Nicolás Melini (Santa Cruz de La Palma, 1969) es uno de los escritores españoles más dotados de su generación. Interesado por las múltiples caras que el arte adopta, Melini es editor de poesía, poeta, ha realizado cortos de cine, ha sido guionista y, desde luego, ensayista y narrador. De esta última faceta se destacó con Africanos en Madrid (Reino de Cordelia), donde por primera vez se aborda en nuestra literatura el problema de la emigración de los negros africanos en nuestro país y, asimismo, aunque no sea el blanco mi color favorito. Melini acaba de publicar El estupor de los atlantes (Editorial Nazarí), un hermoso libro que trata de la pasión amorosa entre dos mujeres, envueltas en una atmósfera de dolor incoercible, dotado de una rara intensidad. En esta entrevista que le hemos realizado el autor nos habla largo y tendido. Melini es persona minuciosa y tranquila, de estos distintos modos de concebir la expresión, amén de su última novela, motivo de la charla.
Usted es hombre que frecuenta múltiples modalidades del arte: cineasta, escritor, poeta y, además, editor de poesía, amén de dirigir en comandita con Juancho Armas Marcelo el Festival Hispanoamericano de Escritores en la isla de La Palma. Antes de que hablemos de su obra literaria, me gustaría que nos diera algunas pistas sobre el mundo de los cortometrajes, que es algo desconocido entre el público. ¿Hay mucha diferencia en el modo de ser visibles el mundo de los cortos del de los largometrajes? ¿ Es un mundo aparte, con sus características propias?
Creo que lo del cortometraje lo he dejado un poco atrás. Pertenecí al mundillo del cortometraje más por pasiva que por activa entre 1997, que estrenamos La raya, y 2006, que circuló mi corto Hijo. En La raya era coguionista junto con su director, Andrés Koppel, y fue un corto de época largo, de casi 30 minutos, que obtuvo muchos premios en los festivales que contaban por entonces, el Alcalá de Henares, el Medina del Campo, el Iberia, etcétera. Personalmente nunca pensé que ese mundillo, el del cortometraje, mereciese dedicación. No es como el campo literario, por ejemplo, que me parece que sí la merece. En el mundillo del corto no se debe envejecer. Por otro lado, me parece que España ha tenido un “mundillo” del cortometraje muy particular, posturero, comercial, endogámico, mirando hacia dentro del país, de consumo interno. Tengo la sensación de que en pocos países ha habido un mundillo del corto como tal. Lo que sí ha habido en otros países es la figura del cineasta que empieza haciendo una película corta con vocación universal y para difundir con mayor o menor éxito a través de un circuito internacional de muestras y festivales. Cuando yo fui a algunos festivales internacionales con mis dos cortos en 35mm me di cuenta de que lo de España era una cosa extraña. En España la gente no quería hacer cine, sino tener un éxito comercial con sus cortos. Eso daba un cortometraje de chascarrillos y frivolidades.
Usted es conocido, por lo menos yo lo conozco así, por su faceta de narrador. ¿Podría decirnos que lugar ha ocupado la expresión poética en su especial mundo literario? Si no me equivoco no publica desde Los chinos, que es de 2004.
La poesía que he hecho forma parte más bien de mi narrativa. Como editor de poesía, no creo haber publicado ni un solo libro como los míos. Es decir, me temo que, como editor de poesía, posiblemente, no me publicaría a mí mismo. Pero creo que mis libros de poemas tienen algún interés poético, de ruptura con la tradición española, por combinación de géneros, y también porque en ocasiones ofrecen un tipo de emoción que no procede exactamente de lo poético… A los poetas más puros suele interesarles mi libro Cuadros de Hopper y también Adonde marchaba. Cuadros de Hopper, escrito en 1999, me sirvió para encontrar algo parecido a la voz personal. Fue un libro que escribí sintiendo que era lo último que escribiría. Un libro al límite. Y ahí se reunió lo que yo podía ser como escritor en un estado de concentración y cierta pureza. Ese libro dio paso a un cuento, Hijo, escrito en el 2000, que adapté al cine literalmente, pero con una propuesta de puesta en escena y fotográfíca que hacía que el corto fuese una obra específica. El cuento es un poema hopperiano, y el corto (2005) es hopperiano en la puesta en escena y está fotografiado como un cuadro de Hopper pero también como París, Texas, de Wenders. Fue un tiempo, también, 1999, en el que empecé a hacer algunas fotos documentales en blanco y negro, fotografías que pueden ofrecer la misma sensación de poesía narrativa que los poemas de ese libro. La fotografía suele ser un arte narrativo, y esas fotografías en concreto proponen una forma de mirar que creo está también en Cuadros de Hopper y otros trabajos míos. A partir de imágenes de vídeo tomadas por mí mismo con una cámara de Hi-8 en ese año de 1999, realicé mi primer cortometraje, Mirar es un pecado (2001), con el que trataba de transmitir una emoción, sensación de verdad, que, gracias a las películas de Dogma. 95, había percibido que era posible transmitir mediante la grabación en vídeo y el kinescopado a 35 mm. Digamos que todas esas obritas en distintas disciplinas y géneros artísticos están relacionadas entre sí y constituyen lo que yo podría ser como artista. Y de ahí mi libro de cuentos Pulsión del amigo (publicado en 2010). El cuento había sido el género que me había parecido más difícil hasta ese momento, pensaba que nunca sería capaz de quedarme satisfecho en él. Antes de todo eso había escrito, en 1995, mi novela El futbolista asesino y, en 1996, y en adelante durante varios años, mi novela La sangre, la luz el violoncelo. Pude escribir novela antes que cuento.
Ha frecuentado casi en igual medida el cuento y la novela. El último, Ciénaga, incluido en Aunque no sea el blanco mi color favorito. ¿Qué le ofrece el relato respecto a la novela, quizá ese estado que le acerca más al poema respecto a la justeza en la lengua y a cierta condensación en lo expresado?
Se está en la escritura de un cuento de un modo muy distinto a cómo se está en la escritura de una novela, aunque sea corta. Cuando estás escribiendo una novela parece que el mundo te habla y puedes escucharlo y te sirve. En el cuento no puedes dejar entrar nada que no pertenezca a la historia. Para el cuento cierras las ventanas y te recoges. Para la novela, abres las ventanas y convocas a todo el mundo. Todo lo existente es bienvenido.

Nicolás Melini
Me sorprendió leer un libro como Africanos en Madrid por su rareza, ya que no es frecuente, yo diría que es único, que en la narrativa española se plantee el problema de los negros africanos en Madrid. En nuestra narrativa, salvo el caso de los latinoamericanos, no hay una sola narración que haya sido escrita por marroquíes o africanos negros en español, al contrario que en Francia o Reino Unido. Supongo que será por la conformación de la emigración pero entre los guineanos tampoco ha surgido ninguno ¿A qué cree que se debe tamaña ausencia?
Bueno, yo he sido negro consorte. Soy familiar de negros africanos. Digamos que soy el primer africano que ha podido dedicarse a escribir sobre los africanos en Madrid, y precisamente he podido hacerlo porque no soy uno de los que ha llegado, ellos no han venido para ser escritores. Pasará algún tiempo hasta que los emigrantes africanos que se han quedado en España tengan la suficiente descendencia como para que aparezca alguno que sea escritor y cuente desde ahí la emigración de sus padres, su propia condición. España hasta ahora ha sido, casi siempre, solo un país de paso de los africanos hacia lo que ellos consideran Europa. Cuando nos fue “bien”, con el “milagro económico”, la burbuja inmobiliaria, empezaron a quedarse porque había trabajo, y el Gobierno de Aznar y la oposición y los bancos y el IBEX hicieron lo necesario para que se quedaran. Es demasiado pronto para que haya literatura de ese fenómeno desde la perspectiva de quien llegó y se quedó. Yo sólo tuve la suerte de estar ahí mirando el mundo también desde su perspectiva.
Antes de que nos hable de su última novela, El estupor de los atlantes, me gustaría que se refiera al contenido de un ensayo, ¿Qué está pasando con el feminismo? Dilema entre el feminismo dogmático y el feminismo predogmático (y otros referentes culturales) que podría ser un proemio adecuado a su última novela… En él cuestiona ciertas derivas maxinalistas en el movimiento feminista…
El estupor de los atlantes es anterior a Transcripción, ¿qué está pasando con el feminismo?, aunque ha salido con posterioridad. La escribí en 2017 y el libro sobre feminismo está escrito a lo largo de 2018, denominado por la prensa como “año feminista”. Más que un ensayo es una crónica en la que me voy cuestionando lo que voy observando en relación con el discurso feminista cada vez que la gente se posiciona vociferante ante hechos de actualidad que generan picos altos de interés. Ahora tenemos una herramienta muy útil para saber lo que la gente piensa, las redes sociales, pues el común lo pone por escrito e interactúa, dialoga con las ideas de los demás. Es posible averiguar qué es lo que piensa la gente y, sobre todo, porqué lo piensan y qué de formado está su juicio. Esa crónica me sirvió para elaborar un pequeño ensayo de conclusión, que se encuentra al final del libro bajo el título ¿Qué está pasando con el feminismo?. El feminismo es una religión. Yo me considero feminista predogmático, pero quienes están a la cabeza del feminismo lo son dogmáticamente. Es una conclusión que ahora no suele gustar en absoluto a quienes profesan esa religión, supongo que porque suele ser gente que deplora el cristianismo y el islam (y las religiones en general). Tal vez no se estén dando cuenta de la extraordinaria relevancia que mi conclusión les confiere. Quién sabe, a lo mejor con el tiempo se aceptan y se quieren religiosos como son, con sus dogmas de fe, sus pecados originales, sus víctimas, etcétera. En mi conclusión voy un poco más allá de esta afirmación: describo cómo el feminismo dogmático convierte en sí mismo al cristianismo y al capitalismo en una pugna por convertirse en la religión hegemónica. Observar lo que está sucediendo en nuestra sociedad a través de esta perspectiva compleja resulta muy interesante. Estamos en un momento de mucho ruido. Compitiendo entre sí hay muchas ideas. Se desarrollan por sus respectivos nichos de mercado, profesionalizando a los suyos, y nos quieren maniqueos, a favor o en contra. Lo que nos hace falta es poder pensar libremente, esto es, con independencia de esa dialéctica maniquea. Buscar la verdad, que nunca es tan fácil, que siempre se encuentra un poco más allá y cuesta un esfuerzo.
El estupor de los atlantes es la historia de amor entre la española Luz y la francesa Isabelle, que trabajan entre mujeres africanas que alcanzan las costas españolas embarazadas y también con refugiados sirios y eritreos. La novela se desarrolla en Aix en Provence, lugar de múltiples influencias culturales desde hace siglos a través del relato de Isabelle. ¿Es una novela sobre el dolor principalmente? Lo digo por la conformación de la relación entre Isabelle y Luz, y que la emigración en las pateras adopta un trasfondo semejante…
Creo que al principio era una novela sobre un dolor muy particular en una pareja. Pero es propio de la escritura de novela que, en el camino, se encuentre algo más. El escritor aprende sobre aquello que está escribiendo. El personaje madura sobre aquello que le ocurre al principio. En El estupor de los atlantes, Isabelle comprende algo que es constante en muchas personas hoy: el activismo a menudo es la forma de expiar un daño haciendo daño a otros. El activismo es culpógeno. Por eso, a lo largo de la novela, se impone la figura del atlante, ese culpable que trata de sostener el mundo.
https://www.editorialnazari.com/libro/el-estupor-de-los-atlantes/
Aparte del dolor hay un despliegue en la novela de la problemática de la dependencia, como si estos dos estados se complementasen, se buscasen de una manera u otra, es decir, el vampirismo y, a la vez, la entrega hacia los demás por oscuros motivos que crean culpabilidad en el otro y dependencias a veces crueles…
El dolor y la alegría se transmiten, los recibimos y los transmitimos. La sociedad de consumo, me parece, ha exacerbado el intercambio. Consumimos a otros y queremos que nos consuman, ser el objeto de consumo. Eso es puro vampirismo. Hace poco tuve la ocasión de acompañar a Mario Vargas Llosa en un evento. De pronto, el público se nos echó encima y hube de organizarle una firma de ejemplares sobre la marcha. La gente hacía cola, pero muchos no llevaban un ejemplar de una novela de Mario Vargas Llosa para que se la firmara (que sería el vampirismo establecido, normal, consensuado: yo te doy, tú me das, un intercambio), sino su teléfono móvil preparado para fotografiarse con él. El gesto es de un vampirismo que me pareció radical: esas personas querían tomar lo que deseaban sin dar nada a cambio. También lo es tener que posar junto a alguien que quiere llevarse su imagen junto a ti, porque no recibes nada. Tiene que gustarte ser vampirizado de ese modo. Si no te gusta, tener que aceptar resulta en una experiencia muy desagradable. Si miramos alrededor nos damos cuenta de que todo es un gran decorado de tiendas en el que cada uno de nosotros trata de colocar algún producto. Los activistas sociales también. El ser humano hoy trafica con ideas, con emociones, con experiencias. Ofrecemos y consumimos dolor. Ofrecemos y consumimos alegría, satisfacción. A veces la satisfacción se encuentra al quitarnos de encima un daño recibido, y lo hacemos infligiendo a otros un daño que ni siquiera tiene nada que ver con el recibido. Emocionalmente, pagan justos por pecadores, todo el tiempo. Eso es lo normal.
El estupor de los atlantes es una nouvelle, género poco frecuentado en España… Desde luego el género permite una condensación en la trama que en la novela larga sería más diluida y aproximativa. Ello da lugar a una expresión muy intensa de los sentimientos en poco espacio, que hace más efectiva la cosa. ¿Tiende usted a este formato? Lo digo también por su tendencia al corto…
Era mi proyecto cuando empecé a escribir novela en la década de los 90, escribir solo novela corta. Luego, durante la primera década del siglo XXI, desconfié del género novela y también fui comprendiendo que había algo muy importante de la realidad que se me estaba escapando y que posiblemente debía comprender antes de seguir escribiendo novela. He estados casi dos décadas sin escribir novela, y, ahora, cuando lo he retomado, lo he hecho con una novela corta.
Negritud, feminismo, lesbianismo… Parecería que sus intereses se mueven en la expresión de dar volumen a lo que hasta hace poco tiempo era Marginalia en una sociedad que parecería inamovible en sus planteamientos y que sin embargo ha cambiado radicalmente. ¿Dónde cree que nos lleva este convulso panorama? Como siempre la cuestión se debate entre los apocalípticos y los que ven la oportunidad de reformas donde se intuyen auroras…
Me ha hecho gracia lo de Marginalia. Fíjese usted que en ningún caso lo hago incurriendo en la ñoñería general. Esos se han convertido en nichos de mercado (de ideas) muy potentes. Ya no son culturalmente marginales, me parece. Se trata de minorías en un contexto en el que lo identitario ha pasado al primer plano. En lo que yo hago, no voy a favor de la corriente, haciendo proselitismo a favor de ninguna causa. Y casi nunca en contra, impugnando, que sería el nicho de mercado contrario. Habiéndome situado, por sensibilidad, en el entorno ideológico de la socialdemocracia (que, me parece, es hegemónico, por cierto), mi libro sobre africanos no participa de cierta ñoñería inmadura que percibo todo el tiempo respecto de los africanos. Y así con los otros dos temas. Supongo que me estoy convirtiendo en una suerte de socialdemócrata crítico con quienes malbaratan sus ideas y las convierten en consumo, profesión, oferta y demanda de emociones fáciles, propagación de una culpa universal, consumo estupefaciente de identidades, propagación de postverdades ideológicas, pornografía emocional y puritanismo intelectual. En cuanto a dónde creo que nos puede llevar todo esto: personalmente creo que no tiene porqué sucedernos nada terrible debido a nuestras creencias actuales, por muy disparatadas que nos puedan parecer en tantas ocasiones. Es importante que estemos en democracia y en estados de derecho, porque la democracia y el estado de derecho median entre nosotros y las creencias generales, que pueden llegar a ser peligrosas. Por supuesto, que no tenga porqué sucedernos nada terrible debido a nuestras creencias actuales no significa que nada malo nos vaya a suceder jamás, o que no pudiera producirse justo lo contrario, la debacle general, y nos queda el consuelo de la certidumbre entrópica: todos vamos a morir. Sí, todos vamos a morir y siempre todo va un poquito a peor en algún sentido. Como ve, soy optimista, o tal vez sería mejor definirme como confiado, pero ser confiado no me impide comprender que hay peligros credenciales en cómo pensamos hoy. ¿Alguna vez en la historia no los ha habido? Fíjese si todo podría ir mal: en este momento se observa una pulsión feminista dogmática anticapitalista, de impugnación de la todalidad por medio de la culpa (“todos somos culpables del patriarcado y hay que abolir el capitalismo porque favorece al varón”, piensan algunos), júntese esto con la creencia Tumberg de que hay que parar el capitalismo cueste lo que nos cueste (porque “todos somos culpables de la destrucción del planeta” (que piensan otros y a veces son los mismos). Entonces no parece descabellado que algo terrible pueda suceder: hace tan solo unos siglos, la gente creía (cristianamente) que el comercio era inmoral. Y la gente se moría de hambre, pero seguía creyéndolo. El “how dare you!” de Greta suena a lo que podría haber dicho un cruzado a caballo al encontrarse en el bosque con alguien que no se muestra inmediatamente temeroso de Dios: How dare you!, y lo pasa por su espada. Obviamente la relación de fuerzas en este momento no es la misma —la de Greta con las autoridades mundiales y la del cruzado con el infiel o infeliz—, pero imaginemos un mundo futuro sin democracia, sin estado de derecho, en el que ejerzan el poder quienes piensan como Greta y quienes lideran el feminismo dogmático anticapitalista. Se está postulando el “decrecimiento económico”, se está postulando destruir la economía. En un estado predemocrático, los cruzados contra el patriarcado y los cruzados por la salvación del planeta, que podrían ser los mismo o juntarse ¿no ajusticiarían a los descreídos, los díscolos, los infieles, los que pensaran de otro modo, los que no muestren el debido respeto por el planeta o no se declaren enemigos del patriarcado y lo demuestren feacientemente hablando en femenino como cualquier persona tenía que nombrar a Dios tres veces en cada frase hace unos siglos? La culpa por estar destruyendo el planeta en un tiempo de posverdad, supersticiones y conspiranoias, ¿no podría llevarnos a un gran sacrificio de personas, como hacían algunas culturas para apaciguar a la madre naturaleza (o podríamos hacer para reducir la población mundial y, oh, salvar el planeta)? Distopías catastróficas a parte, si la culpa de ser machistas y la culpa por estar destruyendo el planeta nos agarrara fuertemente a la mayoría, me preocuparía un poco, pero sobre todo me preocuparía si cayeran la democracia y el estado de derecho. La democracia y el estado de derecho alejan la posibilidad de un disparate de cualquier signo.
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