Elsa Maxwell y dos coristas

Ahora que cualquier cita es una fiesta patrocinada por la inevitable marca en el mejor de los casos, conviene recordar a la reina de todas las fiestas, Elsa Maxwell. Pequeña, fea, malévola y con tendencia a la obesidad mórbida, como se define hoy día a los gordos, Elsa Maxwell dijo haber ido a diez mil fiestas. Del aburrimiento que le causaron la mayoría decidió organizarlas ella con gran éxito.

Maxwell pertenecía a la estirpe de los  solterones que anidan en casi todas las familias, sólo que la suya era la de los más ricos y famosos del planeta. La viperina Maxwell no se arredraba y sabía despellejarlos en sus columnas de prensa y, en sus últimos años, en  la televisión.

En su autobiografía He conocido al gran mundo deja de ella una imagen halagüeña como es norma de cualquier autobiografía o libro de memorias (¿para qué escribirlos en caso contrario?). Nada cuenta  de sobornos y chantajes, o que cobraba a gente que deseaba subir en la escala social, así como proveedores de alimentos y bebidas, hoteleros, tiendas de lujo… por hacerles publicidad encubierta y estar encantados de acoger a la reina de las fiestas y los chismes. Elsa fue una de las precursoras en cobrar incluso por lucir joyas y trajes de estilistas. Incluso, llegado el caso, no dudaba en pedir dinero a fondo perdido a sus amigos ricos cuando andaba escasa.

 

Todas calumnias, escribió Elsa, aunque reconoció que si alguna vez pidió a un amigo que le sacase de un apuro económico, devolvió el dinero.

La fama de Maxwell comenzó en los años treinta del siglo XX organizando fiestas inolvidables que reunían a monarcas, príncipes, gobernantes, empresarios, gente del mundo del cine e  intelectuales.

Hija de una familia normal de Keokuk, Iowa, y nacida  en 1881, Elsa empezó siendo una artista de variedades, hasta que llegó al París de los años veinte, entonces capital del mundo. Enseguida  se convirtió en socia de dos clubes nocturnos, asesoró a modistos, fue relaciones públicas y empezó a colaborar en la prensa.

También conoció a una decorada de fama, Elsie de Wolfe, que se dedicaba a organizar fiestas. Se hicieron amigas y la primera introdujo a Maxwell en el gran mundo. Pronto emergió como una gran organizadora de festejos. Su lema era desterrar el aburrimiento y para ello usaba su ingenio e imaginación para que en cada fiesta hubiese algo distinto con el que distraer a sus invitados. El crimen perfecto, el disfrazarse de tu peor enemigo, la búsqueda del tesoro, la subasta de lo más querido, poner a los aburridos en la misma mesa, utilizar a las mujeres y hombres guapos  de decoración como si fuesen floreros…

Con Marilyn Monroe

 

Vivió entre Nueva York, Londres, París y Monte Carlo, en la época dorada de los años de  antes y después de la Segunda  Guerra Mundial entre fiestas, espectáculos, exposiciones, banquetes, coronaciones, bodas y divorcios.

Alegre y  dicharachera, le  apasionaba  el chocolate, pues apenas bebía alcohol y consideraba que el sexo era una actividad que exigía demasiadas fuerzas para tan escasos placeres. Por  eso aseguraba que nunca lo  practicaba, una forma de mantenerse joven como otra cualquiera.

Pero lo cierto es que mantuvo una larga relación con otra mujer y estuvo enamorada de María Callas que no dudó en calificarla de un «viejo y gordo hijo de puta».

Con María Callas

Entre medias, tenemos una lista interminable de personajes que va desde los políticos de su tiempo, como Churchill, Roosevelt y Eisenhower, incluidos Mussolini y Hitler, a los duques de Windsor, Rita Hayworth y Ali Kahn, Cary Grant y Bárbara Hutton. Leyendo su autobiografía asoma Scott Fitzgerald alcoholizado, Greta Garbo llena de miedos, la traviesa Marlene Dietrich, el bueno de Gary Cooper, Hemingway el macho, Albert Einstein tocando el violín y Charlie Chaplin actuando para sus invitados.

Todo esto y algo más se puede leer en la autobiografía de Elsa, la mujer a la que muchos ricos y famosos contaron sus penas. De  este modo, si el resto de los mortales nos enteramos de sus miserias fue gracias a ella, la reina de todas las fiestas que murió en Nueva York de un infarto a la edad de 82 años.