El sueño de San José. Palomino y Velasco, Antonio Acisclo. Museo Nacional del Prado
Habíamos acabado la primera entrega de nuestro breviario de improperios invocando a san Valentín. Puede que hayamos pasado treinta días teniendo disgustos, viviendo disputas, con graves desencuentros entre parejas y hayamos tenido que proferir cientos de insultos. Como fuere que llega el día del padre y así habíamos quedado, vamos a seguir con el tema de las ofensas que algunas tienen su atrevido entretenimiento.
Día de san José, padre carpintero del Mesías salvador, de Jesús. José de Nazaret era un personaje encantador, muy buena gente, un hombre del año cero, que se vio metido en un fabuloso lío con el encargo que se le hizo de recibir en Belén, muerto de frío y pavor, la llegada del Niño Dios, nada menos.
Menudo follón. La cara que se le puso a José cuando se enteró de los acontecimientos que le tocaría vivir. Esposo virginal tuvo que escuchar lo que le dijo su divina mujer, la Virgen María. Que la había visitado el arcángel Gabriel, -importantísimo en su rango celestial-, y que iba a concebir al hijo de Yahvé, de Jehová, de Dios. Que se preparaba la de Dios es Cristo. A san José, el pobre, -no lo dudemos-, se le puso cara de gilipollas, y pensando en ello, razonando, entiendo que a este padre primigenio, la historia le ha tratado mal. A pesar de ser figura principal del Cristianismo, padre terrenal de Jesucristo, ni la fecha de su muerte sabemos.
Que era hombre buenísimo, artesano de familia conocida. Habiendo aceptado la extravagante concepción de su mujer de uno de los mayores superhéroes de la Historia, verse envuelto en tamaña paternidad no le trajo grandes beneficios. A pesar de su mucha santidad y excelente dedicación a sus labores, -un hombre ejemplar-, no se le dejó ni el papel de triunviro, que se quedo en secundario, y tan siquiera pudo ser galán, temiendo siempre que se le viniera el cielo encima. Después de la que le mangaron la Santísima Trinidad y su seráfico ángel, san José merecería quizás una mejor presencia para compensar tanto avatar, todos sus afanes.
Tuvo que encomendarse al Santísimo que desde los cielos tenía autoridad “suprema” y le controlaba mediante un ojo inmenso enmarcado en un triángulo. Educó como pudo a Jesús, y no lo hizo mal (…era todo milagroso en el muchacho, con un aura dorada encantaba a todo el mundo a su alrededor). Colaboró estrechamente con el Espíritu Santo, algo por otra parte bien difícil dada la invisibilidad del personaje. Cuando aparecía era una blanca paloma o una lengua de fuego. Nada fácil. San Joaquín y santa Ana, los suegros, estaban alucinados. Bendito san José, marido célibe de la mejor de su país y de la Historia mayúscula. Después de la Anunciación, la Concepción, y todo lo que vino después, la encomienda que le pone la Iglesia que fundara su hijo, es la de patrón de la familia, con lo complicado que es este asunto y tras la locura que había vivido él. Para más INRI, como era artesano y tenaz, le encargaron ser patrón del trabajo. ¡Menuda broma!, tener que animar a la gente a trabajar en desiertos como aquellos. Finalmente, para colmo, le hicieron patrón de los obreros, obligándole a soportar la dialéctica de las contradicciones en el materialismo histórico, y un santoral con colegas tan relistos como Carlos Marx y comandita.
No hay ánimo de iconoclasia el empezar este artículo recordando a este Santo Padre, que nadie piense que soy un ateo combativo. ¡Por Dios! Afirmo que estoy bautizado en pila barroca, y que hice mi primera comunión en el Santuario de la Gran Promesa, que era lo más para la época en mi ciudad, siendo confirmado en el mismo acto por el obispo. Que de vez en cuando pongo velas a san Antonio y a santa Rita de Casia, guapísima patrona de los imposibles, y casi seguro moriré en la fe tomando la extremaunción o lo que haga falta, con burbujas si puedo. Tengo que decir también, que soy hombre en la búsqueda de mi tiempo perdido, que evoca a María Magdalena en las lecturas matinales entre edredones, tras el desayuno.
Lo ocurrido en Belén, cuando el Ángel del Señor anunció a María por obra y gracia del Espíritu Santo, fue un faenón para nuestro santo José. No sugiero que la Santísima Trinidad le hiciera una gran putada, “una putada histórica”, pero sí me permite introducir el tema que dejamos pendiente el día de San Valentín.
Se puede pensar en la propia idiocia, en una imbecilidad supina, al tratar este tema de los insultos, e iniciarlo con el estupendo José. Debo decir que soy de los que piensa que “nada hay más feo que pegarle a un padre”. Que me perdonen Abraham, san José y todos los padres del mundo, pero son muchos los que han hablado de la necesidad de “matar al padre”. Psicólogos, psicoanalistas, Kafka… No soy yo solo el que trata aspectos desagradables del ser humano. Como no quiero asesinar a nadie, y son los insultos lo que tratamos – escribiendo lo que me apetece escribir-, empiezo con un calificativo plural, el de idiota.

Pavel Fedotov. La novia en apuros
En orden de géneros, éste es un insulto fundamental. El género idiota. Somos millones en todo el mundo. La idiocia es múltiple y está muy extendida, es histórica y transcontinental, propia de la mayoría de los seres vivos. El ser humano, desde su principio como homo sapiens sapiens, lo es, aunque los haya muy listos y superguays. (Particularmente, odio a los guays.) El mundo está lleno de idiotas, de imbéciles, que es casi lo mismo. De una manera u otra, muchos estamos afectos. Es una verdadera lástima, pero es la realidad. ¿Cuántos padres lo son? ¿Qué sucesión de imbéciles genera la herencia humana? ¿A quién no se le ha puesto cara de idiota? ¿Cuántos lo somos?
Explica Pancracio Celdrán en su interesantísimo libro “Inventario General de insultos”, que el termino idiota pasó de la Lengua Griega, en la que caracterizaba a un ser peculiar -a una persona “distinta”-, al Latín de los romanos, que llamaron idiota al ignorante que lo es por carencia de facultades, por su idiocia, suerte de enfermedad mental. Pero pronto idiota devino en insulto netamente despectivo. A pesar de su acepción patológica, supone un improperio sobrio aunque, a veces, resulte simpático, cuando “a tontas y a locas” te dicen “no seas idiota”. En ocasiones, en el juego amoroso es como un halago, una carantoña. Pero no deja de ser serio llamárselo a alguien. “Sois unos idiotas”. “Soy un perfecto idiota”. “¡Qué idiotez!”.
Dentro de la idiocia hay infinidad de insultos a proferir, es un campo abonadísimo de caracteres de todos los siglos y ambientes. Con todas las fisonomías, comprende a muchos tipos humanos. Veamos unos cuantos.
Un vaina. Un veleta. Un tontito, tontolino, tontaco, tontaina, cuando no tonto de remate o de capirote. Tontolaba, “tonto a las tres”, tonto del culo, tonto de los cojones (que es más seria la cosa). “Qué cosa más tonta”. Tontorrón no importa serlo si te lo dice una guapa señora, o te exige serlo en la seducción. Como si te llaman bobales, bobilín o bobalías, un bobalicón. Puede traer sus beneficios.
Más adjetivos leves dentro del género idiota son los de pánfilo, pamplina, alfeñique, melindres, chupatintas. Un paicebueno, un sinsustancia. Un papirote, un pavitonto, un pavisoso. El abrazafarolas, que tiene su explícita imagen. Tan solo es un borrachín, pero es palabra divertida, puro documento gráfico. Como las nuevas sobre tribus urbanas de perriflauta, gafapastas, bocachancla, que me parecen vocablos fantásticos. Como la antigua expresión “eres un carrillo de monja”, que aludía al atontado de inmensos mofletes, como los tenía una religiosa que semejaba un basset hound.
Insulto clásico es “el tonto el bote”. Viene del recuerdo de un mendigo madrileño que tuvo la suerte de que un toro que escapó del coso no lo matase, lo que le hizo famoso como afortunado personaje. Sobresaliente es “el tonto que asó la manteca”, calificativo de una máxima necedad que se utiliza desde el siglo XVII, Siglo de Oro. También recordemos al bueno de “Perico de los palotes”, tan común. En origen se le llamaba al tamboril que precedía al pregonero, y que solía ser un pobre desgraciado con ínfulas bufonescas.
Están los sempiternos insultos rurales de palurdo, paleto, pardillo. Garrulo o gárrulo. Con acento esdrújulo es un parlanchín, y sin tilde es un cateto, me explicaban dos hermanos inmensos saliendo de La Pilarica en la ciudad de Zaragoza.
Están los insultos de fogón, mandilón y marmitón con su especial sorna. Los dichos toponímicos, “estar en las Batuecas”, “estás en Babia”, localidades salmantina y leonesa que, injustamente, por razones históricas, hemos hecho refugio de pasmadotes. Los faciales “más feo que Picio”, con su particular origen. Un zapatero granadino sufrió un desastre hormonal cuando fue indultado camino del cadalso que le dejó la cara que no había quien lo mirase, repelencia que provocó hasta su muerte, dándole el sacerdote la extremaunción a distancia para no verle. Feo como un pavo, como Carracuca, que también. El de Coria, Sevilla, bufón del Duque de Alba primero y de Felipe IV después, retratado por Velázquez que lo eternizó magnificamente.

Carl Larsson. El rincón del vago
Cara, carota, jeta, caradura, “un morro que te lo pisas”, “pero qué morro tienes”. Los anarras, el desgarramantas. El carapapa. El paparote y el papirote, que como dice el “Inventario” de Celdrán, son tonto el uno y bobalicón el otro. El gaznápiro, vocablo que suena a ave rapaz o a planta devoradora, pero que denomina a un bobo muy grande. Están el huevón y el huevazos, que son calificativo del perezoso, del vago… El huevón es tranquilo; el huevazos, menos. En relación a éstos, tenemos mamón, mamonazo, los remamahuevos (que le quisieron joder la democracia a un tirano venezolano harto de whisky a mediodía). En la misma línea, los lameculos, que hay cientos, miles, corriente internacional que incluye a los comepollas, lamechochos y, en distinto orden, a los lameplatos… que hay que estar hambriento. Argumentando el miembro masculino también los hay graciosos y expresivos: los pollaboba, los pingafea; el pichiruche, un verdadero pichafloja. Pichabrava, pichaloca, que se explican por sí mismos, y que suenan próximos a chorra al aire, rabo lechón, tonto polla. Todos ellos unos idiotas redomados.
El lector sabe de sobra que a los idiotas también se les llama imbéciles. La imbecilidad es pura idiotez. Que a muchos idiotas se les pone cara de imbéciles, y que en sus distintos órdenes -graves o leves- son perfectamente equiparables unos y otros. En su generalidad son unos estúpidos, calificación fina y tendenciosa.
Que el mundo es estúpido. Que -en parte- la vida es una estupidez, es tema filosófico de interés. Pero no es el objeto de este breve repaso de caracteres. La estupidez es esencia de la existencia, y sus afectos o afectados: omnipresentes. Llamar a alguien estúpido es descalificarlo con rotundidad y cierta elegancia. Como llamarlo insensato.
“No seas insensato”. Palabra noble, expresión muy correcta a pesar de que se refiere a quien pierde el sentido, “il senso”. Pero, a la postre, es un insulto múltiple en el que te están llamando tonto, bobo, loco, imbécil e idiota, todo el conjunto y de la forma más delicada. No nos engañemos, una insensatez es una idiotez, una estupidez. Hay que decir que son millones los padres insensatos, al menos un tercio de la humanidad.
Otro insulto correctísimo e híper culto es el de estulto. Puro latín. Existen miríadas de necios, lo son todos los tontos del mundo, unos unidos, otros reunidos, y muchísimos por separado. La estulticia es como la idiocia. No es común que te llamen estulto y te miren de frente, “es de bofetada”. Es más probable que se pongan de perfil. Nadie que te llame así es muy normal.
Otro calificativo raramente utilizado es el de estafermo. Se oye muy de vez en vez, pero tiene su gracia siendo una palabra que carece de salud. Tiene la acepción del guiñapo de trapo al que se pegaba en la piñata, y de la persona que es sumamente indolente.
Es como estólido: dícese de una persona más que necia y aburrida. Hay asuntos estólidos, aquellos que resultan ser los mayores muermos. En un nivel simple de estólido, del simplón, es el modorro, el atontado permanentemente somnoliento. Un pacholo. (En contradicción a lo que escribo, recomiendo divertirse al lector con un estólido personaje leyendo “Oblomov” de Iván Goncharov, sin igual escritor ruso que acabó loco perdido litigando con sus colegas de las letras, especialmente con el gigante Turgueniev.)
Tras estos últimos insultos relativamente suaves y escasamente agresivos, comento uno que me encanta, pues en mi casa se escuchaba infinitamente. “No seas incordio”. Para la RAE es la persona o cosa incómoda, agobiante o muy molesta. Un verdadero incordio es un horror. Se decía para protestar contra la cierta locura imperante en la casa familiar, que “no había ni orden ni concierto”, siendo ordenadísimos todos, y habiendo piano y músicas en cada rincón.

Una casa de locos. José María Galván y Candela. Museo Nacional del Prado
Pasando a idiotas sandios están los lelos y los alelados. Los pocacosa, algo que a veces se dice con cariño. El raro insulto de bausán, que es otro puro necio. Los que son un desastre. “Eres desastroso”, o “eres una nulidad”, que también es muy tajante. Es una descalificación de aúpa. Muy despectivo es lo de que “eres un lila”, un tonto el culo, un tipo muy bobo. (Un lila no es lo mismo que un liloi que es un loco extravagante y frivolón siendo otro don nadie. Liloi se escucha poco, pero es muy chulo.)
Un lerdo, es otra cosa. Tardo y torpe para la RAE, para muchos es un tonto de fino bigotito bajo la nariz. El primo y el primavera. El pinchauvas, “el bobo de la yuca”, rurales ambos. El tarugo torpón. Mendrugo, amorfo caraculo, carabobo, carabollo. Matao. Calzonazos. El comemierda, que es insulto grave. Se trata de un miserable sin dignidad, merecedor del mayor desprecio. Un cenizo si, además, trae mala suerte.
Cencerro. Chalado. Chiflado. Grillado. Pirado. Locos todos. Majara. Majareta. Majarón, que es el trastornado muy activo. Junto a estos verdaderos imbéciles están el zote, el zopenco, el zoquete, los zafios, los zamujos, que son unas mosquitas muertas; los zampabollos, los zampatortas, los zampalimosnas. “Zetas” de todo tipo y condición, a las que se une otra palabra con esta letra final, el muy existencial sustantivo infeliz.
“Ser un infeliz” es dramático. Cuando tras una pausa en la conversación, tras una triste mirada, te dicen que eres un infeliz, un inútil de pensamiento, sentimiento, obra o acción, es penoso. Ser un infeliz es tristísimo. Es que eres un puto desgraciado. Los putos desgraciados son un carácter muy extendido en los cinco continentes. La humanidad y el planeta Tierra están plagados de putos desgraciados, por más que el gran hijo de José, el Salvador, y muchos otros, se hayan empeñado en arreglar el lío que empezó con Adán y Eva.
Seguimos en esta carrera de insultos que se pueden proferir a progenitores y abuelos jóvenes o seniles. Al amante, al amigo, al ex amigo, a todos los enemigos posibles. Insultos para el niño y para la niña, para la novia y para el que pase cerca. Pilongos, castañas, títeres.
De nuevo, los don nadie, los buscavidas, el rastrero y el arrastrado. ¡Qué bajo concepto del otro! Es de lo peor que puedes decir de alguien: “ese es un don nadie”. Es terrible. Cuando así desprecias, no te lo perdonan por más que jures bondad eterna, que seas el más conspicuo filántropo altruista.
Vamos con los gilipollas, que son muchos, muchísimos. Carácter, comportamiento y calificativo muy comunes. “Este mundo está lleno de gilipollas”. Es vocablo como ninguno, es gutural, lingual y labial. Tiene especial fuerza y un inmenso territorio. Hay miles de grados y jerarquías, se puede llegar a ser un gilipollas integral, al cien por cien.
Empecemos por un gili, que es un pequeño gilipollas, un gilipollitas. Un gilí en caló, con acento, es un pelele. Hay gilipuertas que son gilipollas menores con o sin librea. Pero un gilipollas tampoco es una calificación banal, en absoluto. Puede ser de todo: un infeliz muy desgraciado, un cabrón. Lo son el mastuerzo, el manta, el sonaja; lo son el pelma, el berzas, el berzotas, el robaperas. Un alcornoque. El cabezón, el cabezota, un cabeza yunque. El cebollo y el cebollino. El choriburu, el mediopolvo. Un sinfín. Puede serlo tanto un listillo petulante como un pedante y peripuesto, un litri, “lo que se dice un litri”.

David Teniers. El rey bebe. Museo Nacional del Prado
Bufón. El cómico que tiene que hacer reír. Su existencia tenía su interés en otros tiempos, y los había en cortes y feudos, pero en la actualidad se dice del payaso en su acepción peyorativa. El bufón es lenguaraz y pelafustán, fementido y lilipendón, es “un figura” grotesco. Solían tener un importante defecto físico, -muchos eran enanos-, a los que convertían en gamberros profesionales juntándoles con lo mejorcito de cada palacio y taberna, príncipes y reinonas, nobles, juglares y trovadores, cómicos, truhanes, y todo el etcétera del que tantos retratos literarios y pictóricos tenemos. Son Siglo de Oro más que ninguno.
El bufón es un histrión correveidile, sátiro farsante que trata de ser graciosete. Suele ser un trapala y un bocazas. Claro que hay excepciones. Por salirme un poco de este aciago discurso sobre caracteres, por alabar a alguien, recordaré a uno excepcional, a François de Cuvilliés, enano en la corte rococó de los bávaros Wittelsbach. Matemático y arquitecto, construyó el riquísimo teatro que lleva su nombre en Münich, maravilla de maravillas.
Dentro de los gilis veniales están los ilusos, los ingenuos, los burlados, los inoportunos, los impertinentes… La impertinencia es insoportable. (A los insoportables no hay quien los soporte.) Luego están los impresentables, calificación que se ha puesto muy en boga. Lo mejor que podemos decir de ellos es su definición académica: el impresentable es el inepto de malas formas al que no se puede recibir ni presentar. No es fácil decírselo a alguien, y sin embargo, se escucha muy frecuentemente, con lo que nos hacemos una idea de la escasa sociabilidad actual. Remitiéndonos al día de hoy, cuántas veces la gente evita presentar a un padre impresentable que los hay abundantes.
Extremo del impresentable es el indeseable, un ser casi perverso, pura maldad. Particularmente, opino que medio mundo lo es, que sobran humanos, que hay mucha mala gente, pensamiento que tiene su lógica acorde con el tema tratado: el insulto, el improperio, la injuria; la disputa, la refriega, la pelea.
¡Qué día! ¿Día del Padre? ¿Del Obrero? ¿El Trabajo? ¿La Familia? Todo me parece mayúsculo. ¿A que venía el bueno de san José con todo esto que llevo escrito? ¿Por la cara que se le puso con el sorprendente embarazo de su esposa? La que le hicieron Jehová y el Espíritu Santo. Pero dejemos a José con su letra “jota” de jodido, y volvamos a la “ge” de gilipollas. Que no habrá indulgencias en este texto por volver a recordar al santo.
Tenemos más. Los gañanes y los ganapanes, que son dos clásicos que no podemos olvidar en este breviario. El gañán es un perillán y el ganapán un mancebo que se las trae. En tiempos pretéritos, ambos calificativos eran muy utilizados. No así el raro insulto de gualdrapa que es un calandrajo… ahí es nada con estos dos vocablos: gualdrapa y calandrajo.
Hay descalificativos como membrillo, melón, memo, metepatas, metomentodo; “metesillas saca taburetes”, mierdecilla, maula, “eres un maula”, tipo desastroso, inútil despreciable y, además, cobarde y tramposo.Al maula no podemos confundirle con el maleante, con el chorizo.
El maleante supone una condición legal que se unía a los vagos. No era difícil verse inculpado como tal yendo a tomar la última copa a la estación de tren. Se le asocia con cientos de personajes del cine negro y la novela detectivesca, géneros que tantos malos han observado y miles de tiros han hecho disparar. No es lo mismo disparar que disparatar, decir algo fuera de razón o norma. No es bueno ser un maleante, pues, en definitiva, es ser otro absoluto gilipollas. Tampoco lo es ser un disparatado que no hace más que gilipolleces. Claro que también hay genios del disparate y disparates geniales. (Recordamos al otro Marx, Groucho.)

Illia Repin. Cosacos zapórogos escribiendo una carta al Sultán. 1878-1891
Antes de pasar a mayores, con maleantes, bribones, bandidos y otros, quiero recordar entre los imbéciles más o menos leves, a los cursis y cursilones, a los repipis, epíteto antaño muy común. Son los resabidillos pedantuelos de expresión insufrible. Insoportables en su mayoría. Según épocas los hay más o menos; según las tendencias, como se dice ahora. Ahora hay gente fofa, fofi, ful, pura filfa, gente muy flojita. Miramelindos. Según el ambiente. Sus correspondientes más próximos son los extraordinarios tiquismiquis, palabra divertida donde las haya, que define al ridículo escrupuloso. El tiquismiquis es “muy tiquismiquis”.
Gilipollas más graves: el gorrón. Muy extendido en la sociedad actual, carácter del hombre intensamente desarrollado en sociedades marxistas, en las capitalistas, en las tribales, en todas. Porque en las africanas menudo morro gastan, y qué decir de los de Papua-Nueva Guinea y su despliegue labial. Dice Celdrán que el gorrón es un tipo humano eterno y atemporal. Es cierto.
El gorrón es un guarro astuto como un zorro. No es el gorrino, que es un cerdo marrano puerco. Aunque sea igualmente hediondo, es peor. Como lo es el marrullero, embaucador que siempre está enredando. Fullero, chapucero y fulastre. Para injuria rara con la letra “efe” la de fuñique, que es el que no sirve de nada. Fuñique: inútil. Otro gilipollas.
El longui sí se escucha. El longui simula ser inocente pareciendo bobo. Pero no lo es tanto. Uno se puede hacer el longui y cometer delitos varios, generalmente menores. Un longui nunca deja de serlo. Es un mangante, como lo son el julandrón y el julay, vocablos que vienen del caló, del romaní. Aunque muy actuales se decían ya en el siglo XV. Se ha utilizado mucho y de forma trasversal, en distintos ambientes describiendo personalidades varias. “Eres un julay” tiene significados sucios, turbios y despectivos; un julandrón, en
principio, es un mariconazo.
Bandido es otra cosa, tiene varias acepciones y se utiliza de diferentes formas. Es malo ser un bandido, y antes era mucho peor. El bandolero tenía un pase romántico, pero la comisión de delitos le convertía en bandido, en un ser peligroso, en un facineroso del que en su día hablamos. Pero todo cambia. Ahora, cuando te dicen “menudo bandido estás hecho”, puede no estar del todo mal. Se puede ser un bandido solitario y malvado, se puede ser elemento perteneciente a banda, lo que suele ser peor y muy condenable. A mí sólo me gustan los bandidos en las baladas Country, esos “outlaws” a caballo en altas mesetas.
Antes, que te llamaran bribón, era muy grave, pero ahora lo es menos, de hecho el barco de regatas de nuestro monarca español se llama así y a nadie asusta. Pero este adjetivo apunta cosas severas, un bribón es un ser malo, peleón, entregado a la briba, de la que dice la RAE que es “darse a la holgazanería y picaresca”. Lo de ser bribón tiene su “punto” también, “menudo bribón estás hecho”. “Bribonazo”, se dice y a veces seduce. (Sabíamos lo de darse a la bebida… ¿y lo de darse a la briba?).
Junto a éstos, suelen aparecer los energúmenos que es el plural de un insulto fenomenal. Un energúmeno es una suerte de ogro, de monstruo, un verdadero mostrenco, violento y pendenciero con malos modos. Son insufribles hasta decir basta. Cuando el monstruo carece de vida es una momia. Los energúmenos están mejor así. Debiera haber más momias.
Entre los graves y muy utilizados, en una suerte de parada de los monstruos como la de “Freaks” de Browning, son los de feto, engendro, aborto, espantajo. Un imaginario ofensivo fisonómico muy primario, evolucionado respecto a macaco, monigote, monicaco, mono, monín y otros simios. Es doloroso que te digan que eres un feto, o “un verdadero engendro”. Casi mejor es que te llamen chimpancé, orangután, australopitecus erectus, cualquier clase de homínido, o que te incluyan en significadas tribus históricas, mamelucos, jenízaros, mongoles.
Continuamos: hay su bestiario. El que es un percebe, el merluzo, el besugo, el borrego, el loro, el lorito, el avestruz, el buitre. Cabestro, cabra, cabrito, choto. Cochinos, guarrazos, gurriatos, que tanto son cerdos bebé como gorriones mínimos. Burro, asno. Jumento, que le gusta mucho a mi mujer, se lo escuchaba a su abuela. Un jumento es un asno torpe, un ignorante. Nunca me lo llama y se lo agradezco. ¿Cérvidos? Hay muchos cornudos, padres, hijos y espíritus santos. Casi nadie te dice “estás echo un tigre”.
Ser un bicho, un mal bicho, un bicho malo, un bicharraco, es horrible. Asquerosos insectos: chinche, cucaracha, chupóptero, ladilla. Abejorro, moscón, moscardón, mosca cojonera. Araña. ¡Vampiro! “Maldito roedor”, rata, rata inmunda, algo terrible, húmedo y oscurito.
Oveja negra, que ya es. Perro verde que no es tan raro con los tintes y tatuajes actuales. Tiburón (malo malísimo de las finanzas, desafortunadamente comunes), marrajo, que no es un escualo mediterráneo, sino un cabrón dañino. Pajarraco, pajarito, pájaro de cuentas, buitre carroñero. Cernícalo. Capón. Gallina, cuando eres un cobarde. (El piernas es el cobarde pusilánime; le siguen los pendejos y pendejas, que ambos coexisten y son muy comunes). Zopilote, que suena a cómic. Sólo se libra el ganso, el amante de la sandez. De la flora sólo recordaremos al tristísimo garbanzo negro o a una manzana podrida, fruta de la discordia. Al capullo, al cardo borriquero.
Para terminar, -que tanta gilipollez cansa-, lo hacemos con la “zeta” que ofrece adjetivos de distinta condición, todos ellos muy sonoros. La “zeta” tiene mucha gracia y con ella rubricamos como el bandido bribón “el Zorro californiano”. Encantadores son zángano y zangolotino que se dicen de abuela a nieto. El zángano es un vago, el zangolotino es casi lo mismo, más infantil. El zascandil y el bergante son seres del género de los pícaros, de los granujas y granujillas. “Serás bergante”. “No seas zascandil”. Precioso lo de zascandil, soberbio.
Con la “zeta” también hay dos maravillas de insultos que tengo que dejar constancia
en estas páginas y que servirán como colofón final. No se oyen jamás. Son el de zarracatín y el de zurriburri, que suenan a vasco o a noble carlismo patillero, pero que califican al hombre servil y despreciable. Zarracatín y zurriburri debieran considerarse entre los insultos extraordinarios que encabezaron el artículo dedicado a San Valentín, (aquellos fabulosos de pelafustán, bultuntún, ñiquiñaque), y son con los que acabo estas páginas que se iniciaron con la fabulosa concepción de Jesucristo y la cara que se le puso a san José que no era ni un zarracatín ni un zurriburri.
La “zeta” ha sonado profusamente, pero no puedo por menos que despedirme con zorrón, zorrona, zorrita, fiera corrupia. Aviso que seguiré, que visitaremos a las pécoras, a las harpías, pencos, a los husmias… será el Día de la Madre, en mayo, mes de las flores.
Insultar es liberador. ¿No insultaríamos sin límite, a placer, a todos y cada uno, a los muchísimos que se lo merecen? Resulta una preciosa catarsis, quedarse a gusto insultando a diestro y siniestro, en línea, en serie, de frente y por detrás, con el alma, la mente, el pensamiento, el espíritu y el corazón. Con la mirada y con la voz, con la lengua, con una lengua viperina. Con la Lengua Española como lo hacemos en estas páginas.
En cualquier caso, queridos lectores, os deseo lo mejor y que la virtud prospere contra el vicio en todo orden y desorden de vuestros días.