
Jackson Pollock
Días después de la muerte del escritor norteamericano Kurt Vonnegut, que ocurrió en el año 2007, en Nueva York, la ciudad en que vivía, escuché contar a un periodista que lo había conocido durante una comida que Vonnegut habló poco y respondió a todo que sí. Sólo cuando se alcanzó el punto entre el aburrimiento y la euforia alcohólica, el si se convirtió en no. Entonces Vonnegut precisó con rotundidad algunos detalles de lo que se estaba hablando en ese almuerzo y con una ironía demoledora dejó ko a quien defendía visiones edulcoradas de algunos asuntos allí tratados.
Un retrato que me llamó la atención y me hizo leer a Vonnegut. Un escritor raro, en el sentido de inclasificable o, tal vez, mal etiquetado como diríamos ahora. Sobre todo en España donde llegó tarde y de la mano de varias editoriales. En un principio se le tomó por un escritor de ciencia ficción y luego llegaron los otros géneros. Eso le valió cierta confusión en torno a su obra. Puestos a etiquetarlo, yo le emparentaría con Orwell. Ambos se mueven en ese equipo de escritores moralistas que no te dicen cómo debes actuar o con quien te conviene casarte, pero que señalan lo que nadie quiere ver con mucha antelación de tiempo.
En su vida y obra tuvo bastante que ver el hecho que estuvo a punto de morir al final de la Segunda Guerra Mundial, primero en la batalla de las Ardenas, donde fue hecho prisionero por los alemanes y, luego, en el bombardeo aliado sobre Dresde, en 1945. Vonnegut fue uno de los siete prisioneros aliados que sobrevivió al bombardeo que causó la destrucción de la ciudad y la muerte de miles de civiles, gracias a que estaba encerrado en una celda subterráneo de un matadero de ganado. En los días siguientes Vonnegut trabajó en amontonar los cadáveres de los civiles para ser incinerados. Este capítulo de su vida dio origen a su novela más bonita y desesperada, libro de culto de los pacifistas, y titulada Matadero cinco, como el nombre del lugar en el que estaba preso.
Entre la ciencia ficción, la sátira y la Historia, Kurt Vonnegut escribió sobre los despropósitos de la sociedad capitalista de su país del siglo pasado. La forma de contarlo, en el que se suma el sarcasmo junto a al humanitarismo y la ironía, le auparon como uno de los grandes autores de la contracultura de los años sesenta.

Dresde tras ser bombardeada en 1945
Algo de todo esto hay en “Barbazul” la buena novela de Vonnegut reeditada por la editorial Hermida y bien traducida por Gemma Rovira. Aquí, junto a la marca de la casa, la ironía caustica, hay una mayor ternura de fondo. A través de un estructura fragmentada, que a veces roza el aforismo, Vonnegut nos plantea una edición actualizada de la fábula de Barba Azul, escrita por Charles Perrault en el siglo XVII y tomada de la tradición oral. Un cuento del que hay múltiples versiones y que nos narra sobre el peligro de transgredir una prohibición. En este caso no entrar en una habitación, y que la joven esposa del rico dueño del castillo transgredirá para descubrir los cadáveres de las anteriores mujeres.
Barba Azul es un pintor norteamericano de origen armenio que nos cuenta en primera persona sus memorias. Rabo Karabekian, representante de la pintura expresionista junto a Pollock y Rothko, es el único de los expresionistas abstractos que no ha conseguido la gloria debido a un error en la elección de las pinturas de su cuadros y que no permitieron conservarlos. Coleccionista de obras de arte, Karabekian posee una de las mejores colecciones de cuadros del expresionismo abstracto.
Veterano de la Segunda Guerra Mundial, padre y marido fracasado, vive recluido en su finca de Long Island donde ha escondido algo en un granero de patatas que no quiere que nadie descubra. Pero todo cambia cuando llega una mujer joven, Circe Berman. Karabekian no lo sabe, pero Circe es la escritora millonaria y premiada «Polly Madison», una figura femenina fuerte y muy distinta al pintor.

Caricatura de Kurt Vonnegut
Pero no es el único personaje femenino de la novela. Lo que si vemos es que el protagonista está en deuda con el género femenino por todo el amor recibido y lo que han hecho por él. La escritora le pregunta por su vida y secretos, y los va desvelando uno a uno hasta llegar al viejo almacén de patatas que le sirvió de taller y que el pintor no desea abrir hasta después de su muerte. Nos detenemos aquí. Si diremos que lo que descubrimos no es una simple combinación de color, como los cuadros que habían dado fama a Karabekian, sino una forma hermosa y hábil de ver el mundo y una crítica el arte contemporáneo y la idea del artista como genio.
Como es lógico en un escritor avezado la novela está bien construida. El pasado y el presente se intercalan con habilidad y son desmenuzados hasta formar un puzle que el lector tiene que reconstruir.
Como dice un amigo de Rabo en esta novela, la literatura es un boletín parroquial sobre asuntos que afectan a algunas moléculas de escasa importancia en el universo, excepto para otras moléculas sin importancia llamadas pensamiento. Y lo que pensamos de esta novela es que nos sirve también para descubrir, entre otras cosas, que la lectura de una novela, como la percepción de una obra de arte, también se crea en la cabeza de quien la lee.
Vonnegut es como un pariente sabio que en las comidas familiares aplica la sabiduría de quien sabe más que tú para contarte sin pedantería ni soberbia una historia que absorbe tu atención.
Ficción
Autor Kurt Vonnegut
Traducción Gemma Rovira
Portada Melisa Holmgren
Páginas 304
ISBN 9788494741333
Formato 14 x 21,5 cm
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