Luz del fuego, la última novela de Javier Montes (Madrid, 1976) parte de la vida de Dora Vivacqua, una mujer que en 1952, en el Carnaval de Río sacó una pistola y al grito de “Yo soy la Novia Pistolera”, descargó las balas contra el techo de la sala donde se celebraba el acto. Conocida como Luz del Fuego, nombre que adoptó de la orquídea más codiciada del mundo por su rareza, escribió novelas, fundó partidos políticos, islas utópicas donde la gente practicaba nudismo y, finalmente, fiel a su leyenda, murió asesinada en 1967 en la Isla del Sol, la isla nudista fundada por ella, con el cuerpo relleno de piedras. Figura fascinante, su vida ha sido la inspiración para que Montes escribiera esta mezcla de novela, investigación documental, quest, que es también resultado de la fascinación del autor por ese país, donde ha pasado temporadas y se topó con esta figura entre siniestra y radiante.
Una de las exigencias de la quest es que la inteligencia y el ingenio predominan incluso sobre el propio arte, algo contraproducente en la novela o en el relato de corte más tradicional. Luz del Fuego es una narración quest, al igual que muchas que se publican hoy, como el caso de Juan Bonilla con Nahui Olin, Carmen Mondragón, la pintora mexicana protagonista de Totalidad sexual del cosmos. Esta novela de Javier Montes posee la ventaja de que sabe fascinar, conoce los resortes de tal sensibilidad y, por tanto, incide en ello. Cuando es en demasía suele ser un defecto. Creo que en esta novela esa proclividad a la fascinación está muy medida y, por lo tanto, muy conseguida.
El texto, además, se acompaña de fotografías pertinentes y algo borrosas, lo que le da un aire de documental improvisado que le va que ni para el pelo. Hay que decir que parece obligado en este tipo de narraciones que la protagonista sea mujer porque el autor, así, alía la extravagancia de una vida con el coraje de una mujer liberada o que lucha por su libertad, y que se crea así un valor añadido a algo que debería brillar por sí mismo. Pero en esa estela de descubrir mujeres preteridas del pasado, esta novela de Javier Montes destaca por la inteligencia con que está escrita, además de estar dotada de un estilo acorde con esa eficacia de la narrativa anglosajona que sabe medir los tiempos en que la historia se presenta al lector.

Javier Montes
Desde luego el oficio de Javier Montes es evidente y ello se nota cuando evoca un Brasil de los años cincuenta, cuando el país se colocó en las vanguardias del mundo con su poesía, su música, su arquitectura. Javier Montes deja en el limbo casi de los sueños esa época, lo que demuestra su buen hacer. Dora Vivacqua se nos presenta, así, como paradigmática de una época ida y tan vital y creativa que nos preguntamos si alguna vez existió.
De ahí que tal vez, y deberíamos tomárnoslo así, esta novela actúe como un trampantojo, es decir, nos topamos con la figura fascinante de Dora Vivacqua, sí, pero en realidad esa perspectiva, en la que nos fijamos y así debe ser porque nos la señalan como objetivo del lector, está envuelta en quizá la época más decisiva de la historia de ese país en el siglo X. Pensamos en la eclosión cultural que tuvo lugar en todos los ámbitos, desde la arquitectura, con ese racionalismo carioca que impregnó a buena parte de los edificios de su tiempo, y no sólo en Brasilia sino en las dependencias de la ONU en Nueva York o la sede del PCF en París, a la música popular y la electrónica, del teatro a la novela, la poesía… y todo ello envuelto en un drama político donde la emigración de todas partes del mundo se aliaba a un radicalismo político cortado de cuajo por las dictaduras militares… tamaña época, tamaños años… la literatura requiere que los planos generales resten en el tono pero que la historia se concrete en un relato de la determinación.
Fascinado por Brasil, Javier Montes, perteneciente a esa hornada de escritores que se organizaron en torno a Granta, y a quién se debe una novela de alta calidad, La vida de hotel, un relato en torno al descubrimiento que un crítico de hoteles realiza en la habitación contigua a la suya en el que se aloja, un ritual erótico en que la mujer da muchas órdenes pero se encuentra con pocas respuestas, un relato en que la fascinación juega un papel principal debido al modo en que se nos presenta la historia y, luego, la dosificación en la clarificación del supuesto misterio de la misma.
Esa querencia por la fascinación posee sus propios peligros, como le sucede al vendedor de crecepelos en la plaza pública, pero tiene también sus ventajas y Luz del fuego se inscribe en esa línea de la fascinación pero no por la fascinación misma sino como aliado poderoso de algo que va más allá. Eso le salva.