Una habitación en Lavapiés es una novela de Maya Vinuesa sobre el proceso de iniciación de una mujer actual, inquieta vital e intelectualmente, abierta a explorar y experimentar lo que significa la vida y que ha dejado atrás la casa familiar. En su búsqueda de una identidad, viajamos con ella en la primera parte del libro, narrada en tercera persona, por el barrio madrileño de Lavapiés, el Bierzo y la antigua colonia española de Guinea a través del diario de la tía abuela de la protagonista. En la segunda, narrada en primera persona, sucede en Londres. En su búsqueda por encontrarse a si misma, la protagonista, Isabel, experimenta el amor y el desamor, la rabia y la tristeza, el amor interracial y la libertad, el proceso creativo y la multiculturalidad entre otras vicisitudes. Esta novela no se puede entender sin Lavapiés, una zona histórica de Madrid, alternativa y multicultural, que se ve sometida hoy día a la presión de lo que se denomina “gentrificación”. Un proceso que han conocido y conocen otras ciudades de América y Europa. Una habitación en Lavapiés es un libro de lectura rápida y narración fresca. Vital y realista como los personajes de múltiples razas y condiciones que se leen en la novela y cruzan las calles de un barrio que se resiste a convertirse en un escaparate más. Pero dejemos que sea la autora que conteste a nuestras preguntas sobre su novela.
¿Por qué elegiste el barrio de Lavapiés como escenario de tu primera novela?
Porque lo he amado mucho. Vine a vivir aquí hace quince años y fue un flechazo a primera vista: era un viaje a muchos mundos en un solo barrio de Madrid, con otros rostros y aromas. Te hablo de una primera mirada exotizante, como puedes deducir, un encuentro superficial con las apariencias. Yo había vivido en Chamberí y Chamartín, que son barrios con una gran uniformidad, de españoles blancos de clase media, y en Tetuán, que ya apuntaba a un cambio grande con sus nuevos vecinos afrocaribeños. Posteriormente viví en Londres y en Accra, y a mi vuelta a Madrid, en un paseo por Lavapiés, quedé deslumbrada. Fui conociéndolo hasta quedarme a vivir allí. Era una sensación de que allí estaba todo. Con el tiempo, las personas a las que he conocido —ancianos que nacieron en este barrio castizo, recién llegados de Senegal, de Bangladesh o de China, que montaban sus negocios, bolivianos hablando un quechua u otras lenguas incomprensibles para mí, argentinos y colombianos más conocedores del pensamiento europeo que nosotros los autóctonos— me han enseñado mucho, muchísimo. Creo que yo también he compartido un reconocimiento de que muchos de nosotros los autóctonos también podemos sentirnos extranjeros en nuestro territorio, y necesitados de otros saberes.
¿Qué te resultó más difícil a la hora de escribir tu novela?
Lo que más me costó fue la forma: lograr una estructura coherente con dos historias a contrapunto, eso ha sido una lucha desde el principio hasta el final. Como sabes, la novela tiene como protagonistas a dos mujeres en dos épocas —Isabel (1999 a 2001) y Dora (1966-58)— que de pronto coinciden en un momento misterioso.
¿La narradora emplea la primera o tercera persona?
La novela comienza en tercera persona, focalizada en Isabel, como habrás observado, y cambia a la primera persona después de que la protagonista lee los diarios de Dora y decide emprender su aventura más difícil, con una relación que se resquebraja. En el punto en el que Isabel se rompe, por así decirlo, donde ya no le sirven sus esquemas, ni sus contactos ni sus ahorros y enloquece en la confusión.
Es el principio de la muerte del carácter de Isabel, también, instalado en la queja, cuando comienza a vivir en sus propias carnes las consecuencias de sus elecciones, y a tocar con la fragilidad de sus creencias, sustentadas en la situación cómoda en la que ha crecido. De pronto descubre la imperfección de sus propias acciones, y las de quienes le rodean, motivadas por la incertidumbre en un mundo mucho menos seguro del que ella conoce. Ahí toma su propia voz y decide escribir los “Cuadernos ingleses” como observadora de sí misma y de lo que le sucede. Ha dejado de funcionar para ser vista por otros, contada por otros, y ha empezado a ver por si misma. Este viejo afán por ser vista y aceptada, que muere, formaría parte del tradicional baúl de la femineidad, que se vacía a lo largo de la novela, en una evolución desde la habitación “romántica” hacia la habitación propia —un proyecto personal que finalmente vislumbra, con independencia de los demás.

Foto: Madrid Street Art Project
¿Qué es lo que más te gusta de la personalidad de la protagonista, Isabel?
Me gusta su inconformismo ingenuo, que es bello y a la vez nace de algo feo:la permanente insatisfacción con una misma y con el mundo que le rodea, sin excesivos motivos, como un rasgo de su carácter. Y a la vez es un personaje con una gran curiosidad por el mundo, que ha conocido poco en el ambiente donde se ha criado. En el contexto del Madrid de los años 90, al que llegaron muchísimos inmigrantes y viajeros, Isabel se entrega a ese mundo abigarrado y nuevo que encuentra en Lavapiés, y posteriormente en Brixton. Por último, me gusta que puede reconocer sus fracasos en las relaciones amorosas y su poca destreza en ámbitos laborales precarios; esto le permite aprender a levantarse de las caídas, y a observar lo que le rodea con mayor atención.
La visita de Isabel a casa de sus padres con Hari demuestra que, aunque él era británico de padres indios, el color de su piel y rasgos hacen que los padres le vean como un hindú y lo que eso representa. ¿Cómo ves a España con respecto al racismo?
En España el racismo tiene muchas caras. En Lavapiés he descubierto que todas las comunidades tienen sus filias y sus fobias. Españoles del norte que desprecian a los del sur, blancos que desprecian a gitanos, gitanos que desprecian a negros… estos últimos, sean españoles o extranjeros, reciben lo peor del racismo, desde luego. Aquí, como nos gusta decir, “todo el mundo es bueno”: los españoles nos consideramos abiertos y acogedores. Y hay personas así, no quisiera pasarlo por alto. Sin embargo, toca desvelar un racismo rampante que aflora unas veces disimulado y otras en toda su crudeza. Una mirada descarada, comentarios sobre la apariencia del otro o la otra: su pelo, su color de piel, su origen —Ya, tú vives aquí, pero, ¿de dónde eres realmente?—, lo “bien” que una española negra, por poner un ejemplo, habla el castellano (habiendo nacido en este país), por no mencionar afirmaciones a menudo imaginarias y casi siempre groseras sobre los olores y costumbres de otras razas distintas a la blanca.
Y de estos hechos racistas podemos pasar a otros de mayor violencia, tanto a nivel de calle como a nivel institucional: discriminación laboral, insultos racistas o agresiones físicas bien documentadas y tratadas en organizaciones como SOS Racismo, el Centro de Estudios Panafricanos, el Partido Multicultural, y asociaciones como Afroféminas o Afroconciencia. Ellos tienen mucha información que a menudo contradice las noticias de la prensa. Las considero las fuentes más fiables, que tomo en serio cuando quiero saber qué sucede en nuestro país con respecto a este tema. Personas como la escritora Lucía Mbomío (autora de Las que se atrevieron y fundadora de Afroféminas son referencias clave para mí.
De todos los personajes de la novela, ¿con cuál te identificas más y por qué?
Isabel es el personaje que por cronología coincidiría con la de mi propia vida; he construido este personaje a partir de ámbitos que conozco, como el de los traductores, y de barrios en los que he vivido, como Lavapiés (Madrid) y Brixton (Londres). Pero eso sería todo: lo demás es imaginación y exageración, ¡mucha!
El haber vivido en diferentes países, como es tu caso, te ha permitido conocer gente muy variada, ¿hay en tu novela algún personaje o historia basada en un hecho real que has vivido durante tu estancia en el extranjero?
Si, la experiencia de encontrarme clasificada como White Other cuando viví en Londres, una suerte de “blanca de tercera” o tercera categoría de blancos (la primera comprende a los blancos anglosajones y la segunda a los blancos irlandeses) a la que sigue, en cuarto lugar, la categoría de los asiáticos. Los británicos justifican el uso de esta categorización racial para una defensa de la igualdad de oportunidades, y por eso una tiene que rellenar su casilla correspondiente cada vez que solicita una beca, un trabajo, una vivienda o una ayuda social. Personalmente me parece un arma de doble filo, pues por una parte podría ciertamente medir el grado de diversidad racial y garantizar la igualdad de oportunidades a las minorías, pero por otra no hace más que perpetuar la creencia en etiquetas y categorizaciones que no siempre tienen una base real ni científica, ni siquiera justificada en su uso.
En cualquier caso, sentí lo que era no pertenecer al grupo dominante del país en el que vivía, ni de su capital, Londres, donde el grupo White Other constituye aproximadamente un 12% de la población frente al 20% de afrocaribeños o un porcentaje similar de asiáticos. Para una mujer como yo, sin conciencia de raza, supuso un golpe suave, pero certero, que me hizo darme cuenta del efecto que tienen estas clasificaciones sobre nosotras mismas y sobre los que nos rodean. ¡No me hizo ninguna gracia!

Maya Vinuesa
¿Crees que al igual que Hari los hombres que quieren ser artistas y están siempre en la cuerda floja para lograr su deseo no se quieren comprometer afectivamente como le ocurre a la protagonista?
Si, lo creo. Y diría lo mismo de algunas mujeres, aunque no tantas. Ahora, a diferencia de hace un tiempo, lo afirmo con menos juicio, menos crítica. Es decir, soy más consciente que antes de la precarización del trabajo creativo en general en nuestra sociedad occidental —en otras sociedades el artista nunca ha tenido una función separada de otros trabajadores, por lo que no entro en ello—. Esto tiene un impacto sobre los compromisos que podemos asumir: tener hijos o no tenerlos, vivir en un determinado barrio o en una ciudad que permita pagar facturas y una vivienda barata. ¿Cómo no va a crear una dificultad de asumir compromisos de pareja o familiares? Lo que sucede a menudo es que se materializan en una edad más tardía.
Y en este sentido, influye también el hecho de que los hombres han sido socializados con una mayor presión hacia la productividad y el logro que las mujeres. Muchos artistas varones priorizan la obtención del reconocimiento artístico o profesional antes de cualquier otro compromiso. En el mundo angloamericano sigue habiendo una edad crucial en este proceso; si a los cuarenta años no ha obtenido ese lugar en el mercado del arte, el artista se reconoce a sí mismo como fracasado y abandona ese empeño para buscar otras formas de subsistencia. He conocido a muchos artistas que han sobrevivido con becas y modos de vida terriblemente austeros entre los veintitantos y treinta-y-tantos años; sin embargo, me he encontrado con menos mujeres artistas cuya producción no se vea afectada por la maternidad o por otros factores como el cuidado de otros.
El personaje de la tía abuela de Isabel, Dora, es crucial para tomar la decisión de ir a ver Hari. ¿Qué significa la historia de Dora para ella?
Dora no solo ha vivido la experiencia del racismo por la relación con un chico extranjero (en una época más difícil, la dictadura franquista) sino que también es el contrapunto caracterial, por así decirlo, de la protagonista. Isabel es una chica melancólica y rupturista que huye hacia delante; Dora es una mujer con ganas de divertirse, y disfruta lo que encuentra en el camino, sin ningún propósito de cambiar el mundo (y sin embargo algo cambia cuando vive su amor por Enrique). Isabel y Dora representan dos polos opuestos: la tristeza y la alegría. El encuentro —en el único punto fantástico que tiene la novela— entre ellas supone para Isabel (“Isadora”, después) el inicio de un viaje, de zonas más oscuras hacia la luz.
Da la sensación de que Isabel está en una búsqueda constante con ella misma, ¿qué busca Isabel?
Como cualquier veinteañera que sale de casa de sus padres, Isabel busca su lugar en el mundo: un trabajo remunerado (como traductora) y un barrio que le guste. Elige Lavapiés, un espacio donde imagina que las relaciones entre las personas no están condicionadas por la pertenencia a una clase social o a una raza. Ese espacio es imperfecto y está lleno de contradicciones, como las suyas y las de las personas que lo conforman. Pero Isabel, un personaje un tanto quijotesco, que sale apaleada por unos y por otros, piensa que es posible construirlo.
¿Cómo ves Lavapiés dentro de veinte años? ¿Crees que perdurará esa esencia de autenticidad que ha tenido o la fiebre de alquileres a turistas lo transformará?
Gracias por esta pregunta, tan acorde con en el cambio que está viviendo Lavapiés. Como parte del centro de un distrito cada vez más turístico, este barrio está afectado de forma creciente por una economía en la que prima el beneficio inmediato por encima del respeto a las personas que posibilitan estos espacios más abiertos… Como sabes, es un caso más de la denominada “gentrificacion”, ese calco tomado del inglés por la conexión con los hablantes de esta lengua y los procesos urbanos que se han desarrollado en muchas ciudades estadounidenses y también europeas. Prefiero la palabra “turistificación”, porque recoge con mayor precisión la razón del cambio en nuestra ciudad. No es un fenómeno nuevo, ni siquiera en Madrid, pero muchos habitantes de este barrio de origen pobre y obrero, que se abrió a la emigración desde sus orígenes, están viviendo una transformación con la que no contaban, impuesta. Tanto para los antiguos habitantes, hoy ancianos en su mayoría, como para los que fueron llegando e instalando modestamente sus negocios o sus talleres de creación artística, supone una despedida de lo que han conocido y han construido.
No soy adivina, pero sí veo lo que sucede en mi propio edificio, cuyos inquilinos y propietarios han recibido presiones u ofertas económicas para que abandonen sus viviendas. Y son las personas que han hecho de este barrio lo que es: un lugar acogedor para autóctonos y extranjeros, trabajadores y artistas, viejos y jóvenes. Pues bien, el ascensor de mi casa ya no tiene la función de transportar a personas mayores. Se ha convertido en un montacargas de las maletas de turistas cuyos continuos desperfectos pagamos los vecinos de la comunidad. La ironía es que quienes cargamos con estos y otros gastos del edificio somos los que nos vemos sometidos a la presión de las inmobiliarias. La voracidad de sus plataformas, así como de los propietarios que han visto el negocio turístico y les venden sus pisos es grande. Queda un frágil equilibrio entre quienes deciden mantener precios de alquiler para inquilinos normales y corrientes y quienes deciden hacer fortuna… y no conozco el final de esta historia.
Comprar libro:
http://www.canallaediciones.com/
Una habitación en Lavapiés está en estas librerías:
MADRID:
Cervantes y Cia (Malasaña)
Burma (Lavapiés)
Vergüenza Ajena (Moncloa)
Esquina del Zorro (Vallecas)
Antonio Machado (Círculo de Bellas Artes)
ASTURIAS:
GIJÓN: La buena letra
Revoltosa
MIERES: LLocura
OVIEDO: Santa Teresa