Pedro Pablo Rubens. La adoración de los Magos
Otros años, en estas fechas, hemos hablado del Belén de Nazaret, del nacimiento del Niño Dios, de su madre, la siempre guapísima Virgen María, la más retratada de la Historia del Arte, y de muchísimas historias hasta estos tiempos digitales que han hecho de la imagen una enésima potencia. La verdadera top model histórica, de quien se han ocupado los mejores artistas, siendo millones de millones las representaciones de su estampa y figura, es sin duda la Virgen María, hija de los santos Joaquín y Ana y madre de Dios.
En otras ocasiones hemos hablado del “sorpresón” de la Anunciación, de algunos de los protagonistas que intervinieron en suceso tan excepcional, único y fundamental, definitivo para la Historia de la Humanidad. De cómo los dioses, el poderoso Yahvé, organizó con el Espíritu Santo y sus arcángeles acólitos, el enviarnos a Jesucristo a la tierra a ver qué podía solucionar en tiempos convulsos como los que se vivían entre judíos y romanos en aquellos tórridos lares del Oriente Medio siempre conflictivo. Al bueno de San José le dedicamos un año un artículo extenso, pues su protagonismo fue absoluto. No era el padre real y le tocó por decreto celestial relacionarse con lo más granado del Universo. Héroe de la Navidad, fue todo un personaje. San José, un pobre carpintero al que le tocaría ser progenitor del que decían iba ser y sería el Hijo de Dios. El asunto era superior. El humilde artesano tuvo que tratar con gente de otras galaxias, como eran los arcángeles y su jefe, el Espíritu Santo, para que, alucinado, se le encomendara, con el paso del tiempo, el inmenso follón de ser patrón de los trabajadores entonces no sindicados. El carpintero de Nazaret pasó del martillo y el clavo a moverse por los firmamentos de los santos principales y primigenios. Muy bueno San José. Aguantó el tirón.
No sé si fue el año pasado cuando en esta revista dedicamos la canción de Navidad a Santa Claus, a Papá Noel, que con las riendas de su troika, su alegre bonhomía y una promoción un tanto exagerada de su personalidad, ha tomado el liderazgo de los personajes que se concitan en estas fechas, a este momento que laicos y laicistas prefieren llamar solsticio de invierno, sin faltarles razón con esta nominación si no son creyentes en esta historia religiosa y en la celebración de estas Pascuas, tradición de milenios, muy fervientes durante siglos y bastante despendoladas en la actualidad.
Estas Navidades haré un somero alegato a favor de la figura de los Reyes Magos, los Magos de Oriente, hasta hace no mucho protagonistas absolutos en estas fiestas, y que las nuevas idiosincrasias parecen querer olvidar un tanto como figuras históricas. ¿Cómo se dice? Las nuevas “tendencias” no les son muy proclives a los magos que aparecieron por Galilea y que tan generosos han sido durante siglos. Tengo la sensación de que en el marasmo que es hoy la Navidad se está marginando sus figuras en un extravagante republicanismo que pretende relegarlos con distintos porqués. Con la iluminación y engalanado de los edificios y las calles, de los escaparates de los comercios, el Adviento tradicional, poblado de fechas festivas, se ha diluido en consecución de una gran trama comercial.
Este Adviento (la preparación religiosa previa a la epifanía en la que el Hijo de Dios se convierte en el humano Jesucristo) ocupa tres semanas y esta espera la contemplan todos los cristianos y ortodoxos con mayor o menor rigor. La Navidad se ha adelantado en fechas, algo que para algunos puede resultar agobiante y excesivo, pero que tiene un gran interés crematístico, asunto muy normal dadas las intenciones y el ambiente de estos días, en las que se realza el aprovechamiento del cariño mayúsculo, los afectos entrañables al extremo y las explícitas muestras de generosidad en forma de regalo.
También para los que creen en su esencia religiosa: tanta Navidad resulta algo esperpéntico, dicen que pierde su mística y tienen razón. Todo el mundo tiene razón en Navidad. Pero tampoco se trata de echar un vistazo al Niño en el Belén, dar un día la matraca con los villancicos, tomarse un turrón duro y decir alguna tontería junto al Feliz Navidad y próspero año nuevo (prosperidad que muchos al ponerla en duda eluden expresarla). Ha llegado un momento que parece más importante el nacimiento del perfume de Christian Dior que el del Cristo Dios.
La Navidad lo es todo, el sonrojo de las mejillas del Niño Jesús, la contemplación de su gloriosa familia, dioses la mitad de ellos, o el bogavante que recorre el pecho de una fan de Papa Noel. De todo.
La Navidad juega por adelantado y ya en noviembre, cuando caen las hojas, los falsos plátanos de las ciudades se ven engalanados de luces multicolores, presentándonos las pascuas con semanas de antelación. Este es uno de los problemas actuales de los Reyes Magos. Que llegan un poco tarde y muchos humanos creyentes o festivos más o menos, en una sociedad y dinámica como la nuestra, están extenuados en esa semana de enero del nuevo año.
Apareciendo en el final de la Navidad, con el cansancio por tanto evento y gastos pecuniarios, sus figuras no son las preferidas para las economías y, en consecuencia, se produce una postergación de sus figuras y trasegada actividad. Pobres Reyes, durante siglos proveyendo de regalos a niños y mayores de medio mundo, y ahora su colorista exotismo no se valora como se debiera. Papa Noel, un tanto libertario en su proceder y movimientos, ha eclipsado a estos señores que dicen vinieron del Oriente para dar glamour al principal evento de la época, decisivo para la Historia de la Humanidad, como repetimos.
Presumiblemente astrólogos y diplomáticos, tres nobles gerifaltes en lo suyo, no sabemos de qué noblezas y naciones, se fueron a verificar el nacimiento del Niño Dios al Nazaret donde se esperaba ocurrirían los hechos, estar presentes en la escena de la Navidad, y dar una especie de acreditación en la civilización de la época -y para siempre-, para todos los siglos posteriores.
Por más que no fueran monarcas de reino alguno y no hubiera presentación ni parafernalias militar o diplomática que acreditasen su visita a aquel rincón palestino iluminado por un candil, y ambientado con los vahos de una mula, una vaca y los camellos que llegaron con los magos. Algunos vieron elefantes, pero nos parece improbable con la difícil dieta que estos plantígrados tienen en zonas sin floresta. Era un pesebre, no un palacio, tras una duna, sin castillos cercanos.
Casi todo el mundo en nuestra civilización, mediterráneos y latinos, mantenemos el respeto por las figuras de estos magos, pero no es lo mismo ahora a como lo era antes. Se están quedando atrás, pierden vigencia. La gente quiere sus regalos, convocar sus fiestas lo antes posible, y siendo la mercadotecnia tan tensa y rápida, y las promociones internacionales de Santa Claus y sus amigos perfumistas, joyeros, jugueteros y demás, demoledoras y tremendamente eficaces, el devenir navideño se convierte en algo frenético. El que las riendas en la vanidosa feria de la Navidad las haya tomado Santa Claus ha desarrollado una especie de recorrido mucho más popular (todo son maratones y mercadillos).
Hay Papa Noel desde el principio, apenas estrenado el otoño, hasta su culminación en el Fin de Año, siendo muchas más semanas que las que ocupan en escena los Magos. Súmese que el de Rovaniemi, allá en Finlandia, ha democratizado el asunto hasta grados que contienen todos los pintoresquismos geográficos y culturales, hasta imágenes y aventuras escatológicas. Lo cierto es que Papa Noel, al que ahora los americanos llaman “Santa”, es mucho más simple en todo, no tienes que recibir reyes en casa, es uno, no trino, viste prácticamente en chándal… Acordémonos de que a los Magos de Oriente se les esperaba en las casas ofreciéndoles bandejas con delicadezas culinarias para que repusiesen fuerzas tras el transporte y entrega de sus regalos. Había un protocolo. A Papa Noel se le pone una botella, un vaso, un chupito y ya está.
Las figuras de los “queridos Reyes Magos” en el escenario de los hechos nos las comenta San Mateo en su evangelio, pero no es hasta el siglo V con el papa León I el Magno cuando se les da personalidad y carácter definitivo, cuando ecuménicamente se les organiza como representantes de Europa, Asia y África. De los chinos se olvidaron, ellos estaban en su Celeste Imperio.
Parece que el apóstol Tomás se los encontró en Saba (por donde se movió la famosa reina que encandiló a Salomón), y que los restos óseos de estos magos permanecieron en Constantinopla donde los llevase Santa Elena, primero concubina y luego emperatriz ortodoxa y católica, madre de Constantino el Grande, mujer de los siglos III y IV, señora “grande” de la Historia Antigua, con gran influencia política y un nombre griego precioso.
Los germanos hicieron como con San Nicolás, el obispo turco e italiano de Bari, que se lo trajeron para Centroeuropa y le hicieron un “ida y vuelta” entre Escandinavia y América, para establecerse posteriormente en Laponia, como todo el mundo sabe. Sus recuerdos y reliquias se las quedaron los alemanes del Sacro Romano Germánico Imperio, su emperador Federico I Barbarroja tomó posesión de la representación y cuidado de sus reliquias y fue en Colonia, Renania, mediado el medieval siglo XIII, donde elevando su soberbia y fantástica catedral -más gótica que ninguna-, dieron sepultura a estos reyes con sus coronas.
Papa Noel con su Ho Ho Ho, su formación turca y su energía escandinava (y ahora tan americana) es ahora es el gran líder navideño y la vigencia de los queridísimos Reyes Magos es mucho menor hoy.
Lo cierto es que, a pesar de todo ello, de ser los últimos que aparecen en esa escena, durante siglos han fijado y confirmado su personalidad y presencia en el nacimiento en Belén de Jesucristo, y por ello han sido venerados con especial cariño, loados y deseados, muy deseados, siendo uno de los maravillosos iconos de la infancia de todos los tiempos cristianos desde épocas bizantinas. Se les asignó una fabulosa función y la han cumplido. Ellos serían los encargados de los regalos de celebración de la Natividad. Estupendísima labor que han realizado por todas partes desde el Año Cero de nuestra civilización (bueno, desde el siglo V cuando institucionalizan su presencia). Mundo injusto y cruel. A San José el mundo del trabajo, a los Reyes Magos el de las dádivas; esto no les gusta nada a los republicanos o a los marxistas si es que queda alguno.
Melchor, Gaspar y Baltasar no eran monarcas imperiales, carecían de séquito militar. Afortunadamente, no se llamaban Nabucodonosor o Asurbanipal ni portaban más armas que los primigenios cuadrantes y futuros astrolabios y lentes, con la que siguieron el cometa cuya trayectoria en el cielo de aquellos desiertos les llevó al pesebre de Belén, y que llamaron La Estrella de Belén, como era lo propio. Alguno de estos personajes no venía de muy lejos. De Persia presumiblemente, de Babilonia, y de algún extremo asiático. Para el anteúltimo papa Benedicto XVI, pudieron llegar desde Tartessos, nuestro Tartessos andaluz. No sé si el retirado papa tiene razón en ello. No tengo ni idea ahora.
Cuando ocurrieron los hechos, corrían noticias muy nerviosas por aquellas zonas posneolíticas en rápido desarrollo por el influjo de la política romana y la decadencia de los imperios Antiguos. La especulación sobre el nacimiento del hijo de Yahveh, y que este pudiera venir a subvertir el estado de la región y de las religiones que dominaban aquellas primeras concepciones del mundo, y la manera de organizarse de las tribus y pueblos, especialmente del pueblo judío. Adiós asirios, medos y aqueménides, viejos imperios sangrientos, ahora serían los tiempos de griegos, fenicios y tartesios, de romanos y cartagineses.
En el aspecto mágico y explorador, la aparición del famoso cometa debió ser definitiva a la hora de decidirse a seguirlo a ver lo que ocurría hacia las costas del actual Líbano, estimulados por el revuelto ambiente entre judíos y romanos que de seguro suscitaría su interés. Magia y política de religiones. Posteriormente, ante el impacto histórico de las Invasiones Bárbaras, en aquel siglo V de godos, ostrogodos, Atilas y papas con carácter, se decretó su realidad e importancia.
Parece que estos discretos reyes de no sabemos dónde todo lo hicieron bien. Llegaron al lugar de los hechos pasados los días del parto, no soliviantaron a nadie en su camino, y un afortunado encuentro con el malo de Herodes les permitió adivinar las intenciones genocidas de este rey pendenciero, y poner en aviso a la gran primera familia cristiana de las matanzas que se producirían, y permitió que San José y familia tomasen rumbo a Egipto. Esos días, Herodes decretó la masacre de miles de niños esperando eliminar al presunto competidor en el dominio de los pueblos gentiles sobre los que quería establecer un posible poder frente a Roma.
Estos magos, independientemente de su encantadora presencia, de las intenciones que los movían, el exotismo orientalista que regalaron con su colorido al magno evento, en principio tan precario (establo, vaca, mula, algún borriquito, pobres pastores con horribles chalecos de lana, ovejitas y corderitos, algún cochinillo corriendo libre todavía, no proscrito por los futuros pobladores de la zona con un futuro musulmán, el peor futuro para un cerdito). Su llegada a Belén aportaba un elegante valor añadido a este evento de eventos, la llegada de un nuevo Dios a la Tierra. Ellos supondrían una suerte de ecúmene en todo el proceso histórico que se iniciaba.
Cuántas, cuantísimas cartas han comenzado escribiendo: Queridos Reyes Magos. ¿No será una de las primeras frases de la literatura de toda la historia? Cuántas ilusiones, deseos, sueños, hemos depositado en esas letras escritas y enviadas en pequeños sobres a destinos de rumbos desconocidos, a estos magos que desde su presencia en Galilea, organizaron uno de los mejores servicios postales, nada menos que el correo postal del regalo. Chulos los Magos de Oriente. Poderosos de verdad.
Y me pongo candoroso. Yo quiero que los niños se sigan ilusionando tras la escarcha de los cristales, poniendo sus zapatitos en el balcón; unos esperando los regalos, otros celebrando su propia vida. Merece la pena. Merece la pena todo ello y estimula la alegría en casi todos, que sus padres se esfuercen de la mejor manera para pasar el trance de estas semanas.
Que la gente se ponga de los nervios por encontrarse los unos con los otros dándose cariño, que las sonrisas sean el rostro del bullicio. Ya sabemos que a los malos todo esto les repugna, pero es que son malos y ya sabemos… Quiero oír el tintinear de campanillas, los muchos descorches de botellas alegres. Quiero comer las mejores viandas, regalar y que te regalen, celebrar, brindar, besar, desear. Abrazar euforias y contener lágrimas de felicidad. Quiero risas y cantos y los menos villancicos posibles, que no es el género popular que prefiero.
Quiero ver a la gente bailar y abrazarse. No me importa la envidia que me da Santa Claus cuando se ve rodeado de conejitas con la copa en la mano, burbujeantes angelotes (y angelotas) diciéndome Merry Christmas con sus mejores sonrisas dentífricas.
No piensen que soy un loco de la Navidad, un propagandista exacerbado, pero estando como están las cosas, los tiempos que vivimos, viva todo el follón navideño, desde el cirio de la niña Santa Lucía hasta la Misa del Gallo. Adelante con todas las fiestas y jubileos habidos y por haber, la de la Inmaculada, la de los Fortunatos y Fortunatas, la de San Silvestre a la carrera; por el Año Nuevo, por los turrones, los bombones y la ropa interior roja de las italianas, las carrozas y los roscones. Por los chin chines y los chinchones. Y deseo que no se olvide a los modelos de comportamiento histórico que deben seguir siendo los queridísimos Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, y sus pajes. Dispuesto a soportar hasta los mazapanes que odio, la zambomba -que las quemaría todas-, los espumillones y confetti que prohibiría.
Feliz Navidad para todos los que quieren felicidad. Respeto y alegría para todos, que la vida son dos días. Lo dicho, chin chin para los buenos y re chinchín para los malos. (Chinchón para los tontos.)
Dedico este artículo a Ramón Valverde, defensor encantador de la figura de estos monarcas mágicos y a su consuegro Antonio Adrados, alma y vida de Domus Pucellae, asociación cultural ocupada en arte y tradición.
Esta alevosía está recogida en la recopilación de algunos artículos escritos por Enrique López Viejo para esta página en el libro Cabalgata de Invierno, Editorial Tantin (2019)