La empecé a leer porque no podía dormirme una noche en una casa ajena en el que la cama me resultaba pequeña y las sábanas frías. En definitiva, incomodidad, pero las leyes de la hospitalidad son sagradas y ya se sabe, no podemos quejarnos mucho a quien nos ha brindado asilo, comida y lecho. Así, un poco por insomnio y casualidad, ya que estaba abandonado encima de una mesa, agarré el libro y me dispuse a leerlo. Sabía que Simenon no me iba a defraudar.
Bien, la esencia de la historia trata de una chica violada y asesinada. Todas las sospechas recaen sobre unos extranjeros. Como suele ocurrir con Simenon la historia te atrapa desde las primeras palabras. Novela popular y comercial, pero novela de primera calidad y con certificado de origen.
Las descripciones de Simenon son como un cuadro en el que ves primeros los colores y luego las formas. Cuando te acercas descubres detalles que te apasionan como en el caso de un cuadro de Bosch, otro compatriota de Simenon, belgas los dos, solo que uno flamenco y el otro valón (un detalle de importancia en los tiempos que corren). Asi, casi sin darte cuenta, te encuentras dentro de la novela.
Una ciudad gris cuya periferia es mas gris aún con las líneas del tranvía y la lluvia de fondo. Un mundo de pequeños burgueses obsesionados por las formas, y trabajadores que viven en una puerta giratoria que sale o entra de la pobreza. Es un mundo conflictivo, estamos a finales del los años treinta del siglo pasado y se acerca la Segunda Guerra Mundial a pasos agigantados. Casi podemos escuchar las botas de los soldados alemanes desfilar en el país vecino bajo las banderas con la esvástica y el rugir de la gente.
La ambientación de la novela es perfecta, un elemento que nada tiene que ver con la documentación, aunque formen un pareado. La diferencia se encuentra en los detalles, los malditos detalles que conoce bien el que es contemporáneo de lo que escribe y no el que tiempo después lo recrea, que una cosa es ser testigo y otra muy distinta arqueólogo.
Un hombre ha cruzado la frontera huyendo del país vecino y se hace pasar por un refugiado politico que no desea terminar en un campo de concentración. Ya estamos dentro del cuadro aunque nos falta la familia Krull, unos inmigrantes alemanes integrados que tienen una tienda de ultramarinos como se decía antes (alimentación y bebidas). Como todo extranjero es gente extraña. La llegada del refugiado Hans, el joven de todas las salsas, simpático como cualquier joven, curioso y capaz de entrar en las habitaciones cerradas con llave aunque nadie le invite a hacerlo.
Intuimos que hay algo que no encaja. Pero Simenon te deja que te olvides mientras sigues las descripciones, los detalles, los distintos personajes y sus contradicciones. De vez en cuando surge una señal que te avisa como una señal de tráfico en un cruce una noche. Si no tienes cuidado puede suceder algo. Porque sabido es que nada mejor que una noche para que te pasen cosas, aunque sea en una cama incómoda.
Esta novela te reserva sorpresas que no debemos desvelar y que te mantienen pegado a la página hasta el final, como mandan los cánones de la novela negra. Ya saben, la de siempre, y en la que no hace falta un asesino en serie ni un psicópata que siempre aspiró a trabajar en una carnicería. Aquí sólo es necesario una cama pequeña, insomnio y una novela de Simenon abandonada encima de una mesa.