
Los tres violines. Ceesepe
El otro día murió un amigo. La última vez que le vi fue hace año y medio, más o menos, y como siempre que nos encontrábamos, era de noche. Hay amigos y amigas para la mañana, la tarde y la noche, como los hay de seguido y de tiempo en tiempo. A lo mejor el plazo del reencuentro se alarga, pero cuando se pone de nuevo la pelota en el terreno de juego se vuelve al mismo punto de siempre. En este caso, copas, humo, bares. Conversaciones y risas. Que nos recuerdan otras noches de tiempos lejanos en bares y casas con la ceniza caída en el suelo o la ropa. Noches donde se escuchaba una música que hoy trae consigo el eco de de la noche en que nos conocimos gracias a una amiga común. Siempre hay una mujer que une dos conversaciones. La última noche que me lo encontré no me dijo nada, pero la enfermedad ya estaba dentro de él. Era un pintor al que no le gustaba demasiado lo que rodeaba su oficio y poco propenso a dejarse encasillar. Hablaba con un tono de voz que era un susurro, como si no deseara llamar la atención, y perdía su timidez con el alcohol. Se llamaba Carlos Sánchez Pérez (Ceesepe). Tenía 60 años. Alguien que vivió lo que muchos vivieron después y que fue reubicado en movidas varias como si nada hubiese pasado antes de aquellos movimientos de los ochenta. Pero no seré yo quien explique quien fue Ceesepe, el amigo al que la última vez que le vi fue a la puerta de un bar, copa en mano, con un cigarrillo en la boca y el habla suave. Seguía teniendo los ojos abiertos y sorprendidos a pesar de que ya pocas sorpresas cabían en ellos. Para celebrarlo, una vez que acabó el cigarrillo entramos dentro del bar y tomamos otras copas pero se calló que estaba condenado como lo estamos todos. Mas allá de sus cuadros y dibujos, ilustraciones, tebeos, carteles de películas, y tantas otras cosas que hablan de su valía me queda con el recuerdo de la noche que le conocí, la amiga que nos presentó, y un piso desvencijado. Sentados en sofás inválidos, se escuchaba una música que hoy es semiclásica y la ceniza caía al suelo sin darnos cuenta mientras el sol se levantaba despacio. Por eso fui pronto por la mañana a despedirle antes de que emprendiese el largo viaje. Hay amigos y amigas que son para la noche y acaban siendo de la mañana. No sabía bien qué hacer, pero como soy hombre cumplido, recé por él y por ella y para que no se pierdan esos encuentros a altas horas de la noche en casas (ya no se puede fumar en los espacios públicos) que dejan marcas de cigarrillos en los muebles y ceniza en el suelo.

Ceesepe. Ouka Lele, 1984