
Escena de «Recuerda» escrita por Ben Hecht
Las viejas canciones son mucho más que simples melodías escribía Ben Hecht, el excepcional guionista y escritor del Hollywood eterno. Decía, las canciones son pequeñas casas en las que habitaron los corazones. Un pensamiento original y romántico como ninguno de quien escribiera I hate the actors, traducido entre nosotros por Los actores son un asco, buen título que yo rubrico como afirmación sin el deseo de enfadar a nadie, que voy a escribir sobre lo bonitas que son las canciones, un pensamiento cándido, como el de mi admirado Hecht. Hecht tenía muchas cosas en la cabeza, miles de historias. Fue un genio.
Seguía afirmando nuestro personaje, que recordar canciones antiguas, tararearlas, traerlas a la memoria, son visitas que hacemos a los lugares donde hemos vivido. Y es una buena metáfora por extravagante que parezca. Son esas puertas y ventanas, esas paredes y cuadros de colores recordados o perdidos.
También para mí, son rincones, son jambas y molduras. Una puerta y otra. Las canciones son balcones y portales. Como alcobas. Como duendes en desvanes, buhardillas y sótanos. Las canciones vuelan, van del aire a los árboles, se prendan en sus ramas, saltan a los balcones y ventanas, entran en las casas y en nuestras vidas. Se hacen nuestras y aparecen en todo lugar y momento. Tálamos, colchas y almohadas, en las arrugas de las sábanas. Mantas en armarios. Canciones que son los saloncitos de la memoria, las carreras de pasillo, los balcones abiertos, las ventanas de par en par, hojas de puertas batiendo, pasos y aventuras sobre alfombras. Las canciones en la calle, son cruces y plazas, esquinas y farolas, el banco de madera sobre la tierra, muerto el césped alrededor.
Carreteras de miles de millas y miles de paisajes. Canciones que son naturalezas vivas y muertas. Si se recuerdan, si volvemos a cantarlas, siempre están vivas. Siempre vivas, como las flores, un bonito nombre, muy bonito. Canciones siempre vivas mejores que tristes o fúnebres, mejor que cualquier tombeau, por divinos que los haya. Como una canción alegre, no hay nada. ¿Qué preferimos? Te puedes despertar con Leonard Cohen y puedes hacerlo con Offenbach, con Corelli o con los B. 52´s. Todos están bien.
Decía el genial Hecht, al escuchar las canciones andamos por calles olvidadas, sonreímos de nuevo al cielo de nuestra juventud. O a los diablos. Según como haya sido la juventud de cada cual. Mi cielo era alegre pero gris, bastante gris. No me importa, pero así era, era un azul muy desvaído. Por mucha ilusión que poníamos y nuestra relativa fantasía, no brillaban las cosas. No era un mundo muy brillante. Era granate, marengo, marrón, gris en definitiva. No fueron años celestiales, por el contrario, muy terrenales a pesar de todo el espíritu romántico con el que concebía la existencia. Fue más el diablo de la juventud. Nuestro mundo no era el Edén.
Pero ello no era óbice para que escucháramos tantas y tantas canciones como se escuchan cuando eres muchacho. Canciones que eran corazones, candiles, estrellas en el firmamento. Muchas han sido el ritmo mismo del corazón. Eran sentimiento y filosofía. Por supuesto, una manera de vivir. Muchas canciones, mucha sabiduría. Muchas canciones, muchas casas para Hecht, historias de muchas historias de muchas vidas y vidas. Las canciones son muchas cosas. These foolish things.

Ben Hecht