FERNANDO CASTILLO

A quien tenga una irreprimible inclinación hacia las clasificaciones
literarias, esta segunda novela de Luis de León Barga, Los durmientes,
publicada por la editorial Fórcola en una nueva colección de narrativa,
probablemente le planteará un pequeño reto. ¿Está ante una novela de espionaje,
de intriga o frente a una novela histórica contemporánea? En realidad se podría
decir que es todo a un mismo tiempo, aunque lo esencial de la obra es que se
trata una trama compleja que está contada con el estilo brillante de un
periodista cultural que sabe de lo que escribe y que tiene un interés por la
historia que se pone de manifiesto en el relato.

Es la obra de Barga un trabajo de arquitectura minuciosa en el que
está presente de manera casi expresa lo memorialístico, tanto en lo personal,
especialmente en las páginas dedicadas a la Transición, como en lo familiar,
una circunstancia que contribuye a darle a la novela un carácter más plural. El
relato se estructura alrededor de las memorias de uno de los protagonistas, el
diplomático y periodista Jaime Monasterio, de cuya revisión se ocupa por
encargo de su hija una amiga historiadora, Rosa, quien por circunstancias
diversas entra en contacto con el que se supone es el CNI, empeñado en descubrir una red de agentes durmientes al servicio de la Unión Soviética, es decir, a la
espera de su activación, montada por el citado Monasterio en los primeros años
de la Guerra Fría.
Una historia que arranca en fecha tan señalada como 1936, que le
permite a Luis de León Barga recorrer la realidad y la historia de España e Italia,
un país este que le resulta especialmente cercano por razones familiares. A
través del personaje principal, encarnado por Jaime Monasterio, el autor nos
muestra la Guerra Civil española desde el bando franquista, la inmediata
posguerra madrileña; la Italia de la Segunda Guerra Mundial, desde los días de
euforia del balcón del Palazzo Venezia a las siniestras jornadas de la
República Social Italiana en Milán; la alocada Roma de los años sesenta, los de
la dolce vita felliniana en Via Venetto; el siempre opaco mundo
de la elusiva diplomacia del Vaticano; las tensiones de la Guerra Fría y las
delicadas relaciones Este-Oeste; la compleja España del tardofranquismo y la
Transición, con los recovecos y secretos de ese mundo diverso y de ambiciones
encontradas que era la Unión de Centro Democrático, el anti partido que acabó
devorando a su creador, Adolfo Suárez. Todo narrado con rigor y verosimilitud,
y sin perder el nervio literario, mediante una sucesión de saltos, de flash
backs
, a partir de la actualidad, el momento que sirve de referencia y
escenario para la solución de la trama.
Adolfo Suárez jugando al mes. Foto EFE
Como se ve, una historia compleja desarrollada en diferentes
escenarios y épocas que el novelista resuelve con eficacia y en la que muestra
sus recursos y sobre todo sus conocimientos y documentación, pues en muchas
ocasiones hay páginas que parecen acercarse a un ensayo histórico en lo que
supone un intento de combinar géneros y de buscar nuevos registros, algo que
hace de Los durmientes una obra original. No es de extrañar que el
entorno, las atmósferas y la reconstrucción de ambientes y escenarios, muy
logrados, tengan gran importancia e interés al estar descritos con rigor y
brillantez. Si el relato que hace de la Roma de la caída de Mussolini, del
complot de Badoglio y el rey Víctor Manuel y del Armisticio es magnífico,
recordándonos el ambiente de la película de Luigi Comencini, «Tutti a casa», el
Milán del año 1945, de ese año cero que para el fascismo empieza con la RSI y
acaba con el duce colgado en la plaza de Loreto, está sin duda entre lo mejor
de la novela. Son páginas muy logradas, tanto que remiten a El general de la
Rovere
, la novela de Indro Montanelli de la que luego Roberto Rosellini,
con el apoyo de Vittorio de Sica, haría una película magistral, aunque haya
quien se empeñe en considerarla una obra menor.
Muy interesante y original es el protagonismo que otorga el autor al
Vaticano, un entorno no muy habitual en este tipo de obras, que revela su cercanía
con la Italia de estos años, una sociedad que le es decididamente familiar y de
la que conoce muchas cosas. También es de destacar el relato que hace de la
Transición y del entorno de UCD, de ese mundo confuso, de luces y sombras
aparecido ya antes de la muerte de Franco, en el que coincidieron todas la
ambiciones y todas la procedencias y en el que los servicios de información se
movían a su gusto, creando y suprimiendo partidos o comprando voluntades.
Muestra Luis de León en su novela un grupo y unos personajes de estos años en los que
destaca la figura, casi mesiánica, de Adolfo Suárez erigida frente a aquellos
otros procedentes del neofranquismo o de las asociaciones como Fedisa. Todo en
un mundo de intereses cruzados, interiores y exteriores, que se encontraban en
unas campañas electorales que el autor describe bien por medio de la actividad
del algo cínico Jaime Monasterio.
Hay en la novela también muchos cafés, restaurantes y cabarets así
como hoteles, automóviles y calles de varias ciudades europeas, es decir, todo
lo necesario para llevar a cabo la recreación de unos años de intensa
temperatura histórica. También está muy presente en las páginas de Los
durmientes
el mundo del periodismo y de la Iglesia, que el autor conoce
bien, al igual que el de la Administración del Estado, pues por sus páginas se
deslizan los diplomáticos, los agregados, culturales y militares, los técnicos
de turismo, los directores generales o las secretarias. Incluso, e incidiendo
en la complejidad de la trama, se podría decir que la novela puede leerse
también como el relato del reclutamiento de un agente por los servicios de
información, que es especialmente preciso en el caso de la historiadora.
Doris Duranti, actriz italiana de la época fascista
Sin embargo, esta presencia de la historia no excluye la complejidad
psicológica de unos personajes que aparecen determinados por los afanes que
definen a la condición humana como el amor, el sexo –en este caso, esenciales–
o el dinero, junto con la amistad, la ambición y la religión. Todos ellos son
los anhelos que guían a los protagonistas que circulan por esta obra, en la que la
fidelidad y la traición son cuestiones que se supeditan a las relaciones
humanas, al amor y a la amistad. Y es que Los durmientes es una obra
de novelista con oficio y de madurez, pues tiene lo que exige tradicionalmente
el género: argumento, complejo y elaborado tras años de lectura y de
experiencias, y personajes, muchos y variados que aparecen cuidadosamente
presentados o recuperados a través del tiempo y de los lugares. Todo ello
permite considerar a Los durmientes una novela coral en la que, junto a
los lugares y los contextos históricos descritos,  reúne una cantidad de
tipos verosímiles y complejos que revela el dominio de la técnica narrativa
propia de un escritor. Muchos, muchísimos son los personajes entre los que hay
algunos que nos resultan especialmente acertados como Rosa, Martín, el espía
veterano, el padre Enrique García o el propio Monasterio. Hay también tipos de
tinte misterioso y nombres y actividades extrañas, lo que les aporta un aire algo
modianesco, como Mimmo Dondero, Virgilio Cazzadori, Eitel Hauser o las que
imaginamos bellísimas Paola –una actriz de Cinecittà que nos dice aparece en «El
Alcázar no se rinde», donde entonces se cruzaría con la maravillosa y
desdichada Mireille Balin– y la enigmática húngara Margit.
La trama le permite a Luis de León hacer algún guiños a la realidad por medio
de algunos personajes históricos, pues convoca a Mussolini, al conde Ciano, al
duro camisa negra Pavolini, a Ramón Serrano Suñer, a Edgar Neville –a cuyo
estreno en Roma de su película «Carmen, fra e rossi», aunque sin nombrarla,
envía a Jaime Monasterio–, a Dionisio Ridruejo, quien estuvo años en Italia
entre destierros y cárcel, a Adolfo Suárez, al rey Faruk, también presente en
la obra de Modiano, arrastrando un exilio tremendo, y a periodistas destinados
en la Italia de los cuarenta como Ismael Herraiz, el autor de un best seller
de esos años titulado Italia fuera de combate, luego saldado durante
decenios en la cuesta de Moyano, y a Luis de la Barga, corresponsal de Arriba
y padre del escritor. Pero también Barga incluye, más o menos
disimulados, al diplomático y escritor José Antonio Giménez-Arnau, al escritor
y crítico Manuel Augusto García Viñolas o a José María de Areilza en labores de
conspirador ucedeo, apenas oculto tras las siglas «JM», por citar a los
principales.
En suma, una obra ambiciosa, de trama difícil pero verosímil, bien
construida y escrita, que recupera el raro aliento internacional y cosmopolita
de escritores españoles de la época, hoy algo olvidados, como el citado José
Antonio Giménez-Arnau, autor de novelas como Línea Sigfrido y Este-Oeste,
o de rarezas como Javier Mariño, de Gonzalo Torrente Ballester, que
estarían en el origen remoto de la línea en la que se incluye Los durmientes,
no muy frecuentada en nuestra letras. Es también una obra que a veces tiene
aires galdosianos por su condición de episodio nacional de la segunda mitad del
siglo XX, al tiempo que algún aliento barojiano por lo novelesco del argumento
y el peso de los personajes y del entorno. Todo ello combinado con alguna
aportación del más reciente y memorialístico John Le Carré, maestro del género.    
                                                                                                                       
                                                                                                                        

Los durmientes
Luis de León Barga
Madrid, Fórcola, 2016

392 páginas
El historiador Fernando Castillo
(1953) ha comisariado exposiciones de pintura y fotografía y colabora en
diversas revistas culturales. Entre otros libros ha publicado: Capital aborrecida. La aversión hacia Madrid
en la literatura y la sociedad del 98 a la postguerra
(Madrid, Polifemo,
2010); Madrid y el arte nuevo. Vanguardia
y arquitectura 1925-1936
(La Libreria 2011); Tintín Hergé, una vida del siglo XX (Fórcola 2011); Noche y Niebla en el París ocupado.
Traficantes, espías y mercado negro
(Fórcola 2012); Un torneo interminable. La guerra en Castilla en el siglo XV
(Sílex, 2014), París-Modiano. De la
ocupación a Mayo del 68
(Fórcola, 2015) y Los  años de Madridgrado (Fórcola,
2016)