Julien Gracq
Gracias a Bernhild Boie, la amiga del escritor francés Julien Gracq, tenemos estos Nudos de vida publicados por Ediciones del Subsuelo, y magníficamente traducidos por Lluís Maria Todó. Aún quedan otros inéditos del escritor francés, pero que por expreso deseo suyo no se publicarán hasta 2027. De momento, leemos este aperitivo dividido en cuatro partes: «Caminos y calles», «Instantes», «Leer» y «Escribir».
En la primera se nos ofrece un recorrido descriptivo por paisajes, casi todos franceses de la región del Loira. En la segunda, reflexiones sobre los estados de ánimo, la política y la historia. En la tercera, notas críticas sobre escritores: Rousseau, Stendhal, Proust, Valéry, Colette, Cocteau… y, por último, una mirada personal sobre el oficio literario. Todo ello en su característico estilo fragmentario.
Escritos entre los años sesenta y ochenta del siglo pasado, gustamos la riqueza de las imágenes, y admiramos su lucidez. También le vemos como un pintor de paisajes, atento al menor accidente del terreno, al color y la textura del suelo, los infinitos matices de la vegetación, sensible a los cambios de luz, y a una naturaleza que conoce desde su juventud.
Con Gracq las sensaciones son cutáneas, las frases claras, sencillas, y tampoco ahorra críticas. Deplora la relación que el hombre mantiene con su entorno y que le aleja de cualquier conexión emocional. Desprecia al turismo de masas, las urbanizaciones, el abandono de la naturaleza en aras del progreso humano y sus excesos. Pero también le preocupa la importancia del cambio demográfico y sus consecuencias.: «Cuando la Tierra tenga veinte mil millones de habitantes… deseo tan solo que mis libros sean en algún estante perdido… testimonios de una época en la que todavía había en el planeta algunos intersticios de vacío y soledad, espacios de agua que no eran enteramente aguas gastadas, un poco de aire que todavía no tenía el sabor de los pulmones de nuestro prójimo”.

Julien Gracq
Si la vejez implica un «acortamiento de la perspectiva», también nos invita a concentrarnos en lo esencial, en este caso en las condiciones en las que la vida sigue viva y el mundo habitable. Para él, la vejez no conduce a la amargura ni a la nostalgia. Al contrario, le anima a apreciar el contacto directo con la naturaleza, a reconsiderar las acciones más sencillas como la escritura y la lectura, cuya práctica se ha vuelto más lenta y también más sabrosa, un mundo alejado de las prisas adolescentes.
Qué alegría, nos recuerda, tocar los libros ordenados en las bibliotecas, cogerlos como se cogen las uvas, y saborear las delicias que prometen. El placer de abrirlo y seguir el movimiento de las palabras.
En este breve libro, Gracq nos demuestra una vez mas que es un escritor total, liberado de preocupaciones y ambiciones, de una claridad luminosa, porque sólo cuenta a sus ojos la belleza del estilo. Como él mismo escribe, nunca hay que emplear con un volumen la «lectura detenida» que suelen usar los críticos porque se pierde la energía propia de una obra. No hay que detenerse en los textos y convertirlos en un «campo de investigación», sino seguir su flujo que es el «el viaje» de todo buen lector. Gracq nos permite un gran viaje con sus idas y venidas, y que se puede leer una y varias veces sin que desfallezca nuestro interés por él.
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