Ramón Gómez de la Serna. Damián Flores

En su libro Venecias, Paul Morand recuerda cómo en los años veinte había un estrecha unión y fluidez entre los artistas plásticos y los escritores: “Vivíamos -escribe- una verdadera primavera de trabajo, de investigaciones, de invenciones, de amistad entre las artes”. Ramón, «una generación unipersonal» como dijo de él Melchor Fernández Almagro, ejemplifica en sí mismo aquella fluida conexión de la que hablaba Morand. Su escritura y sus ¨manifestaciones plásticas» -la construcción y reelaboración continúa a lo largo de su existencia de su eutrapélico despacho, devorado a veces por ese «monstruoso» collage que llega a invadirlo todo, sus dibujos diseminados por libros y revistas, sus «conferencias», que merecerían un estudio detallado del componente «artístico» que las sustentan, sus apariciones, aunque breves, en el cine o su participación pionera en la radio (de la que deja constancia en un dibujo del micrófono que le instalaron en su casa y de las greguerías onduladas que dedicó a este medio de comunicación)- es un buen ejemplo de esa fluidez entre lo literario y lo plástico.

El mejicano Alfonso Reyes, que estuvo entre nosotros entre 1914 y 1924, publicó en enero de 1918 una semblanza de Ramón Gómez de la Serna en la que repasa distintos aspectos de la vida y la obra de Ramón en aquellas fechas. Respecto de las greguerías -Ramón había publicado su libro homónimo en 1917-, Reyes, las califica de «humoradas» en concordancia «con su método inintelectual» y las define como «la unidad de su pensamiento». Respecto de las reunidas en el libro, Greguerías (1917) señala que «parecen un colección de espinas microscópicas: cada una -advierte- nos clava su punzada por siempre y para siempre». Como los dibujos que las acompañarían.

En el prólogo a Total de Greguerías (1962), Ramón Gómez de la Serna comienza recordando que «desde 1910… me dedico a la greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco, y los mezclé». Esto sucedió como cuenta líneas más abajo «en el piso primero derecha de la casa número 11 de la calle de la Puebla, en la Villa y Corte de Madrid». La imagen referida al laboratorio fue, por cierto, muy bien traducida por la magnífica caricatura que le dedicó BON en la que se ve a un Ramón con su pipa humeante abrazando una retorta y diez frascos cada uno con una letra de la palabra greguerías.

Las tijeras de Ramón. Damián Flores

Las primeras greguerías publicadas por Ramón en el periódico La Tribuna lo fueron el 7 de enero de 1913. Antes, curiosamente, en el mismo periódico, el 25 de agosto de 1912, Tomás Borrás había publicado bajo ese título -Greguerías- una serie de ellas, dando noticia previa de la creación de este género debido a Ramón: «Ramón Gómez de la  Serna -escribió- ha creado un nuevo género literario: la ‘greguería’… Yo ofrezco a Ramón estas greguerías, para popularizar la prosa gnómica y cortada que tiene, en él, una nueva fase». Al César lo que es del César.

En aquella entrega de enero de 1913,  Ramón define lo que son las Greguerías y el greguerismo: “La greguería es en este momento de atosigaciones y monotonía el género disolvente. Es algo inapreciable y vago… El greguerismo no es cosa fácil que se le antojara a alguien… ni tampoco es cosa difícil, grave y abstracta como una máxima… ni está en el primer término visual de las cosas ni en el postrero, es quizá lo más accidental, pero a la vez lo más supremo de una cosa… La greguería conjuga el verbo como nada; dialoga, grita, musita, calla, hace un grafito de esos que los chicos pintan en las paredes de las casas o en las vallas… requiere la caja de colores y da una pincelada… es amplia para contener el drama, la comedia, el teatro de polichinelas, el verso, la anécdota, la política, la ciudad y, sobre todo, la mujer… es el  género que simplifica la crónica… y en la imprenta tiene la ductilidad que necesitan las máquinas modernas…»

Las referencias a lo visual y a la semejanza con los grafitos que pintan -podría haber escrito dibujan- los chicos en las paredes, así como a la caja de colores y a las pinceladas son muy interesantes porque nos indican que en el pensamiento de Ramón desde ese momento ya oscilaba la idea de que esas breves piezas literarias contenían algo plástico susceptible de expresarse por medio de alguna modalidad gráfica, pero que él todavía -quizás- no lo relacionaba con el dibujo.

 

Por avanzar por esta vía, la que une texto, imagen y plástica, la greguería publicada el 29 de junio de 1914, también en La Tribuna, dice así:

“Pasando la navaja por el suavizador se siente el miedo inverosímil de que se nos escape el brazo y nos cercenemos por el pecho, biselándonos. El miedo a la navaja de afeitar y a sus facultades, de una eficacia inmensa, no tiene parecido; es decir, sólo quizá se le asemeje esa arma de fuego con ‘silenciador maxim’s -ese aparato norteamericano, de venta prohibida, que silencia el ruido de los disparos- que se teme ciertas noches”.

Esta greguería quedaría reducida en su libro Greguerías (1917) al suprimir la parte referida al arma de fuego. Aquí, en la segunda versión, corregida, Ramón eliminó la ganga innecesaria, quitó la parte comparativa a la pistola y el silenciador, dejando solo la imagen potente y sin distracción de la navaja y el suavizador. Que yo sepa o hasta donde yo sé, Ramón no ilustró ni dibujó esta greguería, pero sí lo hizo, creo yo, en otro nivel gráfico -concretamente en el cinematográfico- Luis Buñuel en el “prólogo del ojo cortado” de la película que realizó con Salvador Dalí, El perro andaluz (1929).

Ramón de negro. Damián Flores

Sustituyamos el pecho por el ojo y entenderemos la potencial fuerza plástica que pueden encerrar y encierran las greguerías ramonianas (de la que esta es un ejemplo) y que Buñuel en aquel film supo transformar en una imagen inolvidable y perturbadora.

La prosa de Ramónsea cual sea el género en que se exprese está saturada de imágenes,por eso no es extraño que en un momento determinado considerase, viese claro, la posibilidad, de implementar una extensión o correlato “gráfico” a una parte de su literatura: los textos breves y las greguerías, todo ese conjunto de pequeñas narraciones -hoy emparentadas con el género de los microrrelatos de los que son un claro antecedente o de los haikús de la poesía japonesa- que la crítica especializada ha englobado bajo el epígrafe de ramonismo, término acuñado por el propio Ramón y que utilizó Ioana Zlotescu para agrupar, en la edición de las obras completas de Ramón que dirigió para Galaxia Gutenberg, todo ese conjunto de libros singulares que Ramón escribió, aunque no sólo, en la década de los años veinte del siglo pasado.

Otra cuestión todavía por estudiar sería determinar cuáles a prioride las greguerías y de los textos breves eran para él susceptibles de ser fijadas gráficamente y cuáles no, porque es evidente que no ilustró todos aquellos textos, sino solo una parte. Habría que estudiar por qué unos textos sí y otros no, también en función de su naturaleza literaria y expresiva y de los aspectos ligados con la mirada y la observación dos mecanismos muy acentuados en Ramón.

 

Si lo pensamos bien, tampoco es extraño que esto ocurriese así, dado que  nuestro escritor fue un impenitente grafómano, condición que él mismo, aunque con ciertos reparos, se atribuyó a sí mismo y de cuya grafomaníadejó constancia en libros como Gollerías (1926)o Automoribundia (1948).De la grafomanía literaria (textual) a la grafomanía gráfica hay solo un paso.

Una de las greguerías pertenecientes a Cifras de Alemania publicada en la prestigiosa revista Blanco y Negro de 31 de agosto de 1930 en la que Ramón se plantea cuál es la diferencia entre los países de Alemania y España dice taxativamente “yo la haría gráficamente”colocando la salchicha al lado del churro…”. Y en aquella otra greguería de Cifras de Ahora publicada en la misma revista el 25 de enero de 1931 dedicada al cacharrito (vaso) para los lápices y las plumas termina diciendo: “Muchos objetos presuntuosos y hasta caros hay sobre la mesa, pero lo que más resplandece de encanto es ese depósito de lápices, tallos de iniciativas, en guardia siempre para apuntar el proyecto, para diseñar el mal dibujo.»

 He aquí expresado sintéticamente el programa que resume su labor dibujística: voluntad de expresión gráfica y ejecución no artísticaPrograma que se complementa con una poética deudora de la fórmula clásica horaciana ut pictura poesisque puede concretarse en lo que afirmó en el artículo dedicado a las “Enseñas de París”, en  Variaciones «A» (1920): “valiéndome de mi plumilla de dibujo que “escribe” lo que son las cosas aunque las describa dibujándolas”. Estapoética se puede  rastrear también en sus prólogos para los libros ilustrados que publicó así como en otras partes de su extensa obra literaria y crítica. Todas esas aclaraciones prologales sobre la naturaleza de sus dibujos fue, a mi juicio, una forma de blindarse respecto del resto de dibujantes, ilustradores y humoristas «profesionales» con los que tuvo tanta relación y cuya nómina ha fijado muy bien Juan Manuel Bonet en diversos textos.

Ramón de medio ser. Damián Flores

Lo diré de forma aforística: los dibujos de Ramón, desde un punto de vista estilístico  e incluso conceptual, “son lo que no son». No encontraremos en sus dibujos: ni bellos ritmos decorativos, ni euritmia, ni arabescos ungidos de gracia, ni armonías cromáticas, ni composiciones con gratos desarrollos de línea y color, ni buen gusto, ni elegancia, ni exquisitez, por decirlo con palabras de José Francés, el creador de los Salones de Humoristas.

Si seguimos la “doctrina” establecida por María Sánchez de Palacios en su libro Los dibujantes en España (Impresiones sentimentales en torno al dibujo) (1935), donde Francés dejó dicho en el prólogo lo que hemos señalado, podemos vislumbrar una definición en negativodel dibujo ramoniano (lo que no son sus dibujos).

De forma binaria, Sánchez Palacios considera que los artistas o muchos de los artistas del lápiz de la moderna generación (el libro está publicado en 1935, así que recoge unas ideas predominantes creo yo del periodo) buscan en sus dibujos la nota llamativa de la imperfección, bien de forma premeditada, bien por inclinación innata o carencia de técnica y de conocimiento de las normas del dibujo. Estos dibujantes, según este autor, pretenden alcanzar la nota cómica por medio de la línea grotesca. Para Sánchez Palacios ese grafismo grotescoque persigue lo humorístico y la carcajada representa, y cito textualmente, “el avieso defecto de salirse de los cánones y las reglas del dibujo”. El buscar lo deforme -apostilla- es una equivocación imperdonable.

 

El objetivo del dibujante para este autor es buscar (y alcanzar) la gracia. Pero debe alcanzarla -dice- en la composición, en el gesto, en la ironía o en el humor de los pies (los textos que acompañan al dibujo). Buscar la gracia -escribe- en el dibujo mismo es, a su juicio, un torcido camino que solo es admisible en aquellos que  no practican el dibujo como una manifestación destacada de las bellas artes. Que es justamente lo que hizo Ramón y lo que defendió en los prólogos a sus libros ilustrados –Variaciones (1922), Ramonismo (1923), Caprichos (1925), Gollerías (1926) o el más tardío Trampantojos (1947), todos ellos estudiados por mí en el texto «Ramón Gómez de la Serna: «El lápiz sólo escribe sombras de palabras» incluido en el volumen editado por el Museo ABC sobre las greguerías ilustradas, entre 1930 y 1935.

Sánchez Palacios estableció en su libro un cierto canon en este ámbito del dibujo: observa dos tendencias: la del dibujo perfilado, detallista y de retoque y la del dibujo sobrio, firme y hasta incompleto. Por el primero, se llega al amaneramiento (amaneramiento que horrorizaba a Ramón como dejó explícitamente dicho). Por el segundo, a lo que Palacios llamó un dibujo viril con el riesgo de que si no se domina la técnica, se cae en la imperfección o en la ignorancia de la profesióny en el desconocimiento del dibujo.

Así que estas consideraciones y, sobre todo, lo de la línea grotesca -podrían argüirse otras provenientes de otros textos de la época- me llevan a otro enunciado aforístico. Se dice también en el libro de Sánchez Palacios que «la caricatura es la taquigrafía del dibujo». La taquigrafía y el garabato: he aquí dos objetos a tener en cuenta. Ramón se vale del garabato de lo taquigráfico, del apunte rápido, de forma que podemos decir que sus dibujos son taquigrafía de la observación de la realidad: de lo trivial, de lo cotidiano, de la vida moderna y no tan moderna, de muchas otras cosas que vienen de lejos en el cauce de una ancha corriente expresiva en el campo del dibujo y de la ilustración que habrá que tener muy en cuenta a la hora de comentar y valorar los dibujos ramonianos.

Ramonismo. Damián Flores

Ramón como El dibujante de la vida moderna se nos presenta como el notario del instante efímero, de las calles y las multitudes, de los tipos populares, de los cafés y de las diversiones populares, antiguas o nuevas, de la publicidad y de los escaparates, de todo ese conjunto de estímulos visuales que vienen, primero, a convivir y, luego, a transformar la ciudad antañona en ciudad moderna, y que le estimulan a un paseante inveterado como él -por eso la expresión de raíz baudeleriana de dibujante de la vida moderna- a inventariarlos y mostrar la ciudad con nuevas imágenes literarias y gráficas.

Los dibujos de las Greguerias ilustradas que recoge este libro del museo ABC -imprescindible sin duda para aquellos que quieran estudiar este aspecto de la obra de Ramón- son un inventario exhaustivo de los espacios sociales urbanos del primer tercio del siglo pasado: los cafés (con sus periódicos, consumiciones y consumidores, bebedores, botones, mobiliario); las piscinas; los escaparates (carnicerías, camiserías, maniquíes, ortopedia, restaurantes, gorrerías, zapaterías); de la moda femenina (sombreros, cuellos, medias, lazos, peluquerías); de los cines, el teatro y el music-hall (con el público, el vendedor de programas, los porteros, las colas de la taquilla); los restaurantes (con camareras, parroquianos en diversas actitudes, menús y comidas); los banquetes; las enseñas de los comercios y los anuncios luminosos; los vehículos (ciclistas, automóviles, motocicletas, carros, locomotoras -y dentro de este apartado un subtema como es la representación gráfica de la velocidad y el movimiento, que tanta importancia tiene en la modernidad); los tipos (vendedores, afilador, relojero, mozos de estación, sastres, traperas, castañeras, mendigos, vagabundos, desinfectadores de viviendas, fotógrafos ambulantes y callejeros, policías, ascensoristas, conferenciantes, críticos de libros, músicos, peluqueras, criados, cockteleros, chóferes, sastres); multitudes o grupos; los alimentos (medias lunas, salchichas, churros, ostras, lechones); los objetos cotidianos -tan valorados por Ramón- (plumas estilográficas, lápices, relojes, cajas de cerillas, pinzas para comer caracoles, guantes, discos, botellas de cerveza, llaves de reloj, tapones, copas, maletas, tijeras, lámparas, planchas industriales, traviesas de tren, buzones, regaderas, semáforos, taxímetros, objetos de papelería, secadores de peluquería, bancos públicos, tiestos, manivelas de tranvía, sillas “modernas”, teléfonos, micrófono), la propia ciudad -Madrid- (elementos arquitectónicos y decorativos, casas, medianerías, balcones, bocas de riego, museos, fuentes, estatuas ecuestres, bancos públicos, semáforos, lugares concretos como la Plaza Mayor, La Cibeles, el Paseo de Recoletos, el Paseo del Prado, El Rastro -al que dedicó uno de sus mejores libros-; las verbenas, los toros y el suburbio, la tecnología (el telégrafo, el teléfono, la radio, la fotografía, los zeppelines, los faroles); los deportes (el esquí, el golf), la Naturaleza representada por los jardines, los árboles, el ocaso, los vilanos y los animales -que forman un divertido bestiario- (golondrinas, vencejos,  perro,  cocodrilo, tortuga, avestruz, vacas, pollos, hipopótamo, caballos, ovejas, canguro, ardilla, patos, foca); la política (el Congreso) o incluso la ciencia (microscopio, óptica, microbios).

Todo este extenso inventario nos habla de una mirada etnográfica, costumbrista (aunque pueda parecer una herejía aplicar este término a Ramón), y, por ende, realista, aunque formalmente tengamos que encuadrar sus dibujos en la extensa crisis del realismo que se abre con los impresionistas y desemboca por nuevos derroteros con las vanguardias, en consonancia con lo que ya advirtió Ortega y Gasset en su libro La deshumanización del arte (1925) sobre la atención del arte nuevo por lo intrascendente, lo cómico y lo irónico y «la sensación deportiva, pueril, de pintar -aquí tendríamos que decir dibujar- como un juego». Un realismo que bascula entre la tradición plástica -la abundante ilustración decimonónica, Goya, Solana, Ricardo Baroja– y la vanguardia -cubismo, futurismo, surrealismo y abstracción en diversas formas.

Comentaré brevemente ahora una greguería que a mí me parece una de las mejores de Ramón: la publicada el 1 de mayo de 1932, perteneciente a la serie Greguerías ilustradas: la del hipopótamo transformado en un buzón «de alcance en espera de cartas». La imagen que nos proyecta este dibujo tiene la misma eficacia sorpresiva y un tanto surreal que aquella otra formulada por  el Conde de Lautréamont sobre el encuentro fortuito de una máquina de coser y de un paraguas en una mesa de disección que tanto atrajo y valoraron los surrealistas franceses.

Las enormes fauces del hipopótamo en las que se destaca la fiereza de sus afilados incisivos y las expresivas fauces abiertas que impresionan por esa negra concavidad a la que se llega tras unas finas líneas trazadas en paralelo, se transforma en algo tan vulgar, cotidiano e inocente como la «boca» de un buzón para las cartas, inocencia que queda además subrayada por el gesto familiar y un tanto prosaico del delgado hombrecillo (un humorístico contraste entre ambas figuras) que deja caer en esa bocaza abierta la carta como si con ella le estuviera dando de comer. Ese contraste de escalas entre las figuras representadas, entre lo animal y lo humano, entre lo grueso y lo delgado, entre la fiereza del animal y la tranquilidad gestual del hombrecillo, dotan a este dibujo de una incongruencia que aceptamos con normalidad como una imagen real y, sobre todo, posible. En ese instante hemos caído en las redes del humor.

En Cinelandia -novela escrita en 1923- (nueve años antes que esta greguería ilustrada), Ramón pone en boca de un personaje llamado Tomy, un niño ocurrente que está todo el tiempo soltando frases «genialoides», la siguiente: «Hoy ha dicho Tomy que «la enorme boca del hipopótamo es un buzón para las cartas dirigidas a Mesopotamia». Esta frase y la imagen correspondiente son sin duda un claro antecedente de la greguería de 1932, en la que Mesopotamia ha sido intercambiada por África o por la conradiana región de los Lagos Centrales, que aparecen en el texto de la greguería.

Sería legítimo preguntarse -o al menos yo me lo pregunto- si Ramón se releía a sí mismo -recordemos que fue, lo digo entrecomillándolo, un «estajanovista del corta y pega»- con el propósito de «cazar» posibles dibujos en sus propios textos. Ahí dejo la cuestión.

Recuerdo haber oído por radio al profesor Tierno Galván comentar que había que leer como las gallinas beben agua: a sorbitos pequeños y levantando la cabeza quedándose un rato como si pensaran. Leed las greguerías de este hermoso libro que ha publicado el Museo ABC con detenimiento y a continuación mirad despacio el dibujo, volviendo a repetir la operación y encontraréis, sin duda, la relación indisoluble entre la forma gráfica y la literaria bien del conjunto o bien en pequeños detalles y matices, ahí es donde os sorprenderéis con una leve sonrisa, en esa sonrisa es donde está la clave del “mal” dibujo ramoniano. Un dibujo que oscila entre tradición y vanguardia y se inscribe en una corriente gráfica de larga duración sustentada por lo popular y lo culto. Además de otras probables referencias o semejanzas con los ismos y artistas de su tiempo.

Un Ramón que yo imagino siguiendo la imagen que Josep Pla dejó escrita  del protagonista de su novela, La calle estrecha:  “Sentado frente a la mesa, con una pluma en la mano, ante una blanca cuartilla… El silencio presta un relieve obsesionante a la nerviosidad caligráfica sobre el papel.”

A Ramón Gómez de la Serna le cuadra admirablemente uno de los adjetivos con que Homero caracteriza a Odiseo, el de polýtropos, es decir, de muchos senderos, el de muchas mañas, es decir, el de versátil.

Con la publicación de esta colección de Greguerías ilustradas de Ramón, pertenecientes a los magníficos fondos del Museo ABC – y gracias a la pericia de su directora Inmaculada Corcho y su competente equipo- tenemos la oportunidad de transitar por esos múltiples senderos por los que transitó Ramón Gómez de la Serna, el sempiterno RAMÓN, para quien los caminos del arte y la vida fueron «una unidad de pensamiento».

 

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