La biografía escrita por Enrique López Viejo (1) sobre Pierre Drieu La Rochelle (1893-1945) pone de actualidad a este escritor francés que como escribió Mario Vargas Llosa(2), no sólo tiene un público fiel, sino que se le han dedicado muchos estudios, biografías, y sus novelas se reeditan con frecuencia (3). El escritor hispano-peruano criticaba también «el culto que se ha ido coagulando en torno a su figura en las últimas décadas, la mitología que mana de él, su aureola de escritor maldito, cuyo suicidio, al final de la guerra, cuando iba a ser arrestado por colaborar con los nazis, clausuró una vida tumultuosa, de rebelde contumaz, agitador intelectual, don Juan impenitente…».

En lo que no se equivoca Vargas Llosa es en la fascinación que emana de Drieu la Rochelle y que se refleja en esta excelente biografía. El libro nos adentra en el misterio de una vida que representa, como pocas, la época convulsa que va desde la Primera Guerra Mundial, en la que Drieu combatió y resultó herido varias veces, hasta la Segunda.

Si nos acercamos de una manera desapasionada y libre de prejuicios ideológicos, vemos a un hombre de muchas facetas que, en cierto modo, representa la etapa final del dandismo. En el siglo XX la elegancia, aunque no dependa del dinero, no está bien vista por una sociedad de masas que busca la homogeneidad. El dandi sólo espera ser reconocido por su igual. Por eso Walter Benjamin lo compara con el conjurado y sostiene que representa a una sociedad secreta donde la elegancia, en palabras de Baudelaire, «es el símbolo de la superiridad aristocrática de su espíritu».

Pero al comienzo de esta historia, Drieu es un literato que ha sobrevivido a la Gran Guerra y que vive a fondo el París de los años veinte. Noctámbulo y promiscuo, se mueve en los ambientes de las vanguardias artísticas. También publica sus primeros libros y colabora en la prensa.

 

 

 

 

Son los años de la frivolidad. Se casa con una rica judía -Colette Jeramec- que tras el divorcio le deja parte de su herencia. Ello le permite dar rienda suelta a su estilo de vida. Drieu se viste un poco pasado de moda y con un estilo inglés. En sus trajes siempre destaca algo de azul a juego con el color de sus ojos. También es el inquilino de casas con pocos y valiosos muebles.

Su aparente éxito mundano no esconde sus frustraciones. Empezando por su origen. Hijo de una familia de la burguesía normanda con un padre mujeriego y arruinado, Pierre tuvo una infancia solitaria y triste en la que pasó mas horas con su adorada abuela que con sus padres. Es aquí donde prende en él la idea del suicidio y el apego por la soledad que le acompañarán toda su vida. Tampoco acabó sus estudios universitarios, y no pudo ser oficial durante la guerra ni diplomático luego.

Escritor de talento pero no genial, sus novelas y cuentos son autobiográficos, pues el argumento es un poco él mismo, y es un maestro en el análisis de las relaciones amorosas. En sus ensayos de esta primera época acierta sobre algunos males que aquejan a Francia y el continente europeo, como el de superar los viejos nacionalismos para construir una Europa unida.

 

 

El hombre cubierto de mujeres

Los ojos azules del hombre alto y elegante enamoran a muchas mujeres. Además, le gusta frecuentar los prostíbulos. Pero más que el libertinaje, busca la voluptuosidad. Desde luego explota como nadie el mecenazgo femenino que le permite vivir dedicado a sus pasiones. Sabe entretenerlas y desconoce la fidelidad. «El aciago seductor», como se subtitula esta biografía, es un hombre cubierto de mujeres, igual que el título de una novela suya.

Pero las conquistas no le duran demasiado y en la mayoría de los casos, se trata de triángulos amorosos donde Drieu es el amante. Esta inestabilidad sentimental tiene dolorosas consecuencias, como son las rupturas, los celos y la imposible posesión de la mujer amada.

Al final queda la extrema soledad del hombre reacio a cualquier compromiso amoroso. Ninguna mujer merece la fidelidad, ya que «no hay nada en la mujer fuera de lo que pone el hombre y éste sólo puede hacerlo desde la distancia». Para entendernos mejor, el dandi prefiere la incertidumbre del amor fugaz, con su tiempo intenso y rápido, que el tedio conyugal y su hora plana y lenta.

Donde no alcanza el sexo y el amor, a lo mejor llega la amistad. Drieu tuvo un amplio espectro de amigos, desde comunistas y surrealistas de la primera época como Raymond Lefebvre o Luis Aragon (enemigo íntimo luego) a Paul Éluard, André Malraux, su albacea literario, o intelectuales judíos como Enmanuel Berl.   Precisamente fue el suicidio de un íntimo amigo suyo, el surrealista Jacques Rigaut (1899-1929), otro elegante que a los 20 años fijó la fecha de su muerte y lo cumplió, lo que le empujó a escribir una de sus mejores y más conocidas novelas, «El fuego fatuo» sobre las horas finales de un heroinómano. El realizador francés Louis Malle hizo en 1963 una película sobre esta historia que fue decisiva para la resurrección literaria de Drieu la Rochelle, y que resultó premiada en los festivales de cine de Cannes y Venecia.

Según el poeta Juan Luis Panero (4), la novela es un clarísimo precedente de «El extranjero» de Camus, así como la relaciona con «Bajo el volcán» de Malcoln Lowry; «El 1º de mayo» de Francis Scott Fitzgerald y «El oficio de vivir» de Cesare Pavese, otro escritor suicida. El personaje principal de ésta última dice al final algo parecido al de la novela de Drieu para resumir su hastío vital. Pero mientras el protagonista de Pavese concluye que no merece la pena volver a escribir, el de Drieu se mata.

 

 

 

El hombre de acción

Una persona inquieta como Drieu busca también en esos años cualquier pretexto para conocer un mundo en ebullición, en especial Europa. Así estuvo varias veces en España, pues sabía español, y en América, sobretodo en Argentina, donde se relacionó con el grupo de la revista Sur. Borges le cita en uno de sus cuentos, alaba su inteligencia y lo define como la «distracción francesa de Victoria Ocampo». Drieu por su parte, convierte a la millonaria argentina en otra de sus mecenas.

Sin embargo, la mirada de este hombre alto y delgado ve a su alrededor un mundo en decadencia y lo mismo que él, repleto de debilidades. Su ansia de pureza, de plenitud, no encuentra el horizonte adecuado. A todo ello se suma la crisis económica de finales de los años veinte. Las democracias se ahogan en la corrupción y los escándalos, dando la impresión de carecer de soluciones para los graves problemas de la época. Entretanto, a un lado y otro del espectro político crecen dos nuevas ideologías: el fascismo y el comunismo.

La política le proporciona la coartada para sus ansias de acción. Tras el conservadurismo de su primera juventud y el posterior izquierdismo, Drieu la Rochelle se decanta hacia el fascismo. Frente a un mundo corrupto y decadente ve en esta ideología la nueva fuerza capaz de enderezar el rumbo de las cosas.

Un entusiasmo que visto con los ojos de hoy día nos resulta imposible de aceptar. Sin embargo, fueron numerosos los intelectuales que hicieron del compromiso político un desfile de bellas banderas sin ver el furgón de cola, el que llevaba hacia Auschwitz o el Gulag.

En cuanto al antisemitismo, era un racismo muy de la época, sobretodo en Francia, la Europa central y los Balcanes. Como lo definió acertadamente otro de sus biógrafos, Julien Hervier, en Drieu fue «una suerte de pasión intelectual violenta y determinada por su tiempo y ambiente, pero su odio no lo practica en privado, como reiteradamente demuestra ayudando a muchos de sus amigos semitas.»

Sin ir más lejos, la primera mujer de Drieu la Rochelle era judía y mantuvo siempre con ella una gran complicidad, ayudándola durante la ocupación nazi a salir de su encierro en el campo de concentración de Drancy. Y también tuvo entre sus amigos a muchos representantes de la inteligencia judía parisina. Pero luego veía en ellos un factor decisivo del materialismo que aquejaba al viejo continente, odiaba su cosmopolitismo, y el gran número de judíos que eran dirigentes comunistas.

Resulta fácil dictar sentencia: un fascista. Sí, y de cuerpo entero. Con la diferencia de que cuando en 1938 vio las carencias del fascismo francés se apartó de la escena política.

 

 

 

 

El hombre de las muchas contradicciones

Sin embargo, a Pierre Drieu hay algo que le mantiene a flote en medio de la marea. Tal vez porque nuestro hombre también fue muchas cosas más, pues no se mantuvo al margen de su tiempo y entró de lleno en todos sus debates. Y también por esa lucidez que no le abandona nunca y le ayuda a entender a su contrario. En algún modo, secundó lo que dijo Próspero Mérimeé: «Jamás he podido resistir el placer de la contradicción».

Veamos: el anticomunista se vuelve hacia Stalin al final de su vida como esperanza de un nuevo orden. El antiburgués que reina en los salones de París, y cuya penúltima amante fue la mujer del dueño de la Renault, se declara revolucionario. El hombre débil ama la virilidad y la fortaleza. El fascista se considera nacionalista europeo y no francés. El pobre juega a ser rico. El dandi dice ser socialista… Pierre Drieu la Rochelle es distinto, afirma el autor de esta biografía, quien avisa que pese a discrepar en mucho con su ideario, ve en el escritor francés el verdadero disidente, un hombre rebelde que actuó siempre acorde a sus principios morales, y en los que prevaleció el bien común.

Su honestidad la demostró en su vida y en su obra de escritor egotista, donde siempre se sitúa en el centro de la diana y reconoce sus defectos. Cuando la guerra está perdida y los que colaboraron con el ocupante nazi saben el final que les espera, rechaza refugiarse en la España de Franco o la tranquila Suiza, pese a poder hacerlo. Es más. Firma su reingreso en el colaboracionista Partido Popular Francés en 1943, lo que de alguna manera es corroborar su condena a muerte.

Los aliados liberan Francia y los colaboracionistas más destacados acompañan al ejército alemán en su retirada. Drieu la Rochelle permanece escondido en París, en una casa que pertenece a su primera mujer. El final está cerca. Estudia filosofía y las diversas religiones mientras vuelve con fuerza a la idea motor que nunca le ha abandonado y que no es otra que el suicidio.

Escribe «Relato secreto», una de sus mejores obras, y explica las razones de su colaboración con el enemigo. Lamenta no haberse exiliado de Francia antes de la guerra para no tomar partido y haber vuelto a la política en 1940 para entenderse con el ocupante por el bien de su país y de Europa, y del que pronto comprendió que no entendía la grandeza de su tarea. Por eso le hubiera gustado ocupar el puesto del dandi, «el inconformista que rechaza todas las tonterías corrientes en un sentido u otro y que manifiesta discreta pero firmemente una indiferencia sacrílega».

Drieu la Rochelle no cree que suicidarse se halle en contradicción con la idea de inmortalidad. La muerte es el umbral mas allá del cual continúa la esencia de la vida. Por eso le dice a su único hermano, Jean, que su muerte es un sacrifico libremente consentido, y que no cree en el alma ni en Dios, y si en la eternidad de un principio supremo y perfecto en el mundo.

Queda el último gesto. Abrir la espita del tubo del gas y tomar las pastillas. Esta vez no quiere fallar como los dos intentos anteriores.

El caso Drieu la Rochelle: Con él tenemos la impresión de lo inacabado, como si de esta vida intensa y contradictoria quedase todavía por perfilar bien el retrato, una tarea que su muerte ha dejado a la mitad. A lo mejor este es el motivo de que la imagen que permanece con más nitidez de este escritor es la del dandismo. Entonces, si lo que cuenta para un dandi es recitar bien su papel, hemos de estar de acuerdo en que lo interpretó con todos los aciertos y errores de un tiempo que ya no es el nuestro.

 

 

Notas:
1.- «Pierre Drieu la Rochelle. El aciago seductor». Enrique López Viejo. Editorial Melusina. Barcelona, 2009.
2.-«El viejito de los juanetes». Mario Vargas Llosa. EL País, 10 marzo 1996.
3. La última aparecida en castellano es «Burguesía soñadora». Artime ediciones. Madrid, 2007
4. «El fuego fatuo». Juan Luis Panero. Diario 16. 6 de julio de 1989.