ENRIQUE
LÓPEZ VIEJO
LÓPEZ VIEJO
Todo lo que se hace en la vida, igualmente en
el amor, ocurre en un tren expreso que conduce, indefectible e inexorablemente,
a la muerte. Como todo en la existencia, verdaderamente. Todo es un tránsito.
Hay unas vías, hay unas máquinas, unos vagones de la existencia, unos
recorridos con sus estaciones y grandes centrales. Pero con el opio ocurren
otras cosas.
Algo parecido discurría Cocteau en su libro
sobre esta droga. Fumar opio, tomar morfina, el continuado consumo de
cualquiera de los opiáceos, supone dejar el tren en marcha, apearse en una
estación perdida. Quizás sea un triste intento de continuar el sendero de la
vida dando un pretendido largo paseo con esa manera de vivir elegida, una forma
que te esclaviza embelesado y maldito. Un camino que resulta raramente largo,
como en principio se desea con la dilatación que del tiempo se obtiene, y que
la droga provoca.
sobre esta droga. Fumar opio, tomar morfina, el continuado consumo de
cualquiera de los opiáceos, supone dejar el tren en marcha, apearse en una
estación perdida. Quizás sea un triste intento de continuar el sendero de la
vida dando un pretendido largo paseo con esa manera de vivir elegida, una forma
que te esclaviza embelesado y maldito. Un camino que resulta raramente largo,
como en principio se desea con la dilatación que del tiempo se obtiene, y que
la droga provoca.
Ingerir de forma habitual y ordinaria
opiáceos, te hace desocuparte de la vida para, desafortunadamente, hacerlo de
la muerte misma que cada día te provocas con la ingesta del estupefaciente. De
la muerte en vida. O de otra vida relativa, si se quiere. Una vida muy
diferente, un modo de vida parecido a lo
que decía un poeta español, Luis Eduardo Aute, que no depende de las horas, que sólo la apuran los latidos. Tanta
obnubilación te reduce a ser un mero corazón, un río interior que te conduce tras un
espejismo al paraíso del silencio y de la calma, al mar de las calmas. Una
ciega mística, otra vida muy distinta. Ese dulce mal. No es una calma que
preceda tempestad alguna, la marejada es interior.
opiáceos, te hace desocuparte de la vida para, desafortunadamente, hacerlo de
la muerte misma que cada día te provocas con la ingesta del estupefaciente. De
la muerte en vida. O de otra vida relativa, si se quiere. Una vida muy
diferente, un modo de vida parecido a lo
que decía un poeta español, Luis Eduardo Aute, que no depende de las horas, que sólo la apuran los latidos. Tanta
obnubilación te reduce a ser un mero corazón, un río interior que te conduce tras un
espejismo al paraíso del silencio y de la calma, al mar de las calmas. Una
ciega mística, otra vida muy distinta. Ese dulce mal. No es una calma que
preceda tempestad alguna, la marejada es interior.
Decía Trocchi, infausto drogadicto y escritor
breve de vida desesperada, que con la droga uno se refugia en lo invulnerable
del propio vacío, viviendo extasiado con el sentir del flujo de la sangre
envenenada recorriendo tu cuerpo, en esa profunda soledad de quien únicamente
escucha los latidos de su corazón, y apenas eso. Hay horas y días que los pasas
sin tan siquiera sentir ese flujo, tan sólo, un cálido rubor bajo los efectos estupefacientes,
ese sopor amable y, a la vez, el pálido terror de sus defectos.
breve de vida desesperada, que con la droga uno se refugia en lo invulnerable
del propio vacío, viviendo extasiado con el sentir del flujo de la sangre
envenenada recorriendo tu cuerpo, en esa profunda soledad de quien únicamente
escucha los latidos de su corazón, y apenas eso. Hay horas y días que los pasas
sin tan siquiera sentir ese flujo, tan sólo, un cálido rubor bajo los efectos estupefacientes,
ese sopor amable y, a la vez, el pálido terror de sus defectos.
Pierre Drieu la Rochelle, por su parte, en su
novela El Fuego Fatuo, escribía sobre los adictos, los drogados son místicos de una época materialista que no teniendo
fuerzas para vivificar las cosas y sublimarlas en un símbolo, las someten a un
trabajo inverso de reducción y las usan y roen hasta alcanzar el núcleo de la
nada. Se hacen sacrificios a un simbolismo de sombra para contrarrestar un
fetichismo al sol al que se odia porque lastima los ojos cansados.
Exquisito. Trés Drieu. Escribía sobre
Jacques Rigaud, poeta surrealista débil, coleccionista de botones. Su muerte por
sobredosis inspiró a Drieu esa triste novela.
novela El Fuego Fatuo, escribía sobre los adictos, los drogados son místicos de una época materialista que no teniendo
fuerzas para vivificar las cosas y sublimarlas en un símbolo, las someten a un
trabajo inverso de reducción y las usan y roen hasta alcanzar el núcleo de la
nada. Se hacen sacrificios a un simbolismo de sombra para contrarrestar un
fetichismo al sol al que se odia porque lastima los ojos cansados.
Exquisito. Trés Drieu. Escribía sobre
Jacques Rigaud, poeta surrealista débil, coleccionista de botones. Su muerte por
sobredosis inspiró a Drieu esa triste novela.
Tarde morfea y juego de palabras. Verbos
como un solitario con los naipes. Opio y
verbo. Un brindis para Quincey, para Cocteau, mi querido Drieu, aciago
seductor, para el desgraciado Trocchi. Pero no es en ellos en los que pienso,
no necesitan mis plegarias, ni mis oraciones. Lo hago en otros, en nosotros, tristes
místicos o contemplativos en una era salvaje, en estos tiempos nerviosos.
como un solitario con los naipes. Opio y
verbo. Un brindis para Quincey, para Cocteau, mi querido Drieu, aciago
seductor, para el desgraciado Trocchi. Pero no es en ellos en los que pienso,
no necesitan mis plegarias, ni mis oraciones. Lo hago en otros, en nosotros, tristes
místicos o contemplativos en una era salvaje, en estos tiempos nerviosos.
Místicos de una era perdida o salvaje, o de
tiempos tristes o nerviosos, que cogen el tren expreso que conduce a la
estación final de la indefectible muerte, con un recorrido doliente en su
indolencia y abandono, algo peligroso, ciertamente. El abandono de uno mismo. Sólo
corazón, solo sus latidos, el flujo de la sangre envenenado, el tiempo olvida
su paso y se pierde en el bosque.
tiempos tristes o nerviosos, que cogen el tren expreso que conduce a la
estación final de la indefectible muerte, con un recorrido doliente en su
indolencia y abandono, algo peligroso, ciertamente. El abandono de uno mismo. Sólo
corazón, solo sus latidos, el flujo de la sangre envenenado, el tiempo olvida
su paso y se pierde en el bosque.
¿Qué haré hoy al mediodía?
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Jean Cocteau. Foto de Philippe Halsman |
Enrique
López Viejo (Valladolid, 1958-Madrid 2016).
Es el autor de Tres rusos muy rusos. Herzen, Bakunin y
Kropotkin (Melusina, 2008) Pierre Drieu la Rochelle. El aciago
seductor (Melusina, 2009) y La Vida crápula de Maurice
Sachs (Melusina, 2012), Francisco Iturrino, memoria y semblanza y La culpa
fue de Baudelaire (El Desvelo, 2015).
López Viejo (Valladolid, 1958-Madrid 2016).
Es el autor de Tres rusos muy rusos. Herzen, Bakunin y
Kropotkin (Melusina, 2008) Pierre Drieu la Rochelle. El aciago
seductor (Melusina, 2009) y La Vida crápula de Maurice
Sachs (Melusina, 2012), Francisco Iturrino, memoria y semblanza y La culpa
fue de Baudelaire (El Desvelo, 2015).