literatura casi nunca ha sido el pan nuestro de cada día en unos países donde la inmediata pocas veces ha tenido –o tiene– que ver con escribir y leer libros. De todas formas, existen obras en mandarín que deberían leerse, sin ningún género de dudas. Y la primera que se me viene a la cabeza es la agradable descripción de la realidad china del siglo XVIII que tiene por título Sueño en el pabellón rojo. De todas formas, debemos asumir que si esa obra ha atravesado siglos de historia y diferentes dinastías, incluso superando la atroz dictadura de Mao Zedong, sólo ha podido ser porque su contenido, de una u otra forma, casaba con todo aquello que a China y sus diferentes gobiernos le interesaba. Porque de otra forma habría sido no sólo censurada sino desaparecida. Grandes pechos, amplias caderas, del Nobel de Literatura chino Mo Yan, sin ser sobresaliente es interesante. Sin embargo, El clan del Sorgo Rojo, bajo mi punto de vista, es la obra más exacta de la realidad china firmada por el mismo autor. Aunque yo, en realidad, me quede con Li Bai, un poeta brutal que debería leer todo el mundo. Eso sí, reconozcamos que la literatura en mandarín no está en su mejor momento por tres asuntos primordiales: la censura aprieta si te sales de los márgenes, los cuales y en no pocos casos, no son precisamente estrechos; el autor chino actual, mal que le pese, se ha occidentalizado, y no sólo en su forma de vida o poses ante la prensa, cuando un lector occidental que busca a un autor chino busca lo oriental, no historias californianas; y lo más importante, lo cual me aseguró la escritora china Sheng Keyi, con la que tuve una relación esporádica –las mejores–. Aquella noche, bajo el cielo contaminado de Pekín, me hizo la pregunta del siglo: “Y si no ganas dinero escribiendo, ¿por qué escribes?”. Aquello fue uno de los detonantes para salir corriendo. Hoy, quince libros después, les puedo asegurar que seguiré escribiendo, pase lo que pase. Porque escribir debería ser negocio pero nunca obligatoriamente.