Acierta José Varela Ortega cuando afirma que Jon Juaristi encarna, junto con Marc Fumaroli, al último sabio de Occidente. Y es que hace falta mucho conocimiento, muchísimo, para estudiar la complejísima relación intelectual de Ramón Menéndez Pidal (RMP, 1869-1968) con Manuel Milá y Fontanals, con el que apenas llegó a coincidir (murió en 1884) y al que no tuvo ocasión de conocer, así como con otros tres próceres con los que sí tuvo trato personal: Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912), Miguel de Unamuno y Jugo (1864-1936) y José Ortega y Gasset (1883-1955). A cada uno de ellos dedica Juaristi en este libro un capítulo monográfico –de, digamos, entre 40 y 60 páginas, aunque eso sí, sin desperdicio-, para terminar desembocando en un quinto, “A modo de epílogo: el liberalismo y la nación (por la senda de Croce)”.

En el bien entendido que en el texto también salen otros personajes –actores de reparto, dicho en la nada amable terminología de Hollywood-, muchos de ellos extranjeros, como un Adrian Hasting (1929-2001), uno de los que han elaborado el concepto de nación referido a Inglaterra y que entendió que tal cosa ya existía antes de la invasión normanda (es decir, francesa) de 1066; o, siempre dentro del mundo británico, un Walter Scott (1771-1832), del que se proclama que, a través de sus traducciones al español, devino un factor esencial en la emergencia del romanticismo español; o, ya en el planeta de lo germánico, un Friedrich August Wolf (1759-1824), que, en sus estudios sobre Homero “sostuvo que los dos grandes poemas  atribuidos a un rapsoda griego de este nombre eran en realidad resultado de una refundición de fragmentos épicos muy anteriores, obra de distintos aedos, que el tirano ateniense Pisístrato había ordenado unificar a mediados del siglo VI a. C.”; o, en Portugal,  un Almeida Garrett (1799-1854: Juan Bautista de Silva Leitao); o, en Italia, un Benedatto Croce 1866-1952); o, en fin, y por hablar de alguien universal, un Sigmund Freud (1856-1939), a cuyo último libro, Moisés y la religión monoteísta –en realidad, una selección de escritos gestados en la última etapa de su vida-, se dedica una atención singular.

 

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Es, sin duda, un plantel de lujo. Pero no nos engañemos: el verdadero protagonista del libro no es ninguno de ellos, ni tampoco el propio RMP, sino el autor, Jon Juaristi, que exhibe conocimiento y por tanto autoridad a la hora de pronunciarse sobre la incidencia de cada uno de ellos en RMP y las relaciones entre todos, así en lo intelectual como, algunos de los casos, en lo personal: se conocieron y se trataron, con los consiguientes roces. Para bien y para no tan bien.

El libro tiene al final una Cronología (páginas 243 a 258), en la que, entre otras muchas cosas, se mencionan los libros de RMP y sus fechas de publicación: La leyenda de los infantes de Lara (1896); Manual elemental de  gramática histórica de la lengua española (1903); Cantar del Mío Cid. Gramática y vocabulario (1908); Orígenes del español. Estudio lingüístico de la península hasta el siglo XI (1926); Flor nueva de romances viejos (1928): La España del Cid (1929); o Los españoles en la historia. Cimas y depresiones en las curvas de su vida política (1947). Por no hablar, claro está, de la monumental obra colectiva Historia de España de Espasa-Calpe, iniciada también en 1947 (cuando el autor ya se acercaba a los ochenta), continuada luego por José María Jover. O sea, la carrera de un filólogo primero, un historiador luego y un pensador al fin. Repasando todo eso, se reafirma idéntica conclusión: diríase que el autor de una obra tan ingente no es sino el mismísimo Jon Juaristi.

 

Jon Juaristi

 

El libro lleva el subtítulo “El último liberal unitario” (la palabra centralista está bien esquivada, como la de nacionalista, que lo sería español). A ello se dedica el citado Capítulo V del libro, donde a quien Juaristi echa a dialogar con RMP es a Pere Bosch y Gimpera, Catedrático de Prehistoria en Barcelona. El foco se pone en su discurso de septiembre de 1937 (o sea, en plena guerra) de inauguración del curso académico en Valencia, discurso pronunciado en presencia del Presidente de la República, Manuel Azaña, que en 1932, como Diputado, había intervenido conocidamente en pro del Estatuto de Cataluña. Juaristi construye el concepto de “liberalismo unitario”, al que adscribe a RMP, precisamente como réplica a los planteamientos del barcelonés en pro del pluralismo de los “fueros indígenas primitivos” y que vendrían a ser la permanente infraestructura –en el sentido de Unamuno- de la sociedad. El lector vuelve a sacar la misma impresión: el último de esos liberales unitarios –lo que quiera que tal cosa signifique y sobre todo a quién y a qué- es el propio Juaristi: la  reencarnación de RMP.

En la “Advertencia preliminar”, de páginas 11 y 12, el autor recuerda que semblanzas de la vida de RMP hay varias y anuncia que lo suyo va a ser sólo “una biografía del pensamiento pidaliano, no de su vida, que ya está bastante tratada”. La admonición no resulta incierta, aunque, por lo que se ha indicado, se queda corta: de quien es una biografía intelectual es de Jon Juaristi, que igualmente empezó filólogo, siguió como historiador y ha terminado siendo un pensador. Es decir, un ciudadano. De él si que  pudiera predicarse que es el último unitario (aunque esperemos que no el último liberal).

Y es que hay autores que ponen sobre sus obras una marca que mucho más profunda que su huella. Un lujazo para los lectores, sí señor.

 

Ramón Menéndez Pidal