Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973), escritor de origen argentino afincado en España desde 2001, país en que ha publicado toda su obra que comprende ya varios libros de cuentos y novelas, desde aquellas Flores para Irene, libro de relatos publicados en 2004 hasta ésta La claridad (Páginas de espuma) publicada recientemente y que acaba hace pocas semanas de ser galardonada con el Premio Ribera de Duero en su Sexta Edición, premio que pese a su reciente implantación ha logrado un prestigio merecido, es uno de los autores más interesantes surgidos de la nueva generación de escritores que escriben en español, sean estos latinoamericanos o españoles. Su narrativa posee una técnica muy elaborada, que varía en función del tema que trata donde se muestra versátil aunque hay que decir que, sin embargo, la inquietud y el horror aliado a la sorpresa constituye una de sus obsesiones más recurrentes. En esta entrevista el autor nos habla de La claridad pero también del conjunto de su obra, resultando de todo ello una inmersión en la conciencia de la literatura muy sugerente.
‘La claridad’ consta de seis relatos y ha sido galardonado con el Premio Ribera del Duero en su Sexta Edición. Parecer ser que el original mandado constaba de cinco. ¿Qué relato faltaba para completar el libro?
‘Más oscuro que tu luz’, el sexto cuento del libro, fue incluido —a modo de bonus track, si se quiere— por Juan Casamayor en el proceso de edición. Lo cierto es que ese cuento formaba parte de la unidad, pero tuve que quitarlo del manuscrito original que participó en el Premio Ribera del Duero porque seis o siete meses antes del cierre ganó un concurso en Mazarrón. En el libro hay una nota del editor que lo explica. En cualquier caso, creo que es un texto que aporta luz al conjunto. La idea de incluirlo me pareció acertada y estoy contento con el resultado.
´La claridad´ es, evidentemente, un libro que alude a metáforas. La claridad que ilumina poco a poco la oscuridad y se apodera de ella… Sin embargo el libro planea de continuo en el gris, en la realidad, siendo la claridad una búsqueda irrealizable pero querida…
Sí, los objetivos que me propuse al escribir este libro están resumidos en el claroscuro, en intentar que se potencien en el mismo ejercicio de contrastar lo negro con lo blanco, el mal con la bondad, la luz y la oscuridad. La ilustración de cubierta, por ejemplo, pretende mostrarle al lector, en su primer contacto con el libro, qué se encontrará al recorrer estas seis historias: la mujer de la acuarela está rodeada de luz y, sin embargo, algo en su mirada nos inquieta. También es cierto aquello de que los personajes buscan conseguir el éxito, pero el camino hacia esa meta es un camino pedregoso y la oscuridad siempre acecha.
Ha publicado indistintamente tanto libros de relatos como novelas aunque creo por lo que tengo leído de su obra que se siente muy confortable en el cuento. Parecería que usted sigue aquí la tradición tan querida por los latinoamericanos y que en España no termina de cuajar a pesar de algunos pesos pesados, comenzando por Bécquer.
En Latinoamérica se educa al lector para que aproveche y disfrute de uno de los géneros más apasionantes de la narrativa: el cuento. La tradición es muy fuerte en este aspecto y los más grandes escritores de esta región del mundo mostraron su destreza en este complejísimo mecanismo que es el cuento. Pero también Estados Unidos es un país con enormes cuentistas —Flannery O’Connor y Graham Greene, por poner un par de ejemplos—. Por lo que deberíamos hablar de una costumbre panamericana. E insisto en que lo primero es educar al lector: si los lectores demandan cuentos, si se debate sobre ellos, si se recuerda a sus personajes —Nena Daconte, de ‘El rastro de tu sangre en la nieve’ (Gabriel García Márquez) tiene para mí la misma fuerza y el mismo espacio en mi memoria que Emma Bovary o Ana Karenina— autores y editores y libreros van a completar el círculo. De todos modos, España ya tiene una generación joven de excelentes cuentistas.
No se lo que hubiera pensado Graham Greene si se entera de que es norteamericano. Bien, supongo que la novela obedece a términos muy distintos a los del cuento pero usted, que creo le sucede lo que a Hemingway, obedece más a los dictados de una prosa ajustada, sintética… ¿Le parece así? Por cierto, el primer relato del libro, ‘Treinta monedas de carne’ me recuerda por lo inquietante a ‘Los asesinos’, ese relato de Hemingway donde se oculta más de lo que se presenta y eso crea una desazón acentuada. Como en su relato
En efecto, la novela opera de un modo muy diferente y su mecanismo de trasmisión influye en el lector desde la acumulación. En el cuento no hay tiempo para acumular nada y solo se puede ir directamente y sin distracciones hacia un único objetivo: el desenlace. Pero la clave está en saber anudar los hilos que arrastren al lector hacia ese golpe final (al estilo, digamos, de Poe, porque Chéjov no buscaba ningún golpe y sus cuentos también funcionaban). No quiero dejar pasar la comparación de ‘Treinta monedas de carne’ con ‘Los asesinos’, ese magnífico cuento de Hemingway. Salvando las distancias, me pareció oportuno abrir la colección con un texto que absorbiera así al lector. Es una historia sobre la traición, aunque la violencia física y verbal quiera comerse a ese componente primario.
Ese estilo preciso, corto, telegráfico parecería que está hecho para rechazar toda recreación mirífica o cuanto menos, arcádica y si aparecen estas sensaciones es siempre como fulguraciones. ¿Emplea este estilo porque acentúa quizá la inmersión más intensa en al momento que se narra?
El estilo, es decir, la forma discursiva con la que un autor saca adelante un texto de ficción es, por supuesto, la suma de todos los recursos técnicos que deben estar —siempre— al servicio de la historia. Lo más importante en el proceso creativo de un escritor es conseguir que la transmisión sea la acertada para la historia que pretende contar. Esta simbiosis es mucho más delicada en el cuento que en la novela. En la novela puede haber algún que otro bache, alguna decisión errónea, algún traspié, el propio proceso de acumulación que edifica a ese género lo subsanará (si no son muy graves los fallos, claro está). En el cuento no existe esa opción y el mínimo error destruye para siempre la transmisión. Por tanto, cuidar el estilo, cuidar cada construcción, es fundamental. Personalmente trabajo mis textos al calor de estas premisas, más allá del género.

Marcelo Luján
Usted lleva muchos años viviendo en España aunque nacido en Buenos Aires. Por lo tanto conoce muy bien los dos ámbitos. ¿Podría decirnos qué diferencias nota más acentuadas entre los escritores españoles y latinoamericanos? Yo, por ejemplo, le diría que noto una mayor preocupación por la literatura como estilo en América. Aquí parece haberse perdido esa querencia…
A día de hoy, con el mundo totalmente globalizado, es más difícil observar diferencias. Pero un artista, un creador, siempre es hijo de su entorno y de la sociedad que lo educó como individuo. Yo estoy educado en la tradición literaria rioplatense, pero llevo veinte años viviendo y escribiendo desde España. Y hay muchos autores y autoras hispanoamericanos que viven y escriben desde España. Esto ha generado una de las corrientes más interesantes de toda la historia de la literatura en castellano: el mestizaje. Nunca antes, ni siquiera en el denominado Boom, había sucedido algo así. Nunca antes tantos latinoamericanos escribieron desde España. Hay una lista inmensa de autores y autoras de primerísimo nivel que, cada cual a su modo, enseñan esta hibridez discursiva. Es una verdadera maravilla que enriquece a nuestra lengua. Y no me refiero al aporte temático, que también: me refiero estrictamente a la variable del lenguaje. El castellano que observamos en las ficciones de Cortázar —por citar a un latinoamericano que escribió la mayor parte de su obra desde un país de habla no hispana— no tuvo esta oportunidad: no hay diferencia lingüística entre ‘Los premios’ y ‘Queremos tanto a Glenda’. Y para mí esto es un inconveniente en el que se verá sumido cualquier autor o autora que escriba fuera de un entorno castellano: el lenguaje se le estancará irremediablemente y sus narraciones padecerán hasta problemas de registro (y esto tocará, naturalmente, a la verosimilitud). Con los latinoamericanos que escribimos desde España sucede todo lo contrario, aunque con el paso de los años nuestro lenguaje mute (también irremediablemente). Y es algo que debemos asumir con valentía, puesto que estaremos generando eso tan único que es el mencionado mestizaje literario.
Imparte clases en talleres de creación literaria. ¿Cree usted que se puede enseñar a escribir con cierto talento al margen de enseñar cocina literaria o más bien en los talleres se enseña a leer bien, lo que no sería poco?
Creo que los talleres de creación literaria son buenos porque dan las herramientas necesarias para abordar la escritura de ficciones. No hay ninguna fórmula mágica: hay que leer textos resueltos y ejercitarse, pero también hay que saber observar los errores, ser crítico con uno mismo, y aprender de los aciertos propios y de los compañeros y compañeras. Un taller no es una asignatura, un taller debe trabajar desde la interacción grupal. Yo, como profesor, también aprendo de mis alumnos. Es una dinámica preciosa.
Está considerado un autor de Thrillers aunque creo que eso no es justo pues el terror es parte esencial en su prosa, así como el suspense. ¿No cree que hay un exceso de escritores que se dedican al thriller? ¿Una de las causas podría ser que es el medio actual en que se ha transformado la literatura de denuncia?
Poner a los géneros literarios por encima de la literatura es un error en el que ningún autor debería caer. Lo más importante es la historia que queremos contar, eso que tenemos dentro. Luego, que sea la propia historia la que determine el género. Nunca me propongo escribir una novela negra o un cuento fantástico: me propongo contar, y para contar bien hay que tomar decisiones técnicas acertadas. El género literario no puede ser una decisión porque entonces estaríamos condicionando el relato desde antes de nacer. Y eso es la antiliteratura. Puede que el mercado provoque ceguera a algunos autores y que, como está de moda tal o cual género (una moda avivada por el mercado, no por los lectores) se caiga en la fatalidad de querer etiquetar un texto antes de que sea texto. Una buena novela de suspense debe ser, primero y principal, una buena novela. Para lograr esto hay que empezar por el principio: intentar contar bien. La elección de un mero género literario no nos dará estás claves, todo lo contrario.
Recuerdo aún la lectura de ‘Subsuelo’, una metáfora del mal que creo es uno de sus mejores libros. Las hormigas y su significado, las piscinas, el modo en que se trazan los dibujos de las dos familias de clase media… ¿Qué lugar ocupa esa definición continua del mal en su obra? Incluso podría afirmarse que toda su obra consta de variaciones en torno al tema…
Sí, me interesa mostrar lo frágiles que somos como individuos y lo expuestos al mal que estamos. Aun en las sociedades más organizadas, aún en las familias más sólidas, el mal y la oscuridad siempre pueden aparecer y siempre lo harán abrigados por el azar. Esto debería ser nuestro más impertinente fantasma: no hay sitio donde estar a salvo. En mis libros intento mostrarlo pero me resulta fundamental establecer escenarios cotidianos, espacios que para el lector sean comunes, naturales. Si el lector se reconoce en esos ambientes, resulta más sencillo mostrarles que pueden ser ellos cualquiera de esos personajes. Los hechos más extraordinarios nos ocurren cuando no los esperamos. Me refiero a las cosas buenas pero también a las malas. Si vas la guerra te puede alcanzar una bala, es algo esperable y hasta aceptable. Pero no puede ocurrirte eso en medio de un parque, mientras juegas con tu sobrino y todo el entorno es placentero. Hechos similares a esta segunda posibilidad ocurren más a menudo de lo que creemos.
Todos sus personajes suelen moverse en un lado fronterizo entre la consciencia y el ensueño ¿Sería ese el modo adecuado de acercarse a la metáfora con que construye el mundo?
En ‘La claridad’ los personajes tienen varias singularidades que no había trabajado en otros textos. La composición de casi todas las narraciones del libro utiliza variables fantásticas y hasta cercanas al terror. La sensación que me comenta puede que derive de estas formas. Sin embargo y como expliqué antes, son las propias historias las que deben determinarlo todo. Tal vez este universo que intenté con ‘La claridad’ lo haya conseguido.