El error de muchos lectores que quieren conocer la obra del escritor irlandés James Joyce (Dublín, 1882 – Zúrich, 1941) es empezar leyendo el Ulises, del que se cumple el centenario de su publicación. Para Diego Garrido, que se ha encargado de la traducción y edición de los Cuentos y Prosas Breves de Joyce, publicado en una hermosa edición por Páginas de Espuma, con ilustraciones de Arturo Garrido, se ha enfocado mal el talento de Joyce porque se ha tendido a decir que sus méritos son la dificultad y la ilegibilidad «lo que no es ninguna virtud, el valor que tiene son los momentos en que uno le comprende que son muchos».
Garrido recomienda empezar leyendo los cuentos de Dublineses, un libro en el que el lector se va a reír con frecuencia y que Joyce lo escribe cuando todavía no era famoso. «Aunque él tenía una personalidad obsesiva, tuvo que acabarlo porque tenía que dar de comer a su familia. Joyce tenía el problema de que cada vez que revisaba una galerada empezaba a añadir, y al final el texto se le iba de las manos y con Dublineses eso no ocurrió”, añade.
Los “Cuentos y prosas breves” reúnen por primera vez en español en un solo volumen Las epifanías, El retrato de un artista, Dublineses, Giacomo Joyce y Finn´s Hotel, aparte de tres cuadernos de notas y fragmentos de un borrador del “Retrato del artista adolescente”. El libro nos proporciona una idea de cómo fue Joyce desde el principio hasta el final, como evolucionó, su estilo y su vida, ya que también contiene una pequeña biografía intercalada con las distintas obras que fue escribiendo.
Para este joven traductor de 24 años que cambió sus estudios de cine por la traducción y la literatura tras leer a Joyce, hay que leer primero “Dublineses” o “El retrato del artista” y luego seguir con “Ulises. «Al leer Ulises hay que pensar lo que dijo Joyce de que cuando se despejase toda esta confusión crítica puede ser el momento en que la gente entienda la obra como lo que es, una obra cómica”.
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El otro libro que traemos con motivo de este centenario son las Cartas de amor y pasión a Nora Barnacle. James Joyce. Para los lectores que les guste las grandes relaciones amorosas, tienen en esta correspondencia que envió Joyce a su mujer Nora Barnacle, (Connemara, 1884- Zúrich, 1951) una variante más.
James Joyce y Nora Barnacle se conocieron el 16 de junio de 1904, cuando el escritor irlandés vio pasear a orillas del río Liffey, que cruza Dublín, a una guapa muchacha, alta y pelirroja. Él la detuvo, le preguntó quien era y Nora le respondió. Pocos días después, quedaron y se dirigieron a una zona oscura del puerto de Dublín. Todo podía haber quedado en unas palabras, o tal vez unos abrazos o un beso. Sin embargo, Nora fue mucho mas lejos de lo que Joyce pudo imaginar y le acabó masturbando.
Aquella iniciativa dejó asombrado al joven James, lo que es lógico pues las costumbres sexuales de aquel tiempo eran bastante estrictas. Pero su reacción posterior, en cambio, fue más universal y masculina: ¿Con cuántos hombres has estado antes y qué has hecho con ellos?, preguntó Joyce a Nora. Pero ella solo había tenido un amor adolescente, mientras que las primeras experiencias sexuales de Joyce fueron con prostitutas.
Celos aparte, a los que contribuyeron las falsas acusaciones de un antiguo amigo de Joyce que aseguró haber desflorado a Nora y del que el escritor se vengará a través del retrato que hizo de él en el Ulises, proseguirán su historia amorosa hasta la muerte de Joyce.
Nora era una camarera de hotel de la ciudad irlandesa de Galway que estaba dispuesta a todo por el amor a este hombre. No se negó a ninguna fantasía suya y le acompañó fielmente a lo largo de una vida que fue una mudanza continua por distintas ciudades europeas y que comenzó meses después de conocerse, cuando Joyce decidió irse de Dublín. Él tenía 21 años y ella 19. Tras pasar por Francia y Suiza, acabaron en Trieste, entonces puerto del imperio austrohúngaro, y donde malvivirán dando clases de inglés, Joyce, y trabajando de lavandera, ella.
En esta correspondencia se puede leer el nacimiento y desarrollo de su pasión amorosa durante los años 1904-1910. Cuando Joyce viajaba solo, la escribía a diario describiendo con pelos y señales sus deseos sexuales en una relación sexual que él definía como «sucia» y en la que había episodios de voyeurismo, y escatología.
Nora apenas leía los libros de Joyce y del Ulises sólo llegó hasta la página 27 por lo que desconocemos si se reconoció en el último capítulo, donde se representa el fluir de la conciencia femenina, incluidos pensamientos íntimos, sensaciones y fantasías eróticas. De lo único que estamos seguros leyendo estas cartas es que supo mantener el deseo sexual de Joyce como podemos ver en esta carta:
2 de diciembre
de 1909
44 Fontenoy Street, Dublín.
Querida mía, quizás debo comenzar pidiéndote perdón por la increíble carta que te escribí anoche. Mientras la escribía tu carta reposaba junto a mí, y mis ojos estaban fijos, como aún ahora lo están, en cierta palabra escrita en ella. Hay algo de obsceno y lascivo en el aspecto mismo de las cartas. También su sonido es como el acto mismo, breve, brutal, irresistible y diabólico.
Querida, no te ofendas por lo que escribo. Me agradeces el hermoso nombre que te di. ¡Sí, querida, “mi hermosa flor silvestre de los setos” es un lindo nombre¡ ¡Mi flor azul oscuro, empapada por la lluvia¡ Como ves, tengo todavía algo de poeta. También te regalare un hermoso libro: es el regalo del poeta para la mujer que ama. Pero, a su lado y dentro de este amor espiritual que siento por ti, hay también una bestia salvaje que explora cada parte secreta y vergonzosa de él, cada uno de sus actos y olores. Mi amor por ti me permite rogar al espíritu de la belleza eterna y a la ternura que se refleja en tus ojos o derribarte debajo de mí, sobre tus suaves senos, y tomarte por atrás, como un cerdo que monta una puerca, glorificado en la sincera peste que asciende de tu trasero, glorificado en la descubierta vergüenza de tu vestido vuelto hacia arriba y en tus bragas blancas de muchacha y en la confusión de tus mejillas sonrosadas y tu cabello revuelto.
Esto me permite estallar en lagrimas de piedad y amor por ti a causa del sonido de algún acorde o cadencia musical o acostarme con la cabeza en los pies, rabo con rabo, sintiendo tus dedos acariciar y cosquillear mis testículos o sentirte frotar tu trasero contra mí y tus labios ardientes chupar mi polla mientras mi cabeza se abre paso entre tus rollizos muslos y mis manos atraen la acojinada curva de tus nalgas y mi lengua lame vorazmente tu sexo rojo y espeso. He pensado en ti casi hasta el desfallecimiento al oír mi voz cantando o murmurando para tu alma la tristeza, la pasión y el misterio de la vida y al mismo tiempo he pensado en ti haciéndome gestos sucios con los labios y con la lengua, provocándome con ruidos y caricias obscenas y haciendo delante de mí el más sucio y vergonzoso acto del cuerpo. ¿Te acuerdas del día en que te alzaste la ropa y me dejaste acostarme debajo de ti para ver cómo lo hacías? Después quedaste avergonzada hasta para mirarme a los ojos.
¡Eres mía, querida, eres mía¡ Te amo. Todo lo que escribí arriba es un solo momento o dos de brutal locura. La última gota de semen ha sido inyectada con dificultad en tu sexo antes que todo termine y mi verdadero amor hacia ti, el amor de mis versos, el amor de mis ojos, por tus extrañamente tentadores ojos llega soplando sobre mi alma como un viento de aromas. Mi verga esta todavía tiesa, caliente y estremecida tras la última, brutal envestida que te ha dado cuando se oye levantarse un himno tenue, de piadoso y tierno culto en tu honor, desde los oscuros claustros de mi corazón.
Nora, mi fiel querida, mi pícara colegiala de ojos dulces, sé mí puta, mí amante, todo lo que quieras (¡mí pequeña pajera amante! ¡Mí putita folladora!) Eres siempre mi hermosa flor silvestre de los setos, mi flor azul oscuro empapada por la lluvia.
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