Ezra Pound visita la tumba de James Joyce en Ginebra en 1967
Leemos por ocio, aprendizaje, trabajo, incluso por obligación o creer que no tenemos algo mejor que hacer. Al leer el último libro del escritor y crítico Juan Ángel Juristo Libros soñados seguido de Travesías de tinta (Confluencias, 2024) compruebo que también existen quienes leen para explicarse el mundo. Juristo invoca como coartada de esta tribu la idea que aparece en la ‘Divina Comedia’, de Dante, de que el Universo es un libro desencuadernado que es necesario encuadernar de nuevo. Él lo hace en estos relatos dedicados a varios libros que han sido importantes en su vida por distintas razones.
Su obsesión, que no pasión, porque Juristo es un autor más sentimental que romántico, es el Ulises de James Joyce. Una obsesión que como escribe en el primer relato del libro, titulado “Ulises”, nació de cuando regresaba del Instituto en que estudiaba Preuniversitario, en Madrid y acompañado de otro amigo y futuro escritor Gonzalo Hidalgo Bayal. Tenían por costumbre detenerse en la Cuesta de Moyano, tradicional lugar de venta de libros usados donde hojeaban y, a veces compraban un volumen, en especial en un puesto de un librero que, vista su afición, les regalaba algún que otro libro.
Fue allí donde descubrió la portada blanca con un reloj del Ulises de James Joyce que entreabrió y leyó frases sueltas. Poco a poco el libro se convirtió en una obsesión. Como el precio era prohibitivo, decidió robarlo, algo que hizo días después con la ayuda de su amigo que distrajo al librero. El amigo, celoso de la posesión de Juristo se llevó otro por las bravas, o sea sin tanto artificio y a la carrera ante la sorpresa del librero. Juristo poco podía entender del Ulises a esos años, pero cualquier obsesión nos marca un territorio, como si fuese una cerca con la que se intenta cerrar un campo abierto, tarea que pronto se descubre imposible. La ventaja de la obsesión es que marca un camino.
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El de Juristo no es un caso único. Una persona de edad parecida hizo lo mismo con un libro distinto en la estación central de Filadelfia. Una chica que entonces tenía dieciséis años, atraída per la portada del libro Iluminaciones de Arthur Rimbaud, expuesto en un quiosco librería y sin tener ni idea del poeta francés, se lo pensó menos que Juristo. Agarró el libro en un descuido del tendero y se lo metió en el bolsillo de la gabardina.
Patti Smith, futura cantante y hoy poetisa, entre otras muchas cosas más, fue la autora de esta acción que cuenta en su libro “Éramos unos niños”. Allí nació su gran amor por el poeta francés que la llevó, años después, y cuando todavía no era conocida, a visitar la tumba del poeta, su casa museo y todo lo relacionado con Rimbaud. Desconozco si Juristo ha hecho el Bloomsdayque se celebra todos los años en Dublín en honor de Leopold Bloom, el personaje principal de Ulises o visitado otros lugares joyceanos en las distintas ciudades en las que el escritor irlandés vivió. Patti Smith fue de vida algo rimbaudiana en su juventud para luego serenarse con una sobredosis de marido e hijos. (Sospecho que en el 2024 deben contarse con los dedos de una mano los jóvenes que sienten este tipo de obsesiones librescas).
Del afán joyciano de Juristo queda como testigo en este libro el relato ‘La comedia del velatorio de Finnegans’, un diálogo entre Joyce y Dante sobre sus afinidades y que viene a ser el esqueleto que sostiene el resto de los relatos desde un punto de vista narrativo. Pero no conviene equivocarse. En los relatos, muy bien escritos, se entremezclan realidades vividas y soñadas, literarias o no. De las primeras esbozamos una sonrisa antes ciertas situaciones como la visita del escritor alemán Ernst Jünger a España, años atrás, con motivo de la concesión de distintos honores académicos o la entrega del premio Nobel de Literatura a Camilo José Cela, que Juristo denomina “El Gran encuentro” en Estocolmo.

Juan Ángel Juristo
De las segundas tenemos asuntos más reales como a la bailora Lola Flores bajándose de un Mercedes en un poblado de las afueras de Madrid en el que busca a su hijo, el cantante Antonio Flores que iba allí a comprar heroína. El narrador vivía cerca y celebraba veladas y encuentros con novia y amigos mientras soñaban con viajar a Nueva York con el dinero de una traducción que les iban a pagar. No por nada el relato se llama América y representa al libro de Kafka. La Nueva York que se retrata coindice con el análisis kafkiano del Nuevo Mundo.
Hay siempre en estos relatos otra realidad que viene a ser la otra cara de la moneda. Una promesa incumplida, un sueño inacabado, donde lo único que se mantiene incólume es el gran libro que encuaderna a los demás. En los dos relatos del final de Travesías de tinta y que también son unas remembranzas de vacaciones infantiles y familiares, el narrador se escapa de la realidad que le rodea (familiar, social..) no sólo a través de los libros, sino de las películas que no ha visto pero desarrolla en su imaginación y cuenta a sus amigos. Si los mejores sueños con los crecen con nosotros en nuestra infancia, Juristo nos lo recuerda de nuevo en este libro de relatos.

Foto de Ralph Gibson