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Entrevistamos al escritor argentino Lucas Damián Cortiana que ha publicado una colección de poemarios que se compone de cinco nuevos libros de la mano de Ediciones AQ: Lugar para más mugre, Ronda en París, Pozo de la imago, Pájaro muerto que vuela y Superbos gusanos de belleza y que presentó en Quito (Ecuador) el pasado 14 de agosto.
En la entrevista, Lucas Damián Cortiana, al que conocemos bien por sus colaboraciones en Libros, nocturnidad y alevosía y por otras obras suyas reseñadas, nos cuenta por qué la buena poesía debe defraudar, cuáles son sus métodos de escritura y acerca de la pereza que provoca contemplar la propia obra.
Hace un mes que estamos hablando. ¿Cuándo empezamos con la entrevista?
Ahora.

Ok. De tus cinco nuevos libros de poesía, ¿cuál es tu preferido?
No lo sé. Te lo diría si estuvieran terminados. Pero no están terminados, solo lo enviamos a imprenta. La poesía implica expresar lo que no se puede expresar. Como no se puede expresar, como la operación queda inconclusa y se frustra, sigo pensando, sigo escribiendo. La búsqueda permanente es un derecho del escritor. Saer dijo que no hay que ir muy lejos a develar misterios porque lo más cercano, uno mismo, es un enigma. Un libro de poemas debe quedar abierto y tiene que seguir absorbiendo como un gran agujero negro. Se trata del apetito. Del libro, del que escribe y del que lee. Es probable que si un poema se cerró en su significación, es porque uno de los actores logró satisfacerse. Esa satisfacción es inhumana, porque el ser humano siempre exige respuestas o mejor todavía, siempre es atravesado por preguntas.
Como fue el último que corregí, Superbos gusanos de belleza me parece que es el que menos desprecio. Pero los libros de esta colección que empezó a publicarse en 2022 me quedaron lejanos e impropios, aunque no son los libros los culpables, uno mismo es el ajeno. Los libros reflejan un momento. Uno intenta recoger las horas, los días y los años de ese segmento incierto al que llamamos momento en un objeto. Yo los recojo en un libro y ahí el momento termina. El punto final al libro es el punto final al hombre que escribió.
¿Entonces la buena poesía debería defraudarnos?
Sí. Es lo que debería exigírsele. Otra cosa sería una poética de la vanidad. El impulso creativo nunca puede ser dar una orientación y mucho menos buscar el agradecimiento o la indulgencia. En este sentido, es lo contrario, propiciar el extravío. Es que otra cosa no se puede hacer. Yo digo “la inválida poesía que acepta la limosna de Dios” [Olifante siamés, 2019]. Hay una desigualdad enorme en lo que sabemos nosotros y en lo que sabe Dios. El poeta busca un emparejamiento imposible, porque solo conocemos los bordes.

Y conociendo esos bordes se puede hacer mucho
Y si no se hiciera nada quizás sería lo mismo. Se trata de bordes de un camino infinito, en lo largo y en lo ancho. Y quién sabe si no se trata de un hueco y el infinito es hacia abajo. O quizás ya estamos cayendo como Alicia y lo infinito es hacia arriba, a una altura a la que no podremos acceder. De algún modo ese es el Pozo de la imago de uno de los títulos. Un agujero terrible del que no se puede escapar, porque la imaginación y la exploración no descansan, se presentan en los sueños, se filtran en los intersticios de lo que callamos, están en lo que borramos.
El año pasado publicaste con nosotros El salto porfiado [2023]. Me pareció un título temerario, pero ahora quizás lo relaciono con lo que decís. Es un salto al vacío
En la literatura hay que dar ese salto.
¿Y tiene que ser porfiado sí o sí?
Y sí, porfiarle a lo solemne, a lo especulativo, a los libros. Porfiarse a uno mismo. Porfiar los métodos. Porfiarle a las vacas sagradas de nuestra literatura. Porfiarle al esnobismo. En una entrevista, Pablo Ramos dice que un escritor debe escribir en contra de su facilidad, no a favor. Estos libros que se publican ahora contienen 169 textos, pero comprenden varios años y muchas correcciones. En la práctica estamos hablando de 600, 700 textos, porque cada uno ha sido revisado y corregido cuatro o cinco veces, es decir cada uno ha sido porfiado hasta lo máximo que resiste el cuerpo. Cada uno es una síntesis, ha sufrido su tesis y su antítesis.

¿Así escribís?
No siempre. A veces desde el intelecto y a veces desde la violencia. Hace poco le volé la letra M al teclado escribiendo un cuento. A veces desde el entusiasmo y otras veces desde el miedo. La única inquietud del escritor debe ser escribir. El método me tiene sin cuidado. El caos o el orden. La falta de tiempo o el exceso de él. Tampoco me interesa salir a cazar ideas ni esperar a que las ideas me acorralen. Mucho menos tener una conciencia poética. Sería mejor quizás cierta inconciencia. Fue Cocteau el que decía que el poeta no se preocupa por ser poético como un jardinero no se preocupa en perfumar las rosas.
Pero te resulta para darle forma a tu obra…
Ahora sí. Pero tuve momentos en que me costaba mucho escribir. Sentía angustia de que no me saliera nada y cuando salía algo sentía culpa y vergüenza. Pensar en sentarme a escribir ya me generaba un estado de ánimo adverso. Porque era como una obligación. Yo escribo en la misma mesa del comedor de siempre, con la taza de café, con mis animales durmiendo cerca, con la distracción de las cuestiones domésticas y con una pila de libros al lado. En ese estado de creación junto todo y funciona. Como tengo mala memoria, abro veinte archivos Word a la vez y trabajo por capas. Capas que hay que agregar y capas que hay que quitar. El caudal de ideas viene de esa trasposición. Porque ahora no me quiero sacar de encima el texto o el libro. Ahora quiero recorrerlo y disfrutarlo. Es un comportamiento sibarita, en cierto sentido, disfrutar de la ceremonia de la escritura. Es difícil llegar a ese punto porque uno es quien es más profundamente mientras escribe y se exacerban ciertas monstruosidades. Cuando escribo soy este, pero también el niño y el adolescente y el que falló y el redimido. Uno se abre y se manosea todo el tiempo, se juzga y se lastima. En esa descompensación, en ese goce errado y errático o en el dolor amigo, surge la poesía.
Vos tenías un libro de Idea Vilariño en PDF. Hace un tiempo me lo mandaste para que lo leyera. “Tal vez tuvimos solo siete noches / no sé / no las conté / cómo hubiera podido”. A mí me salvó la poesía. ¿Cómo puede ser que salve?
La palabra dicha en poesía es expansiva, inmanentemente. Como el universo, que está en constante crecimiento. El camino del que hablábamos antes, el hueco y sus bordes. No queda inerte en el libro; se mueve adentro de uno: vibra, sana, rompe, acaricia, mutila. En eso se parece a una canción, a una canción que guste mucho. Leer poesía es conectar con la parte sensible, no dar por sentado la porción de humanidad que nos queda. Entonces nos hacemos más receptivos, buscamos acercamos al centro. Parecería que no todos tenemos esa capacidad de acogida poética, mientras la realidad entra con total facilidad; pero el fenómeno sensible requiere de cuidados permanentes. El peligro anestésico está latente. Sentir es prioridad en un mundo apático.

Hablando de ese cuidado, tuviste una etapa de mucho amor a la poesía (algunas la llamarían prolífica) en 2019, con un proyecto audaz de escritura diaria. Hay algo de esa exuberancia en estos años publicando con Ediciones AQ, entregando catorce libros en tres años. ¿Cómo pasan las jornadas escribiendo poesía cada día, sin falta?
No sé si pasaron, creo que se quedaron en algún lado. Me considero optimista. Un poco torpe, ahora que lo pienso, pero prefiero ver el pasado como la construcción que hice de mí hasta ahora, como una casa en renovación constante: mañana me pondré otro ladrillo o me pintaré o me arreglaré un caño. O me demoleré y volveré a empezar. De todas maneras, hay un fluir y en ese fluir quiero estar. Mañana todavía no pasó, tampoco pasado mañana. A ese lugar es al que voy, permanentemente.
Eso parece un síntoma de ansiedad…
En eso estamos de acuerdo. Me fascina proyectar, planificar, ver el futuro. Incluso siento más satisfacción a la hora de proyectar que al momento de la concreción. Creo que tiene que ver con el hecho de vivir soñando. El que escribe está creando una realidad alternativa porque la “realidad real” no le alcanza. En la realidad alternativa uno hace lo que quiere, se inventa el futuro que quiere. En el futuro puede estar la vida eterna, el ayer está lleno de cadáveres.
Imagino que es una metáfora
Lo es. Contemplar la obra es innecesario, lo es para seguir creando, no lo es para el ego. La obra de ayer debe morir al momento en que se terminó. Hablar del libro de ayer me da pereza, hay más vértigo en hablar, pensar y diseñar el libro del mes que viene. Lo otro es vestigio. Yo no puedo volver a buscar la metáfora de febrero, que no encontré en febrero, en abril. No es saludable. De chico leía a Bradbury, él decía que hay que dejar en paz al escritor que fuimos, porque hizo lo que pudo. Borges, en cambio, solía pensar distinto. No dejaba pasar oportunidad cada vez que se reeditaba una obra suya, para hacerle modificaciones y nos alertaba de ellas en un nuevo prólogo. Intento que todos los días crezca una flor. Algunas veces no es una flor, es un yuyo, una mala hierba. Otras veces es una planta carnívora, otras un bosque. Pero una vez que el milagro está hecho, la perturbación o la dicha es de terceros; revisarlo sería una maldición constante.

Entonces me vas a perdonar esta intromisión al ayer que, finalmente no es una digresión: en uno de mis talleres literarios estuvimos trabajando con tu libro «Solamente a los descorazonados» [2019] y allí escribiste: “Me despertaba vivo por costumbre, / como si el lado muerto estuviera atrofiado; / aunque el fin del mundo / estuviera cerca”. Ese atrofiarse o ese “sentir” del que hablabas antes, evitar la anestesia, ¿hasta qué punto es vital y hasta qué punto es peligroso?
Hay un poeta, Jorge Perednik, que escribió que los poetas del siglo diecinueve pensaron que el océano no tenía fondo y que una piedra arrojada por un niño desde una escollera jamás dejaría de caer; lo que interesará siempre, no importa el ámbito de discusión, será la profundidad, el abismo del que habló Nietzsche, el hueco al que cae Alicia. El poeta terminará cayendo porque el vacío es invasivo, porque el ser sensible mira, absorbe y se entrega. No mide las consecuencias: hay una liberación y una posesión.
¿Con estos libros te liberaste?
Ojalá pudiera estar treinta años sin escribir como Holderlin. Si pudiera hacerlo lo haría. Viviría felizmente como un pez muerto, no como un pez vivo al que pescan y devuelven al mar y otra vez pescan y otra vez devuelven. Yo vuelvo al anzuelo todos los días. Y me quedo un largo rato retorciéndome. Y luego me lanzo. Como si los asuntos de la tierra no fueran los míos y hubiera un ritmo en la luna reflejada en el agua y tuviera que atraparlo. Al final nunca estoy libre. Atrapado por el anzuelo o por la luna en el agua.

Lucas Damián Cortiana
