De Jorge Fernández Díaz (Buenos Aires, 1960), reputado periodista argentino y escritor de éxito, reseñé en su momento Mamá , una historia íntima, para el suplemento cultural del diario ABC. Fue el primer libro que leí de él y me pareció una narración plena de aciertos y de sorpresas ya que me encontré con un tema abocado al tópico por manido, el de la emigración y sus obligados lugares comunes, por reales, desde luego pero repetidos hasta la saciedad, que, cosa rara, los evitaba con suma elegancia y acierto humano. Y ese evitar los tópicos radicaba en el acierto del autor de escribir ese texto de resultas de haberse entrevistado con su madre durante cincuenta horas en 2002 con vistas a ser publicadas en un diario. Digo, el acierto fue pleno y creo que la especial conformación, su estilo, para decirlo de otra forma, radica en el hecho en que combina periodismo y literatura, haciendo del reportaje algo definitivamente literario y dotando a sus novelas de ese lado eficaz del estilo periodístico donde se juega magistralmente con la ansiedad del lector. Como ejemplo de ello podemos citar su libro Las mujeres más solas del mundo, de 2012.
En este sentido Fernández Díaz es un periodista de marcada personalidad y que por ello mismo sus reportajes gozan de cierta leyenda, pero, con todo, a nosotros nos interesa recalcar aquí su lado de escritor, de autor de ficciones, lo que por otra parte no nos obliga a cierta violencia por no dar al lector noticia de esa labor periodística si tenemos en cuenta de que en muchas entrevistas que se le han hecho Fernández Díaz ha dicho, y admitamos que hay aquí una parte de coquetería inevitable pero cierta en sus declaraciones, que vierte en sus novelas aquello que no puede por razones obvias publicar en sus artículos periodísticos.
Fernández Díaz es autor de una vasta obra narrativa y de ensayo, de múltiples quehaceres y vocaciones, centradas sobre todo en la realidad social y política de su país, así Una historia argentina en tiempo real o Corazones desatados pero lo que nos interesa aquí resaltar es su faceta de autor de thrillers políticos en los que no tiene igual en lengua española: en 2014 publicó El puñal, al que siguió La herida, tres años más tarde y ahora, La traición, cuya edición argentina salió hace meses con un gran éxito de público, una trilogía que tiene al espía Remil como protagonista, un personaje turbio, al servicio de las cloacas del Estado y que sirve a Fernández Díaz para diseccionar las fantasmagorías en que vive aún la sociedad argentina, fantasmagoría que pasa por dotar al período de los setenta de una significación idealizada y que se agrava según pasan los años cuando las aristas se rebajan y de la justificación se pasa a la idealización de las diversas resistencias peronistas por parte del kirchernismo.

Jorge Fernández Díaz
Dijimos que el autor gusta de afirmar que vuelca en sus novelas lo que no puede escribir en los diarios. Desde luego que no en lo que respecta a las historias en que se ve involucrado Remil. En La traición, nada menos, nos vemos inmersos en una trama que parece descabellada por barroca pero que goza de la condición de transparente a menos que nos detengamos un momento y atendamos a su despiadada lógica: se corre la voz de que un tal Garmendia, antiguo revolucionario legendario de los años setenta, al contrario que otros, que se han reciclado sin prisas pero sin pausa, quiere involucrar al Papa Francisco en un escándalo ya que el Papa, en los setenta, trabó conocimiento con grupos calificados de terroristas. El padre Pablo, desde París, se pone en contacto con La Casita, una agencia de inteligencia a las órdenes del Gobierno y entidad paralela a las mismas agencias de inteligencia estatal. Allí manda el coronel Cálgaris y Remil, su mano derecha, excombatiente de las Guerras de las Malvinas, y fiel a su jefe hasta el extremo de que, por orden suya, intenta leer a Stefan Zweig en francés. Cálgaris es un dandy refinado que sabe mucho de muchas cosas y recala hasta en la Gay Ciencia pero en lo tocante a los asuntos sucios del Estado se mueve como pez en el agua y Remil, que en Argentina es tachado de “cabecita negra”, es decir, un tipo moreno, musculoso y tatuado, todo lo contrario que los de clase alta, que suelen ser calificados de “rubios”, es el contraste aparente de Cálgaris pero sólo en apariencia pues en realidad es su perfecto complemento.
Estas novelas, cuando se las reseña, se quedan cojas respecto a la explicación de la trama pero si lo hiciéramos reventaríamos gran parte del atractivo que poseen, que es esa ansiedad dosificada que se le da al lector en sorbos muy calculados y que llamamos suspense. Aquí, desde luego, no lo vamos a hacer pero si convendría advertir al lector que la novela con la que se va a topar tiene poco de evasiva. Al contrario, nos mete de lleno en el desierto moral de una sociedad que navega entre la corrupción generalizada, el sálvese quién pueda y en la connivencia para sobrevivir o vivir como un sátrapa, eso depende, entre antiguos revolucionarios convertidos a la “izquierda caviar” sin rebozo alguno con antiguos torturadores y miembros destacados de la represión militar.
La traición no es una novela en clave ya que apenas, salvo el de nombrarlas por su nombre, oculta a personas reales o tan verosímiles que podrían serlo. Así, la Señora 5, así, el propio Bergoglio y tantos otros, el Vasco, el Ruso… todos ellos son personajes clave para entender de una u otra manera esa Waste Land en que se ha convertido Argentina desde hace muchos años. Nos encontramos aquí con un desierto moral muy parecido al que narra John Le Carré sobre su propio país en sus mejores primeras novelas, ese país en que escritor pasó sus días porque, decía, elegía vivir en el corazón del infierno. Desde luego Argentina no es el corazón del Infierno, en cualquier caso alguna extremidad del mismo, pero no por eso es menos terrible, como en realidad sucede en todos lados.
Estupenda novela, La traición se constituye como uno de los grandes thrillers políticos que me ha sido otorgado leer en los últimos años.
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