En una muy bella y cuidada edición se publican por primera vez en España los Cuentos Completos de D. H.Lawrence correspondientes entre los años 1907, en que publica “Preludio” y 1913, año de la creación de “ Honor y armas”, transformado luego en “El oficial prusiano”,  traducidos por Amelia Pérez de Villar, responsable asimismo de un prólogo esclarecedor “El hijo del minero”, que contextualiza de forma pertinente esta primera etapa de Lawrence, un escritor que se caracteriza porque su escritura evoluciona a la par de los cambios en su vida y que tratándose de él siente siempre como trascendentales, como en realidad ocurrió con la experiencia de la guerra y sus viajes a Italia, donde descubrió y se familiarizó con la cultura etrusca y, por otro lado, con el viaje a México, que dio lugar a la creación de varios relatos de buena y calibrada factura, como “La mujer que se fue a caballo” o su novela La serpiente emplumada o el descubrimiento del continente australiano o, como en los años que nos ocupan, sucedió con la muerte de su madre en 1910 daría lugar a  todo un cúmulo de simbolismos porque ocurrió mientras corregía su primera novela, El pavo real blanco, o el impacto que le produjo la muerte de ella, que reflejó en Hijos y amantes,su segunda novela, donde se acumulan las experiencias provincianas de ese primer Lawrence, el que Pérez del Villar llama con acierto “El hijo del minero”, ironizando con el sentimiento de casta de la intelectualidad británica que siempre le cuestionó, incluso ahora pero con la boca chica, por su baja extracción social y porque nunca realizó estudios universitarios, algo que ya sucedió en tiempos de Shakespeare, llegando al punto de dudar de su existencia. Una vez más, como sucedió con Joyce, al que calificó de vulgar, una escritora con enorme talento pero con una conciencia de casta muy pronunciada,Virginia Woolf, fue una de las responsables de ese desaire con que se ha tratado a Lawrence, pese a la admiración que le profesaron escritores como E. M. Forster, Fox Madox Ford, Ezra Pound y Aldous Huxley.

Es cierto que en este primer tomo no nos topamos con el Lawrence canónico, ya dijimos “La mujer que se fue a caballo” o “Inglaterra, Inglaterra mía” pero desde luego no podemos dejar pasar de largo un relato como “El aroma de los crisantemos”, probablemente el mejor cuento del volumen y modélico en cuanto a la descripción de la naturaleza, la locomotora entrando en la población minera, que se parece un tanto a Thomas Hardy y , luego, la de la casa del minero  donde le espera su mujer Elisabeth, la noticia de la muerte de éste y la especial gravedad y dignidad que se desprende de las personas, acorde con esos paisajes que pocos como van Gogh supo mirar en sus dibujos donde destaca, al modo en que en la producción primera de Lawrence se cuenta este relato sobre los crisantemos, el dibujo titulado “Los zapatos”.

 

Frieda y D.H. Lawrence en Mexico, 1923 Foto: U. OF Nottingham

 

Bien es verdad que la reivindicación de Lawrence le vino por el lado  de la revolución sexual de los sesenta que le tuvo como uno de sus padrinos, de sus padres fundadores,la prohibición de El amante de Lady Chatterley se levantó después de celebrado el juicio sobre su acusación de obra pornográfica en 1960, pero tampoco podemos olvidar que antes de él y estos relatos del paisaje minero de Nottingham, son  contados los casos en la literatura británica en que sus protagonistas no pertenezcan de un modo u otro a la clase media alta, y no nos extrañaría que Lawrence tuviera a mano como ejemplo señero Jude el Oscuro, la gran novela de Hardy.

En cualquier caso  la reivindicación de Lawrence y su fijación en el canon británico, con reservas siempre, es curioso el caso de sir Bertrand Russell acusándole de proto-fascista por su idea de la planificación social y del ideal de masculinidad del que otros han querido ver, la mujer se dice que resulta castradora en la narrativa de Lawrence, una reivindicación velada de la homosexualidad, sin percatarnos que en dos de los relatos citados, “El aroma de los crisantemos” y “La mujer que se fue a caballo” son las mujeres las que parecen poseer el don emanado de la tierra ancestral, como los  britanos, los etruscos o los indios chilchuis y su inevitable crueldad, tan poco parecida a la verdadera castradora, el maquinismo de la Revolución Industrial, digo, la reivindicación de Lawrence sólo podría producirse en los sesenta, en la época de los “Jóvenes Airados”, la narrativa de Kingsley Amis, John Osborne, Alan Sillitoe o el abierto homosexualismo de Joe Orton… donde a través de la pintura pop, la música rock,las clases populares se expresaron por primera vez en formas artísticas legitimadas…

Y es bien cierto que ello se produjo en los años de la revolución de las costumbres de los sesenta, del Swinging London y de la época en que Harold Wilson fue Primer Ministro, aunque antes ya se habían dado a conocer los Mods, con incidencia especial en la Revolución sexual, no lo es menos que estos cuentos de mineros de Lawrence tenían cabida especial en esa clase obrera de los cincuenta-sesenta tan bien descrita en Sábado noche, Domingo por la mañana,de Alan Sillitoe.

Pero de todos modos la mejor manera de leer a Lawrence, como a Balzac, es la de verla como un continuum narrativo,una work in progress con escollos privilegiados, como El amante de Lady Chatterley, Paseos etruscos , El arcoiris… y cuentos como el ya citado “El aroma de los crisantemos”, que este volumen recoge en nueva traducción.

 

 

 

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