Foto de Jean-Baptiste Quentin para Le Parisien

 

Estas navidades se ha publicado la última novela de Michel Houellebecq, Anéantir, después de tres años de que su última entrega, Serotonina causara ciertos debates a que tan aficionados son nuestros vecinos que sepamos desde el caso Dreyfus, centrados en las predicciones un tanto apocalípticas del autor de Las partículas elementales que predice una decadencia absoluta de Europa y,sobre todo, de su país, Francia, acosada por el islamismo, las estúpidas y fanáticas teorías de ecologistas de toda laya y elementos de grupúsculos de extrema izquierda, amén de vegetarianos, veganos, asociaciones que reivindican la asexualidad y otras sandeces y ofreciendo vagas fórmulas que se extienden desde una reivindicación no exenta de cierto  rictus sardónico hacia la cocina del terroir, de una cierta revisión al alza de los valores esenciales del catolicismo con puntuales vaguedades que hacen imposible colocar al autor entre los tradicionalistas de toda la vida, cumpliendo de esta manera a rajatabla, mal  que le pese, con ese lado de escritor maldito que el milieu cultural parisino, con buen criterio de marketing, se inventa de vez en cuando. Ahora los malditos tienen dos nombres, Bernard Henri- Lévy y Michel Houelebecq, cada uno de ellos en las antípodas del otro y representando opciones políticas, filosóficas y estéticas muy diferentes pero que el milieu desea destacar como irreconciliables aunque en 2008, con el significativo título de Enémigos públicos, Flammarion publicara una extensa correspondencia entre los dos que comenzó casi desde el insulto y que finalizó con una casi reconciliación después de que cada uno de ellos elogiara la enorme valía del oponente. La sangre no llegó al río.

Esta edición de Anéantir, que podía traducirse por «Destruir», ha sido cuidadosamente preparada por el autor, creador del diseño de corte minimalista, con una cubierta en blanco y pasta dura, lo que en Francia equivale, como  aquí a dos significados, o eres un best seller o te has consagrado ya como un clásico: en Houellebecq parecería que se han dado los dos casos. La tirada ha sido de 300.000 ejemplares y el precio de 26 euros, un precio superior al de las anteriores novelas del autor y aquí ya no hay ambigüedad posible, los editores están seguros de que la novela se convertirá en un éxito de ventas tremendo, cosa en que ayuda sobremanera el autor con declaraciones en que se define como una puta de la literatura.

Lo cierto es que Houellecbecq, como todo escritor francés actual que se precie, quiere reflejarse en Louis Ferdinand Céline, por aquello de tocar las narices al milieu literario alimentando un lado salvaje que yo no veo por lado alguno, a no ser el aspecto desaseado de los dos, que lo emparentaban con el cotilla de Paul Léautaud, ya que en cuanto al estilo, el de Céline bebía en la tradición de Rabelais y François Villon y el de Houellebecq no termina por definirse aunque haya alguno que quiera ver en él un nuevo Honoré de Balzac por aquello de que refleja con tino la sociedad actual, tal hizo Balzac con la que le tocó vivir. En realidad parece una broma.

 

Michel Houellebecq

 

Anéantir trata en realidad de qué sea eso del amor y las relaciones matrimoniales. Para el autor parece que ya es hora de dejarse de esas infinitas gamas de gris y decantarse por el blanco o el negro, lo que en el fondo es una reivindicación sesgada del melodrama. Tanto que no contento con esa reivindicación del amor para siempre y del impulso romántico, lo que nos llevó según él a esa esperanza de vida de la posguerra cuyo resultado fue la generación del baby boom, la que por primera vez llevó a cabo el ensueño  de crear una cultura, la del pop, capaz de ser reivindicada por todas las clases, nos  introduce de lleno en la muerte y la entropía, lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que amor y muerte están inextricablemente unidos y místicamente reivindicados en la tradición romántica, desde Tristán e Isolda… en cuanto a la entropía entramos de lleno en la novela en la enfermedad.

Un estilo eficaz, zolesco a veces en su querencia naturalista, periodístico las más, con aciertos, como la comparación habida entre un hombre magullado y el estado de una lata de cerveza después de ser pisoteada por un hooligan británico, pero con descuidos curiosos, con páginas deslavazadas y próximas a dejar el ánimo aburrido. Con todo es un libro en clave para franceses: Bruno Juge, Ministro de Economía y Finanzas se inspira en realidad en Bruno Le Maire; el candidato Sarfati es trasunto del Cyril Hanouma, conocida estrella de la TV francesa; el presidente es Macron y el protagonista, Paul Raison, que es tan eficaz que haciendo honor a su apellido siempre parece tener razón, es el típico producto de la Administración francesa de aires macronianos

Houellebecq nos introduce así, con estos elementos, en una Francia del año 2027 que va muy bien en economía porque han sabido distanciarse tanto de los liberales anglosajones como de la apisonadora china. Estamos en un país aceptable tal y como está el mundo, pero algunos atentados a barcos con contenedores y barcos con emigrantes, acompañados de mensajes exotéricos a lo Dan Brown, amenazan con desestabilizar esta aurea mediocritas. La novela, que en buena parte ha girado en torno a la enfermedad de Paul y de su padre, la cosa les pilla de repente acompañados del suicidio del hermano pequeño y de la trama terrorista y de las elecciones de Bruno a la presidencia se interrumpen de pronto para dar aso, en las últimas doscientas páginas, a la relación del enfermo desahuciado Paul, personaje muy de Houellebecq, con su mujer, en una reconciliación donde el autor aúna los cuidados intensivos con el porno de baja intensidad. Todo ello con referencias a Alfred de Musset, Joseph de Maistre y algún que otro ilustre pensador reaccionario… también de Pascal, a quién cita con profusión y acierto, con lo que nos demuestra que lo ha leído con detenimiento. Nihilista que a veces se muestra cristiano, cínico a lo Casanova de después de mayo del 68 que suspira por una Isolda, por una Beatriz, por una Laura petrarquiana, el autor parece no querer perderse máscara alguna y juega  con todas. En el fondo, parece decirnos, sólo soy un moralista, lo que nos parece muy bien: Francia ha dado muy buenos escritores desde La Rochefaucauld a Albert Camus en el género. No creo sea el caso del que nos ocupamos. Dotado con ciertos recursos, lúcido en ciertos análisis de la sociedad francesa actual, creo que repite cada vez mas esos recursos, que no son precisamente ilimitados. El resultado es un deterioro notable desde sus primeras novelas a las últimas, sobre todo a esta ultima. Houellebecq copia a Houellebecq. Y eso pertenece a la agonía del arte.

 

 

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