François Mauriac en su casa parisina. Foto de Pierre Vauthey

 

François Mauriac es un escritor de ida y vuelta, en el sentido que tras dejar una brillante estela en el firmamento literario de su tiempo desaparece por las modas y los modos para volver a reaparecer después. En Francia es un autor donde no existe para él la pena del olvido eterno. En la España de los años cincuenta tuvo su público, ayudado también por su catolicismo, como escribe José Carlos Llop en su estupendo prólogo a “El cuaderno negro. Textos de la ocupación”, (Fórcola, 2022) y que sirve para explicar al escritor y su obra.

Mauriac (1885-1970) representó una cierta Francia “clásica” en lo que tiene de sus mejores valores intelectuales: amplitud de miras e inteligencia. Natural de Burdeos, también periodista y crítico, ganó el premio Nobel de Literatura en 1952. Autor de algunas novelas interesantes, traducidas al español en su mayor parte hace tiempo, mantuvo también esa veta muy francesa del polemista. Una figura intelectual con larga tradición en las letras galas.

El panfleto es el arma que emplea el polemista para atacar y defenderse. Suele ser  un texto breve con cierto tono agresivo como es el caso de este “cuaderno negro”, en edición de Jean Touzot y bien traducido por Ester Quirós. Claro que no es lo mismo que el panfleto esté escrito por un literato de la categoría de Mauriac que de otro escritor menor.

Mauriac ataca el colaboracionismo con el ocupante, la Alemania nazi cuya esvástica compara a una araña, y en especial el Gobierno de Vichy. En cualquier caso, el valor de este libro, publicado en la clandestinidad bajo el seudónimo de Forez, es por un lado la versión que el escritor ofrece de lo ocurrido en 1940, y que ya había señalado a lo largo del periodo de entreguerras,  según recuerda Touzot en su introducción.

También cuenta el presente, las razones por las cuales oponerse al ocupante y reunir alrededor del fuego imaginario de una acampada gigantesca a los franceses que creen que “un pueblo libre puede convertirse en un pueblo fuerte, y un pueblo fuerte puede seguir siendo un pueblo justo”.  

Pero la realidad asoma a través de las páginas de un breve diario con algunos apuntes de 1943 y 1944, y que el escritor dice haber encontrado en 1954. Entonces reconocemos la situación de París bajo la Ocupación, al igual que hemos leído en otros diarios y memorias. Una existencia marcada por el contexto inmediato. Así, tras los bombardeos anglosajones sobre París, se plantea si el daño moral que se están haciendo a sí mismos  se compensa con el resultado práctico de la incursión.

Un cuaderno que Mauriac acaba con un almuerzo con el general De Gaulle tras la liberación de París y que nos deja algunas reflexiones sobre su catolicismo, gracias al cual alcanza una armonía frágil y precaria, o el comentario que hace después de recibir  un libro de Bataille y donde reconoce que «el erotismo jamás se acaba”. O reflexiones de este cariz: “Durante todo el tiempo en que un hombre vive, siempre hay un veneno  que jamás se elimina. Sea cual sea su muerte, todos los hombres mueren envenenados”. En su caso, por la literatura, cierta comodidad burguesa, la paz, una casa de campo con viñedos cerca de Burdeos y la vida en general que, a menudo, suele ser cruel con los demás y uno mismo.

 

 

 

 

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