La tumba de Dios (y otras tumbas vacías) (Turner, 2022) de José María Herrera nos cuenta la historia de cómo debían haber sido los monumentos funerarios de ciertos personajes legendarios que solo existieron en el imaginario de nuestra cultura, como Adán, la sibila, las sirenas, Teseo, el rey Arturo, la papisa Juana, Drácula, el gólem, don Juan, Madame Bobary y Gregorio Samsa.

Pero en los cenotafios, ya sean de piedra o imaginarios, se suele encontrar lo que no se busca. Un epitafio curioso, una hermosa escultura o un gato que vive allí. En este libro nos topamos con la erudición desenfadada del autor que nos narra las peripecias del personaje con un realismo que, a veces, nos confunde hasta el punto de no saber hasta qué punto fueron realidad o fantasía, ya que en algunos casos eran un calco difuminado de modelos reales.

La ventaja de este paseo literario a través de la vida y la muerte es que esta última no parece como un suceso horrible sino mas bien algo curioso. Entonces descubrimos que la supuesta tumba del primer hombre que habitó la tierra, Adán, se encontraría en Sri Lanka, en un monte de 2.243 metros y considerado sagrado por los hinduistas, budistas y musulmanes, y al que acuden miles de peregrinos para rendir homenaje al padre de todos nosotros.

Leemos sobre la tumba de las sirenas, esos seres imaginarios, mitad mujer y mitad pez, que vivían en los arrecifes para seducir y devorar luego a los marineros. Entendemos con Teseo los secretos del laberinto, buscamos la tumba del rey Arturo y el santo grial, el cáliz que empleó Jesús en la última cena y que había sido entregado en el monte Calvario a José de Arimatea y que acabó primero en Francia y luego en Gran Bretaña. El sagrado recipiente capaz de vencer a la muerte y que fue buscado incesantemente por los caballeros de la tabla redonda y muchos más, entre amoríos y adulterios.

 

José María Herrera

 

 

Recordamos la leyenda de papisa Juana, la mujer que llegó a ser pontífice de la iglesia católica tres años antes de ser descubierta. Una mujer piadosa que no renunciaba los placeres de la carne y que fueron la causa de su perdición. Drácula, el Golen y don Juan nos abren el paso a Madame Bobary y Gregorio Samsa porque como bien sabemos los caminos que nos conducen a la muerte son infinitos.

Al final se indaga sobre la tumba de Dios, que viene a ser un pensar acerca del vacío en que nos encontramos y que los mitos del presente no son capaces de rellenar mientras que los del pasado ya no nos sirven.

José Maria Herrera sitúa la tumba de Dios en el campo de Majdanek, en Lublin, Polonia. Un campo de concentración que primero sirvió a los nazis y luego a los comunistas, y donde reposan las víctimas de los ideócratas, como llama a los partidarios de estos totalitarismos. Nos trae a la memoria la historia de la composición del músico Olivier Messiaen el “Cuarteto para el final del tiempo” escrita y estrenada en el campo de concentración de Gorlitz. Una pieza musical que echa en falta un Dios que no abandone a los humanos a sus propios demonios.

Solemos pensar que en una tumba hay un cadáver en su interior. Al detenernos delante de ella creemos acompañar al difunto por un instante, pensar en su vida y su relación con nosotros incluso si es un desconocido. José María Herrera ha conseguido en su libro hacer algo parecido con los personajes que trae de nuevo ante nuestra presencia, aunque de ellos no exista un monumento funerario. Revividos en este libro, dejamos los interrogantes a un lado sobre la fantasía o realidad de sus vidas, y elegimos tener una idea nebulosa antes de que desaparezcan para siempre de nuestra memoria como tantos otros mitos de los que ya nadie escribe.

 

 

 

 

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