De los páramos y las altas mesetas a la sierra nevada, a Navacerrada. Dirección sur. Un mediodía de invierno, febrero. Una mañana crecida, que avanza fría, muy de invierno. Asusta, pues la luz es rara, muy rara, no es muy común a la hora que es ya. El sol parece no haber despertado, como si ante el intenso frío, no hubiera querido salir de su oriente. Lo cierto es que parece que sigue siendo de noche, las oscurísimas nubes no dejan pasar haz de luz ninguno, nubes que se están posando sobre los campos oscuros. Negra la tierra, negros los pinares que van perdiéndose al llegar a la sierra cuyo fulgor níveo es más una sombra reflejada de los densos cúmulos, de las pesadas nubes que ocupan el cielo entero sin dejar pasar haz de luz del cielo, ni de ese sol ausente. No es nieve negra, pero sí nieve gris, un gris plomo.

A media mañana, es de noche, sigue siendo de noche. Suerte que escucho a Schubert y me alegra con sus canciones. Todo el pasaje en el tren permanece callado, silencioso. Bien que cada cual llevamos distintos aparatos en los oídos distrayéndonos con distintas fórmulas, pero vamos todos con cierta circunspección. En su cadencia, el tran tran del tren.

Viajo buscando mi vida, buscando más tiempo para vivir. Mi enfermedad avanza traidora y mortal, diciéndome… sufre. Una enfermedad que no para de rondarme y clavarme puñales y espadas, además de sujetarme el permanente cilicio de las consecuencia de los desastres habidos y las servidumbres que uno tiene. Y no entiendo por qué esta maldición. Esta negra condena de esta tierra helada que me vio nacer, y en la que no quiero morir. Bueno, esto no lo sé. Es algo que podría pensar. Morir donde nací, actualmente, un hotel a la sombra de la Catedral.

Mañana oscura en un tren custodiado de nubes. La Trucha de Schubert es un tema alegre como ninguno, eleva mi ánimo, me anima en medio de esta tormenta y el destino… el destino, de momento, unos análisis.

Todo es rápido ahora, el tren, el paisaje, las voces, lo que lees, lo que te da tiempo a pensar. La vida también ha sido demasiado rápida. Una exhalación. Cómo se dice: un suspiro. Pasó, pasó la vida como pierdes de vista esa alameda en el meandro del río que has visto, y que al paso de unos segundos ya no ves.

Todos los que me rodean en este vagón son castellanos viejos, gentes entre Valladolid y Segovia, Madrid. Es algo extraño, pues ahora siempre te encuentras a gente que no es de aquí, esa mezcla multi-origen y multi-marca, que es común en todas partes en los nuevos tiempos globalizados. Una comunidad bastante despersonalizada. El globo que llevamos los viajeros de este tren, custodiados en las ventanas por nubes marengo.