Juan Negrín interviene en la Sociedad de Nacione en Ginebra en 1937

 

A mediados de mayo, la sede parisina del Instituto Cervantes inauguró «La biblioteca errante», una exposición sobre la colección personal de Juan Negrín (1892-1956), (…)el último presidente de la Segunda República Española. Esta muestra “histórica”, como la califican el director de la institución, Juan Manuel Bonet, y el profesor de la Universidad de Valencia, Salvador Albiñana, es la excusa para que el gran experto en las vanguardias españolas nos dedique este artículo.
Lo he escrito a propósito de otros, y lo vuelvo a repetir ahora: difícil mejor retrato de alguien que un inventario de su biblioteca… en el caso de que esta se conserve; o aunque no se conserve, exista inventario de la misma. Algo de esto me comentaba Michel Lefebvre-Peña, una de las pocas personas a las cuales he tenido al tanto de nuestras pesquisas –las mías propias, y las de Salvador Albiñana, con la inestimable ayuda de David del Río– en la biblioteca de Juan Negrín, un pedazo de historia de España, unas reliquias que felizmente se han conservado por devoción familiar, y salen ahora a la luz por vez primera.
Retrato en el cual por mi parte además de en lo obvio, me he fijado en lo que no lo es tanto, en facetas nuevas de la personalidad del que fuera su ilustre propietario que estos pecios permiten sacar a la luz.
En el corazón del XVIème, a no mucha distancia de donde estuvieron las moradas de Isabel II y de Carlos VII, y de la parroquia española, y del Colegio Español Federico García Lorca de la rue de la Pompe, y de la que fuera sede del PCE, en un bloque de apartamentos de comienzos del siglo XX de la avenue Henri Martin una placa nos recuerda que ahí vivió y murió Juan Negrín, el último presidente del gobierno de la Segunda República. Amorosamente conservada ahí durante más de cinco décadas gracias a la referida devoción familiar, su biblioteca emerge ahora, gracias al trabajo conjunto del Instituto que dirijo, y de la fundación que en su tierra natal grancanaria vela por su memoria. Fundación que, dentro de un espíritu de reconciliación nacional, cuenta con el respaldo unánime de los partidos políticos del archipiélago.
Salvador Albiñana cuenta en su texto los avatares de la o las bibliotecas de Negrín. Por mi parte propongo al lector una suerte de paseo por sus recovecos, unas fichas impresionistas, en su mayoría de publicaciones que enseñamos, aunque también se hará referencia a alguna finalmente descartada por razones de espacio. Aunque el excelente criterio de Antoni Domenech ha sido colocar las reproducciones de los libros, revistas y demás impresos en orden estrictamente cronológico, el mío a la hora de conducir este paseo ha sido el establecer ciertas familias, ciertas zonas, que corresponden a otros tantos aspectos de la figura, más poliédrica de lo que parecería a primera vista, que se trata de evocar.
Una buena pieza para empezar el recorrido puede ser una de las más antiguas, el tomo encuadernado con varios números de la gran revista satírica L’Assiette au Beurre, en la que colaboraron tantos nombres de la entonces naciente vanguardia con epicentro en París. Abrimos el volumen por la portada del monográfico Les petits métiers (1902), del genial Francisco Sancha, un noventayochista sobre cuya vida y obra lo sabemos casi todo desde la reciente exposición que le ha dedicado el museo ABC de Madrid, comisariada por Felipe Hernández Cava. Sancha fue un gran cronista tanto de París como del Madrid castizo, y un eficaz caricaturista antialemán durante la Primera Guerra Mundial. Colaboró tanto en la prensa socialista como en ABC y Blanco y Negro, y fallecería en un Oviedo recién ocupado por los franquistas, y tras un paso por sus cárceles, que le sería fatal.
De Juan Ramón Jiménez, en la que fuera biblioteca de Negrín se conservan Laberinto (1913) y Sonetos espirituales (1917). El poeta central de nuestro modernismo, gran adelantado además de nuestra tipografía, fue el responsable, con Alberto Jiménez Fraud, de las ediciones de la Residencia de Estudiantes, aquí representadas por un título del físico Blas Cabrera, amigo y paisano del político socialista.

 

Con Aldea ilusoria (1907), de Gregorio Martínez Sierra, con ilustraciones de Laura Albéniz, la hija del compositor –y próxima por cierto a Néstor, un paisano y amigo de Negrín, al cual se hará luego referencia-, seguimos cerca del “cansado de su nombre”, ya que el matrimonio compuesto por María Lejárraga –hoy sabemos que la auténtica escritora de este singular tándem- y por Martínez Sierra compartió muchos afanes durante los primeras décadas del siglo.
Nada tiene de extraña la presencia en la biblioteca de varios títulos, todos ellos con las habituales características tipográficas de sus publicaciones, de un simbolismo abigarrado y arcaizante, de Ramón del Valle-Inclán, escritor muy presente en revistas muy leídas por la generación a la cual pertenece Negrín, y estoy pensando sobre todo en España, y en La Pluma. No encontramos aquí ningún número de estas últimas, aunque sí está presente el crítico de arte de la primera y futuro director del Museo de Arte Moderno de Madrid con la República, el vasco Juan de la Encina (seudónimo de Ricardo Gutiérrez Abascal), con dos títulos, ambos dedicados, el primero su muy difundido Crítica al margen (1924, aunque se subtitula “Primera serie”, no hubo segunda), editado por Calpe, y el segundo una separata valenciana sobre El pueblo en la obra de Goya (1937), un Goya por cierto muy reivindicado por la intelectualidad y por los artistas de la España republicana en guerra, y a este respecto hay que recordar el paralelismo siempre hecho por la propaganda republicana entre la guerra de Independencia, y la guerra civil, patente por ejemplo en la cubierta anónima –pero buenísima, y ciertamente de sabor goyesco- de un folleto de la segunda titulado Canciones de guerra 1812 1938, y aquí presente.
Más pinceladas epocales: títulos, más de uno dedicado, de Ramón Pérez de Ayala; del exlibrista catalán Josep Triadó; de Alexandre de Riquer, otro grande del moderrnisme catalán; de un Jacinto Grau que les daba a sus libros –así El Conde Alarcos (1917), con cubierta y viñetas del tardosimbolista Manuel Bujados, o La redención de Judas (1920), con cubierta de Ángel Vivanco– un aire muy dannunziano; de Julio Camba; de Manuel Ciges Aparicio, futuro gobernador civil republicano y que sería fusilado por los rebeldes en Ávila, su último destino después de Palma de Mallorca y Santander; del venezolano madrileñizado Rufino Blanco-Fombona (su diario, por cierto que interesantísimo, y con cubierta del portugués –entonces también madrileñizado- Almada Negreiros), que durante el período republicano también ocuparía el mismo cargo que Ciges, en su caso en Almería y Pamplona; de Fernando González, poeta grancanario amigo, y amigo allá de Tomás Morales y Alonso Quesada y Saulo Torón, y, ya en la península, de Max Aub, que tanta referencia haría a él en su diario del retorno…
Fernando González nos lleva al ya citado Néstor, del cual nos encontramos con unas láminas de 1913, que no sabemos ubicar muy bien dentro de su producción, aunque dan una idea del talento del fantástico pintor y escenógrafo simbolista, con museo hoy en Las Palmas de Gran Canaria, su ciudad natal, y la de Negrín. Néstor, que entre 1929 y 1934 residió en París, precisamente en este barrio del XVIème, concretamente en un domicilio, compartido con el compositor Gustavo Durán, en la avenue Wion-Witcomb, próxima al bois de Boulogne, y a apenas más de un kilómetro del que sería domicilio de Negrín. (También residía en el barrio Federico Beltrán Massés, otro pintor amigo de Néstor).
Néstor Martín Fernández de la Torre

 

La presencia de El médico rural (1912), de Felipe Trigo, con su rotunda cubierta del valenciano Fernando Marco –uno de los grandes ilustradores de nuestro modernismo, presente en Blanco y Negro y otras revistas, y eficacísimo portadista de Renacimiento-, nos permite evocar al Juan Negrín médico. Obviamente no ha retenido demasiado nuestra atención la bibliografía específica de su disciplina, abundantemente representada –nos llaman la atención un par de publicaciones sobre Santiago Ramón y Cajal, una de ellas a cargo de exiliados en México, entre ellos amigos y colegas de Negrín como Manuel Márquez y José Puche-, pero sí algunas presencias laterales de la misma, como esta, vía una novela naturalista autobiográfica.
En relación con el mismo ciclo histórico, y concretamente con el universo del simbolismo, no faltan aquí las referencias foráneas, como por ejemplo el tomo de los cuentos de Andersen ilustrados por el inglés y brillante Edmond Dulac, o como la encuesta del francés Henri Nocq –bellísima su cubierta con cactus simbolistas, obra del propio Nocq- Tendances nouvelles: Enquête sur l’évolution des industries d’art (1896), prologada por Gustave Geffroy y editada por Henri Floury.
Una de las primeras obras realmente importantes del recorrido es un ejemplar del libro con el cual arranca la obra poética de Pedro Salinas: Presagios, editado por Juan Ramón en su emblemática y pulquérrima colección “Índice”, emanación tardía (1923) de la revista de mismo nombre, fundada dos años antes. Ejemplar con una muy elocuente dedicatoria: “A Juan Negrín, diminuto en nombre, positivo en ciencia, aumentativo en bondad corpórea, su doliente amigo Pedro Salinas”.
La bellísima y atormentadísima y misteriosísima Teresa Wilms, narradora chilena que firmaba entonces Teresa de la Cruz o más bien “Teresa de la +”, y que terminaría suicidándose en el París de 1921, fue una de las estrellas fugaces más fascinantes del mundo madrileño de finales de la década anterior. Se relacionaron con ella sus compatriotas Vicente Huidobro y Joaquín Edwards Bello, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, y entre los españoles Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Anselmo Miguel Nieto, Julio Romero de Torres, Valle-Inclán, Guillermo de Torre y otros de los ultraístas. La representa aquí Cuentos para hombres que todavía son niños, un libro porteño de 1919, con dedicatoria a Negrín.
Desde que la conozco me emociona la mínima plaquette póstuma en la cual sus amigos recopilaron, en 1924, la brevísima obra en verso del poeta ultraísta cántabro José de Ciria y Escalante. Por error, junto a sus versos originales, compareció una composición traducida por él, nada menos que de alguien tan central en las letras modernas como Guillaume Apollinaire. La emoción de uno tiene que ver sobre todo con la página en la cual figuran los nombres de todos y cada uno de los que hicieron posible la edición. Mapa de una España “posible e imposible”, por decirlo juanramonianamente. Mapa en el cual está Negrín, pero están también, y perdón por lo largo de la referencia, Manuel Abril, Valentín Andrés Álvarez, Luis Araquistain, Max Aub, Manuel Azaña, Azorín, Bergamín, Buñuel, José María de Cossío, Pancho Cossío, Enrique Díez-Canedo, Juan de la Encina, Melchor Fernández Almagro, Federico García Lorca, Ramón Gómez de la Serna, Fernando González, Juan Guerrero Ruiz, Jorge Guillén, José Gutiérrez Solana, Ernesto Halffter, Juan Ramón Jiménez, Ramiro de Maeztu, Antonio Marichalar, Moreno Villa, Negrín, Edgar Neville, Luis Quintanilla, José del Río Sainz, Cipriano Rivas Cherif, Pedro Sainz Rodríguez, Salinas, Adolfo Salazar y un largo etcétera, en el cual figuran otros ultraístas como César A. Comet, Gerardo Diego, Pedro Garfias, Juan Larrea, Eugenio Montes o Guillermo de Torre –que en 1920 codirigió con Ciria el único número de la revista Reflector-, y ultraizantes como Juan Chabás, Antonio Espina o Francisco Vighi, el “noveno poeta español”, por decirlo ramonianamente.

 

Reflejos (1921) -el dubitativo poemario, de cubierta más bien floja–obra de García Cuervo, con el cual entró en fuego el “economista del 27” –como a veces se lo ha llamado-, narrador y bailarín Valentín Andrés Álvarez, es uno de los primeros libros que uno consiguió –por vía familiar- de la literatura española de vanguardia, por lo que le ha conservado siempre un especial cariño. Poco sabemos sobre el ilustrador, asturiano como el autor.
Siempre en ese ámbito de la literatura más o menos de vanguardia –en este último caso, bastante menos que más-, me llama la atención de Horizontes (1934), de Alejandro Mac Kinlay, poeta-aristócrata con palacio en Ronda, del cual se ha solido decir que su negro literario era Rafael Lasso de la Vega, el futuro marqués ful de Villanova.
Quijongo (1933), que figura también con dedicatoria autógrafa de su autor, es el libro más fácil de encontrar –tal vez porque lo editó Espasa-Calpe, que en los años setenta del siglo pasado, saldó el resto de edición- del poeta, escultor y pintor costarricense Max Jiménez, muy olvidado tanto en París –donde fue alumno de José de Creeft en Montparnasse, y amigo de César Vallejo- como en España, pero felizmente muy reinvidicado en su país natal. Max Jiménez, de vida errante y aventurera, es uno de los suicidas (otros: el peruano Armando Bazán, José Díaz, Ernest Hemingway, Ramón Iglesia Parga, Eugenio Ímaz, José Luis Sánchez Trincado, Ernst Toller, Fabián Vidal, Helen Wilkinson, y así hasta catorce) que comparecen en el espléndido libro de Ramón J. Sender Nocturno de los 14 (1969).
Buena parte de lo que se conserva de la biblioteca –o de sus bibliotecas, en plural: ver las pertinentes observaciones al respecto de Salvador Albiñana, mi compañero de faenas- de Negrín, que estudió Medicina en Alemania, está en el idioma de Goethe: títulos de Rilke, Karl Jaspers, Albert Einstein, Max Planck, Ernst Jünger, y un sinfín de autores. Siempre dentro de esta zona alemana de la biblioteca, en su mayor parte conservada en el sótano, llama la atención la presencia del primer libro de Hans Arp, publicado en Leipzig, dedicado a los nuevos pintores franceses, y anterior –hablamos de una publicación de 1913, puesta bajo el signo del cubismo- al estallido de la Gran Guerra, esa guerra durante la cual el artista alsaciano –siempre dividido entre sus dos idiomas- sería uno de los fundadores, en Zúrich, de Dadá, esa guerra que el entonces pacifista y futuro franquista Eugenio d’Ors, todavía no defenestrado de la Mancomunitat, y afín a los medios sindicalistas, definió certeramente como una guerra civil europea. De los años de la república de Weimar, inmediatamente posteriores, nos habla un ejemplar, en muy mal estado, de Das Neue Gesicht der Herrschende Klasse (1930), es decir El nuevo rostro de la clase dominante, uno de los libros más representativos de la primera etapa de la producción del feroz George Grosz, y uno de los best sellers de Malik Verlag, la editorial izquierdista berlinesa de Wilhelm Herzfelde, de la cual existe un completísimo fondo en Valencia, en el IVAM.
Alemania es también, para Negrín, y esto me llama la atención como novedad digna de ser referenciada, el país de la nueva arquitectura, y así nos encontramos, entre otros títulos, con la segunda edición ampliada de un emblemático título de Walter Gropius, Internationale Architektur (1925), volumen inaugural de la colección, al cuidado tipográfico de Moholy Nagy, de los “Bauhaus Bücher” que editaba el muniqués Albert Lange; con el conocido volumen de tapa negra –con letras en oro- de Arthur Korn Glas im Bau und als Gebrauchsgegenstand (1929), centrado en el uso del cristal en la construcción moderna, magníficamente editado en Berlín por Ernst Pollak; con el del austriaco Emanuel Josef Margold Bauten der Volkserziehung und Volksgesundheit (1930), otra gran realización de Pollak, en ejemplar falto de su sobrecubierta fototipográfica, pero esa ausencia permite apreciar mejor la fantástica tipografía de la tapa, asimismo negra; y con el de Fritz Kunz sobre los hoteles modernos, editado en 1929 por el entonces activísimo Julius Hoffmann, de Stuttgart… También está uno de los tomitos en cartoné de la preciosa colección SB de Orell-Füssli, editada entre Leipzig y Zúrich: uno con muchas imágenes de desnudos, más de una tomada en burdeles, del singular fotógrafo austriaco, muy especializado en ese ámbito del erotismo, Heinz von Perckhammer, Von China und Chinese (1930), fruto de sus años en un país al cual había llegado como combatiente en la Primera Guerra Mundial, y del cual terminaría regresando a Europa para encontrarse convertido durante la Segunda, en fotógrafo de propaganda al servicio de las Waffen SS. Libros como estos revelan la maestría de los nuevos tipógrafos y grafistas de aquella Alemania que ya estaba al borde del desastre. Entre ellos pronto destacaría Paul Renner, que en España les debemos a unos paisanos de mi colega en comisariado, los amigos de Campgràfic. Comparece aquí, en ejemplar con sello de los “Anarcosindicalistas alemanes. Barcelona”, su clásico libro Typografie als kunst (1922), editado por Georg Müller en Munich.
Siempre en relación con la arquitectura moderna, hay que destacar la presencia de dos raras publicaciones francesas, monográficas sobre un arquitecto y sobre un diseñador de muebles, ambos muy característicamente “art déco”, por utilizar el término canónico posexposición de 1925. Del primero, , especializado en cines y salas de fiesta –la revista Beaux-Arts, en 1938, lo calificaba en un titular de “l’architecte des salles de spectacle et des rues en fête”, mientras otros lo han llamado “l’homme des Champs-Élysées”-, nos llama la atención una rara separata de un artículo de Gaston Varenne, “Le modernisme de M. Charles Siclis”, aparecido en el número de otoño de 1928 de La Demeure Française. Hoy relativamente olvidado –aunque una de sus obras realizadas en el extranjero es muy conocida: la Casa Serralves, de Oporto-, es significativo que Siclis, uno de los colaboradores de la exposición de París de 1925, fuera objeto, en 1931, de una monografía ginebrina dentro de la colección “Les maîtres de l’architecture”, monografía prologada por un crítico de arte entonces muy influyente, Guillaume Janneau. Entre sus realizaciones más espectaculares mencionemos, en París, el Restaurant Chiquito, Le Colisée, Le Triomphe, la Maison du Café –donde hubo un importante mural del mexicano Ángel Zárraga-, y el Théatre Pigalle. Del carácter mundano de su arquitectura nos habla el que además de en París, tuviera talleres en Niza y Biarritz. Del segundo creador, Jacques Adnet, uno de los maestros absolutos del mueble moderno, encontramos un ejemplar, curiosamente dedicado “a Madame et Monsieur López” –de lo cual cabe deducir que el diseñador frecuentó sobre todo a Madame-, de la monografía que en 1948 le editó Arts et Industrie, y que prologó Louis Chéronnet, otro crítico de arte del cual recordaré su papel pionero como autor de la primera monografía sobre la obra pictórica de Henri Michaux. Parte del mobiliario del apartamento de Negrín, es obra de Adnet, por lo que nada tiene de extraño la dedicatoria.
Significativa también la presencia aquí de DIM, una de las principales empresas de mobiliario y tapices de la Francia “art déco”. Presencia vía un folleto precisamente publicado en 1925, al calor de la gran muestra a la cual acabo de hacer alusión. No hace mucho hablábamos en nuestro auditorio cervantino, de Voldemar Boberman, un pintor armenio que estuvo entre los principales colaboradores –en su caso, como autor de cartones de tapices- de la empresa, siendo recogidos esos trabajos, en 1929, en una carpeta con prólogo de Maurice Raynal.
Y una nota arquitectónica más, ésta en clave nuestra: dos publicaciones del catalán Nicolás Maria Rubió i Tuduri, recordado sobre todo por su trabajo en el ámbito del jardín. La primera, su libro teórico en francés Actar (1931), de modernísima tipografía. La segunda, el relato, con buena cubierta cartográfica, de su viaje por el Sahara –un territorio que interesó poderosamente, por razones geopolíticas, a Negrín, y como tal muy presente en la biblioteca- y el Níger.
Recopilatorio de aquel ciclo de nuestra arquitectura, documentado también por un número de la revista madrileña Nuevas Formas, es el utilísimo libro 50 años de arquitectura española: 1900-1950 (1952), modestamente editado en México por un profesional del ramo que además fue ministro de la República en guerra, y que ahí se exiliaría: Bernardo Giner de los Ríos, que le envía y dedica –muy expresivamente- a su expresidente, uno de los cien ejemplares de la tirada especial.
Italia, en cambio, es un ámbito poco presente en cambio en la biblioteca que nos ocupa. Como una de las raras excepciones, el primer volumen de una edición en cuatro, y en formato mínimo, de I manifesti del futurismo, de Marinetti, Milán, Istituto Editoriale Italiano, 1919, con una aparatosa encuadernación editorial de estilo novecentista, en cuero repujado, obra de Duilio Cambellotti, similar a la que ostentan la segunda edición de Guerrapittura, de Carlo Carrà, o la traducción, precisamente de la autoría de Marinetti, de los Versi i prosi de Mallarmé.
Lógicamente en esta biblioteca no podían faltar los principales títulos de la editorial España, una empresa fundada al final de la dictadura de Primo de Rivera, y en la cual Negrín se implicó a fondo, junto con su correligionario y más tarde rival Luis Araquistain y junto con un tercer socialista, Julio Álvarez del Vayo. Destacar la “novela afro-cubana” –como reza su subtítulo- ¡Ecue Yamba-o! (1933), el primer libro de Alejo Carpentier, cuya bellísima viñeta de cubierta es para nosotros un enigma, que seguro que alguien a estas alturas debe haber resuelto; La revolución mejicana (1930), de Araquistain, con viñeta en cubierta de un M.B. [Manuel Benet, colaborador habitual de la casa] que trenza águila, serpiente, y nopales; del mismo, El ocaso de un régimen (1930), con cubierta escurialense intencionadamente siniestra; la biografía de Stalin (1932) por el raro Essad Bey, traducción de Emilio M. Martínez Amador; Mis peripecias en España (1929), de Trotsky, traducción nada menos que de Andreu Nin, prólogo de Julio Álvarez del Vayo, con ilustraciones de K. Rotova y viñeta –flojita- de M.B. [Manuel Benet, nuevamente] en cubierta; Cómo se forja un pueblo: La Rusia que yo he visto (1929), y Hacia una escuela más humana (1934), del socialista Rodolfo Llopis, el primero con cubierta fototipográfica; Nosotros, los marxistas: Lenin contra Marx (1932), del asimismo socialista Antonio Ramos Oliveira; La Guinea incógnita: Vergüenza y escándalo colonial (1933), del gran periodista Francisco Madrid, futuro exiliado en Buenos Aires; y otros volúmenes de la autoría de Isaac Abeytua, el doctor Manuel Espejo, Jean Giraudoux (en traducción de Enrique Díez-Canedo), Hermann Heller, Ben Jonson, M. Pokrovski, Viacheslav Polonski, Léon Rollin, Bertrand Russell o Alfonso Ungría.

 

De Cenit, otra editorial “de avanzada”, destacar Arrowsmith: La novela del médico (1932), en traducción de Carlos de Onís, y con sensacional cubierta rojiazul rotulada, presumiblemente de Mauricio Amster o de Mariano Rawicz, que ambos polacos fueron asiduos colaboradores de esa editorial. Por segunda vez, anotar que nos encontramos aquí en presencia de una novela sobre un médico. También de Cenit es la segunda edición, de 1931, del libro de Gregory Grinko sobre El plan quinquenal de los Soviets, traducido por el primero socialista y luego comunista Antonio Buendía Aragón, que para la misma casa firma otras versiones, entre ellas la de El fuego, de Henri Barbusse. Buenísima esta cubierta en clave de fotomontaje, ante la cual de nuevo nos vemos conducidos hacia Amster o Rawicz. La primera edición, del año anterior, y asimismo de Cenit, llevaba otra ccompletamente diferente, y que encuentro más floja, obra de Ramón Puyol –otro asiduo colaborador de la casa- dentro de su característico estilo cubo-futurista.
Firmada por Amster, menos eficaz que otras suyas es la cubierta de Las fábulas del errabundo (1935), del socialista vasco Tomás Meabe, una realización de la editorial aneja a la revista Leviatán; el prólogo lo firma Julián Zugazagoitia.
De Orto, nos llama la atención un libro de Krasin, Bogomolov y Guerschanovich Cómo actuaban los bolcheviques en la clandestinidad (1932), con una cubierta de un Renau todavía de estilo dubitativo, casi “art déco”, por algún lado.
Políticamente interesante un ejemplar dedicado de La reforma agraria ante la historia (1932), de Claudio Sánchez Albornoz, un futuro presidente de la República en el exilio.
Inesperado encuentro con un libro de Carlos y Pedro Caba Andalucía: Su comunismo y su cante jondo: Tentativa de interpretación (1933), libro con arcaica pero bonita cubierta de un Messeguer que no logramos identificar. El ensayo, reeditado en dos ocasiones –la última, por la editorial sevillana Renacimiento-, es recordado sobre todo por la glosa que de él hizo Rafael Cansinos Assens en La copla andaluza (1936). De Carlos Caba merece ser recordada su novela ¡Wolfram, wólfram!: La diplomacia en la bocamina (1947), sobre un importante episodio de la posguerra gallega.
De la zona política de la biblioteca, rescatar L’Espagne républicaine: L’oeuvre d’une révolution (1933) de unos grandes amigos de Negrín, el socialista francés Jules Moch y su mujer Germaine Picard-Moch. Y el volumen L’expérience Blum: Un an de Front Populaire (1937), publicado por Simon Kra en sus beneméritas Éditions du Sagittaire, una de las casas que difundieron en Francia la literatura de nuestro Ramón Gómez de la Serna. Y La pluma en la barricada (1934, cubierta rojinegra de Manuel Benet), del escultor y político valenciano Julio Just, dirigente de Izquierda Republicana, futuro ministro de Obras Públicas y futuro exiliado –como su hermano el escultor Alfredo Just- en México. Y los Discursos a los trabajadores (1934) de Francisco Largo Caballero, con su cubierta una vez más rojinegra –los colores, realmente, de la época-, y una vez más en clave de fotomontaje.

 

Cambiando completamente de registro, una de las grandes piezas de la biblioteca de Negrín es sin duda Paris de nuit (1933), canónico fotolibro de Brassaï, con prólogo de Paul Morand, y una de las grandes realizaciones de la editorial aneja a la gran revista Arts et Métiers Graphiques, fundada por el gran tipógrafo Charles Peignot, un personaje por el cual se interesó mucho nuestro siempre recordado amigo Carlos Pérez. El volumen, con su clásica encuadernación con espiral, y su cubierta y contra con adoquines de una oscuridad… deslumbrante, nos esperaba dentro de la sección de guías turísticas. Sobre la misma ciudad trata otro álbum ya de posguerra, de 1948, y bastante más modesto, incluso podríamos decir que tópicamente turístico, álbum editado por Alpina, con fotografías de un variado elenco de excelentes fotógrafos (Pierre Auradon, Marcelle d’Heilly, Noël Le Boyer, René-Jacques, Roger Schall, Emmanuel Sougez, los Seeberger, el Studio Tronchet), y prólogo de Pierre Mac Orlan, uno de los escritores franceses de su tiempo más receptivos al arte de la cámara. Más fotografía: también están aquí el popular Manuel de la Leica de Marcel Natkin, de 1933, y tres de los diez formidables almanaques del género, encuadernados también mediante el entonces modernísimo procedimiento de la espiral, que para la citada revista Arts et Métiers Graphiques, y entre 1930 y 1940 –habría un undécimo en 1947-, recopilaron Peignot y un fotógrafo algo olvidado hoy, pero extraordinario –puede comprobarse en los propios almanaques-, Emmanuel Sougez, ya citado entre los colaboradores del volumen macorlaniano de 1948, y al cual uno alcanzó a conocer en esta ciudad en la cual había sido uno de los grandes agitadores del medio, y alguien especialmente receptivo al arte de admirables “metecos” o “metecas” hacia los cuales luego se mostraría, ay, políticamente hostil. Más atrás en el tiempo, hay que anotar también el número monográfico, de carácter trasatlántico, que la revista londinense –con oficinas en París y Nueva York- The Studio dedicó, en 1908, y con Charles Holme como editor, a la fotografía en color –Colour Photography and Other Recent Devolpments of the Art of the Camera-. En él están presentes algunos pioneros absolutos, como James Craig Annan, el futuro vorticista Alvin Langdon Coburn, Robert Demachy, Gertrude Kasebier, Heinrich Kuhn, Adolphe de Meyer, el dramaturgo George Bernard Shaw en su faceta de artista de la cámara, Alfred Stieglitz –el auténtico líder de aquel tiempo auroral-, y Clarence H. White.
Si una revista de la preguerra española simbolizó una cierta modernidad al gusto de una cierta élite catalana con vocación europeísta, esta fue D’Ací i d’Allà, una lujosa publicación barcelonesa que en su última etapa también fue de encuadernación en espiral, y en la cual la fotografía jugó un importante papel, tanto en las páginas centrales, como en las de publicidad. Significativas sus portadas, obra de ilustradores como Emili Grau Sala, Will Faber o Joan Miró.
Por el mismo lado de modernidad mundana y lujosa, es significativa también la presencia de un número –el de mayo de 1936- de Brisas, la revista palmesana de los hermanos Villalonga, dos notorios conspiradores antirrepublicanos en la línea Acción Española, dos futuros colaboradores de las empresas culturales del primer franquismo, y dos grandísimos narradores. En él, una página está dedicada a la Joyería Roca, una de las grandes obras de Josep Lluís Sert en sus años barceloneses y “gatepacos”.
La revista Europa, de la cual solo se conserva aquí el tercer número, de noviembre de 1934, fue creación de Ferenc Oliver-Brachfeld, un escritor y sicoanalista húngaro, personaje singularísimo, sobre el cual cuando lo saqué de refilón en mi diccionario, no sabía mucho, pero sobre el cual ahora sé más, gracias a una web hispano-húngara donde se destaca su vida novelesca, y su contribución al entendimiento entre dos tierras tan alejadas. Si el contenido de Europa es interesante, con la coexistencia, en este número, de Manuel Altolaguirre, Béla Bartók o José Ramón Masoliver, todavía lo es más su tipografía bauhausiana.
A partir de aquí, ingresamos a la zona dedicada a la guerra civil, la época en que Negrín alcanzaría las más altas responsabilidades. Una buena introducción a la misma podría ser la carpeta Declaración de principios de la República Española (1938), editada por el Comisariado del Grupo de Ejércitos de la Región Central, y que contiene los famosos “Trece puntos de Negrín”, con eficaces fotomontajes anónimos, más una fotografía del presidente del Gobierno. Estos NO SON los justamente famosísimos fotomontajes de Renau, destinados al a la postre no inaugurado pabellón republicano en la Feria de Nueva York de 1940, y que conocieron diversas prepublicaciones. Sin embargo presentan no poco en común con ellos. Horacio Fernández, en su fundamental Fotografías y libros (2014), publicado por RM con motivo de la exposición homónima en el Reina Sofía, formula la hipótesis de que podrían ser de Tonico Ballester, autor, como lo señala el historiador de la fotografía, de la escultura representada en cubierta. El propio Reina Sofía, sin embargo, donde existe un ejemplar de la carpeta, la incluye en su catálogo on line, como de Josep Renau, cuñado por cierto de Ballester. Una carpeta que por lo tanto de momento es un enigma.
De Renau, en este caso a ciencia cierta, el impresionante fotomontaje en cubierta de un folleto ministerial de propaganda agraria. El fruto del trabajo del labrador es tan sagrado para todos como el salario que recibe el obrero. De una inspiración muy similar es 7 de octubre: Una nueva era en el campo (1936), única obra en colaboración de Renau y Amster, de estilos gráficos tan distintos entre sí. Por lo demás, si entonces eran correligionarios, bien distintas serían sus respectivas evoluciones, ya que tras sus primeros años de exilio mexicano, el valenciano se convertiría en uno de los artistas oficiales de la RDA, mientras en cambio el polaco, en su exilio chileno, evolucionaría hacia posiciones anticomunistas a lo Koestler u Orwell, a los cuales publicó en la revista Babel, que hacía con el argentino Samuel Glusberg, alias Enrique Espinoza.
Cartel de Josep Renau

 

De sabor amsteriano, aunque la atribución al polaco no es nada segura, es el folleto, de sabor deliberadamente ochocentista, que recoge el discurso pronunciado el 18 de julio de 1938 por Manuel Azaña, el presidente de la República, en el Ayuntamiento de Barcelona.
Un bonito conjunto de folletos, que siempre he encontrado tipográficamente impecables dentro de su sobrio clasicismo, es el de la Dirección General de Bellas Artes. Del mismo contexto ministerial es un tomo más voluminoso, Un año de trabajo en la sección de Bibliotecas (1938), del cual por cierto en su día enseñamos un ejemplar perteneciente a nuestra Biblioteca Octavio Paz, en la exposición conmemorativa del sexagésimo aniversario de su apertura.
Mucho menos conocida, y tipográficamente muy interesante –sin que sepamos a qué grafista atribuirle su maquetación- es otra publicación oficial que bajo el título Hacia una nueva asistencia médica del pueblo, reseña “7 meses de labor del gobierno del Frente Popular”. Dentro del ejemplar, se conserva el saludo a Negrín del entonces ministro de Educación y Sanidad, el comunista Jesús Hernández. Contundente también el tomo, en encuadernación editorial, de la Revista de Sanidad de Guerra.
Completamente desconocido es el folleto sin fecha L’affiche de guerre en Espagne –luego va el título repetido en inglés, catalán y castellano-, pionera recopilación de un género hoy estudiadísimo. Folleto editado en Barcelona, de eficacísima cubierta, un fotomontaje de aire muy Pere Catalá Pic.
Uno de los auténticos tesoros de la biblioteca es un tomo que recopila una serie de folletos editados entre el 18 de julio de 1936 y el 20 de febrero de 1937, bajo el título genérico “Documentos históricos”, por el Quinto Regimiento, entre los cuales destacan Por una milicia única; 1ª de Acero, 5º Regimiento, de Ramón J. Sender, con Enrique Líster en cubierta; Poesías de guerra, de varios autores, aunque en cubierta sale sólo uno de ellos, Alberti; Teatro en la calle; Cazadores de tanques, de José Herrera Petere
Otra obra de una rareza extrema es el primer tomo (único publicado, a la altura de 1937 y del Congreso de Intelectuales de Valencia y Madrid) de la Crónica general de la guerra civil, obra colectiva de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, prologada por María Teresa León, y con una espectacular cubierta ostentando un fotomontaje rojinegro, una vez más. En el volumen, que Bernardo Clariana reseñaría en Hora de España, y que recientemente ha sido reeditado facsimilarmente por Renacimiento, se recopilaron textos ya anteriormente publicados en la prensa republicana por, entre otros, Alberti, Darío Carmona (que entonces firmaba “Darío” a secas), la argentina María Luisa Carnelli, Luisa Carnés, Luis Cernuda, Juan Gil-Albert, Miguel Hernández, Dolores Ibárruri “La Pasionaria”, Antonio Machado, el cubano Lino Novás Calvo, Rosario del Olmo, Vicente Salas Viu, Sender, Matilde de la Torre… El resultado es una suerte de canto o mural bélico, coral.
El omnipresente Alberti es el prologuista, en 1937, de un librito que debió tirarse en muchísimos ejemplares, porque así se ve en el mercado del libro antiguo: la reedición por “Nuestro Pueblo” del Romancero gitano de Federico García Lorca. Las ilustraciones de la misma son de un amigo del poeta asesinado, Juan Antonio Morales, autor también del justamente célebre cartel satírico Los Nacionales, y que en la posguerra sería tomado bajo su ala protectora por su viejo amigo José Caballero, de destino tan distinto al suyo durante la guerra. (En 1934, Morales y Caballero habían realizado conjuntamente el cartel anunciador del estreno de Yerma).

 

Del chileno Luis Enrique Délano, enseñamos 4 meses de guerra civil en Madrid (1937), editado en su país por la editorial santiaguina Panorama, y bajo sobria pero expresiva cubierta fotográfica, rojinegra una vez más. Años después, este diplomático y escritor comunista escribiría Sobre todo Madrid (1969), un precioso, encantador relato del tiempo que pasó en la capital de España durante los años republicanos, desgraciadamente no editado todavía en el país que lo inspiró.
Otro alarde editorial de la República en guerra es la muy difundida carpeta Madrid: Álbum de homenaje a la gloriosa capital de España (1937), con su cubierta reproduciendo un sombrío aguafuerte de Enrique Climent, su prólogo de Antonio Machado reproducido facsimilarmente, y sus láminas, muy bien estampadas, de José Espert –un retrato del general Miaja-, José Gutiérrez Solana, Victorio Macho, el entonces siempre virulento Francisco Mateos, Teodoro Miciano, Jesús Molina, Servando del Pilar, Ramón Puyol, el sutil y delicado –incuso en estas circunstancias bélicas- Eduardo Vicente
Más modesta, y a la postre bastante decepcionante por su carácter artística y tipográficamente muy convencional, es la serie de dípticos “Recuerdos de España”, editados por el Sindicato de Artes Plásticas de Madrid, e impresos en los talleres barceloneses de Seix y Barral. Entre ellos, destacar el que conjunta un poema manuscrito de Alberti, y una ilustración de Parrilla. Otros colaboradores literarios de la serie, siempre con autógrafos facsimilados: Enrique Díez-Canedo, Antonio Machado, José Mas…
Juan José Domenchina, poeta y crítico muy cercano a Azaña, y futuro exiliado en México, comparece con su interesante volumen de ensayos literarios Nuevas crónicas de Gerardo Rivera (1938) su alter ego, en ejemplar con dedicatoria, en lugar y fecha ya tan trágicos como la Barcelona de enero de 1939, a Fernando Vázquez-Ocaña, el secretario de Negrín. De “crónicas absolutamente inactuales” las califica en la misma su autor.
De Emilio Prados, otro futuro exiliado en México, nos encontramos con Llanto en la sangre (1937), editado por las muy oficiales Ediciones Españolas, e ilustrado en clave entre surrealista y realista social –una fórmula muy de aquel tiempo- por el pintor manchego Miguel Prieto, sobre el cual remito al voluminoso catálogo de la retrospectiva que en 2008 le dedicamos Jaime Brihuega y yo, y que se vio en Ciudad Real y Toledo, en la madrileña Residencia de Estudiantes, y en el MUNAL de México. A Miguel Prieto cabría atribuir tal vez –mas no estoy seguro- la cubierta neo-popularista de una pequeña rarity editada por Teatros del Frente, el “apropósito cómico-lírico-bailable, en un tirón” La evasión de los flamencos, de Luis Mussot Flores y Rafael Segovia Ramos, dos nombres frecuentes en la programación de los años anteriores a la contienda. Al mismo contexto pertenece la importantísima suma ministerial titulada Propaganda en los frentes de guerra (1937), en cuyos márgenes van reproducidas muchas cosas de las que no existen o no se conocen ejemplares; la primera vez que la manejé, fue en México, precisamente en lo que queda de la biblioteca de Miguel Prieto.
Importantes, siempre entre las producciones de Ediciones Españolas, dos títulos de 1937, de otros dos futuros exiliados en México: la carpeta de Dibujos de la guerra del gallego Arturo Souto, y el folleto de Gabriel García Maroto sobre Los caricaturistas y la guerra española.

 

Entre las publicaciones más raras, la partitura, fechada en la Barcelona de junio de 1938, de Ay, ay, ¡hui!: Coplas del Fuerte de San Cristóbal, letra precisamente de Emilio Prados, música de Rodolfo Halffter –otro que terminaría afincándose en México, y cubierta de autor anónimo, pero muy bueno. Nuevamente el pie de imprenta es el de Ediciones Españolas.
Otra realización más de Ediciones Españolas: la biografía de Pablo Iglesias por su correligionario Julián Zugazagoitia, futuro gran historiador de la contienda, y futuro mártir tras su deportación a España desde la Francia ocupada por los nazis. En la cubierta rojinegra del volumen, la cabeza del fundador del PSOE, obra del escultor socialista Emiliano Barral, caído en el frente de Madrid al comienzo de la guerra, y que sería uno de los tres caídos homenajeados en el pabellón de la República en la exposición de París, siendo el otro su colega Francisco Pérez Mateo, militante del PCE, y Federico García Lorca. Y otra más, con cubierta fotográfica de especial dramatismo: El fascismo al desnudo (1937). Y otra más: 1 año con Queipo: Memorias de un nacionalista (1938), de Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro, un título también reeditado hoy por Renacimiento.
Varias obras, todas ellas expresivamente dedicadas, representan aquí al poeta andaluz (no demasiado memorable) y ensayista Ángel Miguel Pozanco, sobre el cual disponemos de escasos datos. La más espectacular es en prosa: su testimonio de funcionario colonial sobre la tardía conquista de la Guinea mártir (1937) –de nuevo una incursión de Negrín en el planeta africano-por los sublevados, con tremenda cubierta del grafista valenciano Manuel Monleón, una especie de sub-Josep Renau no exento sin embargo de interés.
Guadalajara (1937) es un folleto especialmente importante sobre esta batalla, ilustrado con numerosas fotografías, y recordado sobre todo por la presencia en sus páginas de un poema –“Sanguinario Mussolini”- de Miguel Hernández.
Especialmente dramática la presencia de Combatientes del ejército rojo (1937) un folleto de las comunistas Ediciones Europa América, con espectacular cubierta en clave de fotomontaje, de Mihail Koltzov. Presencia dramática, sí, habida cuenta de que el célebre corresponsal de Pravda en nuestra guerra civil muy pronto sería, tras su retorno a Moscú y como más de uno de los rusos desplazados a España durante la contienda, víctima de las purgas de Stalin. Miro y miro su fotografía en el Madrid de 1936, en compañía de Maria Osten –una de sus amantes- y del comunista francés Georges Soria, tristemente célebre por su implicación en la lucha contra el POUM, documentada por el famoso panfleto de 1938 Espionaje en España, que documenta el supuesto carácter quintacolumnista, profranquista e incluso pronazi del partido de Andreu Nin, atribuido a un inexistente “Max Rieger”, y que aquí comparece precisamente en su versión francesa, editada por Denoël –que unos años después tan ágilmente se movió en las aguas “collabos”, y me digo que la historia tiene rincones verdaderamente terribles, como terrible es el prólogo al libro del supuesto “Max Rieger”, de un escritor por tantas razones tan admirable como es por lo demás José Bergamín, que también frecuentó por cierto a Koltzov. Según Gonzalo Peñalva, el mejor biógrafo de Bergamín, quien le habría pedido el prólogo al libro de “Max Rieger” sería el propio Negrín, una afirmación de la cual se hacen eco otros autores, entre ellos Ignacio Martínez de Pisón en su libro sobre el asesinato de José Robles Pazos por los soviéticos. (En la edición barcelonesa de Unidad, constan como “traductores” Lucienne y Arturo Perucho. Es conocida también la directa implicación en el asunto del entonces subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, Wenceslao Roces, un peso pesado del PCE, que por cierto había coincidido con Nin en el cuadro de colaboradores de Cenit. Se apunta también a la presencia en el equipo, del búlgaro Stoyan Minev, alias Boris Stepanov. De todos estos pormenores habla Pelai Pagès, en la reedición conjunta, por Renacimiento, del libro de “Max Rieger”, y de El trotskismo al servicio de Franco, otro panfleto, este sí firmado a plena luz del día por Georges Soria) (*).
Editado en París por las Éditions du Carrefour, un libro muy importante es Menschenopfer Unerhört! Ein Schwarzbuch über Spanien (1937), de Arthur Koestler, autor del cual existen en la biblioteca otros volúmenes posteriores, desde Spanish Testament (1937) en la edición inglesa, de tapas naranja, del célebre Left Book Club, de Victor Gollancz, hasta otros significativos de su evolución anticomunista, ya en los años de la Guerra Fría.
Lo que han hecho en Galicia: Episodios del terror blanco en las provincias gallegas narrados por quienes los han vivido (1937) lo publicó, en aquel mismo París, una segunda Editorial España, y es título importante de la propaganda republicana. Los textos, de contenido especialmente dramático, que lo componen son del pintor y grafista gallego Luis Seoane, que con anterioridad los había publicado en el diario Crítica de Buenos Aires. También existe edición francesa, por Jean Flory, del mismo año, La Galice sous la botte de Franco: Épisodes de la terreur blanche dans les provinces de Galice, rapportés par ceux qui les ont vécus. Pareja, conceptual y tipográficamente –sobria, modernísima la tipografía-, del volumen gallego, es este otro menos conocido, del médico donostiarra Manuel Gabarain, Así asesina Falange: Una celda de condenados a muerte en un cuartelillo de Falange Española de San Sebastián (1938).
Importante también, dentro de su modestia, el folleto de “Madame Pilar Fidalgo” Une jeune mère dans les prisons de Franco (1939), con cubierta de Picasso, en realidad un detalle de uno de los grabados del celebérrimo Sueño y mentira de Franco. La cárcel en la cual estuvo presa la autora, socialista, y casada con su correligionario José Almoina, fue la de Zamora. Su salida de la misma fue posible gracias a un canje. Uno de los hechos que relata Pilar Fidalgo, es el fusilamiento de Amparo Bayarón, la mujer de Ramón J. Sender. Su testimonio apareció inicialmente en las páginas del diario madrileño El Socialista, a lo largo de tres números de mayo de 1937. Especialmente trágico resulta el hecho de que Almoina, exiliado como su mujer en la República Dominicana, terminaría siendo asesinado en México por esbirros de Trujillo, del cual durante un tiempo había sido colaborador.
Si pasamos a la propaganda republicana editada en Londres, donde también se publicó una traducción al inglés del testimonio de Pilar Fidalgo, de la misma destacan dos espectaculares fotolibros, fruto del trabajo del embajador Pablo de Azcárate, con el auxilio del ya citado Antonio Ramos Oliveira, su responsable de prensa: La lucha del pueblo español por su libertad (1937) y Work and War in Spain (1938); fotolibros en los cuales comparecen instantáneas de, entre otros, Robert Capa, Hans Namuth, Georg Reisner y David Seymour, del cual en el primer volumen va su retrato de Federico García Lorca. Los mismos servicios publicaban una revista prorrepublicana muy bien hecha, Spain at War Illustrated, muy ágil, y con muchas fotografías del mismo tenor, y muchos artículos sobre materia cultural. En uno de sus números, un artículo de Charles Duff sobre Victorio Macho, uno de los más importantes escultores del bando republicano, que alcanzaría gran notoriedad por su cabeza de Pasionaria.
Azcárate, precisamente, sería quien conseguiría que Negrín, en abril de 1940, se instalara en Londres, donde pasaría los años de la Segunda Guerra Mundial, no reintegrándose a París hasta su Liberación.
Publicada por el Spanish Information Bureau de Nueva York, Cultura en la España republicana (1937) es un testimonio del compromiso con la causa de la República en lucha, del poeta y ensayista cubano –de origen catalán- Juan Marinello, presente en el Congreso de Intelectuales Antifascistas de Valencia de aquel año, y autor de varias otras publicaciones en defensa de dicha causa.
También neoyorquina de edición es la fundamental autobiografía, Slightly out of Focus (1947), de Robert Capa, un fotógrafo absolutamente central, cuya huella cabe rastrear, como es obvio, además de en los mencionados fotolibros londinenses, en alguna otra de las publicaciones de esta biblioteca relativas al período de la guerra civil.
No podía faltar, en esta biblioteca, la revista valenciana –y al final, barcelonesa- Hora de España, sin lugar a dudas LA gran revista cultural de la República en guerra, cuyo responsable tipográfico fue el poeta-impresor Manuel Altolaguirre. De Arturo Serrano Plaja, uno de sus redactores, comparece El hombre y el trabajo, editado por la editorial aneja a la revista, y como esta, con viñetas de Ramón Gaya. De la misma editorial e idénticas características tipográficas, Entre dos fuegos, de Antonio Sánchez Barbudo. Títulos los dos de 1938, año en que Gaya firma una viñeta en una rara publicación.
Otro gran ejemplo del arte de imprimir altolaguirriano, realización en clave bicolor no rojinegra, sino negriazul, es el volumen de Teatro de Pushkin, que traduce en colaboración con el hispanista soviético Ovady Savich, y editado en la Barcelona de 1938 por la Asociación de Relaciones Culturales con la URSS (ARCU). El año pasado Savich ha vuelto curiosamente a la actualidad española, gracias a la recuperación por la editorial logroñesa Fulgencio Pimentel, de Hongos de la riba, su edición de la poesía del posmodernista colombiano –de Cartagena de Indias- Luis Carlos López.
En términos absolutos, el libro más espectacular de cuantos hemos encontrado en la biblioteca de Negrín, es España en el corazón, de Neruda, impreso por Altolaguirre –siempre Altolaguirre-, en noviembre de 1938, en su imprenta de campaña, entonces instalada en el monasterio de Montserrat, en cuya biblioteca se conserva un ejemplar. El pie editorial no puede ser más expresivo, ya que reza: Ejército del Este, Ediciones Literarias del Comisariado. Por mi parte, conozco otro, dedicado a Rafaela García de la Barga –la hija de Corpus Barga-, y propiedad de un bibliófilo zaragozano. También hay ejemplares en la Universidad Autónoma de Barcelona, y en la de la Universidad de Santiago de Chile. El papel sobre el cual está impreso el libro se supone que lo fabricaron unos soldados en el vecino molino de Orpi. Años después Altolaguirre recordó que “no solo se utilizaron las materias primas (algodón y trapos) que facilitó el Comisariado, sino que los soldados echaron en la pasta ropas y vendajes, trofeos de guerra, una bandera enemiga y la camisa de un prisionero moro”. Algo de leyenda parece haber en esta historia. En 2004 James Valender prologó, en un folleto exento, la reedición facsimilar del libro, a cargo de la editorial sevillana Renacimiento. La de Altolaguirre fue la primera edición española del poemario, cuya primera absoluta, mucho más corriente, había sido realizada en 1937 en Santiago de Chile, y por Ercilla; al año siguiente, salió, en Denoël –ya citado a propósito de “Max Rieger”-, L’Espagne au coeur, traducción al francés por Louis Parrot, poeta que había residido en Madrid durante parte de los años previos. La relación del chileno con nuestro poeta-impresor se había iniciado precisamente en el Madrid de la República. En su imprenta de la calle Viriato, no muy distante de la Casa de las Flores, donde estaba el domicilio de Neruda, Altolaguirre imprimió, dentro de su colección “Héroe”, con sus preciosas cubiertas de cartoné forrado de charol, los Primeros poemas de amor (1936). Fruto de la colaboración entre ambos, la revista Caballo verde para la poesía, dirigida por Neruda, fue una de las más hermosas realizaciones tipográficas altolaguirrianas. Recordar por lo demás que todavía más rara que España en el corazón es otra publicación montserratina de Altolaguirre que no llegó a distribuirse, España aparta de mí este cáliz, de César Vallejo, con prólogo de su muy amigo Juan Larrea, y retrato de Picasso en el frontispicio; el volumen no llegó a encuadernarse ya que cuando se imprimió, en los primeros meses de 1939, la guerra estaba ya próxima a su fin; solo se conservan dos ejemplares en rama del mismo, ambos en la citada biblioteca de Montserrat, que por desgracia no prestó ninguno de los dos cuando la exposición del centenario altolaguirriano; a partir de uno de esos ejemplares, Árdora ha realizado una edición facsímil.
Bastante menos raro que España en el corazón, pero muy espectacular, es el poemario de un amigo –y futuro correligionario- de Neruda, con el cual volvería a encontrarse en el México de la posguerra civil. Me refiero a José Herrera Petere y a su Guerra viva (1938), con su extrañísima cubierta dorada que no termina uno de “leer” como lógica en el contexto bélico en que se editó, y con sus hermosas litografías en colores de Manuel Ángeles Ortiz, una de ellas alusiva a la impresionante catedral de Jaén, su ciudad natal. Este libro de romances bélicos, es una de las más singulares realizaciones de Ediciones Españolas.
Del bando contrario no faltan diversos folletos de propaganda, entre los cuales el más curioso –y terrible- es sin duda uno en italiano de propaganda de unos viajes turísticos in autocare di lusso por los frentes del Norte (la ruta Norte de le strade della guerra) de la península, viajes a los cuales por nuestra parte hemos encontrado referencia en una revista de propaganda franquista tan importante y ágil como el tabloide Occident, que se publicaba en París, con dinero de Cambó, y dirección anónima –la delegación de los rebeldes en la capital francesa obviamente no tenía rango de embajada-, pero hoy sabemos que de un intelectual de gran nivel, Joan Estelrich, cuyas memorias póstumas, desgraciadamente truncadas, explican su deriva durante la contienda y luego durante la posguerra. Tabloide cuya colección completa puede consultar el lector… en la propia Biblioteca Octavio Paz que acoge la muestra que documenta el presente catálogo. Precisamente otra obra de propaganda franquista presente en la biblioteca de Negrín, emana de las mismas oficinas: el libro La persécution religieuse en Espagne, recopilado por Estelrich –que entre otros materiales incorporó como prólogo el célebre poema de Paul Claudel “Aux martyrs espagnols”- para la editorial Plon, y traducido por Francis de Miomandre, un vecino y amigo por cierto de Néstor; un ejemplar del mismo lo expusimos aquí mismo, en la muestra que dedicamos a Miomandre con motivo de la aparición de su biografía por Remi Rousselot. (Claudel, por cierto: uno de los oradores, en 1952, en el ciclo inaugural de esta biblioteca, entonces Biblioteca Española, dependiente de la Embajada).
Una rara publicación prorrepublicana sueca ya de posguerra, y que no conocíamos: Spanien mot Franco (1949), impulsada entre otros por el mallorquín y exultraísta Ernesto M. Dethorey –sobre el cual nos debe una “quest” Emilio Quintana-, que traduce, de Antonio Machado, “El crimen fue en Granada”, su elegía a la muerte de García Lorca.
Ya he mencionado al paso algún libro ya de posguerra. El desfile lo completan aquí unos cuantos volúmenes que permiten dar una idea del medio en que se desenvuelve el expresidente del Gobierno. Uno de los autores presentes en la biblioteca es Albert Camus, amigo muy cercano de Negrín, como puede comprobarse por un par de sentidas dedicatorias en sendos volúmenes teatrales, sus adaptaciones de La dévotion à la croix, de nuestro Calderón de la Barca, y de la comedia Les esprits, de Pierre Larivey, una de las cuales –la del primer volumen, calificado por el adaptador de petit gage d’admiration pour son grand pays- comparece en la cubierta misma del presente catálogo. Desde México, Max Aub, socialista, y fiel, le envía a Negrín su libro No (1952), “con la devoción de siempre”. No faltan, por lo demás, libros de bibliofilia norteamericanos, como el Quijote, ilustrado en 1946 por Dalí, o Los viajes de Gulliver, de Swift, ilustrados en 1947 por Luis Quintanilla, amigo y correligionario de Negrín –la dedicatoria del volumen no puede ser más expresiva, ni más swiftiana-, figura importante del espionaje republicano en Francia durante la guerra civil, y al cual ya hemos encontrado en la lista de los amigos de Ciria y Escalante. Tampoco faltan libros tan importantes como Les tarahumaras (1955), título póstumo de Antonin Artaud, editado por L’Arbalète, es decir, por Marc Barbezat; ni el libro de Alexandre Orlov sobre los crímenes de Stalin; ni Jalones de derrota, promesas de victoria (1948), del trotskista G. Munis (Grandizo Munis, seudónimo de Manuel Fernández-Granizo), editado en México por Lucha Obrera; ni el fundamental libro anticomunista The God that Failed: A Confession (1949), con testimonios de Louis Fischer, André Gide, Koestler, Ignazio Silone, Stephen Spender y Richard Wright; ni testimonios del último viaje de Negrín, que lo llevó a una Yugoslavia que celebraba el vigésimo aniversario de la llegada a España de sus brigadistas.

 

 Juan Manuel Bonet (París, 1953) es crítico de arte y literatura, además de poeta y director, desde 2012, de la sede parisina del Instituto Cervantes. Autor de monografías sobre, entre otros, Juan Gris, Ramón Gaya o Gerardo Rueda, sin duda su Diccionario de las vanguardias en España (1907-1936) es una obra de referencia sobre el arte de los primeros años del siglo XX en nuestro país.