Patti Smith y Robert Mapplethorpe fotografiados en el Hotel Chelsea de Nueva York por Norman Seef, 1969
En su libro de memorias “Éramos unos niños”, la cantante y poeta Patti Smith cuenta sus años de aprendizaje y bohemia en la Nueva York de finales de los años sesenta y comienzos de los setenta. Patti Smith tenía entonces veinte años y, según explica, había sido una chica mala que intentaba ser buena. Atrás dejaba un trabajo en una fábrica y un embarazo no deseado que acabó con una hija dada en adopción. En su pequeña maleta con la que llegó a Manhattan, un ejemplar de las Iluminaciones de Arthur Rimbaud.
El poeta simbolista francés fue en parte el responsable del viaje. Ella lo había descubierto en el quiosco de la estación de autobuses de Filadelfia. Vio la portada, lo ojeó y se quedó fascinada con lo que leyó. Pero no tenía los 99 centavos que costaba el libro, por lo que se lo metió en el bolsillo de la gabardina en un descuido del quiosquero. De este modo, Rimbaud se convirtió en el santo patrón y amor secreto de Patti Smith.
Dejemos de lado el hecho que hoy día sería imposible encontrar un libro de Rimbaud en cualquier quiosco o tienda de una estación de autobuses, trenes o aeropuertos del mundo entero y sigamos con los recuerdos de esta mujer huesuda, de carácter complicado y bastante narcisa bajo una apariencia andrógina.
Patti empieza a deambular por las aceras del Village neoyorquino vestida con un pantalón de peto, un jersey negro de cuello alto y una vieja gabardina. Al igual que ella hay muchos jóvenes que vagabundean y duermen en la calle o los parques de la ciudad en 1967. Ella no percibía ningún peligro y tampoco tenía mucho que ofrecer a alguien con malas intenciones. Dormía en los vagones del metro, en los portales, incluso en un cementerio. Por la mañana una mano ajena la despertaba y la decía: circule, por favor. A veces, algún nuevo conocido la dejaba ducharse y pasar la noche en su casa. Una vida de vagabunda cuyo encanto radicaba en una libertad absoluta pero lastrada por el hambre.
El primer trabajo que encontró fue de cajera en una librería. Una noche, un cliente la invitó a cenar (algo que necesitaba con urgencia) pero luego quiso llevársela a la cama. Cuando la situación se puso tensa, vio pasar a un chico que había conocido en el piso de una amiga y se aferró a él como una tabla de salvación. El joven se llamaba Robert Mappelthorpe, trabajaba en una librería de la misma cadena y también vestía otro pantalón de peto y un chaleco de piel de carnero, mientras que en el cuello se adornaba con collares de cuentas según los cánones de la moda hippie.

Hippies en Washington Square en el verano del amor
Él le explicó que había tomado un ácido. Estamos en los preludios del verano del amor y Washington Square es uno de los centros neurálgicos del movimiento hippie donde la gente fuma hierba, tocan los bongos y cantan o escuchan a los grupos que actúan. Hasta allí se dirigen andando. Patti tiene un concepto romántico de las drogas y las considera como algo sagrado. Robert no parece alterado ni extraño. Al contrario, le da la impresión de una persona dulce, avispado, tímido y protector hacia ella. Pasean hasta la madrugada y entonces Patti le confiesan la cruda realidad: no tiene un sitio donde ir a dormir. Él la conduce al piso que comparte con más gente.
A partir de entonces se convierten en una extraña pareja en la que ella le mantiene a él con su trabajo en la librería y ayudas extra que saca de la caja registradora. Algo que hizo también con otros novios. Los dos se consideran artistas y aspiran a la fama y el reconocimiento. Consiguen alquilar un apartamento. Robert dibuja, hace collages, pinta y tiene una extraña forma de ser que Patti intenta descifrar. Como dejan de tener relaciones sexuales, piensa que él se ha cansado de ella. Y de este modo cada uno empieza a tener sus propias aventuras por separado. Un día ella se marcha a vivir con uno, y él la suplica que vuelva. Él no le cuenta mucho de su vida pero desea que estén de nuevo juntos como si nada hubiera sucedido. Siguen unidos y viven en el mismo espacio.
“Yo necesitaba indagar más allá de mí y Robert necesitaba buscar dentro de sí. Durante un tiempo Robert me protegió, después dependió de mí, y luego fue posesivo conmigo. Al parecer, queríamos lo que ya teníamos, un amante y un amigo con quien crear, codo con codo. Ser fieles, pero libres”, escribe ella.
Tras un peregrinaje por habitaciones de mala muerte consiguen la habitación más pequeña del hotel Chelsea, el centro neurálgico de la bohemia artística neoyorquina.
El Chelsea les abre la puerta a conocer a otros músicos y artistas que se encuentran allí y que ven en Andy Warhol y su corte el monarca de un reino del que desean forman parte. Los súbditos se reúnen en la parte trasera del Max Kansas City, un restaurante y bar de copas pintado de rojo con un espacio reservado para los VIPS que también acabará siendo un local de conciertos.
Patti y Robert se acercan todas las noches hasta el toldo blanquinegro que lo señala desde la distancia. Entran y se pasan las horas con una ensalada y una coca cola. Cuenta la leyenda del lugar que el dueño simpatiza con los artistas y les ofrece un buffet libre por el precio de una consumición. Una medida caritativa que sirve de manutención a muchos artistas y reinonas en épocas bajas que lo frecuentan.
Pero Warhol, al que Valerie Solanas casi consigue matarlo, se cuida más y sale poco. Ya no aparece por el Max pero da igual. El local sigue de moda y con el tiempo Robert y Patti consiguen acceder al olimpo. Y en esa especie de club berlinés de los años treinta donde se espera la llegada de la fama y el papel adecuado mientras se cotillea, pelea y odia, Robert y Patti se dan a conocer por sus extraños vestuarios que estudian al milímetro frente al espejo durante horas antes de salir a la calle camino del Max.
Poco a poco, Patti se abre camino. Conoce en el bar restaurante que está al lado del hotel Chelsea, el Don Quixote, a Bobby Neuwirth, el amigo íntimo de Bob Dylan. Toma una copa con él, le enseña su cuaderno y él le dice que tiene que escribir letras para canciones. Tienes aptitudes, pronostica él. Otro amigo, Rundgren, la lleva a un concierto de una banda de rock.
Patti queda prendada del batería. Le parece un fugitivo de la justicia escondiéndose detrás de su instrumento mientras los polis lo buscan en otro sitio. Un hombre con alma y carisma, que posee energía y belleza a raudales. En los camerinos, ella le dice que quiere entrevistarlo para una de las revistas musicales en las que colabora. Patti siempre toma la iniciativa cuando le gusta un hombre.
Ya no vive en el Chelsea sino en un apartamento cercano. Robert teóricamente también pero ahora pasa muchas noches con un novio. La calefacción funciona mal, el frío del invierno neoyorquino se las trae. Le duelen las muelas, está agotada, y un médico la diagnostica anemia y le dice que necesita tomar carne roja. Patti recuerda que Baudelaire también atravesó una época parecida en Bruselas. Saberlo no le hace crecer los glóbulos rojos, pero atenúa el malestar.
Patti es una chica echada para adelante. Roba dos filetes en una tienda de alimentación que mete en los bolsillos del abrigo con la intención de freírlos en el hornillo eléctrico de su habitación. Se encuentra con el batería y pasean. La cabeza de Patti está puesta en la carne y teme que se estropee, así que no le queda más remedio que confesarle al músico su robo. Él la acompaña a comérselos y se convierte en su ligue.
El batería la lleva al Max a comer langosta, una especialidad de la casa. Y será allí, en el servicio, donde una reinona del lugar le diga quien es aquel músico. Ni más ni menos que Sam Sheppard, dramaturgo experimental y astro ascendiente del panorama artístico. Todas las noches se representa una obra suya multipremiada en el Lincoln Center.
Patti publica su primer libro de poesía, actúa en alguna obra teatral y en recitales de poesía. Sam le regala una guitarra y escribe el guion de una obra de teatro con ella que es un poco la historia de los dos. Después, vuelve con su mujer e hija de seis años. Patti queda destrozada aunque cuenta que no había habido trampa ni cartón y los dos sabían que eran unas vacaciones en el paisaje nevado de la ciudad.
Robert ha cambiado el dibujo y la pintura por la fotografía. Ha conocido al director de arte del museo metropolitano de arte. Su vida social se enriquece y empieza fotografiar a conocidos y desconocidos. Pero siempre vuelve con su musa que casi no puede dar un paso sin que su amigo íntimo la retrate.
Cuando en la vida de Robert aparezca Sam Wagstaff, un hombre guapo y con mucho dinero, su vida cambia de color. Un mecenas y príncipe azul que con el paso del tiempo reunirá una colección de más de 26.000 fotografías. Robert llegará hasta lo más alto y morirá se sida en 1989.

Sam Wagstaff y Robert Mapplethorpe
Muchos aspirantes al éxito sucumbieron antes de ver realizados sus sueños, pero Patti los vio cumplirse. Cuando estaba cerca de lograrlo acude en peregrinación a Francia y visita la casa museo de Rimbaud y su tumba en Charleville. En París hace lo mismo con la tumba de Jim Morrison, un día de lluvia torrencial, y mientras mira los objetos dejados por los fans mientras se diluyen por el aguacero, una limpiadora le increpa en francés:
“Americanos, ¿por qué no honráis a vuestros poetas?”
De vuelta a casa, según cuenta, se vio como la emisaria de la libertad con la misión sagrada de proteger y difundir el espíritu revolucionario del rock and roll. Temía que la música que fundamentaba su vida perdiera su razón de ser y solo se convirtiese en un negocio. Entonces tomó las armas de su generación, la guitarra eléctrica y el micrófono.
El CBCG era el lugar idóneo. “Un club situado en la calle los oprimidos y frecuentado por una extraña raza que acogía a los artistas no reconocidos con los brazos abiertos. Lo único que el dueño exigía a quienes tocaban en su local era que fueran nuevos” afirma.
Empezó a actuar y según tocaba, “las canciones adquirían vida propia y a menudo reflejaban la energía del público, el ambiente, nuestra creciente confianza y los acontecimientos que sucedían en nuestro territorio inmediato”.
Todo esto y mucho más se cuenta en este libro de memorias que viene a ser una fábula sobre dos jóvenes soñadores. Ya sabemos que la memoria es selectiva y tiende a desvelar nuestro mejor lado. Pero también podemos imaginar con facilidad la dura vida de esos años libre y salvajes, en los que esta mujer encontró su camino. Detrás quedan amores y humores, y experiencias malas y buenas. En cualquier caso, Patti ha llegado hasta hoy en forma como podrán comprobar el próximo junio los que viven en Barcelona, Madrid y Victoria, ciudades españolas en las que actuará en su nuevo tour por América y Europa.
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