El pasado año Manuel Rico (Madrid,1952) publicó El raro vicio de escribir la vida, una serie de escritos del autor sobre escritos de otros que vieron la luz entre los años 2007 y 2014, el autor suele ser muy quisquilloso con las fechas, y con los que se topó en el desván y que trasladó a una casa de campo que para Rico representa  un punto de fuga desde donde cuestionar el mundo y los seres y reflexionar sobre ellos y sobre ello a través de la expresión de la escritura. En este sentido se podría decir que este libro es complemento y, a la vez, representa todo lo contrario que el que acaba de publicar bajo el escueto título de Diarios completos:  complemento porque se trata de escritos que rodean, si atendemos a la división clásica, lo que constituye su obra principal, su poesía y sus novelas, y eso aunque sepamos que hay autores cuyos Diarios tienen más interés que su obra narrativa, y aquí hablamos de calidad literaria, no de interés documental, caso de André Gide o de Ernst Jünger o entre nosotros, y para referirnos a un contemporáneo, de Andrés Trapiello y  todo lo contrario porque los diarios son una proyección del autor de las experiencias de la poesía y la prosa del mundo, de lo hecho por los otros, en un bucle de influencias de los otros sobre el yo y de éste sobre los otros, influencia, todo hay que decirlo, que sucede sólo en la intimidad del autor en tanto en cuanto es un diálogo del autor consigo mismo, en un desdoblamiento fascinante donde por un lado se coloca el narrador y en otro, él mismo como sujeto de las experiencias contadas en las entradas que constituyen el diario.

Una vez más, como sucedió con El raro vicio de escribir la vida, el libro es consecuencia del hallazgo del desván, donde acontece la presencia de la maleta: “Fue algo más de dos décadas, a principios de 1999, mientras intentaba reordenar mi cuarto de trabajo, deshacerme de papeles inservibles y seleccionar varios lotes de libros  para trasladarlos a la casa del valle del Lozoya, cuando me reencontré  con la vieja carpeta. Aquel reencuentro tuvo mucho de sorprendente. También de resurrección. Leí algunos folios sueltos y me sentí atrapado por el hombre de poco más de treinta años que yo era entonces había dejado escrito con motivo de un paseo por el casco viejo de Madrid en un día muy frío de 1986. Me llevé la carpeta al salón y comencé a leer las notas desde el principio. Entré en un mundo que sentía mio y a la vez ajeno. Entonces decidí pasar esos textos a un archivo digital, corregirlos estílísticamente y dejarlos en stand-by por si algún día consideraba oportuno publicarlos”

Estos papeles son los que forman la primera parte, que recogen las notas que van desde 1985 a 1991 y que fueron el detonante para que,después de un período de diez años, volviera retomar el diario en su segunda parte, que abarca los años comprendidos entre 2000 y 2008. Manuel Rico, siempre muy atento  a los cambios sociales, anota la diferencia entre el Madrid de los años de  la Movida y la España que apenas una década antes  había asistido a la muerte de Franco con un gobierno socialista estrenándose y la década de The Naughties, la de los gobiernos de Bush hijo, la guerra de Irak y entre nosotros, los sucesivos gobiernos de Aznar y en el terreno literario la llegada, frente a lo  que se llamó “nueva narrativa española” y en poesía, “la poesía de la experiencia”, y que coincide con muchos de los planteamientos de la socialdemocracia y el pinchazo de la Generación Kronen con la aparición de  Lo peor de todo, de Ray Loriga e Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, de una serie de autores como Juan Manuel de Prada, Lucía Etxebarría, Espido Freire que, para el autor, es  una generación inconsistente, llena de debilidades.

 

Manuel Rico

Manuel Rico

Un diario es, en el fondo,una explicación de sí mismo y en este caso esa elucidación pasa por un ejercicio de honestidad respecto a sus creencias, a su respeto por los orígenes, a su compromiso político, enlazándolos con cierta manera de entender el arte. En un momento determinado, leyendo Pelando la cebolla, de Günter Grass, se nota que el autor envidia el papel que el intelectual juega en Alemania, donde su filiación política, la de Grass,  cuando apoyó la campaña del SPD de Willy Brandt, es decir, su compromiso, no le restó un ápice en la consideración de sus paisanos porque allí el escritor, el artista goza de cierta consideración en lo social mientras que entre nosotros esa consideración está condicionada por la sospecha.

Leer estos Diarios completos es entrar en dos mundos distintos que se complementan, el lado del escritor que desde su juventud aprende con las lecturas, se puede seguir un rastreo generacional en los libros leídos por él, lo que hace realidad una vez más aquella consideración de Proust al ver una vieja fotografía donde se encontraba él rodeado de amigos y cae en la cuenta de que con el tiempo, los rasgos personalísimos, o que nosotros creíamos tal, se diluyen en aras de una colectividad, del espíritu de su tiempo, con el trato con el mundillo literario, con alguna que otra sabrosa anécdota a cuenta de ese trato, su vocación política que le lleva a conjugarlo con las instituciones culturales, como el de haber sido un alto cargo en el Instituto Cervantes o , en la actualidad, ser presidente de la ACE, Asociación Colegial de Escritores, y, por otro, el de la persona que se refugia en una casa en Gargantilla, que para el autor representa muchas cosas pero sobre todo juega un papel de retiro arcádico, por contraste, con la actividad pública.

Y las lecturas, ya decimos, todo un rastreo generacional: “ Ulises. Qué gran novela.  Aunque en la lectura de los primeros capítulos me apoyé mucho en la introducción de Valverde, a medida que he ido avanzando, a medida que he ido familiarizándome  con el mundo que Joyce describe… el prólogo se me ha hecho menos necesario”… “Para mi, leer a Delibes siempre ha sido un placer…”

Y, el otro lado: “Hace cuatro días que se produjo el acontecimiento: la casa de Gargantilla, el sueño inacabado de mi padre, el lugar de los últimos momentos de felicidad de mi madre, es al fin nuestra”

Y, en último caso, su vocación poética, que valora más que otra cosa y que en estas páginas refulgen por encima de todo: consideraciones sobre los poetas del 27, sobre la poesía social, en la que Blas de Otero se enseñorea del ese momento, de la Generación del 50, Carlos Barral, Ángel González, de amigos suyos, como Diego Jesús Jiménez, de poetas frecuentados, como Paca Aguirre y Félix Grande… dirigiendo la colección de poesía de  la Editorial Bartleby…

Estos Diarios… se perfilan,así, como el testimonio de una época, amén del desarrollo de un escritor.. En este sentido son textos muy equilibrados.

 

 

 

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