René Magritte. El imperio de las luces, 1954
De vez en cuando me gusta leer alguna novela publicada tiempo atrás para comprobar si resiste bien el paso de los años o denota síntomas de envejecimiento. Hace poco leí Medianoche, del escritor franco-norteamericano Julien Green (1900-1998), publicada en 1936 y reeditada varias veces. Este escritor se encuentra hoy día mas bien olvidado, pese a que tuvo sus periodos de gloria y bastante fama, en consonancia con una larga vida y obra que abarca 17 novelas, varios libros de relatos, diez ensayos y un diario muy bueno.
Reconozco que tenía mis dudas, pues la última novela suya que leí, Leviatán, no me convenció. Entre otras razones, por sus descripciones demasiado minuciosas que entorpecían la lectura y le daban un aire de novela antigua. Siempre he pensado que, hoy día, el lector tiene los recursos visuales suficientes para poner su parte en un texto y que no conviene cercenar su imaginación o distraerlo de lo esencial.
En una de las últimas entrevistas que Julien Green concedió, en 1993, a Laurent Greilsamer, con motivo de la publicación del tomo que puso punto final a sus excelentes diarios, dijo que el reproche que hacía a los novelistas modernos es que no se creían la historia que contaban. «Piensan que son demasiado inteligentes. Un niño cree en su historia por encima de todo. Si el novelista puede conservar esta confianza en el relato que inventa, es muy bueno para el libro. Esto se ve en Dickens».

Julien Green
En Medianoche Julien Green cree en su historia. El personaje principal es una niña de diez años que asiste, en las primeras páginas del relato, al suicidio de su madre. Esta mujer ha intentado ver desde una pequeña altura el tren en el que va un hombre y, de esta forma, verle a él. Como no lo consigue, se corta las venas. ¿Por qué? La escena está bien contada, es bonita y ocurre al atardecer, cuando todo es incierto pues nos movemos entre una luz mortecina y la creciente oscuridad, lo mismo que nos ocurre a los lectores de esta novela de la que todavía no sabemos nada.
La niña queda al cuidado de unas tías que son unas arpías enloquecidas. Todos los personajes de esta novela son extraños, llaman la atención. Técnicamente, la novela está contada por un narrador que no se entromete demasiado y te invita a seguir leyendo. ¿Qué sucederá a esta pobre niña a partir de ahora? Sola y en manos de estas viejas brujas… Sin embargo, Green no cae en el melodrama infantil, el maltrato, lo previsible.
Y lo que empieza siendo una novela de amor para luego eludir el melodrama dickensiano con las tías «malas» de Isabel, sigue con la huida de la huérfana durante una noche gélida en la que termina siendo recogida por el tesorero de un Instituto que se apiada de ella. Este hombre la educa junto a sus hijas, mucha más feas, y que la odian.

Rene Magritte. El castillo de los Pirineos
Isabel también escapará de este hogar para acabar viviendo en el castillo de Fontefrida. En este castillo misterioso se da un giro hacia la novela gótica o de misterio. El dueño, el señor Edme, es un ser visionario y místico, alrededor del cual viven unos seres insólitos y decadentes como corresponde a una familia venida a menos, y a los que se acopla la huérfana Isabel. Todo aquí es algo simbólico. Y así nos topamos con la inocencia, la expiación, la maldad…
Leído así, surge una pregunta: ¿Cómo es posible encajar elementos tan distintos? Yo diría que, por un lado, Julien Green mezcla realidad y fantasía sin romper la impresión de verosimilitud, una forma de narrar que, muchos años después, se llamó «realismo mágico». Por otro sabe despertar la atención del lector, mas que a través de la intriga, por la fuerza de una historia que desea ir hacia lo profundo, y no tanto del pasado de los personajes y sus vicisitudes, como de su presente imperfecto. Ese ir hacia «los temas que cuentan» como son el bien, el mal, la muerte, la pasión, la fe… según escribió Julien Green, «significa ir hacia lo más profundo por el camino más corto». Una fórmula que, en esta novela, funciona a la perfección.
Julien Green, hijo de padres americanos residentes en París, fue fiel a las raíces sudistas de su familia materna, aunque siempre escribió en francés e incluso entró en la Academia francesa. Precisamente, tiene en su haber una trilogía dedicada al sur de los Estados Unidos durante la guerra de secesión.
Medianoche fue editada por primera vez en español por la legendaria editorial argentina Sur de Victoria Ocampo, muy bien traducida por el hombre de letras y gran crítico argentino Enrico Pezzoni. http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1152866
Esta obra pertenece al ciclo de sus primeras novelas, publicadas antes de la Segunda Guerra Mundial. En este grupo se encuentran, entre otras, Mont-Cimére, Adriana Mesurat, Leviatán, El visionario y Varuna. En ellas, el realismo tradicional se mezcla con lo fantástico. Los personajes se mueven por extraños impulsos en medio de grandes pasiones.
Después de la Segunda Guerra Mundial, que Julien Green pasó en los Estados Unidos en los servicios de propaganda norteamericana (nunca renunció a su nacionalidad), la religiosidad y la sexualidad fueron los motivos centrales de obras como Moira, Cada hombre en su noche y El malhechor.
De origen protestante, Green se convirtió al catolicismo durante la Primera Guerra mundial en la que participó como camillero. Tuvo grandes crisis religiosas pero que terminaron por reforzar su fe. Otro de las grandes obsesiones de Green, que era homosexual, fue el sexo entendido como algo oscuro y morboso, en el que los protagonistas luchan por no abandonarse a sus obsesiones, en un combate desigual. Véase: https://cutt.ly/fngf15B
https://www.todostuslibros.com/libros/medianoche_978-84-01-30265-7