
Thomas Phillips. Retrato de Lord Byron, 1814
Si nunca, o casi nunca, podemos hablar de ediciones canónicas, menos definitivas, vana pretensión, lo cierto es que la publicación por parte de Galaxia Gutenberg de los Diarios de Lord Byron, anotados y traducidos por Lorenzo Luengo, estudioso del poeta, y edición al cuidado de Jordi Doce, entra por derecho propio en la categoría de ediciones referentes. Lorenzo Luego es un especialista en Byron y, por ende, en el romanticismo inglés. Ama ese período con fervor inusitado y ha demostrado a lo largo de los años que ese fervor iba acompañado de lo mejor que pueden ofrecernos los dedicados en cuerpo y alma a una figura señera, esto es, hacer que ese fervor se traspase al lector, amén de ofrecernos una visión distinta a la que hasta ahora teníamos de la misma. Así se construye un corpus literario digno de llamarse así. En este caso se ha acertado.
Esta edición recupera la anterior realizada por Lorenzo Luengo, publicada por Alamut, difícil de conseguir, por lo que bien podemos afirmar que por ahora, otra vez, de nuevo, Lord Byron vuelve a estar al alcance del lector medio, vale decir, una vez más, de nuevo, Lord Byron puede ser conocido en lo que vale, pudiendo hacer balance de lo que la leyenda nos ha legado desde el Romanticismo: que si el poeta era sobre todo el dandy por excelencia de su momento, oscureciendo para la posteridad el ejemplo del propio Lord Brummel; que si en el fondo era un aristócrata algo frívolo cuyo carácter está por encima de su obra; que si era un pervertido sexual al que no refrenaba nada, modelo anterior del personaje Carlo de la novela póstuma de Pier Paolo Pasolini, Petróleo,donde en una tarde y noche turinera se acuesta con la madre, la abuela, sus hermanas respectivas, una de trece años, y aún le da tiempo a alguna que otra orgía con jovencitos de su mismo sexo; que de revolucionario tenía más bien poco, a pesar del mito de la liberación griega; que era la contradicción misma, así, luchó contra los turcos que era el único pueblo que admiraba de Europa…
(Antes de partir hacia Grecia desde Ancona, Byron vio https://bit.ly/2xSZ4Vl )
Esa leyenda se construyó ya en tiempos del propio Byron. Menéndez Pelayo, y esa parece opinión unánime en su época, sitúa al personaje representado con mil caras por encima de la valía de su obra, y hay que entender que esa opinión era ya generalizada entre la sociedad burguesa europea de la segunda mitad del siglo, cuando las revoluciones sociales propias de la industrialización produjo una sensibilidad poco acorde con esas aventuras locuelas de los románticos que ahora, en el mejor de los casos, se veían como aventuras propia de señoritos de épocas pasadas, un tanto aburridos y que aún no estaban preparados para entender las responsabilidades de la sociedad burguesa, capitalista…

Melchior’d Hondecoeter: De menagerie. 1690
Ni que decir tiene que a Shelley le ocurrió otro tanto, calificado en su momento como un depravado también, y sólo un escalón más bajo que Byron, pero su obra es tan espléndida que enseguida se le colocó en el panteón de los clásicos ilustres aunque ciertamente extravagantes, haciendo honor a la tradición britanica. No ocurrió lo mismo con Byron donde persistió durante mucho tiempo el calificativo de que sus máscaras estaban por encima de la valía de su obra, descuidada, por momentos plena de talento, pero fragmentaria, caprichosa, y eso a pesar del apoyo que le prestó Goethe, y ello hasta el punto de que un crítico tan sutil y ajustado como Edmund Wilson, en los años treinta, desplazaba a Byron al cajón de los artistas adolescentes, como Rimbaud, salvo que el francés era un genio y ante eso había que rendirse, etc, etc…
En realidad Byron es conocido entre nosotros gracias a la reivindicación que de él hizo la generación beat y posteriores artistas ligados al rock, como el rimbaudiano Jim Morrison de The Doors. Se olvidaba, así, que en Europa Baudelaire y Rimbaud habían sucumbido a la fascinación que el personaje de Byron había causado años antes, en los años románticos, convirtiéndose en cierta manera en paradigmático de dicho movimiento, por lo menos entre ingleses, franceses y, por ende, españoles, reservándose entre los alemanes figuras como Hörderlin o Novalis, donde el rasgo expresionista está muy arraigado desde la Edad Media.
Desde luego Childe Harold no está, según nuestro canon, a la altura que se le colocó en vida, pero el inacabado Don Juan es obra que nada o poco tiene que envidiar a la producción de un Keats o un Shelley. Sucede, además, que el tiempo actúa un poco al modo cuántico: ¿cabría imaginar que de aquellos que se reunían, escándalo de la época, en Villa Diodati (http://www.villadiodati.com), en Coligny, en los alrededores de Ginebra, es decir, Byron, como señor absoluto del cotarro; el Percy Shelley que iba acompañado de la joven Mary Godwyn, sólo conocida como la novia de Percy y futura Mary Shelley, Claire, que anotaba con meridiana precisión todo lo que Byron hacía, incluso lo que no hacía, en fin, el denostado Polidori, sobre todo, denostado, sólo hoy día goza de enorme influencia y popularidad la rubia Mary porque escribió una novela donda da vida a un monstruo creado por el doctor Frankestein y obra de la que se han realizado innumerables versiones cinematográficas mientras que a Byron sólo le vemos como la víctima caída en Missolonghi en honor de la libertad griega y lo imaginamos a lomos de su caballo blanco cabalgando por la costa del Ática e inscribiendo con un cuchillo su nombre en una columna del templo de Poseidón en Cabo Sunión? (https://bit.ly/2QTiQbQ) Desde luego si este panorama se le hubiese ofrecido a un contemporáneo le hubiese parecido extravagante y, ante todo, fuera de lugar.

Odevaere. La muerte de Lord Byron, 1826
Los Diarios, sin embargo, son una muestra cabal del estilo byroniano: se recogen los escritos en Londres, en Pisa, los correspondientes a Suiza, a Rávena y los últimos, en Cefalonia, poco antes de morir. Cada uno de ellos es independiente y ha hecho falta una ardua labor de recolección de manucritos incompletos, deslavazados, casi perdidos algunos, para formar, en fin, esta obra que nos da una idea justa del personaje byroniano y de sus máscaras adoptadas. En este sentido Nietszche tenía razón en su Ecce Homo cuando llegó a decir que el hombre era lo que comía, para dar un puñetazo definitivo a toda metafísica desligada del hecho corporal: Byron casi da más importancia a su dieta de bizcochos y té en estos Diarios que a hechos de capital importancia para nosotros. En esto Byron se mostró más Byron que nunca. No se podía esperar otra cosa de él, a pesar de…
Como muestra del estilo de estos Diarios cito estas líneas donde Byron da cuenta de su apoyo a la causa carbonaria en Italia. Sólo la última línea define como nada su personalidad: “ Aticé el fuego, cogí las armas y un libro o dos, que hojearé. Apenas sé cuántos son, pero creo que incluso aquí los carbonarios tienen fuerza suficiente para derrotar a las tropas. Con veinte hombres esta casa podría ser defendida durante veinticuatro horas contra cualquier fuerza que quisieran lanzar contra ella, ahora y en este lugar, durante ese período de tiempo; y en dicho período el país sabría de esto y se alzaría… si es que llega alguna vez a alzarse, de lo cual hay ciertas dudas. Mientras tanto, lo mismo puedo leer que hacer cualquier cosa, ya que estoy solo”
Pues eso.
Lord Byron. Diarios. Traducción, introducción y notas de Lorenzo Luengo. Galaia Gutenberg. Barcelona. 2018. 382 pp