Tarde por la tarde. Un doncel rimando versos, doliente de la vida, que tiene que pensar con frecuencia en la muerte, a la que conoce, y que no teme. Hay que decirlo, es verdad. Lo que siempre resulta en un dilema fatal. Deshojar la margarita y respirar profundo. En definitiva, una triste situación. Pienso en el ocaso, en su fuego fatuo. Ese tipo de cosas.
El tiempo es como el aire: intangible, sencillamente, pasa. El tiempo es inaprensible. Huye, o es uno mismo el que huye. Cuesta respirar el tiempo. Profunda o agitadamente, muchas veces, ahoga, incluso, como ahora, quieto y calmo escuchando un cuarteto. El tiempo, tenerlo y perderlo. El tiempo, el viento, el cello, la tarde. Todo rima. Suena. Suena bien.
Las jornadas de la imaginación requieren demasiado esfuerzo. En la Antigüedad y hasta la modernidad, a muchos viajes se les llamaba jornadas, habitualmente a nuestros viajes de exploración renacentistas y barrocos. Viajar es un esfuerzo. Mejor la contemplación. No lo sé. La mística es una aventura para la que uno no está preparado. Nunca lo estuve. Ni para filosofías, que no me preocupo mucho por entender. Me basta la memoria.
La memoria es propia del perezoso. Es hermoso tener bellos recuerdos, vuelves a vivir un poco, aunque esto resulte casi siempre estéril. Dicen que la memoria vive, que te permite pervivir. Pero esto es una falacia. La memoria es pasado, siempre es pasado, aunque parezca que está ahí. No es realidad ni futuro. El pasado ya no es, y el presente desfallece a cada instante, lo hace en cada tic tac del reloj en la pared. Tic tac. Tic tac.
Al final, después de todo o después de nada, lo que nos queda es dejar pasar el tiempo. Dejar pasar la vida y tratar de morir con lentitud, de recorrer este valle de sonrisas y lágrimas con cierto sosiego y su correspondiente contrario, con un libro en la mano o con la mirada contemplativa, perdida, casi ausente. Esto es lo que hay, lo que tenemos, el ocaso tras la ventana, el mapa, la niña en la pared con un vestido blanco de muselina con bordados en oro.
También un diván amarillo con unas florecillas azules, malvas, la música de Haydn y muchas nubes en el horizonte, -unas altas, otras menos-, nubes que pasan con el viento, como el tiempo, tras la ventana.
Tardes de tarde en tarde.