Truman Capote (New Orleans, 1924) siempre contó que había empezado a escribir a los ocho años, sin influencia alguna, pues vivió su infancia en Monroeville, un pequeño pueblo de Alabama, donde nadie escribía salvo alguna carta y como mucho se leía el periódico colegial. El pequeño Capote, un chico “raro” a ojos de los demás pueblerinos, sólo le interesaba leer, dibujar, ver películas y bailar.
De su infancia conservó un aspecto aniñado, un aire que mantuvo a lo largo de su vida hasta que las drogas y el alcohol le devolvieron al final las señales de su verdadera edad. (Su biógrafo Gerald Clarke afirma que durante una cena celebrada cuando el escritor tenía 23 años, una invitada le confundió con el hijo de la anfitriona que tenía siete).
En el verano de 2014, un editor suizo, Peter Haag, que se encontraba revolviendo entre los papeles póstumos de Capote en la Librería Pública de Nueva York en busca de los capítulos que faltan de su novela “Plegarias atendidas”, encontró una serie de cuentos y poemas inéditos. Capote los había escrito entre los 11 y 19 años y muchos de ellos fueron publicados en la hoja del colegio local de Monroeville, The Green Witch.
Haag los hizo leer al albacea de la Truman Capote Literary Trust, Alan Schwartz, que a su vez habló con David Ebershoff, y todos se mostraron de acuerdo en que se trataba de algo mas que un ejercicio de juventud y que merecían la pena de ser publicados.
Ebershoff los editó y el mes pasado los publicó Random House con el título de The Early Stories of Truman Capote, una serie de treinta cuentos y varios poemas. En ellos encontramos personajes excéntricos como en Miss Belle Ranking, la mujer de la que todos hablan en el pueblo, un lugar donde todo el mundo se conoce. Ahora es una anciana pobre que vive como la bella durmiente y que la encuentran muerta en el patio de su casa con copos de nieve en el pelo y flores que presionan la mejilla.
No faltan las típicas historias góticas sureñas con presos fugados en los bosques y niños aterrorizados como en Swamp Terror, donde un niño insiste en aventurarse en un bosque en busca de un preso fugado y tiene que sobreponerse a la muerte de su perro y luego el asesinato de su amigo a manos del huído.
También encontramos mujeres de pasado incierto y capaces de gestos de valentía en Mill Store o que desean asesinar a sus maridos en Kindred Spirits. O dos vagabundos, un joven y delicado y otro grande y amenazador, que discuten antes de su inminente separación. Uno se niega a compartir los diez dólares que ha guardado para dar a su madre; el compañero de aventuras se los roba…
Todos los cuentos giran alrededor del profundo sur donde Capote, un niño delgado y despierto, busca en la ficción una vía de escape para dejar de ser el hijo no deseado de un estafador y una joven alcohólica, que pasó muchas noches de su infancia encerrado en habitaciones de hoteles baratos, mientras sus padres se iban de juerga. Más tarde vivió con unos familiares excéntricos en Monroeville, lo que le proporcionará un rico material para Otras Voces y El arpa de hierba.
Capote era un niño vestido de punta en blanco y afeminado que se movía en las calles del pueblo sabiendo como esquivar el acoso de los matones mayores diciéndoles que su padre le había enseñado a boxear, mientras hacía la rueda de un lado para otro con las manos en el suelo y los pies en el aire.
Capote el joven descubrió pronto la diferencia entre escribir bien o mal, pero también la distancia que existe entre un buen estilo y el arte. En el prólogo de Música para camaleones, publicada en 1980, dijo que durante 14 años años seguidos estuvo escribiendo una y otra vez los mismos textos persiguiendo el arte.
Es por eso que dudamos que Capote, que murió en 1984 a los 59 años, hubiese permitido publicar estos cuentos. Para él, su carrera literaria comenzó con Miriam, un cuento que publicó la revista Mademoiselle en 1945, a los 18 años. Las historias que se publican ahora fueron excluidas de las colecciones seleccionadas por Capote y también en la póstuma The Complete Stories (Random House, 2004).
Desde luego es innegable la huella narrativa de Capote, su atracción hacia las personas solitarios y extraños, como vagabundos, niños infelices, ancianos o criminales en fuga. En estos primeros cuentos sube de abajo arriba por la escala social y fisgonea en ambientes distintos, mientras procura no abandonarse al melodrama y conjugar calidez y frialdad, mediante una serie de imágenes deslumbrantes.
Tal vez el mejor juicio es el de los lectores, que como indican dos de ellos en Goodreads, Lorilin y Kara Kilgore, resumen la opinión mayoritaria de muchos de nosotros. Lorilin afirma que estas historias no están terminadas y enseñan un escritor en formación, y aunque los fans de Capote van a leer estos cuentos. A los demás les recomienda que se lean otros libros anteriores, pues no hay nada más deprimente que leer una obra de un autor de talento que no está a la altura de su nivel habitual.
Para la segunda, se trata de los primeros destellos de su brillantez. “Practicar y practicar. Explorar la estructura de la oración, el tono y carácter(…) A veces lo hace bien. Otras veces no, pero es maravilloso ver sus primeros esfuerzos”. Entre medias, un mercado voraz y un nombre que siempre vende: Truman Capote. Un escritor que intentó siempre mejorarse a si mismo, y que incluso al final de su vida soñaba con escribir un libro inmejorable, sin darse cuenta que ya lo había escrito años atrás y que desde luego no son estos cuentos de su primera juventud.
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