
Luis Bagaría en el semanario «España»
1917. Año de ecos revolucionarios que llegaban de Rusia en plena Gran Guerra cuando, en un último esfuerzo, se lanzaban ofensivas destinadas a lograr una paz favorable. 1917. En España, año del comienzo de la agonía de la Restauración, del fin del sistema de esa ficción política que representaba el turno de los viejos partidos, y primera estación del vía crucis de la Monarquía alfonsina, que finalizará en 1931. Año de crisis, de varias y coincidentes crisis que acaban con el sosiego algo zarzuelero que quedaba de la Regencia: crisis política, con la rebelión parlamentaria de los partidos políticos–catalanistas y republicanos– marginados del sistema; crisis social, con la huelga general revolucionaria convocada por los sindicatos de trabajadores, y crisis institucional desatada por un sector del Ejército con la creación de las Juntas de Defensa, con objetivos tan políticos como corporativos. Todo ello bajo el influjo del conflicto marroquí, ya parte del paisaje político. En suma, año de ruptura de la sociedad española que, con un tajo profundo, iba a marcar el resto del siglo señalando un antes y un después.
En este 1917, en el que estaba todo a punto para recibir la buena nueva ultraísta de la mano del trío de la modernidad Ramón–Cansinos–de Torre, el empresario ilustrado Nicolás María Urgoiti, como una rara avis actualizada, mezcla del ilustrado Cabarrús y del progresista Álvarez Mendizábal, funda una de las empresas periodísticas de referencia en el panorama periodístico español del siglo: El Sol. Era este un diario liberal, en el sentido clásico, casi diríamos doceañista, del término, en el que se acomodó lo más granado del reformismo español, en especial los jóvenes de la Generación del 14, más críticos con el sistema que sus maestros del 98, con José Ortega y Gasset a la cabeza. A este periódico, en el que según Josep Pla se publicaba la mejor literatura del momento, se incorporó el dibujante Luis Bagaría dejando atrás su relación con La Tribuna, iniciada desde su llegada a la capital en 1911 procedente de la Barcelona noucentista, pero manteniendo su colaboración en la más avanzada t también orteguiana revista España, cuyas cubiertas semanales son de lo mejor de la obra bagariana.
Desde esta plataforma semanal y tutelado por Luís Araquistain, Bagaría había desplegado durante los años de la Gran Guerra una crítica feroz hacia Alemania, a la que no era ajena el oro británico, pero que revelaba su antimilitarismo y su oposición a los sectores más conservadores de la sociedad española, no poco coincidentes con el Kaiser Sus ilustraciones antialemanas para las portadas de España, contribuyeron a dar un gran prestigio al dibujante entre los intelectuales por su contenido crítico y por sus características formales, especialmente por la modernidad y limpieza del dibujo. No es de extrañar que el nuevo periódico, interesado en agrupar lo mejor del periodismo hispano, contase entre sus colaboradores con el dibujante catalán, considerado uno de los más destacados del momento.
A Bagaría se le puede incluir entre los intelectuales de la España del nuevo siglo XX, situado por edad entre las dos generaciones culturales que marcan la Edad de Plata: la del 98 y la del 14, pero aunando el reformismo regeneradorr de ambas. El trabajo del dibujante está cerca de la obra de escritores críticos con la sociedad de la Restauración como Unamuno o el Valle-Inclán de las novelas de El Ruedo Ibérico que, en su befa de Isabel II como reina castiza y panderetona, deslizaba criticas hacia la Monarquía de su nieto. Y es que lo valleinclanesco está próximo en las caricaturas bagarianas, especialmente cuando se trata de su bestiario político, de su visión de la vida nacional o de su antimilitarismo, aunque muestren una mayor contención expresiva que la desplegada por el escritor gallego, lo que impide la definitiva consideración de las ilustraciones como esperpento gráfico.

Caricatura de Luis Bagaría
No es de extrañar que en los dibujos de Bagaría se detecte el espíritu del primer periodismo ilustrado, renovador e irreverente, aparecido en el Sexenio en La Flaca, La Gorda, El Loro…, en cien publicaciones, casi todas efímeras y de opciones políticas encontradas, de ilustraciones coloridas, de contenido popular y próximas a las coplas de ciego –nuestros Epinales castizos–, que recogían los aires de libertad que soplaban a partir de septiembre 1868 y su Revolución Gloriosa. Desde entonces, la ilustración fue tomando un mayor protagonismo en los periódicos españoles, confirmando la madurez del periodismo gráfico que resumía, explicaba y criticaba la noticia mediante imágenes. Desde principios de siglo el cambio de formato de los periódicos para dar cabida, con criterios de protagonismo, a las fotografías y a las ilustraciones con el objetivo de atraer el mayor número de lectores era ya una realidad.
A Luis Bagaría se le puede considerar un artista moldeado en el modernismo, al que accede en su Barcelona natal en compañía de algunos de sus más destacados artistas como Isidre Nonell o Santiago Rusiñol, con quien mantuvo lazos de amistad durante toda su vida. Su formación artística se realizará en el ambiente de Els Quatre Gats barcelonés a partir del lenguaje modernista que, a pesar de no abandonarle nunca del todo, simplificará mediante el empleo de un dibujo lineal, sencillo, muy noucentista y apropiado para la ilustración periodística. La modernidad de sus obras vendrá de la mano de la limpieza del dibujo y de la ausencia de exageraciones en sus caricaturas, más cercanas a la esencia que a los defectos aunque a Azorín en algún casos le recuerden a El Bosco, especialmente las que forman su personal bestiario.
Es el bagariano un estilo al que, en algunos aspectos, se puede considerar cercano a la Escuela de Bruselas, el mismo que hace unos años Joost Swarte denominó “línea clara”. Se trata de un tipo de dibujo que recoge el lenguaje que estaba en el ambiente –en el entorno de 1925 que surge de las aportaciones de la vanguardia y del clasicismo de la reacción contra el cubismo y el futurismo del “retorno al orden”–, consagrado en 1929 con la aparición de Tintín, el personaje de Hergé. Se trata de un dibujo plano, sin sombras, en el que el silueteado continuo domina en perjuicio de los volúmenes y la expresión, y en el que el ángulo se impone sobre la recta. Precisamente, en los dibujos de Bagaría hay un trazo limpio, también de contenido clásico, que incorpora una sencillez muy acusada, y una ausencia de expresividad y sombreado que los hace muy modernos. El tratamiento narrativo de los dibujos bagarianos es mucho más intenso que en las ilustraciones al uso, incluidas las de dibujantes contemporáneos, que los sitúa cerca de la tira narrativa, condensada en una sola viñeta, en la que cuenta una historia en un contexto en el los objetos tienen importancia. Si las ilustraciones de Bon, Apa, Sancha y Castelao se pueden considerar en la línea estilística de Bagaría, es al dibujante catalán al que cabe considerar una suerte de pionero de la línea clara en España, a la que habría que incluir, ya en los días de la guerra, a dibujantes como Robledano y, en menor medida, a Aníbal Tejada.
De la modernidad artística de Bagaría también dio cuenta el critico de arte Ricardo Gutiérrez Abascal, es decir, Juan de la Encina, quien en diciembre de 1917 y desde las páginas de la revista Hermes, señaló que “su arte es de un espíritu inconfundiblemente moderno”. El crítico, que le responsabilizará de reanimar el mundo artístico madrileño, vincula al dibujante con el arte de vanguardia por su alejamiento de la parodia a favor de la descripción, por no aludir a las características formales de muchos de sus dibujos. Aunque su integración en las vanguardias es discutible, la simplicidad de su dibujo y el tratamiento de los temas, le aproximan a soluciones cercanas al Arte Nuevo. Prueba de ello es su participación con sus dibujos en exposiciones tan esenciales como la mítica de los llamados “pintores íntegros”, organizada en 1915 por Ramón Gómez de la Serna, junto a Diego Rivera y Maria Blanchard, en la dedicada a los Legionarios Españoles en Francia, celebrada en Madrid en 1917, o en la fundamental Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos de 1925, junto con nombres clave en el panorama del arte nuevo español. En su actividad como dibujante, Bagaría no ahorró críticas al tradicional panorama artístico madrileño en el que reinaban Romero de Torres o Zuloaga, muy lejanos para alguien impregnado de noucentisme, que hacía buena su consideración de moderno proclamada por Ramón.
En lo que se refiere a su actividad como ilustrador, Luis Bagaría no se limitó al periodismo al ampliarla a los libros, realizando cubiertas para escritores tan representativos de lo moderno como Ramón Gómez de la Serna, en este caso la correspondiente a Ramonismo (1923), o las portadas verdaderamente antológicas dedicadas a los diferentes volúmenes de la colección Los libros de la Naturaleza, y a Charlas al sol, la obra de su compañero “Heliófilo”, pseudónimo de Félix Lorenzo, subdirector de El Sol, en las que su particular bestiario, un elemento esencial en la plástica bagariana, alcanza una calidad extraordinaria.
Luis Bagaría, renovador y modernizador del periodismo gráfico español, inicia su colaboración en El Sol en 1917, cuando todos sienten, incluso Cesar González Ruano, quien además lo escribe, que está a punto de comenzar el siglo XX, un inicio de centuria vinculado con el primer conflcito mundial que hoy comparten los historiadores. Bagaría era ya un artista e ilustrador de gran reconocimiento, tanto como su bohemia y afición al ambiente de los cafés, que había realizado varias exposiciones y mantenía un estilo y una línea ideológica reconocible, un sello propio que le acompañará toda su vida. Desde las páginas del periódico de Nicolás María Urgoiti, con cuya línea política muchas veces no coincidía, el dibujante asistió al periodo más crítico de la monarquía alfonsina, especialmente a la crisis de Marruecos, a la disolución de los partidos políticos oligárquicos, al auge del militarismo, al advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera y a la proclamación de la Republica.
Lo fundamental de su trabajo artístico de estos años, es decir, sus ilustraciones publicadas en El Sol, que han estudiado Antonio Elorza y Emilio Marcos Villalón, estarán dedicadas fundamentalmente a la crítica política, a la caricatura de los acontecimientos, aunque siempre realizó retratos de personajes del momento –desde Azorín a Unamuno, pasando por artistas como Picasso o Zuloaga–, especialmente a partir de 1927, cuando la censura le obligó a abandonar sus viñetas dedicadas a la actualidad.

Caricatura de Luis Bagaría
Desde 1917 y hasta 1931, en su cita diaria en las primeras páginas de El Sol, donde según Azorín no pintaba las cosas, sino el contenido de las cosas, Bagaría recogerá los acontecimientos que determinaron este periodo crucial, desde una perspectiva crítica que, a finales de los veinte, le aproximará al republicanismo, concretamente al Partido Radical Socialista, de Diego Martínez Barrio. Era este un grupo moderado de lo que hoy llamaríamos centro derecha, partidarios de la modernización de España, de su europeización, de una sociedad con bienestar, laica, con un predomino de lo civil, definida con unas clases medias cultas y, que tenía en Francia a su modelo de referencia. Un programa que distaba de ser revolucionario, excepto en la España de la época.
En esta actividad, que corresponde a la etapa de su consagración definitiva, el dibujante desplegó una crítica constante hacia todos los asuntos de la actualidad política, en los que se distinguen una serie de temas recurrentes como las invectivas a las personalidades de la política y a los partidos, el antimilitarismo –que alienta en los dibujos referidos las Juntas de Defensa–, o los ataques a la Dictadura y a la Guerra de Marruecos, tema este último que contempla de manera diferente a la línea mantenida por Urgoiti, más comprensivo con la expansión colonial africana.
En los años de su colaboración con El Sol, se distinguen dos etapas fundamentales en la crítica bagariana: una primera, de descomposición acentuada del régimen de la Restauración, cercado por la crisis económica, el pistolerismo, la contestación social, el nacionalismo, la guerra de Marruecos y el militarismo, y una segunda, que se abre en1923 con el golpe de Estado de Primo de Rivera, correspondiente al periodo de la Dictadura. En la primera época, el contenido de los dibujos es especialmente crítico con el universo político, pero no deja de ser esperanzado, confiando en un golpe de timón que regenerase la sociedad española. Esta necesidad de alterar radicalmente el panorama político le llevara a saludar la iniciativa de Primo de Rivera con no poca expectación, comparándole, muy a lo 98, con el costiano cirujano de hierro que habría de sanar los males patrios. Una esperanza que duraría tan solo unos meses, dejando su lugar a un desencanto generalizado hacia los políticos, las instituciones, los partidos e, incluso, hacia el adocenado pueblo español, al que considera abúlico e incapaz de reaccionar ante los acontecimientos.

Caricatura de Luis Bagaría
Con un amplio recurso satírico, en el que destaca el bestiario político, en el que combina tradición medieval y la actualización de las formas, y una capacidad inaudita para la caricatura sintética, alejada de la fácil exageración, complementado con unos textos que inciden en lo paródico más que las imágenes, Bagaría elabora un contradiscurso oficial de contenido vitriólico. Esta actitud, que siempre responde a una independencia radical, no solo le acarreará conflictos con el poder, tanto en la Dictadura, como en los años previos al golpe, sino también en el seno de su periódico, con cuya línea discrepará hasta que, en 1925, se generaliza la oposición a Primo de Rivera, incluyendo a la redacción de El Sol.
No obstante, sus choques con la censura militar establecida desde septiembre de 1923 con la Dictadura se irán incrementando, dificultando cada vez más su trabajo en el periódico, una circunstancia que recogerán oportunamente sus dibujos, especialmente sus autorretratos. La tensión con los nuevos poderes se desarrolló de manera creciente hasta llegar a la primavera de 1926, cuando el dictador le advierte a Urgoiti de la necesidad de suspender la publicación de las caricaturas de Bagaría. Ante la amenaza de cerrar el periódico y a instancias del propio director de El Sol, el dibujante emprende un largo viaje por América que durará hasta diciembre de 1927, un periodo en el que realiza una serie de exitosas exposiciones por el continente que le proporcionaron importantes ingresos. A su vuelta, a pesar de estar calmados los ánimos solo podrá hacer retratos de personajes, todos ellos de una calidad notable, pero lejos de la tensión y de la actualidad que animaba a sus ilustraciones políticas anteriores.
Al poco tiempo de su regreso, la particular bestia negra de Bagaría marcharía a Paris despedido por el monarca que le elevó al poder seis años antes, donde a los pocos meses moriría. Poco después llegaría la Republica y la Guerra Civil, años agitados y difíciles en los que el proyecto de Urgoiti y la actividad del dibujante fueron muy diferentes a la de los años de El Sol.Una época en la que la radicalización que acabó en le conflicto civil hicieron de las ilustraciones de Bagaría una inicativa muy moderada.