Cuesta imaginar que hubo una Sevilla contracultural en los lejanos años sesenta bajo el régimen dictatorial de Franco, como cuenta el periodista, profesor, crítico y gestor cultural Fran G. Matute en su libro “Esta vez venimos a golpear. Vanguardismo, psicodelias y subversiones en la Sevilla contracultural (1965-1968)”, editado por Silex, y que escarba en unos años que sentaron las bases de un cambio generalizado en la siguiente década.
Aunque Sevilla no fue la San Francisco de los años sesenta, los personajes, artes y escenarios que aparecen en el libro de Matute sobre esos años nos descubren que tampoco vivió de espaldas a lo que ocurría de interés en otros lugares durante esa década. Siempre, claro está, desde un carácter fronterizo e intentando sortear las aduanas férreas de la represión franquista. Pero también, como suele ocurrir cuando se es pionero, con el disfrute de sentirse explorador de geografías desconocidas.
Debido a la época, en el origen estuvo la militancia política antifranquista, en especial del Partido Comunista de España (PCE) y también de otros grupos de ultraizquierda, escisiones del anterior y cuyo influjo era mayor en el movimiento estudiantil. El PCE tenía un claro predominio en el ambiente cultural, tanto en el ámbito literario, como artístico y teatral.

Carga policial en la calle San Fernando, junto al Rectorado de la Universidad de Sevilla, en marzo de 1968. ARCHIVO GELÁN ICAS/SAHP
La Universidad de Sevilla fue también otro semillero acorde a unos tiempos donde los jóvenes más inquietos eran en su mayoría antifranquistas, y estaban al tanto de lo que ocurría fuera de España. Leían a Marcuse, Wilhelm Reich, fumaban, bebían y escuchaban la música de los nuevos grupos ingleses y americanos gracias a los recién nacidos programas musicales con nombres que ahora serían imposibles, como: ¡Qué grande es ser joven!
En marzo de 1968 hubo serios disturbios en la Universidad de Sevilla que acabaron con un cierre temporal, un mes antes del mayo del 68 parisino, cuya influencia fue mayor en el comienzo del curso siguiente, cuando estudiantes afines a un grupo maoísta boicotearon de forma violenta la ceremonia del nuevo curso. Todo un preludio de un nuevo año universitario en el que se produjo una creciente movilización estudiantil en las distintas universidades españolas y que acabó en enero de 1969 con la proclamación del estado de excepción.
Otras influencias importantes, como nos cuenta Matute, fueron los soldados de las cercanas bases norteamericanas de San Pablo y Morón de la Frontera. Aunque en un principio vivían separados y contaban con sus propios almacenes y supermercados, poco a poco hubo una mayor interrelación. Incluso llegaron a ser buenos compradores de la nueva galería de arte denominada La Pasarela, centro de un numeroso grupo de pintores, muchos de ellos vinculados al PCE. (La primera hamburguesería de Sevilla fue creada por un expiloto de las fuerzas aéreas norteamericanas en 1961).

Fran G. matute. Foto de Juan Carlos Vázquez/Diario de Sevilla
En cuanto a las drogas fue decisivo el turismo mochilero, ya que Sevilla era parada y fonda en el camino hacia Marruecos, tierra de promisión para muchos aspirantes a beatniks y aledaños por diversos motivos, de los que el hachís era uno de los principales. Por entonces no eran muchos los jóvenes que llevaban el pelo largo y vestían de una forma informal, una imagen que permitía una fácil comunicación entre los peregrinos del camino hacia el sur y los jóvenes sevillanos que deambulaban por los parques.
Cuenta Matute que “los primeros consumos de ácido lisérgico en Sevilla debieron de producirse en 1967, gracias a un mochilero americano a quienes le adquirieron varias dosis de LSD a cambio de un arco olímpico. Para disfrutar en plenitud de aquella experiencia lisérgica, el consumo se produjo en Alcalá de Guadaíra, en mitad del campo, cerca sin embargo de una finca en la que estaban capando cerdos. Los chillidos de los animales terminarían por alterar la calidad de aquel primer ‘viaje’ que los había llevado a escalar árboles de chocolate”.
Todos estos personajes y elementos, próximos pero no revueltos, fueron los profetas de los nuevos tiempos. En cuanto a los protagonistas, se trataba en general de jóvenes, como apunta Fran G. Matute, “procedentes de familias asentadas, contando así con recursos suficientes como para poder permitirse ´hacer la revolución´”.

Smash
Los nuevos escenarios fueron la galería de arte La Pasarela, impulsora de numerosas acciones pictóricas y aglutinadora de eventos, el teatro experimental o brechtiano llevado a cabo por grupos como TEU o Esperpento. Este último representó Antígona influenciados por el Living Theatre, que incluía la ruptura de los espacios escénicos y actores que atravesaban el patio de butacas e interactuaban con el público y que entonces resultaba rompedor. Amparo Rubiales y Justo Ruiz, que formaban parte de este colectivo, persiguieron durante la primavera del 68 al Living Theatre para verlos actuar en un pueblo francés.
Sin embargo, el verdadero teatro de la Sevilla contracultural fue un local de copas denominado La Cuadra, ya que en su primer y segundo emplazamiento estuvo en unas antiguas caballerizas. En sus comienzos fue un célebre lugar de flamenco creado por el hostelero Paco Liria, otro de los grandes agitadores culturales de aquel momento. Tras un primer cambio geográfico, La Cuadra ocupó un viejo callejón de oficios alrededor del cual surgían las antiguas caballerizas, separadas por arcadas blancas y en las que había sillas y mesas iluminadas con velas. Frente a ellas un tablao flamenco que ofrecía cante y baile todas las noches. En el patio una estatua de una bailora, María la Gitana, oficiaba de imagen protectora de los artistas, bohemios, y gente de buena cuna que pasaban sus noches allí.
Por último, y más importante, la música. Desde que el aula de la Facultad de Medicina auspició un ciclo de audiciones dedicado a los Beatles en el Aula Magna de la facultad, surgieron diversos grupos como los Knack, Los Murciélagos, Pipe Smokers, o Los Gongs. Estos grupos hacían en su mayor parte versiones traducidas de los éxitos de los Rolling Stones, Beatles, Cream, Animals, Kinks… en diversos festivales y salas de baile.

El cineasta Gonzalo García Pelayo. / H.I. (Huelva)
Un estudiante de filosofía que buscaba ser director de cine, Gonzalo García-Pelayo, se convirtió en manager de Los Gongs y en 1968 abrió Dom Gonzalo, una discoteca que buscó diferenciarse de las existentes con una imagen más moderna y psicodélica. Gracias a su música (rock+blues+soul) logró incluso atraer a soldados de raza negra de las bases norteamericanas. Dom Gonzalo, signo de los nuevos tiempos, fue clausurada durante seis meses por las autoridades gubernativas por las denuncias vecinales de que se consumían drogas.
Gonzalo García-Pelayo, hombre que ha demostrado a lo largo de su existencia buenas dotes para múltiples actividades creativas, empezando por el cine, decidió crear, producir y promover un nuevo grupo de música una vez que los anteriores, los Gongs, renunciaron a ser representados por él. Con los restos de diversos naufragios musicales (Gualberto García, Julio Matito, Antonio Rodríguez, Henrik Liebgott y Manuel Molina) formó un nuevo conjunto al que bautizó Smash y que fue punto de unión entre la Barcelona y la Sevilla contraculturales en los años setenta. Pero no adelantemos acontecimientos. En 1969 ganaron un festival de grupos locales celebrado en Algeciras y organizado por Jesús Quintero, el gran locutor que acaba de fallecer en Sevilla. Y aquí nos quedamos a la espera de que Fran G. Matute nos cuente la segunda parte de esta interesante historia como ha prometido.
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