I
Leo que Marea Editorial publica El mundo por delante, un libro de Calica Ferrer, amigo del Che Guevara, que comprende las aventuras juveniles de los dos compañeros recorriendo América Latina. La sinopsis del diario Clarín dice que el libro “pone la lupa en los eventos que constituyen personalidades”, considerando que en aquellos viajes, Guevara pudo ver de cerca los movimientos revolucionarios que estaban formándose y que lo inclinarían a dedicarse a la política y a la guerrilla.
Es aquella faceta iniciática la que reviste interés en varios autores. La evolución de un joven Ernesto al revolucionario Che y todos los pasajes intermedios.
En su cuaderno de viajes Guevara supo escribir que el que volvía a la Argentina no era él, era otro, que “ese vagar sin rumbo por nuestra “Mayúscula América” me ha cambiado más de lo que creí”. ¿De qué manera ese incipiente nómada estaba desarrollando una visión más amplia de la realidad? ¿Cómo fue que la experiencia de la pobreza y la injusticia en los países que visitó influyó en la formación de la conciencia social del hombre que años más tarde se comprometería con la lucha armada en Cuba?

II
Es correcto decir que Ernesto Guevara vivió mil vidas. La frase remanida suele atribuirse a la persona que de acuerdo a la cantidad de versiones que encarnó da la impresión de que no vivió ochenta años como cualquiera, sino varios siglos; que no fue unidad sino multiplicidad. De aspectos, de atributos, de vicios, de luchas, de contradicciones, de vivencias, de experiencias, de anécdotas, de mundo.
Maradona es el primer ejemplo del hombre con una historia inabarcable. Una serie de imágenes icónicas lo narran fácilmente: el Pelusa; el crack; el que fuma habanos en el palco de La Bombonera; el descontrolado; el que lucha contra el poder de la FIFA, del Vaticano o de la Italia rica; al que le cortaron las piernas; el padre; el campeón. Todas ellas confluyen en el símbolo total que se dibuja en banderas y remeras.
Análogamente, la figura del Che. Compleja, múltiple, cambiante. El pibe asmático que jugaba al rugby, el que se subió a una Norton 500cc. para descubrir el mundo, el médico, el periodista, el comunista. Todos ellos dirigiéndose al Che definitivo de barba y boina con estrella, en los omóplatos y bíceps donde está tatuada aquella mirada que ve más allá, pensando en la revolución.

Diego Armando Maradona
III
El joven de El mundo por delante es parecido al que se describe en la película Diarios de motocicleta, uno que se adentra al corazón de América, ese continente que late con ritmo ancestral y que se desangra muchas veces con el progreso, para descubrir los secretos de la tierra y de sí mismo.
Vuelvo a ver la película. El guion se esfuerza por mostrar la veracidad de aquellas palabras de Miguel Ángel, “La escultura ya estaba dentro de la piedra. Yo, únicamente, he debido eliminar el mármol que le sobraba”. Al principio, hay un bloque de mármol sin forma, sin dirección, pero con un potencial enorme. Las experiencias que Guevara vive en su odisea latinoamericana van eliminando capas superficiales y revelando su vocación. Los campesinos expulsados por latifundistas en Chile, los quechuas iletrados en Cuzco, eran como el golpe del cincel. El Che ya estaba dentro de Ernesto.
El viaje en motocicleta fue una experiencia de transformación y aprendizaje. La libertad de la carretera, la belleza del paisaje y la diversidad de personas que conoció en el camino lo llevaron a cuestionarse sus creencias y a reforzar otras (su familia era de la clase alta y su madre pertenecía a una familia de grandes estancieros bonaerenses pero a su vez de ideales progresistas), a descubrir el alma de los pueblos. Esa esencia la encontró en una colonia de leprosos en la selva amazónica, en la precariedad de los mineros en las Minas de Chuquicamata, en los campesinos pobres, en la sonrisa de los niños huérfanos y en la dignidad de los ancianos. ¿En qué momento (en qué lugar) dejo atrás su identidad burguesa y adoptó su nueva identidad revolucionaria?

Mujeres en el leprosorio de Loreto, en Perú, 1960. Foto del diario limeño El Comercio
IV
En la literatura, hay muchos ejemplos de viajes iluminadores. En Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline, el protagonista deambula por Europa y descubre la miseria y la desesperación de la humanidad como médico rural de campesinos desdichados o trabajando en las colonias francesas en África. En En el caminode Kerouac, los protagonistas viajan por Estados Unidos y comprueban la libertad de la carretera, la amistad, el amor y las experiencias místicas que definieron a la Generación beat. En El viejo expreso de la Patagonia, Paul Theroux descubre la riqueza cultural de América Latina y la traduce con calidez poética (dice de su paso por Guatemala: “La brisa purificó los coches y, entre los árboles, sobre el resplandor del pueblo, vislumbramos el cielo, una puesta de sol que, quinientos años atrás, había sido contemplada por un poeta azteca”).
En el caso del Che, su viaje lo llevó a pensar que ciertas luchas requieren menos de caridad o asistencia que de justicia y dignidad.
En qué momento o en qué lugar entendió las diferencias y el sufrimiento ni el libro ni la película ni sus diarios lo especifican. Pero hay una teoría. En el leprosario de San Pablo a orillas del río Amazonas se encontró con esa enfermedad que consume cuerpo y alma, que causa daños en la superficie pero también en lo profundo, que contagia y desespera, y quizás, sólo quizás, la entendió como una metáfora de la enfermedad social que aquejaba a América Latina.

Alberto Granado y Ernesto Guevara cruzan el Amazonas durante su viaje por América Latina en 1952
