Caricatura de Hitler vendiendo el «Mein Kampf» aparecida en la revista Simplicissimus en 1924
Dictadores que escriben
Seamos justos. No somos pocos los escritores que, por nuestras acciones repletas de soberbia, parecemos más caudillos que el propio Franco, al que siempre, y sobre todo en público, defenestramos. Pero en vez de hablar de escritores tan endiosados, que si les diéramos una presidencia de gobierno acabarían con la competencia a tiros, vamos a mostrar a todos esos dictadores, caudillos, fanáticos, que incluso gobernando una nación fueron capaces de darle a la tecla. Por comenzar por alguno, y eso que este ganó las elecciones –lástima que luego desvariara hasta límites insospechados–, hablemos de Hitler y su Mein Kampf (Mi lucha), que desde hace unos años ya es completamente legal su distribución y venta. Mao Zedong, otro que tal bailaba, fue conocido no sólo por su archiconocido Libro rojo sino incluso por sus poemas. Y si Mao entregó a imprenta su Libro Rojo en 1963, doce años después, o sea, en 1975, fue su homónimo libio Gadaffi el que siguió sus pasos añadiendo colorido a los libros de asesinos en serie con el lanzamiento de su Libro verde. Hasta Fidel Castro hizo sus pinitos con La historia me absolverá. Pero hubo más tipos que perseguían y asesinaban a disidentes, que para amortiguar tanto daño, participaron de la literatura. Por ejemplo, Saparmyrat Nyaazov, que desde su querido Turkmenistán, indica a su pueblo que los que lean al menos tres veces su obra Ruhnama, “encontrarán riqueza espiritual, se volverán más inteligentes e irán directamente tras su muerte al paraíso”. En España Franco también escribió, aunque en su caso firmando con seudónimo (Jakim Boor) su La masonería. Aunque los autócratas persigan, por lo general, a los escritores –sobre todo a los que critican sus políticas–, Fidel Castro y García Márquez cultivaron una gran amistad, parecida a la que Stalin y Gorki mantuvieron. Pero lo dicho: algunos dictadores escribían y yo me pregunto quiénes serían sus negros.
Diarios
Además de las memorias, los diarios me parecen uno de los géneros más interesantes de la literatura, que en España han puesto de moda Andrés Trapiello e Iñaki Uriarte. De todas formas, en mi cabeza siguen rondando los fantásticos Cuadernos de Emil Cioran, que recomiendo aún más que salir de casa bien abrigado en invierno. Miguel Sánchez Ostiz y José Antonio Montano con su Oficio pasajero también han ayudado a que el género se expanda. Aunque para mí los que iban sobrados como diaristas fueron Josep Pla, con su excelente Cuaderno gris, y sobre todo Ignacio Carrión, con el que cultivé una gran amistad, y del que aconsejo cualquiera de sus volúmenes, aunque especialmente sus Molestia aparte, editados en Reino de Cordelia, o sus diarios finales que sacó a la luz Renacimiento. Y si les sobra tiempo tras tanta recomendación, busquen y lean Pedagogía, que son mis últimos diarios a falta de los próximos.
Japón

Yukio Mishima
Cuando hace quince días escribía sobre Birmania se me encendió la bombilla de Japón, mi país favorito en el mundo, que además, atesora una fuerza literaria majestuosa. Antes de ayer, mismamente, estuve recomendando la excelsa tetralogía de Yukio Mishima El mar de la fertilidad a un valenciano con el que me topé caminando por Chiang Mai que espero haya visitado el país –lo estaba pensando–, o al menos, lea mi obra cumbre sobre el Japón, que a través de cuatro libros narra en su totalidad el carácter nipón. Además de Mishima, existe obra sobresaliente del que fuera su maestro, Yasunari Kawabata, que con su La casa de las bellas durmientes bordó la ligerísima frontera entre la enfermedad mental y el placer. Además, Japón ha aportado escritores fabulosos como Kenzaburo Oé (Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura), Ryonusuke Akutagawa (Rashomon y otros cuentos) o Osamu Dazai (Indigno de ser humano). Añadiendo que si alguien quisiera adentrarse en el haiku no tiene más que acercarse a Taneda Santoka (El monje desnudo), Matsuo Basho (Haiku de las cuatro estaciones) o Ueshima Onitsura (Palabras de luz). Y si quieren profundizar en la literatura nipona, España contiene dos editoriales majestuosas y especializadas en Japón, como lo son Miraguano y la gijonesa Satori, que si existieran los ladrones de libros allí deberían hacer su butrón.