Felipe González y Adolfo Suárez
Alberto Oliart, que fue ministro de Defensa, Sanidad y de Industria y Energía, entre 1977 y 1982, en los sucesivos gobiernos de UCD, ha fallecido ayer en Madrid a los 92 años. Nacido en Mérida (Badajoz) el 29 de julio de 1928, bajo su mandato su nombre irá siempre unido al momento de mayor incertidumbre de la Transición española a la Democracia: el intento de golpe de Estado del 23-F. Era uno de los ministros que aquella tarde se sentaban en los bancos del Gobierno en el Parlamento, mientras el teniente coronel Tejero y sus hombres tomaban el hemiciclo. Y seguiría siendo ministro después, precisamente de Defensa, una vez sofocada la asonada, con Leopoldo Calvo Sotelo. Con este motivo recuperamos el artículo escrito por Jose Luis Rodríguez sobre la segunda parte de las memorias escritas por Oliart.
Escribíamos la otra semana sobre un libro dedicado a José Castillejo y la Institución Libre de Enseñanza, y resulta que en el siguiente libro que ha caído en nuestras manos se recuerda a este regeneracionista. Al concluir la segunda parte de sus memorias, Alberto Oliart hace una breve valoración de la Transición y de la democracia y dice de esta que “es un mal sistema, pero es el mejor de todos los sistemas políticos existentes”, y que su conversión a la democracia le llegó a los quince años “al oír por la radio BBC, emitida desde Londres en español, la carta que el señor Castillejo dirigía a la juventud española, me convertí en un demócrata convencido” (p. 416).
Oliart, nacido en Mérida (Badajoz) en 1928, es conocido sobre todo como abogado, director y consejero de empresas y político, pero ha sido también ganadero en tierra extremeña, poeta, pasión que no ha abandonado, y un consumado lector y agitador cultural como parte de un grupo de escritores y editores fundamentales para comprender la vida cultural española de las décadas de 1950 y 1960. Ha contado la etapa de su vida que transcurre entre 1928 y 1977 en su primer libro de memorias, Contra el olvido (Barcelona, Tusquets, 1998), cuyas páginas nos hablan de su infancia, adolescencia y de su encuentro y trato en Barcelona con Carlos Barral, José María Castellet y, entre otros, Jaime Gil de Biedma.
Como fecha de edición de su segundo libro de memorias figura noviembre de 2019. Habían pasado entonces 91 años desde el nacimiento del autor. Por lo tanto, mucho ha esperado Alberto Oliart para hacernos partícipes de lo que él ha querido contar del 23F y no habrá sido porque quisiera incluir la totalidad de su vida pública, ya que estas memorias llegan a 1982, dejando fuera cuestiones importantes, como su labor al frente de la Corporación de RTVE durante el gobierno de Rodríguez Zapatero. Tal vez sea una costumbre, pues pasaron dos décadas hasta la aparición de su primer libro de memorias, el que concluye al llegar a las primeras elecciones legislativas de la democracia actual. También pudiera ser que Oliart haya preferido esperar mucho, otras dos décadas, para tratar de un tema que él conoció bien, el golpismo, antes, durante y después del 23F. Decimos esto porque tres de los capítulos del libro, “El golpe de Estado”, “Ministro de Defensa” y “Proceso y juicio del 23-F” están centrados en los proyectos y actos de los sectores golpistas, civiles y militares a comienzos de la década de 1980.
Oliart es uno de los personajes (ex ministro de Defensa y persona con muy buenas relaciones sociales, económicas y políticas) vivos de la Transición que podría escribir y explicar muchas cosas sobre los antecedentes de la operación Armada, el golpe de Milans, el 23F (convergencia de varios proyectos de golpe blando y de golpe duro), y el golpismo que siguió al fracaso, no completo (piénsese en la regañina del rey a los dirigentes políticos, él excluido, así como en el intento de armonizar el proceso de construcción del Estado de las Autonomías con la LOAPA y en la utilización de las Fuerzas Armadas, como habían reclamado estas, para impermeabilizar la frontera hispano-francesa), del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. No obstante, no cuenta nada sustancial que no supiéramos, aunque cuenta algunas cosas, y las cuenta bien, y, sobre todo, nos sitúa muy bien en la coyuntura, lo que desde luego ayuda a comprender por qué el golpismo tuvo tanto desarrollo, y es que nos deja muy claro que las fuerzas armadas de entonces eran ajenas o contrarias a la democracia.
El memorialismo ha dado ya lugar a muchas obras sobre la Transición, más que cualquier otra etapa de nuestra Historia, y es lógico que sea así, al haber sido de profundos cambios en la sociedad española. La aportación de Oliart, a contracorriente, puede parecer apologética de la transición de la dictadura franquista a la monarquía constitucional, por algunas valoraciones muy generales en algunas de sus páginas, y por deducir que muchas cosas se resolvieron relativamente bien pese a la erosión causadas por el terrorismo y la primera y la segunda crisis económica del petróleo. Pero no hace apología, más bien es muy crítico con UCD, sobre todo con alguno de sus barones, Martín Villa y otros; y en cuanto a la valoración de los personajes, desde luego que Oliart sale muy bien parado, pero Suárez bastante menos, con el perfil de un hombre con muchas limitaciones para la etapa posterior a las primeras elecciones y en declive absoluto tras las segundas, arrastrando al conjunto del país.
Por ejemplo, leemos: Suárez hizo “una labor memorable hasta el año 1979 inclusive, hasta donde llega mi conocimiento, todo lo que hizo lo pudo hacer por tener permanentemente el consejo y el apoyo del monarca” (p. 416). El rey es mejor valorado, y cabe suponer que no solo porque Oliart le escuchó decir que él sería un buen presidente del Gobierno, si bien los párrafos dedicados al monarca buscan dejarle al margen del golpe de Milans-Tejero. Por la fecha de edición del libro, abierta ya la veda en casi todo lo referido a la monarquía y los monarcas, uno cabía esperar alguna alusión a cuestiones espinosas para el anterior rey, pero no es así, claro que el libro finaliza en 1982; el autor solo se permite una alusión, al dejar constancia de que, a mediados de ese año, el rey estaba molesto con el presidente Calvo Sotelo: “el presidente había mantenido una conversación con el rey en la que entró en temas privados, cosa que había molestado mucho a este último” (p. 409).
Oliart ha sido uno de los políticos bien preparados para ejercer cargos, no alguien del que te preguntas ¿cómo es posible que esta persona haya sido escogida para…? Todo lo contrario. Sin embargo, la faceta por la que más se le recuerda, ministro de Defensa inmediatamente después del 23F, en el primer gobierno de Calvo Sotelo, es aquella para la que estaba menos preparado. Lo que sucede es que, por su trayectoria, por no ser un hombre de facción, y menos aún destructivo dentro del Gobierno, a diferencia de tantos ministros y ex ministros de la UCD (partido con el que Oliart simpatizó, pero en el que no militó), por su buena relación con el rey, su muy buena red de relaciones sociales y empresariales (de lo que careció el Suárez presidente) y, en general, su buena imagen, se le consideraba ministrable para Defensa ya antes de que uno de los proyectos de golpe duro estallase el 23F.
Oliart llegó al Gobierno con un excelente bagaje: abogado del Estado, secretario general de RENFE, consejero delegado de Siemens España, Metro de Madrid, Explosivos Río Tinto, Cros, Tabacos de Filipinas, Seix y Barral Editores y, en 1973, consejero del Banco Urquijo y director general del Banco Hispano Americano, el segundo del país. En Los años que todo lo cambiaron trata, con extensión muy desigual, de su labor en los ministerios por los que pasó durante los gobiernos de Adolfo Suárez, que cubren toda la etapa de Unión de Centro Democrático en el gobierno de la nación. El contenido de las páginas es siempre relevante, y bien contextualizado, con el trasfondo de las pugnas dentro de UCD, por motivos más personales que programáticos. De su etapa al frente del Ministerio de Industria y Energía (5 de julio de 1977-28 de febrero de 1978) nos han interesado las dedicadas a los Pactos de la Moncloa, que vuelven a estar de actualidad, las referencias a la necesidad de la energía nuclear y a la financiación de los partidos, así como su cese voluntario, a causa de su enfrentamiento con el vicepresidente Fuentes Quintana, ya que Oliart era contrario a la nacionalización de la red de alta tensión, que no se llevó luego a cabo. Son también de interés sus apuntes sobre las conversaciones mantenidas con Xabier Arzalluz, quien le planteó dos proyectos, un banco emisor de pesetas y un Instituto Vasco de la Industria, a lo que le respondió: “le expliqué que jamás podrían pagar las subvenciones que estábamos pagando a las grandes empresas siderúrgicas vascas desde el Estado español para evitar que quebraran debido al precio del petróleo” (p. 231). Bastante menos atención dedica el autor a su etapa de ministro de Sanidad y Seguridad Social (1980-1981).

Adolfo Suarez pide al comandante Felix Antolin que le de la mano, porque este le negó el saludo.
Como decíamos, la parte que más atraerá al lector es la dedicada al golpismo. Ninguno de los principales implicados, conocidos, en el 23F ha querido relatar detalladamente qué hizo y qué supo, tampoco ninguno de los miembros de la JUJEM de entonces, ni los capitanes generales. Tampoco han contado lo que podían contar Suárez y Calvo Sotelo. De los políticos vivos, se supone que podría escribir cosas novedosas Francisco Laína, director de la Seguridad del Estado durante el 23F y después, siendo ministro del Interior Juan José Rosón, otro que tendría abundante documentación sobre el golpe ejecutado y los proyectos golpistas posteriores. Respecto a la idea de un gobierno de concentración, proyecto que debilitó la jefatura de Suárez y a su gobierno, sobre la solución Armada vía cauces constitucionales, con intervención de parte de UCD, del PSOE y Alianza Popular, algo podrían haber relatado Manuel Fraga, tan propenso a relatar cosas intrascendentes en sus varios libros de memorias, en competencia con López Rodó, y el recientemente fallecido Enrique Múgica, que ha pasado el testigo a Felipe González y Alfonso Guerra. Así pues, el libro de Oliart era esperado como una de las ultimas oportunidades de saber más sobre el proyecto de un gobierno de concentración presidido por un militar que sustituyese al de Suárez con solo UCD y sobre los proyectos de golpe de Estado que tomaron forma a finales de 1980. El lector no quedará defraudado, no del todo, pues hay cosas sobre las reuniones para el gobierno de concentración, o gobierno Armada, poco novedosas pero contadas desde la proximidad a los hechos, y sobre el 23F y el golpismo posterior.
Oliart no era ministro de Defensa antes y durante el 23F, pero lo fue justo después, al asumir Calvo Sotelo la presidencia del Gobierno (febrero 1981-octubre 1982). Por lo tanto, encargó informes al CESID sobre lo ocurrido y habló con muchos militares sobre lo mismo. Creemos que cuenta una parte de lo que supo, y que ya sabíamos a la altura de 2019, y que calla bastante más, sobre todo nombres. Pero hay cosas dignas de ser leídas. Entre estas sus referencias al general José Juste, el jefe de la unidad más potente del Ejército de Tierra y que rodeaba Madrid capital, la División Acorada Brunete; no se tomaron medidas disciplinarias con él, se le dejó al mando después de lo que ocurrió en y con la DAC, tema para reflexionar, pero luego no se quiso (ministro-presidente-rey) que ascendiera a teniente general. De mayor enjundia son las que tratan de José Gabeiras, jefe del Estado Mayor del Ejército (Tierra), el elegido por el gobierno Suárez para saltarse a Milans del Bosch, pero al que Oliart deja en muy mal lugar.
El autor es aficionado a la ironía, y lo hace bien, y a los silencios, obligando al interesado a rastrear datos, cuando le es posible. Por ejemplo, en el tema de la Brigada Paracaidista (BRIPAC), con su cuartel general en Alcalá de Henares (Madrid). Resulta que la BRIPAC no sale en casi ninguna de las obras sobre el 23F, pero era, y es, una unidad muy importante, y que celebra a su patrona el 23 de febrero, así que el general Armada y otros mandos militares se acercaron por allí esa mañana. Y horas más tarde, comenzado el golpe, sus dos mandos principales no estaban allí, ¿se lo creen ustedes? Pues el coronel estaba hospitalizado, con un tobillo roto, y el general en el cine con su mujer, ¿todo el rato?, y luego siguió como jefe de la BRIPAC. Habiendo sucedido así, quien estuvo al mando fue el teniente coronel jefe del Estado Mayor, Emilio Alonso Manglano, quien llamó a capitanía general para decir que la Brigada “estaba acuartelada y armada con el equipo de combate, preparada para salir en cuanto recibiera la orden, y defender a la monarquía y el orden constitucional frente a cualquier enemigo”. El capitán general de Madrid, Quintana Lacaci, le habría llamado para decirle que “la tuviera acuartelada pero que no hiciera nada hasta nueva orden, suya o de Zarzuela” (p. 279). Unos meses después, Oliart, ya ministro de Defensa, visitó la BRIPAC y Gabeiras no quiso acompañarle: “porque le dio una lipotimia -de miedo, de lo que podía pasar allí, de lo que podían contar-, y fui con Quintana Lacaci”; “saludé al general de brigada que la noche del 23F estaba en Madrid porque había ido con su mujer al cine -hubo mucho general en el cine esa noche (…) comprendí que la excusa del cine estaba muy extendida” (p. 289).
Hay más, y por eso invito a la lectura del libro. Oliart es una fuente obligada para el tema del Manifiesto de los Cien y el proyecto de golpe de Estado coordinado por los hermanos Cuspinera, para la jornada de reflexión previa a las elecciones de octubre de 1982. También nos parecen recomendables las páginas dedicadas a otro de los grandes problemas de entonces, el terrorismo, sobre todo el de ETA. Hay cosas que ya han aparecido en libros de historiadores y politólogos, como es la escasa, a veces nula, colaboración de los gobiernos franceses en lo relativo a ETA, y que el presidente de la República ponía precio a cualquier colaboración, tal vez recordando que España fue refugio de la OAS, incluyendo a varios de los que tuvieron relación con los atentados contra el presidente De Gaulle. A este respecto, el libro de Oliart es una fuente documental a destacar, testigo directo. Cuenta que habló del tema con jefes de servicios de inteligencia extranjeros, entre estos el jefe del Deuxième Bureau francés, al que pidió colaboración contra ETA: “Estuvo muy amable pero no acabó de comprometerse, de lo que deduje que Francia, una vez más, vendía sus favores a cambio de que se les devolvieran comprando materiales de guerra que ellos querían” (p. 347). Otro apunte relevante: en una ocasión el servicio de información supo, a través de agentes franceses, que un comando etarra había cruzado a España, que, entonces, el rey de España llamó a Giscard para pedir datos del comando, que el rey se cabreó al escuchar la respuesta, dado que el presidente francés le había dicho “que muy bien, pero que qué pasaba entonces con esos aviones cazabombarderos Rafale y tanques franceses” (349).
Un libro que merece la pena leer. Y reflexionar sobre algunos contenidos.
Barcelona, Tusquets, 2019, 426 pp.
ISBN 978-84-9066-757-6